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Columnista - 11 enero, 2018

2018, año crucial para Colombia

Este año, de nuevo, tendremos dos eventos que siempre han concitado a los colombianos a ejercitar más su torpeza que su razón. Se trata de elegir congresistas y presidente de la república. Los primeros, en su mayoría, constituyen una de las mayores cargas sociales para el presupuesto nacional en nombre de uno de los poderes […]

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Este año, de nuevo, tendremos dos eventos que siempre han concitado a los colombianos a ejercitar más su torpeza que su razón. Se trata de elegir congresistas y presidente de la república.

Los primeros, en su mayoría, constituyen una de las mayores cargas sociales para el presupuesto nacional en nombre de uno de los poderes del Estado, epicentro del manejo de influencias y defensa de los sectores privilegiados de la sociedad con quienes comparten intereses y hasta indecencias. El segundo, asistido de poderes dinásticos que la misma constitución le otorga, es el alcabalero que maneja toda la chequera del Estado con la alcahuetería de los primeros. Es un círculo vicioso lleno de malabares y acrobacias. En nuestro caso regional hay que reeditar las calidades éticas de los fundadores del Cesar, única forma de garantizar la idoneidad y eficacia parlamentarias. El país se envilece, la pobreza y la corrupción son correlativas. Según los ideólogos del capitalismo, la pobreza es ineludible. Ni Mahoma, ni Buda, ni Confucio, ni Jesús sabían cómo eliminarla; leamos lo que dijo. “Pobres siempre los tenéis con vosotros y cuando queráis podéis hacerles bien (asistencialismo), pero a mí no siempre me tenéis”, Marcos 14:7.

Tampoco Adam Smith, ni Marx, ni los neoliberales tuvieron la fórmula para hacerlo pero la hay; sus variables deben incluir, como mínimo, ética, altruismo y compromiso social. El Banco Mundial esboza cinco puntos para combatir la pobreza y la desigualdad, pero aquí se hace lo contrario. El BM dice que la nutrición en la primera infancia, el acceso universal a la educación y a la salud, la tributación progresiva y la infraestructura rural pueden ayudar a combatir este flagelo. El concepto de pobreza es un constructo cultural milenario con sello de divinidad, así nos han querido catequizar; en el año 1776 a. C., Hammurabi, por mandato de dios, Marduk para los babilónicos, a los hombres había que dividirlos en superiores, plebeyos y esclavos. Los antiguos chinos creían que cuando la diosa Nü Wa creo a los hombres a partir de la Tierra, amasó a los aristócratas con el fino suelo amarillo y a los plebeyos con el barro pardo. Algo similar pasó con los hindúes. Nos venden la idea de que la brecha social tiene inspiración divina. Curiosamente, en 1776 d. C, cuando Thomas Jefferson firmó la Constitución de los EE.UU., declaró iguales a todos los hombres con derechos inalienables por mandato de Dios (otro diferente a Marduk), pero los supremasistas del sur guiados por sentimientos religiosos, abolida la esclavitud, hicieron trizas este mandato constitucional mediante el Ku Klux Clan, grupo cruzado y paramilitar, cantera de Hitler y de nuestros ideólogos de la guerra. ¡Cómo se repite la historia!

La pobreza esclaviza a la humanidad y que mejor para el continuismo que un proceso electoral con perfil divino, en una nación pobre, enferma e ignorante; por eso la estrategia es no invertir en educación, ciencia y tecnología. En el 2000 se invirtió el 4.5% del PIB en educación y en 2017 el 4.53%, esto es, lo mismo; en los últimos 20 años no hemos crecido en calidad educativa. Ahí está la causa de nuestra pobreza y de nuestra brecha. Las cosas no han funcionado bien; por eso ahora tenemos la oportunidad de construir un nuevo país sin armas; las urnas nos dan la oportunidad de hacerlo, impidiendo que al Congreso vayan los que siempre han cooptado las instituciones y que el presidente de la república tenga vínculos con ese pasado ominoso. Son muchas las cosas que hay por cambiar: la estructura del Congreso, el régimen presidencialista, los sistemas electoral, de justicia, educación y salud. Propiciar un cambio sin afectar el orden económico es una falacia; hay que acabar el modelo mono exportador castrochavista, centrándonos en la agroindustria, el turismo y la ciencia; las energías limpias deben ser nuestro soporte técnico. Al país hay que formatearlo eligiendo un congreso y un presidente que impulsen una Constituyente que permita construir una Colombia más Humana y Decente, que esté por encima de los carteles mafiosos. Este formato contiene algunos de los insumos de la fórmula.

