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Columnista - 7 marzo, 2010

“Nieto de tigre, también sale pintao”

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Estoy seguro que a mis escasos pero fieles lectores no les ha sido difícil darse cuenta que por todos los medios trato de conservar mi independencia de criterio político, más que todo por ética y disciplina profesional, en virtud de que soy un convencido de que al tomar partido en […]

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Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Estoy seguro que a mis escasos pero fieles lectores no les ha sido difícil darse cuenta que por todos los medios trato de conservar mi independencia de criterio político, más que todo por ética y disciplina profesional, en virtud de que soy un convencido de que al tomar partido en cuanto a la contienda parlamentaria, así sea tangencialmente, compromete la independencia conceptual.

Otra cosa es lo referente a la escogencia del sucesor del timonel al mando del barco. En tal sentido sí me considero honestamente obligado a emitir mi modesto concepto; más aun, cuando los vecinos de columna y de patio, algunos de manera vehemente y agresiva, otros en tono moderado (no soy quien para juzgar), cierran filas y lanzan alegorías y diatribas, según el caso, cuando de opinar por lo suyo se trata.

Por eso ahora, cuando faltan exactamente hoy 45 días para que se cumplan 40 años de aquella noche del 21 de abril de 1.970, cuando todos los colombianos teníamos que ponernos alerta y parar orejas ante el rumor creciente como las espumas del desaparecido y querido maestro Villamil, de que por radio y T.V. estaba hablando el presidente de la república. Pero lo alarmante de la tan anunciada alocución, lo era que el primer mandatario de la nación, un hombre de baja estatura, regordete y de aspecto bonachón (Carlos Lleras Restrepo), acababa de decir, con gesto y manifestación de la más absoluta orden, decisión y talante (todo lo que le falta al actual alcalde de Bogotá), palabras más, palabras menos: “…toda la ciudadanía tendrá que estar en sus hogares a partir de las nueve de la noche (eran las 08:45 pm cuando lo decía) bajo peligro de enfrentarse los díscolos con las prerrogativas del estado de sitio y el toque de queda en la República”.  Fue así, de manera categórica y resuelta, como aquel ilustre y benemérito patriota, de corta estatura y aspecto bonachón, abortó el intento desestabilizador de los fieles seguidores del General Gustavo Rojas Pinilla, cuando aquellos bajo el fútil pretexto de que fraudulentamente y con la aquiescencia del Gobierno de turno, en gavilla y con gritos estentóreos y consignas anti-gubernamentales, intentaban tomarse el poder de manera violenta.

Como les decía, sólo faltaban 15 minutos para las 9:00 de la noche;  pero no era eso solamente lo que preocupaba de aquella intervención, pues además de aquella fuerte advertencia, y como para que a nadie le quedaran dudas de lo resuelto y seguro que estaba quien lo decía, entre otras frases, agregó: “…aquí se sostendrá La Constitución y Yo permaneceré en el mando hasta el 7 de agosto.  No saldré antes del Palacio sino muerto, y de esto deben quedar notificados tanto los que quieren promover desordenes, como los que resuelvan acompañarme en la guarda de la paz y de la Constitución Nacional”.

Y allí no terminó la cosa;  pues como si por acaso alguien tuviera algún resquicio de duda o pensara que eran bravuconadas de viejo chocho, el gran hombre agregó: “Desde ahora le notifico a la radio que cualquier estación que intente propagar órdenes de subversión o causar alarma, será clausurada definitivamente, perderá para siempre los canales que tenga adjudicados” (al mejor estilo del vecino peleador callejero).

Para la época de estos hechos, me desempeñaba como Inspector de Policía del Barrio Blas de Lezo de Cartagena.  Como estaba en el centro de la ciudad amurallada, por los alrededores de la Torre del Reloj, vehículos públicos y particulares pasaban raudos y la gente corría a sus hogares ante el temor de la perentoria orden.  Por fortuna, un taxista que iba en la misma dirección de mi barrio me paró y me prestó ayuda con la advertencia de que me embarcara rápido y me agarrara fuerte;  gracias a Dios llegué a tiempo y sano y salvo a mi destino.

