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Columnista - 28 mayo, 2018

Venezuela sola

Volvió a ganar Nicolás Maduro la presidencia de Venezuela. Volvió a hacer que el sistema electoral lo favoreciera. Me pregunto qué puede sentir en el silencio de su habitación, o peor aun de su baño, cuando entra y se ve frente al espejo. Supongo que ni un ápice de responsabilidad que le haga confesarse a […]

Volvió a ganar Nicolás Maduro la presidencia de Venezuela. Volvió a hacer que el sistema electoral lo favoreciera. Me pregunto qué puede sentir en el silencio de su habitación, o peor aun de su baño, cuando entra y se ve frente al espejo. Supongo que ni un ápice de responsabilidad que le haga confesarse a sí mismo el fraude que volvió a cometer. Parece que no se concibe por fuera de los pasillos de Miraflores y está enamorado de su figura andando por ellos sin ver por las ventanas.

Venezuela no tuvo un sueño comunista, no es comparable con Cuba. No se trataba de una nación oprimida por un externo que viera en ella un burdel. Se trataba sí, de una nación con una clase política enquistada y con enormes diferencias sociales. El triunfo de Hugo Chávez ya lo conocemos todos y la manera como lo logró fue por la vía democrática, aunque luego la destruyera y dejara ese legado para Nicolás Maduro, que se ha puesto por encima del pueblo, incluso de quienes lo apoyan, considerándolos apenas tarima para su permanencia en el poder. No creo que signifiquen nada más, porque ellos también tienen hambre y no tienen medicinas, a menos que haya una puerta secreta en Miraflores para despachar comida, medicamentos y educación al cuerpo civil de la llamada “Revolución Bolivariana”.

Estas elecciones parecieron dormidas hasta para la región, o no sabemos ya cómo responder a la lucha de los venezolanos, que por mucho que han gritado en las calles recibiendo tiros de la guardia, siguen sin conseguir nada, ningún cambio. La gran paradoja de estos líderes revolucionarios es que han terminado traicionando la revolución, porque se erigieron mesiánicos frente al pueblo que los encumbró y al que abandonaron cuando la realidad los ha superado, luego de las primeras de cambio. A Maduro le ha quedado grande Venezuela, le ha quedado grande hacer valer la dignidad del pueblo venezolano y lo ha vuelto mendigo.

Solo nueve países lo felicitaron por su triunfo y reconocieron como legítima esta reelección que lo mantendrá en el poder hasta el 2025. El FMI habla de una caída del PIB en 15% y una hiperinflación en 13.800% para este año. La producción de petróleo cayó al peor nivel en 30 años, mientras que el presidente sigue dando discursos de balcón culpando al imperio yanqui del desastre. Seguirá la comunidad internacional ejerciendo todas las presiones sobre el régimen, con el riesgo de que las presiones lleguen a un bloqueo y se quede Venezuela sola, olvidada, sin ninguna admiración por una revolución que nada le ha dado a su pueblo. Ni eco romántico, ni utopía.

Escribo esta columna en Valledupar. En el primer semáforo de venida del aeropuerto a mi casa, un muchacho lleno de sudor nos ofrece unos aguacates. Mi hermana baja la ventanilla y le compra uno de inmediato. Él no tiene cambio. Entonces ella le pregunta “¿eres venezolano?” y él le responde con su acento inconfundible “soy venezolano”. “Ah bueno, entonces quédate con los vueltos”. Se le ilumina la cara a ese muchacho, que lo obligaron a cambiar el petróleo por aguacates.

Columnista
28 mayo, 2018

Venezuela sola

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

Volvió a ganar Nicolás Maduro la presidencia de Venezuela. Volvió a hacer que el sistema electoral lo favoreciera. Me pregunto qué puede sentir en el silencio de su habitación, o peor aun de su baño, cuando entra y se ve frente al espejo. Supongo que ni un ápice de responsabilidad que le haga confesarse a […]


Volvió a ganar Nicolás Maduro la presidencia de Venezuela. Volvió a hacer que el sistema electoral lo favoreciera. Me pregunto qué puede sentir en el silencio de su habitación, o peor aun de su baño, cuando entra y se ve frente al espejo. Supongo que ni un ápice de responsabilidad que le haga confesarse a sí mismo el fraude que volvió a cometer. Parece que no se concibe por fuera de los pasillos de Miraflores y está enamorado de su figura andando por ellos sin ver por las ventanas.

Venezuela no tuvo un sueño comunista, no es comparable con Cuba. No se trataba de una nación oprimida por un externo que viera en ella un burdel. Se trataba sí, de una nación con una clase política enquistada y con enormes diferencias sociales. El triunfo de Hugo Chávez ya lo conocemos todos y la manera como lo logró fue por la vía democrática, aunque luego la destruyera y dejara ese legado para Nicolás Maduro, que se ha puesto por encima del pueblo, incluso de quienes lo apoyan, considerándolos apenas tarima para su permanencia en el poder. No creo que signifiquen nada más, porque ellos también tienen hambre y no tienen medicinas, a menos que haya una puerta secreta en Miraflores para despachar comida, medicamentos y educación al cuerpo civil de la llamada “Revolución Bolivariana”.

Estas elecciones parecieron dormidas hasta para la región, o no sabemos ya cómo responder a la lucha de los venezolanos, que por mucho que han gritado en las calles recibiendo tiros de la guardia, siguen sin conseguir nada, ningún cambio. La gran paradoja de estos líderes revolucionarios es que han terminado traicionando la revolución, porque se erigieron mesiánicos frente al pueblo que los encumbró y al que abandonaron cuando la realidad los ha superado, luego de las primeras de cambio. A Maduro le ha quedado grande Venezuela, le ha quedado grande hacer valer la dignidad del pueblo venezolano y lo ha vuelto mendigo.

Solo nueve países lo felicitaron por su triunfo y reconocieron como legítima esta reelección que lo mantendrá en el poder hasta el 2025. El FMI habla de una caída del PIB en 15% y una hiperinflación en 13.800% para este año. La producción de petróleo cayó al peor nivel en 30 años, mientras que el presidente sigue dando discursos de balcón culpando al imperio yanqui del desastre. Seguirá la comunidad internacional ejerciendo todas las presiones sobre el régimen, con el riesgo de que las presiones lleguen a un bloqueo y se quede Venezuela sola, olvidada, sin ninguna admiración por una revolución que nada le ha dado a su pueblo. Ni eco romántico, ni utopía.

Escribo esta columna en Valledupar. En el primer semáforo de venida del aeropuerto a mi casa, un muchacho lleno de sudor nos ofrece unos aguacates. Mi hermana baja la ventanilla y le compra uno de inmediato. Él no tiene cambio. Entonces ella le pregunta “¿eres venezolano?” y él le responde con su acento inconfundible “soy venezolano”. “Ah bueno, entonces quédate con los vueltos”. Se le ilumina la cara a ese muchacho, que lo obligaron a cambiar el petróleo por aguacates.