BITÁCORA Por: Oscar Ariza Los riesgos a que están expuestos los niños quienes continúan trabajando sin ningún control como malabaristas en los semáforos de Valledupar son altamente peligrosos para sus vidas, por la indiferencia de un Instituto de Bienestar Familiar, que poco o nada opera en beneficio de ellos, mucho menos lo hacen las autoridades […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Los riesgos a que están expuestos los niños quienes continúan trabajando sin ningún control como malabaristas en los semáforos de Valledupar son altamente peligrosos para sus vidas, por la indiferencia de un Instituto de Bienestar Familiar, que poco o nada opera en beneficio de ellos, mucho menos lo hacen las autoridades municipales que a pesar de las múltiples denuncias hechas en radio y columnas de opinión, permiten que los niños sigan trabajando, alejándose de sus colegios, sin que alguien vele por el derecho que tienen a desarrollarse en un ambiente digno y alejado de cualquier amenaza, pues allí, en los semáforos, están sometidos al mal ejemplo de adultos quienes también obtienen su sustento de actividades similares, pero con el agravante de consumir cigarrillos, alcohol y drogas en presencia de los infantes, modelando su autodestrucción.
El pasado 24 de Agosto, en una columna titulada “Quien vela por los niños”, denuncié cómo en el sector de la Avenida Simón Bolívar, en el semáforo ubicado entre los tres postes y los restaurantes de esa zona, muchos niños trabajaban haciendo malabarismos y ayudando a parquear los automóviles que llegan a los restaurantes aledaños, corriendo el riesgo de ser arrollados. Increíblemente, desde entonces nadie ha hecho nada para evitar que siga sucediendo lo mismo.
Denuncié, además, cómo estos menores se agredían físicamente para disputarse una moneda que en lugar de paliar la pobreza, termina generando más miseria humana, pues los valores de uso terminan siendo desplazados por los de cambio.
Lo cierto es que hoy la situación es más grave y vergonzosa en esta bella ciudad incrustada en un extraño país en donde se arma todo un alboroto mediático para perjudicar a un cantante por una supuesta agresión sexual a un menor; gesto que nunca será más grave que la violación a los derechos fundamentales de los niños, ni al maltrato infantil que a diario campea en las calles. Esa doble moral que abre los ojos para escandalizarse donde culturalmente no hay porqué, pero que cierra los ojos ante bochornosos cuadros como el que observé el pasado domingo en el mismo sitio donde hace algunos meses advertí lo que pasaba, demuestra que pasamos fácilmente de la solidaridad al reproche según convenga, aferrándonos muchas veces a una moral relativa y sin inconvenientes.
Tristemente esa tarde, mientras el semáforo permanecía en verde, seis niños, con edades entre los siete y doce años descansaban de sus malabarismos cuando un joven mayor de edad que limpia los vidrios de los carros les acercó una botella de licor para que tomaran en medio de risas y gestos de desagrado de algunos ante lo que ingerían, pero que no despreciaban, tal vez como un acto de demostración de fortaleza frente al grupo. Algunos de quienes pasamos por allí tratamos de reconvenir al joven mayor, pero su ataque agresivo rechazó cualquier posibilidad de hacerlo entrar en razón. Para esto, debe estar atenta la Policía de Menores, entrenada para estas circunstancias.
Esos niños que por su pobreza no tendrán otra opción que aprender a tomar y dañarse su salud, porque nadie modela positivamente su comportamiento, siguen asistiendo a estos lugares, especialmente los fines de semana, porque descubrieron que poco control hay los domingos, por eso obstaculizan el tráfico y se vuelven agresivos si algún transeúnte los reprende; insultan y amenazan a los conductores, porque han incorporado la violencia como mecanismo de defensa, como coraza para protegerse de la indiferencia de un gobierno que ha demostrado que poco le importa lo que a ellos les suceda.
Esos niños que deberían estar haciendo uso del derecho a comer, jugar y desarrollarse en ambientes dignos, hoy están sometidos a todos los peligros que las calles les ofrecen, porque no hay una voluntad política, ni social que quiera sacarlos del estado en que se encuentran y que muchas veces los toma desprevenidos porque desde su inocencia creen que una moneda es suficiente como para superponerla ante el riesgo de dañarse su futuro.
Esos niños están marcados por el maltrato de una sociedad que los ignora y en contrasentido, en un acto de solidaridad extraño, les regala monedas, convirtiéndolos en mendigos; un triste y cruel destino que muchos padres de familia no quisieran para sus hijos.
