El pasado 11 de julio se conmemoró el decimoctavo aniversario de la muerte de la poeta María Mercedes Carranza. Nació en Bogotá en 1945. Entre 1952 y 1958 vivió en Madrid, España, donde su padre, el poeta Eduardo Carranza, ejercía de agregado cultural de la embajada colombiana. En esta temporada se nutrió de influencias estéticas, […]
El pasado 11 de julio se conmemoró el decimoctavo aniversario de la muerte de la poeta María Mercedes Carranza. Nació en Bogotá en 1945. Entre 1952 y 1958 vivió en Madrid, España, donde su padre, el poeta Eduardo Carranza, ejercía de agregado cultural de la embajada colombiana. En esta temporada se nutrió de influencias estéticas, a través de la gran actividad intelectual de su padre y de su tía abuela materna, la poeta Elisa Mújica, residente también en España. Regresa a Bogotá en 1958, y entra a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. En 1965 es nombrada directora de ‘Vanguardia’, página literaria del diario bogotano El Siglo. Desde allí difundió la obra de autores que después se harían muy significativos, como Juan Manuel Roca y Nicolas Suescún, entre otros.
Con una extensa obra publicada, dejó su impronta en la grafía colombiana: Vainas y otros poemas (1972), El canto de las moscas (1997), Tengo miedo (1983), Maneras de desamor (1993), Hola, soledad (1987) y Carranza por Carranza (sobre su padre poeta, 1985). Además, una gestión cultural trascendente fue haber contribuido a fundar en 1986 la Casa de la Poesía Silva en Bogotá, que dirigió hasta su muerte, desde donde se dedicó a apoyar la creación poética con recitales, revistas, talleres y concursos.
María Mercedes estuvo en Valledupar en septiembre del 2000, invitada a un recital en la Escuela de Bellas Artes. Los que no habían leído su obra esperaban encontrar en sus poemas la influencia de su padre; es decir, una lírica en sonetos que todavía alumbra el corazón de los viejos enamorados, que cantan a su amada en espiral de ligereza y piensan que su cuerpo es todo el río del amor que nunca acaba de pasar.
Pero fue grande la sorpresa al comprobar que María Mercedes era la antítesis misma de su padre. Nada de arroyuelo azul ni de vino surtidor ni de la estética preocupación por la forma. Lo de María Mercedes eran poemas coloquiales, con una respiración cercana al temor, a la diatriba del desamor y a la citadina angustia de la soledad. Confesó que en rebeldía contra su padre empezó a escribir versos comunes y sencillos. Este, por ejemplo: “El deseo aparece de repente, en cualquier parte, en la cocina, caminando por la calle. Basta una mirada, un ademán, un roce. Dos cuerpos tienen su vida y su muerte el uno frente al otro. Basta el silencio”.
Al concluir la lectura, alguien le preguntó cuál era el objetivo de su poesía. Ella, serena y con la seguridad que dan los años y el ejercicio de la escritura, dijo: “Yo no pretendo nada, solo vine a leer mis poemas. Pero si hoy alguien llega a su casa, se ilumina de ternura y le dedica un verso a su mujer, o abraza a su hijo con la emoción de padre, o mira con amorosa gratitud a su madre y le da gracias por la vida, con una sola persona que haga eso, pienso que valió la pena venir a Valledupar”.
Y Finalizó: “La poesía busca comunicación a un nivel superior, de alma a alma; pero infortunadamente la comunicación desde hace tiempo está en crisis, y estamos reemplazando las palabras por las balas”.
El pasado 11 de julio se conmemoró el decimoctavo aniversario de la muerte de la poeta María Mercedes Carranza. Nació en Bogotá en 1945. Entre 1952 y 1958 vivió en Madrid, España, donde su padre, el poeta Eduardo Carranza, ejercía de agregado cultural de la embajada colombiana. En esta temporada se nutrió de influencias estéticas, […]
El pasado 11 de julio se conmemoró el decimoctavo aniversario de la muerte de la poeta María Mercedes Carranza. Nació en Bogotá en 1945. Entre 1952 y 1958 vivió en Madrid, España, donde su padre, el poeta Eduardo Carranza, ejercía de agregado cultural de la embajada colombiana. En esta temporada se nutrió de influencias estéticas, a través de la gran actividad intelectual de su padre y de su tía abuela materna, la poeta Elisa Mújica, residente también en España. Regresa a Bogotá en 1958, y entra a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. En 1965 es nombrada directora de ‘Vanguardia’, página literaria del diario bogotano El Siglo. Desde allí difundió la obra de autores que después se harían muy significativos, como Juan Manuel Roca y Nicolas Suescún, entre otros.
Con una extensa obra publicada, dejó su impronta en la grafía colombiana: Vainas y otros poemas (1972), El canto de las moscas (1997), Tengo miedo (1983), Maneras de desamor (1993), Hola, soledad (1987) y Carranza por Carranza (sobre su padre poeta, 1985). Además, una gestión cultural trascendente fue haber contribuido a fundar en 1986 la Casa de la Poesía Silva en Bogotá, que dirigió hasta su muerte, desde donde se dedicó a apoyar la creación poética con recitales, revistas, talleres y concursos.
María Mercedes estuvo en Valledupar en septiembre del 2000, invitada a un recital en la Escuela de Bellas Artes. Los que no habían leído su obra esperaban encontrar en sus poemas la influencia de su padre; es decir, una lírica en sonetos que todavía alumbra el corazón de los viejos enamorados, que cantan a su amada en espiral de ligereza y piensan que su cuerpo es todo el río del amor que nunca acaba de pasar.
Pero fue grande la sorpresa al comprobar que María Mercedes era la antítesis misma de su padre. Nada de arroyuelo azul ni de vino surtidor ni de la estética preocupación por la forma. Lo de María Mercedes eran poemas coloquiales, con una respiración cercana al temor, a la diatriba del desamor y a la citadina angustia de la soledad. Confesó que en rebeldía contra su padre empezó a escribir versos comunes y sencillos. Este, por ejemplo: “El deseo aparece de repente, en cualquier parte, en la cocina, caminando por la calle. Basta una mirada, un ademán, un roce. Dos cuerpos tienen su vida y su muerte el uno frente al otro. Basta el silencio”.
Al concluir la lectura, alguien le preguntó cuál era el objetivo de su poesía. Ella, serena y con la seguridad que dan los años y el ejercicio de la escritura, dijo: “Yo no pretendo nada, solo vine a leer mis poemas. Pero si hoy alguien llega a su casa, se ilumina de ternura y le dedica un verso a su mujer, o abraza a su hijo con la emoción de padre, o mira con amorosa gratitud a su madre y le da gracias por la vida, con una sola persona que haga eso, pienso que valió la pena venir a Valledupar”.
Y Finalizó: “La poesía busca comunicación a un nivel superior, de alma a alma; pero infortunadamente la comunicación desde hace tiempo está en crisis, y estamos reemplazando las palabras por las balas”.