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Columnista - 29 marzo, 2010

¡Dejen quieta la historia!

MISCELÁNEA Por: Luis Augusto González Pimienta Algunas cosas que se proponen para Valledupar atentan contra la poca historia conocida de este núcleo poblacional que padece de una mansedumbre asombrosa, pues  apenas si levanta una tímida voz de protesta contra ellas. Está en su apogeo el debate sobre la restauración de la tarima de la plaza […]

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MISCELÁNEA

Por: Luis Augusto González Pimienta

Algunas cosas que se proponen para Valledupar atentan contra la poca historia conocida de este núcleo poblacional que padece de una mansedumbre asombrosa, pues  apenas si levanta una tímida voz de protesta contra ellas.

Está en su apogeo el debate sobre la restauración de la tarima de la plaza Alfonso López. Como no conozco el contenido completo del fallo de tutela que la ordenó, ni el proyecto de obra, que según el arquitecto Alberto Herazo Palmera permanece inédito en los despachos oficiales que están obligados a divulgarlo, no me voy a referir a cómo debe cumplirse la providencia judicial. Ni más faltaba. Simplemente pretendo hacer algunas consideraciones que atañen a la corta pero hermosa historia de ese escenario.

La tarima actual data del año 1987 cuando la erigió el ingeniero Fausto Cotes Núñez, después de un prolongado debate público en que se oyeron todas las voces del vecindario y de la ciudadanía en general. Fue una especie de consulta popular. Desde esa fecha hasta nuestros días ha acogido a los concursantes del festival vallenato, aunque ahora la final no se celebre allí. Tiene pues, una tradición que debe ser respetada, porque de lo contrario desaparece.

Me llama la atención que la Pirámide de Cristal del Museo del Louvre, sujeta a polémicas, debido al contraste de estilos entre la modernidad del vidrio y el aluminio y el clasicismo del museo, fue inaugurada en 1989, dos años después de nuestra tarima. Esa construcción tampoco tenía nada que ver con el entorno. Veintiún años más tarde se apagaron las críticas y entró a la historia a través del turismo, la literatura y el cine (El Código Da Vinci).

Algo va de restaurar a remodelar. Lo primero preserva, lo segundo reforma. De acuerdo con lo que cuenta Herazo Palmera lo que se viene es una reforma, en cuanto intervienen elementos hoy inexistentes. Si se reforma se cambia, y si se cambia, es otra. Y entonces, adiós a la historia.

A la Plaza Alfonso López las administraciones municipales le caen tanto como a la Calle Murillo en Barranquilla. ¿Por qué será que no la dejan quieta? Para colmo, el amigo Amilkar Ariza, el de la “Pilonera Mayor”, en su afán de ubicar su próxima escultura dedicada a Rafael Escalona, propone que se le cambie el nombre a ese espacio público para ponerle el del Maestro. Perdóneme amigo, pero es un desatino, similar al del escritor Alonso Sánchez cuando propuso lo mismo pero referido al aeropuerto de Valledupar.

No. Sin duda queremos la memoria de Escalona, pero las historias de la plaza y del aeropuerto responden a hechos pasados que no se pueden tirar por la borda, cual desperdicio. La historia hay que defenderla, escribirla si fuere el caso, pero no ignorarla olímpicamente por un interés de satisfacer el ego o por una efervescencia momentánea.

En lugar de estarle cambiando el nombre a los lugares, las calles, los establecimientos, como se ha hecho en el pasado con el Centro de Rehabilitación Infantil o el Estadio Municipal (primero Julio Monsalvo, luego Chemesquemena y por ultimo Armando Maestre Pavajeau), construyamos nuevas instalaciones para ponerles el nombre de nuestras eximias figuras fallecidas. ¿Qué tal un conservatorio de música Rafael Escalona? Sería un nombre afín con la actividad del sitio.

Dios quiera que el día de mañana no propongan trasladar la celebración del Lunes Santo para otro día, o cambiar a nuestro santo patrono, el Ecce Homo, por otro de nuevo cuño. Pero casos se han visto.