Pero, a propósito, ¿que legado dejó aquel gran patriota, “el Gran Presidente” (como lo bautizó El Espectador, entre otros grandes diarios, en un gran editorial luego de que se retirara del mando presidencial), que un nieto suyo pudiera heredar con lujo de detalles  y casi al pie de la letra?  Pues, nada mas y nada menos que haber asumido el mando el 7 de agosto de 1.966, bautizando su gobierno como “de Transformación Nacional” y a fe que lo hizo.

Que tal su obra de gobierno, tarea prolija y difícil de resumir, que en un vano intento podemos mencionar, entre otras: la supresión del mercado libre de divisas, la eliminación de la diversidad de tasas de cambio, la regulación de la inversión extranjera en Colombia y la colombiana en el exterior, el impuesto de la retención en la fuente (por algo era el gran abogado y economista).  Con el se inició la interconexión eléctrica en el país, se efectuó una amplia reforma administrativa, se introdujo la reforma constitucional de 1968, se reformó el área judicial, propuso la creación del Fondo Nacional del Ahorro, se creó el I.C.B.F., el Instituto de Recursos Naturales, PROEXPO, Colciencias, Colcultura, ICCC, ICFES, Coldeportes… Por Dios, este hombre pensaba e hizo todo lo mejor que pudo por el desarrollo del país.

Y que tal su prístina y prolongada carrera de cargos de representación popular y administrativa, entre otros: Secretario de Gobierno de Bogotá, secretario de gobierno de Cundinamarca, Contralor General de la República (qué hubiera sido de los sinvergüenzas del Agro Ingreso Seguro), Senador, representante por Colombia en diversas reuniones internacionales (que digno embajador), profesor universitario, periodista, escritor… y pare de contar.

Faltan tantas obras por referenciar, pero si quieren conocer más del gran abuelo, procuren conseguir archivos del semanario Nueva Frontera, tribuna que siguió utilizando para luchar por la moral pública y administrativa, y criticar situaciones inaceptables.  Por eso, amigos lectores, si el nieto, a quien no he tratado, heredó las pintas, considero que es un deber ético y moral de opinar por el bien de la patria y considerar que ante tantas opciones, MEJOR ES POSIBLE.

Columnista
7 marzo, 2010

“Nieto de tigre, también sale pintao”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Estoy seguro que a mis escasos pero fieles lectores no les ha sido difícil darse cuenta que por todos los medios trato de conservar mi independencia de criterio político, más que todo por ética y disciplina profesional, en virtud de que soy un convencido de que al tomar partido en […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Estoy seguro que a mis escasos pero fieles lectores no les ha sido difícil darse cuenta que por todos los medios trato de conservar mi independencia de criterio político, más que todo por ética y disciplina profesional, en virtud de que soy un convencido de que al tomar partido en cuanto a la contienda parlamentaria, así sea tangencialmente, compromete la independencia conceptual.

Otra cosa es lo referente a la escogencia del sucesor del timonel al mando del barco. En tal sentido sí me considero honestamente obligado a emitir mi modesto concepto; más aun, cuando los vecinos de columna y de patio, algunos de manera vehemente y agresiva, otros en tono moderado (no soy quien para juzgar), cierran filas y lanzan alegorías y diatribas, según el caso, cuando de opinar por lo suyo se trata.

Por eso ahora, cuando faltan exactamente hoy 45 días para que se cumplan 40 años de aquella noche del 21 de abril de 1.970, cuando todos los colombianos teníamos que ponernos alerta y parar orejas ante el rumor creciente como las espumas del desaparecido y querido maestro Villamil, de que por radio y T.V. estaba hablando el presidente de la república. Pero lo alarmante de la tan anunciada alocución, lo era que el primer mandatario de la nación, un hombre de baja estatura, regordete y de aspecto bonachón (Carlos Lleras Restrepo), acababa de decir, con gesto y manifestación de la más absoluta orden, decisión y talante (todo lo que le falta al actual alcalde de Bogotá), palabras más, palabras menos: “…toda la ciudadanía tendrá que estar en sus hogares a partir de las nueve de la noche (eran las 08:45 pm cuando lo decía) bajo peligro de enfrentarse los díscolos con las prerrogativas del estado de sitio y el toque de queda en la República”.  Fue así, de manera categórica y resuelta, como aquel ilustre y benemérito patriota, de corta estatura y aspecto bonachón, abortó el intento desestabilizador de los fieles seguidores del General Gustavo Rojas Pinilla, cuando aquellos bajo el fútil pretexto de que fraudulentamente y con la aquiescencia del Gobierno de turno, en gavilla y con gritos estentóreos y consignas anti-gubernamentales, intentaban tomarse el poder de manera violenta.