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Columnista
11 enero, 2018

2018, año crucial para Colombia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Este año, de nuevo, tendremos dos eventos que siempre han concitado a los colombianos a ejercitar más su torpeza que su razón. Se trata de elegir congresistas y presidente de la república. Los primeros, en su mayoría, constituyen una de las mayores cargas sociales para el presupuesto nacional en nombre de uno de los poderes […]


Este año, de nuevo, tendremos dos eventos que siempre han concitado a los colombianos a ejercitar más su torpeza que su razón. Se trata de elegir congresistas y presidente de la república.

Los primeros, en su mayoría, constituyen una de las mayores cargas sociales para el presupuesto nacional en nombre de uno de los poderes del Estado, epicentro del manejo de influencias y defensa de los sectores privilegiados de la sociedad con quienes comparten intereses y hasta indecencias. El segundo, asistido de poderes dinásticos que la misma constitución le otorga, es el alcabalero que maneja toda la chequera del Estado con la alcahuetería de los primeros. Es un círculo vicioso lleno de malabares y acrobacias. En nuestro caso regional hay que reeditar las calidades éticas de los fundadores del Cesar, única forma de garantizar la idoneidad y eficacia parlamentarias. El país se envilece, la pobreza y la corrupción son correlativas. Según los ideólogos del capitalismo, la pobreza es ineludible. Ni Mahoma, ni Buda, ni Confucio, ni Jesús sabían cómo eliminarla; leamos lo que dijo. “Pobres siempre los tenéis con vosotros y cuando queráis podéis hacerles bien (asistencialismo), pero a mí no siempre me tenéis”, Marcos 14:7.

Tampoco Adam Smith, ni Marx, ni los neoliberales tuvieron la fórmula para hacerlo pero la hay; sus variables deben incluir, como mínimo, ética, altruismo y compromiso social. El Banco Mundial esboza cinco puntos para combatir la pobreza y la desigualdad, pero aquí se hace lo contrario. El BM dice que la nutrición en la primera infancia, el acceso universal a la educación y a la salud, la tributación progresiva y la infraestructura rural pueden ayudar a combatir este flagelo. El concepto de pobreza es un constructo cultural milenario con sello de divinidad, así nos han querido catequizar; en el año 1776 a. C., Hammurabi, por mandato de dios, Marduk para los babilónicos, a los hombres había que dividirlos en superiores, plebeyos y esclavos. Los antiguos chinos creían que cuando la diosa Nü Wa creo a los hombres a partir de la Tierra, amasó a los aristócratas con el fino suelo amarillo y a los plebeyos con el barro pardo. Algo similar pasó con los hindúes. Nos venden la idea de que la brecha social tiene inspiración divina. Curiosamente, en 1776 d. C, cuando Thomas Jefferson firmó la Constitución de los EE.UU., declaró iguales a todos los hombres con derechos inalienables por mandato de Dios (otro diferente a Marduk), pero los supremasistas del sur guiados por sentimientos religiosos, abolida la esclavitud, hicieron trizas este mandato constitucional mediante el Ku Klux Clan, grupo cruzado y paramilitar, cantera de Hitler y de nuestros ideólogos de la guerra. ¡Cómo se repite la historia!

La pobreza esclaviza a la humanidad y que mejor para el continuismo que un proceso electoral con perfil divino, en una nación pobre, enferma e ignorante; por eso la estrategia es no invertir en educación, ciencia y tecnología. En el 2000 se invirtió el 4.5% del PIB en educación y en 2017 el 4.53%, esto es, lo mismo; en los últimos 20 años no hemos crecido en calidad educativa. Ahí está la causa de nuestra pobreza y de nuestra brecha. Las cosas no han funcionado bien; por eso ahora tenemos la oportunidad de construir un nuevo país sin armas; las urnas nos dan la oportunidad de hacerlo, impidiendo que al Congreso vayan los que siempre han cooptado las instituciones y que el presidente de la república tenga vínculos con ese pasado ominoso. Son muchas las cosas que hay por cambiar: la estructura del Congreso, el régimen presidencialista, los sistemas electoral, de justicia, educación y salud. Propiciar un cambio sin afectar el orden económico es una falacia; hay que acabar el modelo mono exportador castrochavista, centrándonos en la agroindustria, el turismo y la ciencia; las energías limpias deben ser nuestro soporte técnico. Al país hay que formatearlo eligiendo un congreso y un presidente que impulsen una Constituyente que permita construir una Colombia más Humana y Decente, que esté por encima de los carteles mafiosos. Este formato contiene algunos de los insumos de la fórmula.

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