BITÁCORA Por: Oscar Ariza Los riesgos a que están expuestos los niños quienes continúan trabajando sin ningún control como malabaristas en los semáforos de Valledupar son altamente peligrosos para sus vidas, por la indiferencia de un Instituto de Bienestar Familiar, que poco o nada opera en beneficio de ellos, mucho menos lo hacen las autoridades […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Los riesgos a que están expuestos los niños quienes continúan trabajando sin ningún control como malabaristas en los semáforos de Valledupar son altamente peligrosos para sus vidas, por la indiferencia de un Instituto de Bienestar Familiar, que poco o nada opera en beneficio de ellos, mucho menos lo hacen las autoridades municipales que a pesar de las múltiples denuncias hechas en radio y columnas de opinión, permiten que los niños sigan trabajando, alejándose de sus colegios, sin que alguien vele por el derecho que tienen a desarrollarse en un ambiente digno y alejado de cualquier amenaza, pues allí, en los semáforos, están sometidos al mal ejemplo de adultos quienes también obtienen su sustento de actividades similares, pero con el agravante de consumir cigarrillos, alcohol y drogas en presencia de los infantes, modelando su autodestrucción.
El pasado 24 de Agosto, en una columna titulada “Quien vela por los niños”, denuncié cómo en el sector de la Avenida Simón Bolívar, en el semáforo ubicado entre los tres postes y los restaurantes de esa zona, muchos niños trabajaban haciendo malabarismos y ayudando a parquear los automóviles que llegan a los restaurantes aledaños, corriendo el riesgo de ser arrollados. Increíblemente, desde entonces nadie ha hecho nada para evitar que siga sucediendo lo mismo.
Denuncié, además, cómo estos menores se agredían físicamente para disputarse una moneda que en lugar de paliar la pobreza, termina generando más miseria humana, pues los valores de uso terminan siendo desplazados por los de cambio.
Lo cierto es que hoy la situación es más grave y vergonzosa en esta bella ciudad incrustada en un extraño país en donde se arma todo un alboroto mediático para perjudicar a un cantante por una supuesta agresión sexual a un menor; gesto que nunca será más grave que la violación a los derechos fundamentales de los niños, ni al maltrato infantil que a diario campea en las calles. Esa doble moral que abre los ojos para escandalizarse donde culturalmente no hay porqué, pero que cierra los ojos ante bochornosos cuadros como el que observé el pasado domingo en el mismo sitio donde hace algunos meses advertí lo que pasaba, demuestra que pasamos fácilmente de la solidaridad al reproche según convenga, aferrándonos muchas veces a una moral relativa y sin inconvenientes.
Tristemente esa tarde, mientras el semáforo permanecía en verde, seis niños, con edades entre los siete y doce años descansaban de sus malabarismos cuando un joven mayor de edad que limpia los vidrios de los carros les acercó una botella de licor para que tomaran en medio de risas y gestos de desagrado de algunos ante lo que ingerían, pero que no despreciaban, tal vez como un acto de demostración de fortaleza frente al grupo. Algunos de quienes pasamos por allí tratamos de reconvenir al joven mayor, pero su ataque agresivo rechazó cualquier posibilidad de hacerlo entrar en razón. Para esto, debe estar atenta la Policía de Menores, entrenada para estas circunstancias.
Esos niños que por su pobreza no tendrán otra opción que aprender a tomar y dañarse su salud, porque nadie modela positivamente su comportamiento, siguen asistiendo a estos lugares, especialmente los fines de semana, porque descubrieron que poco control hay los domingos, por eso obstaculizan el tráfico y se vuelven agresivos si algún transeúnte los reprende; insultan y amenazan a los conductores, porque han incorporado la violencia como mecanismo de defensa, como coraza para protegerse de la indiferencia de un gobierno que ha demostrado que poco le importa lo que a ellos les suceda.
Esos niños que deberían estar haciendo uso del derecho a comer, jugar y desarrollarse en ambientes dignos, hoy están sometidos a todos los peligros que las calles les ofrecen, porque no hay una voluntad política, ni social que quiera sacarlos del estado en que se encuentran y que muchas veces los toma desprevenidos porque desde su inocencia creen que una moneda es suficiente como para superponerla ante el riesgo de dañarse su futuro.
Esos niños están marcados por el maltrato de una sociedad que los ignora y en contrasentido, en un acto de solidaridad extraño, les regala monedas, convirtiéndolos en mendigos; un triste y cruel destino que muchos padres de familia no quisieran para sus hijos.