Como les decía, sólo faltaban 15 minutos para las 9:00 de la noche;  pero no era eso solamente lo que preocupaba de aquella intervención, pues además de aquella fuerte advertencia, y como para que a nadie le quedaran dudas de lo resuelto y seguro que estaba quien lo decía, entre otras frases, agregó: “…aquí se sostendrá La Constitución y Yo permaneceré en el mando hasta el 7 de agosto.  No saldré antes del Palacio sino muerto, y de esto deben quedar notificados tanto los que quieren promover desordenes, como los que resuelvan acompañarme en la guarda de la paz y de la Constitución Nacional”.

Y allí no terminó la cosa;  pues como si por acaso alguien tuviera algún resquicio de duda o pensara que eran bravuconadas de viejo chocho, el gran hombre agregó: “Desde ahora le notifico a la radio que cualquier estación que intente propagar órdenes de subversión o causar alarma, será clausurada definitivamente, perderá para siempre los canales que tenga adjudicados” (al mejor estilo del vecino peleador callejero).

Para la época de estos hechos, me desempeñaba como Inspector de Policía del Barrio Blas de Lezo de Cartagena.  Como estaba en el centro de la ciudad amurallada, por los alrededores de la Torre del Reloj, vehículos públicos y particulares pasaban raudos y la gente corría a sus hogares ante el temor de la perentoria orden.  Por fortuna, un taxista que iba en la misma dirección de mi barrio me paró y me prestó ayuda con la advertencia de que me embarcara rápido y me agarrara fuerte;  gracias a Dios llegué a tiempo y sano y salvo a mi destino.

Pero, a propósito, ¿que legado dejó aquel gran patriota, “el Gran Presidente” (como lo bautizó El Espectador, entre otros grandes diarios, en un gran editorial luego de que se retirara del mando presidencial), que un nieto suyo pudiera heredar con lujo de detalles  y casi al pie de la letra?  Pues, nada mas y nada menos que haber asumido el mando el 7 de agosto de 1.966, bautizando su gobierno como “de Transformación Nacional” y a fe que lo hizo.

Que tal su obra de gobierno, tarea prolija y difícil de resumir, que en un vano intento podemos mencionar, entre otras: la supresión del mercado libre de divisas, la eliminación de la diversidad de tasas de cambio, la regulación de la inversión extranjera en Colombia y la colombiana en el exterior, el impuesto de la retención en la fuente (por algo era el gran abogado y economista).  Con el se inició la interconexión eléctrica en el país, se efectuó una amplia reforma administrativa, se introdujo la reforma constitucional de 1968, se reformó el área judicial, propuso la creación del Fondo Nacional del Ahorro, se creó el I.C.B.F., el Instituto de Recursos Naturales, PROEXPO, Colciencias, Colcultura, ICCC, ICFES, Coldeportes… Por Dios, este hombre pensaba e hizo todo lo mejor que pudo por el desarrollo del país.

Y que tal su prístina y prolongada carrera de cargos de representación popular y administrativa, entre otros: Secretario de Gobierno de Bogotá, secretario de gobierno de Cundinamarca, Contralor General de la República (qué hubiera sido de los sinvergüenzas del Agro Ingreso Seguro), Senador, representante por Colombia en diversas reuniones internacionales (que digno embajador), profesor universitario, periodista, escritor… y pare de contar.

Faltan tantas obras por referenciar, pero si quieren conocer más del gran abuelo, procuren conseguir archivos del semanario Nueva Frontera, tribuna que siguió utilizando para luchar por la moral pública y administrativa, y criticar situaciones inaceptables.  Por eso, amigos lectores, si el nieto, a quien no he tratado, heredó las pintas, considero que es un deber ético y moral de opinar por el bien de la patria y considerar que ante tantas opciones, MEJOR ES POSIBLE.