Han pasado más de 200 años desde aquel grito de independencia, pero seguimos siendo esclavos de situaciones que criticamos, pero poco hacemos por cambiarlas.
La historia nos transporta a un viernes en Santa Fe de Bogotá, día de mercado. La Plaza Mayor estaba llena. Casi a las 12 del mediodía un grupo de criollos liderado por Antonio Morales fue al almacén de José González Llorente para pedir prestado un florero…
Querían usarlo para decorar un banquete ficticio en honor a un delegado español. Llorente se negó educadamente, pero esto desencadenó la ira de la multitud y personas de todos los estratos empezaron a romper y forzar puertas, clamando por autonomía y justicia.
Pero, ¡No! No fue que unas personas simplemente llegaron a discutir y que un objeto frágil como el florero de Llorente se rompió. Fue el resultado de muchos años de injusticia y la determinación de un pueblo que se unió en un objetivo común: mejorar la vida de todos los colombianos.
Esto me lleva a preguntarme ¿cómo podemos hacer que esta fecha sea más que desfiles y festividades? No se trata solo de proclamar la libertad, sino de enfrentar los desafíos continuos en términos de justicia e igualdad.
Para entender completamente la magnitud del florero de Llorente, entendamos el contexto histórico que lo rodea. En aquel entonces, Colombia tenía divisiones sociales y económicas. La élite criolla ansiaba mayores libertades y derechos, mientras que las masas populares enfrentaban una opresión injusta y sistemática.
Han pasado más de 200 años desde aquel grito de independencia, pero seguimos siendo esclavos de situaciones que criticamos, pero poco hacemos por cambiarlas. Para avanzar es importante reconocer y evitar perpetuar las mismas estructuras que tanto condenamos.
Cuando validamos proyectos sin seguir las normativas legales o pagamos para acelerar procedimientos, estamos hiriendo la base misma de la transparencia y la equidad. Cuando los jueces aceptan influencias para dictar sentencias, cuando hacemos la vista gorda ante la corrupción que socava nuestra justicia, estamos fallando en nuestro deber de garantizar un sistema judicial justo para todos.
Por eso, como ciudadanos, tenemos una responsabilidad compartida. No se trata solo de conmemorar eventos históricos como el 20 de julio, sino de vivir sus ideales a diario. Esto implica reconocer nuestras debilidades y transformarlas en fortalezas.
Y más que celebrar, debemos comprometernos activamente en la reconstrucción de una Colombia donde cada individuo pueda prosperar en igualdad de condiciones, con pleno respeto por sus derechos y dignidad.
Dondequiera que vayamos, llevamos el título de colombianos. Es nuestro deber mostrar al mundo la grandeza de nuestra diversidad y el compromiso con un país que merece lo mejor de cada uno de nosotros. Así, podemos entonar con orgullo las letras de nuestro himno: “¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal! En surcos de dolores el bien germina ya, El bien germina ya.”
Que el bien germine y nos acompañe siempre.
Por: Sara Montero Muleth
Han pasado más de 200 años desde aquel grito de independencia, pero seguimos siendo esclavos de situaciones que criticamos, pero poco hacemos por cambiarlas.
La historia nos transporta a un viernes en Santa Fe de Bogotá, día de mercado. La Plaza Mayor estaba llena. Casi a las 12 del mediodía un grupo de criollos liderado por Antonio Morales fue al almacén de José González Llorente para pedir prestado un florero…
Querían usarlo para decorar un banquete ficticio en honor a un delegado español. Llorente se negó educadamente, pero esto desencadenó la ira de la multitud y personas de todos los estratos empezaron a romper y forzar puertas, clamando por autonomía y justicia.
Pero, ¡No! No fue que unas personas simplemente llegaron a discutir y que un objeto frágil como el florero de Llorente se rompió. Fue el resultado de muchos años de injusticia y la determinación de un pueblo que se unió en un objetivo común: mejorar la vida de todos los colombianos.
Esto me lleva a preguntarme ¿cómo podemos hacer que esta fecha sea más que desfiles y festividades? No se trata solo de proclamar la libertad, sino de enfrentar los desafíos continuos en términos de justicia e igualdad.
Para entender completamente la magnitud del florero de Llorente, entendamos el contexto histórico que lo rodea. En aquel entonces, Colombia tenía divisiones sociales y económicas. La élite criolla ansiaba mayores libertades y derechos, mientras que las masas populares enfrentaban una opresión injusta y sistemática.
Han pasado más de 200 años desde aquel grito de independencia, pero seguimos siendo esclavos de situaciones que criticamos, pero poco hacemos por cambiarlas. Para avanzar es importante reconocer y evitar perpetuar las mismas estructuras que tanto condenamos.
Cuando validamos proyectos sin seguir las normativas legales o pagamos para acelerar procedimientos, estamos hiriendo la base misma de la transparencia y la equidad. Cuando los jueces aceptan influencias para dictar sentencias, cuando hacemos la vista gorda ante la corrupción que socava nuestra justicia, estamos fallando en nuestro deber de garantizar un sistema judicial justo para todos.
Por eso, como ciudadanos, tenemos una responsabilidad compartida. No se trata solo de conmemorar eventos históricos como el 20 de julio, sino de vivir sus ideales a diario. Esto implica reconocer nuestras debilidades y transformarlas en fortalezas.
Y más que celebrar, debemos comprometernos activamente en la reconstrucción de una Colombia donde cada individuo pueda prosperar en igualdad de condiciones, con pleno respeto por sus derechos y dignidad.
Dondequiera que vayamos, llevamos el título de colombianos. Es nuestro deber mostrar al mundo la grandeza de nuestra diversidad y el compromiso con un país que merece lo mejor de cada uno de nosotros. Así, podemos entonar con orgullo las letras de nuestro himno: “¡Oh gloria inmarcesible! ¡Oh júbilo inmortal! En surcos de dolores el bien germina ya, El bien germina ya.”
Que el bien germine y nos acompañe siempre.
Por: Sara Montero Muleth