Columnista
29 marzo, 2010

¡Dejen quieta la historia!

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

MISCELÁNEA Por: Luis Augusto González Pimienta Algunas cosas que se proponen para Valledupar atentan contra la poca historia conocida de este núcleo poblacional que padece de una mansedumbre asombrosa, pues  apenas si levanta una tímida voz de protesta contra ellas. Está en su apogeo el debate sobre la restauración de la tarima de la plaza […]


MISCELÁNEA

Por: Luis Augusto González Pimienta

Algunas cosas que se proponen para Valledupar atentan contra la poca historia conocida de este núcleo poblacional que padece de una mansedumbre asombrosa, pues  apenas si levanta una tímida voz de protesta contra ellas.

Está en su apogeo el debate sobre la restauración de la tarima de la plaza Alfonso López. Como no conozco el contenido completo del fallo de tutela que la ordenó, ni el proyecto de obra, que según el arquitecto Alberto Herazo Palmera permanece inédito en los despachos oficiales que están obligados a divulgarlo, no me voy a referir a cómo debe cumplirse la providencia judicial. Ni más faltaba. Simplemente pretendo hacer algunas consideraciones que atañen a la corta pero hermosa historia de ese escenario.

La tarima actual data del año 1987 cuando la erigió el ingeniero Fausto Cotes Núñez, después de un prolongado debate público en que se oyeron todas las voces del vecindario y de la ciudadanía en general. Fue una especie de consulta popular. Desde esa fecha hasta nuestros días ha acogido a los concursantes del festival vallenato, aunque ahora la final no se celebre allí. Tiene pues, una tradición que debe ser respetada, porque de lo contrario desaparece.

Me llama la atención que la Pirámide de Cristal del Museo del Louvre, sujeta a polémicas, debido al contraste de estilos entre la modernidad del vidrio y el aluminio y el clasicismo del museo, fue inaugurada en 1989, dos años después de nuestra tarima. Esa construcción tampoco tenía nada que ver con el entorno. Veintiún años más tarde se apagaron las críticas y entró a la historia a través del turismo, la literatura y el cine (El Código Da Vinci).

Algo va de restaurar a remodelar. Lo primero preserva, lo segundo reforma. De acuerdo con lo que cuenta Herazo Palmera lo que se viene es una reforma, en cuanto intervienen elementos hoy inexistentes. Si se reforma se cambia, y si se cambia, es otra. Y entonces, adiós a la historia.

A la Plaza Alfonso López las administraciones municipales le caen tanto como a la Calle Murillo en Barranquilla. ¿Por qué será que no la dejan quieta? Para colmo, el amigo Amilkar Ariza, el de la “Pilonera Mayor”, en su afán de ubicar su próxima escultura dedicada a Rafael Escalona, propone que se le cambie el nombre a ese espacio público para ponerle el del Maestro. Perdóneme amigo, pero es un desatino, similar al del escritor Alonso Sánchez cuando propuso lo mismo pero referido al aeropuerto de Valledupar.

No. Sin duda queremos la memoria de Escalona, pero las historias de la plaza y del aeropuerto responden a hechos pasados que no se pueden tirar por la borda, cual desperdicio. La historia hay que defenderla, escribirla si fuere el caso, pero no ignorarla olímpicamente por un interés de satisfacer el ego o por una efervescencia momentánea.

En lugar de estarle cambiando el nombre a los lugares, las calles, los establecimientos, como se ha hecho en el pasado con el Centro de Rehabilitación Infantil o el Estadio Municipal (primero Julio Monsalvo, luego Chemesquemena y por ultimo Armando Maestre Pavajeau), construyamos nuevas instalaciones para ponerles el nombre de nuestras eximias figuras fallecidas. ¿Qué tal un conservatorio de música Rafael Escalona? Sería un nombre afín con la actividad del sitio.

Dios quiera que el día de mañana no propongan trasladar la celebración del Lunes Santo para otro día, o cambiar a nuestro santo patrono, el Ecce Homo, por otro de nuevo cuño. Pero casos se han visto.