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Columnista - 17 noviembre, 2019

21 de noviembre

Nadie pone en duda el derecho a la protesta social, pero rechazamos, mirando el vecindario, la sinrazón de quienes destruyen la propiedad pública y privada con oscuros intereses. Por ello es imperativa su reglamentación. Reglamentar no es prohibir; es poner límites, pues todo derecho los tiene; es respetar los derechos de quienes no protestan y […]

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Nadie pone en duda el derecho a la protesta social, pero rechazamos, mirando el vecindario, la sinrazón de quienes destruyen la propiedad pública y privada con oscuros intereses.

Por ello es imperativa su reglamentación. Reglamentar no es prohibir; es poner límites, pues todo derecho los tiene; es respetar los derechos de quienes no protestan y establecer responsabilidades a quienes convocan.

Percibo como irresponsable y malintencionada la convocatoria del 21 de noviembre, en momentos de crispación política y violencia en el continente, y contra un gobierno que atendió el clamor de los estudiantes, que ha respondido a las expectativas salariales de los trabajadores, que lucha contra la violencia heredada y, de contera, adem contra mezquinos intereses políticos.

Estamos frente a una gavilla para desestabilizar al gobierno Duque; no porque sea bueno o malo, porque haya subido o bajado el desempleo, porque la economía vaya tan bien como la ven desde afuera o tan mal como la ven desde adentro, porque esté comprometido con quienes de veras quieren la paz, o porque ataque con decisión la violencia derivada de una paz mal hecha y de su consecuencia: el narcotráfico.

A ese club de indignados solo los une su antigobiernismo y ni siquiera necesitan ponerse de acuerdo, porque “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Petro no se resigna a su derrota y cumple su amenaza de mantener al pueblo en las calles, sin importar las consecuencias, porque son las que él persigue: desestabilizar para instaurar el socialismo bolivariano de sus mentores.

La izquierda, que cobija a los impunes narcoterroristas, beneficiarios de la paz de Santos y hoy sentados en el Congreso o, simplemente, “volados”; persigue lo de siempre: la instauración de un sistema basado en la lucha de clases, el control de la economía y de los derechos a la propiedad privada y la libre empresa. Y eso tiene nombre: comunismo.

El “centrosantismo”, hoy vestido de indignación, no se resigna a la pérdida de “la mermelada”. El problema no es Botero ni Carrasquilla, ni siquiera los muertos del narcotráfico, que Santos nos dejó como herencia maldita, sino los muertos de “este gobierno”; el problema es atacar al gobierno de los “enemigos de la paz”, que crearon para polarizar al país, porque media Colombia, que también quería paz, le dijo NO al acuerdo fariano y casi echa a perder el Nobel.

Están los narcotraficantes, interesados en la anarquía; y “la opinión”, el sentir de millones de colombianos, “desinformados” por las redes y por algunos medios que añoran la pauta que pagó su apoyo entusiasta.

Esos son los intereses detrás del paro. Si usted marcha, piense con responsabilidad en su mañana y en el de Colombia. Chile no está lejos. Los que no marcharemos, esperamos que la Fuerza Pública contenga a quienes pretendan desbordar los límites de sus derechos.

Columnista
17 noviembre, 2019

21 de noviembre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Nadie pone en duda el derecho a la protesta social, pero rechazamos, mirando el vecindario, la sinrazón de quienes destruyen la propiedad pública y privada con oscuros intereses. Por ello es imperativa su reglamentación. Reglamentar no es prohibir; es poner límites, pues todo derecho los tiene; es respetar los derechos de quienes no protestan y […]


Nadie pone en duda el derecho a la protesta social, pero rechazamos, mirando el vecindario, la sinrazón de quienes destruyen la propiedad pública y privada con oscuros intereses.

Por ello es imperativa su reglamentación. Reglamentar no es prohibir; es poner límites, pues todo derecho los tiene; es respetar los derechos de quienes no protestan y establecer responsabilidades a quienes convocan.

Percibo como irresponsable y malintencionada la convocatoria del 21 de noviembre, en momentos de crispación política y violencia en el continente, y contra un gobierno que atendió el clamor de los estudiantes, que ha respondido a las expectativas salariales de los trabajadores, que lucha contra la violencia heredada y, de contera, adem contra mezquinos intereses políticos.

Estamos frente a una gavilla para desestabilizar al gobierno Duque; no porque sea bueno o malo, porque haya subido o bajado el desempleo, porque la economía vaya tan bien como la ven desde afuera o tan mal como la ven desde adentro, porque esté comprometido con quienes de veras quieren la paz, o porque ataque con decisión la violencia derivada de una paz mal hecha y de su consecuencia: el narcotráfico.

A ese club de indignados solo los une su antigobiernismo y ni siquiera necesitan ponerse de acuerdo, porque “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Petro no se resigna a su derrota y cumple su amenaza de mantener al pueblo en las calles, sin importar las consecuencias, porque son las que él persigue: desestabilizar para instaurar el socialismo bolivariano de sus mentores.

La izquierda, que cobija a los impunes narcoterroristas, beneficiarios de la paz de Santos y hoy sentados en el Congreso o, simplemente, “volados”; persigue lo de siempre: la instauración de un sistema basado en la lucha de clases, el control de la economía y de los derechos a la propiedad privada y la libre empresa. Y eso tiene nombre: comunismo.

El “centrosantismo”, hoy vestido de indignación, no se resigna a la pérdida de “la mermelada”. El problema no es Botero ni Carrasquilla, ni siquiera los muertos del narcotráfico, que Santos nos dejó como herencia maldita, sino los muertos de “este gobierno”; el problema es atacar al gobierno de los “enemigos de la paz”, que crearon para polarizar al país, porque media Colombia, que también quería paz, le dijo NO al acuerdo fariano y casi echa a perder el Nobel.

Están los narcotraficantes, interesados en la anarquía; y “la opinión”, el sentir de millones de colombianos, “desinformados” por las redes y por algunos medios que añoran la pauta que pagó su apoyo entusiasta.

Esos son los intereses detrás del paro. Si usted marcha, piense con responsabilidad en su mañana y en el de Colombia. Chile no está lejos. Los que no marcharemos, esperamos que la Fuerza Pública contenga a quienes pretendan desbordar los límites de sus derechos.