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Columnista - 21 marzo, 2010

“¡Merece la muerte!”

PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano. Quizás afirmar tal cosa parezca herético y contrario a las enseñanzas que recibimos en el catecismo parroquial, cuando se nos hablaba de los pasos para una buena confesión, pero es lo que la liturgia de la […]

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PALABRAS DE VIDA ETERNA

Por: Marlon Javier Domínguez

La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano. Quizás afirmar tal cosa parezca herético y contrario a las enseñanzas que recibimos en el catecismo parroquial, cuando se nos hablaba de los pasos para una buena confesión, pero es lo que la liturgia de la palabra nos ha mostrado el domingo anterior y nos vuelve a mostrar hoy.

En la parábola del hijo pródigo, o del Padre misericordioso (como en realidad debería llamarse), encontramos que lo que motivó al joven a volver a casa no fue el dolor por haber ofendido a su padre, ni el arrepentimiento por haber malgastado su herencia y haber usado mal de su libertad, sino la necesidad que pasaba en el momento, necesidad que le llevó a planear minuciosamente el discurso con el que se presentaría a su padre buscando que, por lo menos, lo tratara como a uno de sus siervos. Pero como el perdón de Dios no depende de si nuestro arrepentimiento es perfecto o rectamente motivado, el padre de la parábola acogió y perdonó al hijo miserable que tiempo antes le había abandonado e hizo por él una fiesta. Hoy se nos presenta un caso similar: Una mujer que se encuentra con el perdón gratuito y con la misericordia, aunque no los estuviera buscando.

Una mujer fue sorprendida en flagrante adulterio, la encontraron en el acto, estaba con un hombre que no era el suyo, no había forma de negar su culpa. El castigo merecido por tal falta era la lapidación, así lo había mandado Moisés en la ley… Pero los escribas y fariseos quisieron aprovechar la ocasión para tender otra de sus trampas a Jesús y llevaron a la mujer al sitio donde estaba el maestro… la llevaban a empujones, con los vestidos desgarrados, seguramente proferían contra ella toda clase de insultos, merecía la muerte y la esperaba… ¿quién podría ser ese maestro al cual querían consultar? No sería más que un judío más que, valiéndose de la oscuridad de la noche, la buscaría por placer y, a la mañana siguiente, estaría dispuesto a apedrearla en la plaza del pueblo acusándola de adulterio.

La mujer lloraba. Sin duda lloraba desconsolada por la inminencia de la muerte pero, aunque no lo buscaba, se encontró con el perdón. Aquellas palabras del maestro habían resonado en los oídos de todos y ella esperaba que una lluvia de piedras acabara con su vida: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Pero al levantar sus ojos se encontró sola, todos se habían ido, todos, menos el maestro… ella, delante de Jesús y temblando de miedo, con el alma entre las manos y el pecado también, se sintió morir. La voz de Jesús la alcanzó entonces sus oídos: “mujer, ¿Dónde están los que te condenaban?”… la respuesta sollozante fue: “se han ido, señor”… y entonces se manifiesta el perdón gratuito no pedido y menos merecido: “Tampoco yo te condeno, vete en paz y en adelante no vuelvas a pecar”, dijo Jesús.

Ciertamente, La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano.
cheiruahotmail.com

Columnista
21 marzo, 2010

“¡Merece la muerte!”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano. Quizás afirmar tal cosa parezca herético y contrario a las enseñanzas que recibimos en el catecismo parroquial, cuando se nos hablaba de los pasos para una buena confesión, pero es lo que la liturgia de la […]


PALABRAS DE VIDA ETERNA

Por: Marlon Javier Domínguez

La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano. Quizás afirmar tal cosa parezca herético y contrario a las enseñanzas que recibimos en el catecismo parroquial, cuando se nos hablaba de los pasos para una buena confesión, pero es lo que la liturgia de la palabra nos ha mostrado el domingo anterior y nos vuelve a mostrar hoy.

En la parábola del hijo pródigo, o del Padre misericordioso (como en realidad debería llamarse), encontramos que lo que motivó al joven a volver a casa no fue el dolor por haber ofendido a su padre, ni el arrepentimiento por haber malgastado su herencia y haber usado mal de su libertad, sino la necesidad que pasaba en el momento, necesidad que le llevó a planear minuciosamente el discurso con el que se presentaría a su padre buscando que, por lo menos, lo tratara como a uno de sus siervos. Pero como el perdón de Dios no depende de si nuestro arrepentimiento es perfecto o rectamente motivado, el padre de la parábola acogió y perdonó al hijo miserable que tiempo antes le había abandonado e hizo por él una fiesta. Hoy se nos presenta un caso similar: Una mujer que se encuentra con el perdón gratuito y con la misericordia, aunque no los estuviera buscando.

Una mujer fue sorprendida en flagrante adulterio, la encontraron en el acto, estaba con un hombre que no era el suyo, no había forma de negar su culpa. El castigo merecido por tal falta era la lapidación, así lo había mandado Moisés en la ley… Pero los escribas y fariseos quisieron aprovechar la ocasión para tender otra de sus trampas a Jesús y llevaron a la mujer al sitio donde estaba el maestro… la llevaban a empujones, con los vestidos desgarrados, seguramente proferían contra ella toda clase de insultos, merecía la muerte y la esperaba… ¿quién podría ser ese maestro al cual querían consultar? No sería más que un judío más que, valiéndose de la oscuridad de la noche, la buscaría por placer y, a la mañana siguiente, estaría dispuesto a apedrearla en la plaza del pueblo acusándola de adulterio.

La mujer lloraba. Sin duda lloraba desconsolada por la inminencia de la muerte pero, aunque no lo buscaba, se encontró con el perdón. Aquellas palabras del maestro habían resonado en los oídos de todos y ella esperaba que una lluvia de piedras acabara con su vida: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Pero al levantar sus ojos se encontró sola, todos se habían ido, todos, menos el maestro… ella, delante de Jesús y temblando de miedo, con el alma entre las manos y el pecado también, se sintió morir. La voz de Jesús la alcanzó entonces sus oídos: “mujer, ¿Dónde están los que te condenaban?”… la respuesta sollozante fue: “se han ido, señor”… y entonces se manifiesta el perdón gratuito no pedido y menos merecido: “Tampoco yo te condeno, vete en paz y en adelante no vuelvas a pecar”, dijo Jesús.

Ciertamente, La medida del perdón de Dios no es el arrepentimiento humano.
cheiruahotmail.com