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Columnista - 5 diciembre, 2016

El vallenato se acabó

Ha pasado un año desde que la Unesco declaró al vallenato Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad y es muy poco lo que se ha hecho para enfrentar la advertencia sobre este folclor en peligro. El título para algunos será lapidario y apocalíptico, pero es la dolorosa realidad. Al vallenato le está pasando lo mismo […]

Ha pasado un año desde que la Unesco declaró al vallenato Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad y es muy poco lo que se ha hecho para enfrentar la advertencia sobre este folclor en peligro. El título para algunos será lapidario y apocalíptico, pero es la dolorosa realidad. Al vallenato le está pasando lo mismo que a la salsa, el merengue y la ranchera, artistas que marcaron una época no fueron remplazados con talento y los géneros fueron violentados por las fusiones y, hoy, solo queda el recuerdo.

Algunos, para justificar el desastre, dicen que el entorno cambió; pero es indiscutible que cantarle a la naturaleza, a la mujer o recrear una vivencia con versos, nunca cambiará y menos la poesía, tan característica de un folclor que solo alcanzó a sobrepasar 100 años y quedó en manos de una generación que, literalmente, le puso punto final a lo que aquellos juglares instituyeron y, sin pretensiones, engrandecieron a una región.

El vallenato se ha convertido en una música sin ritmo, mezclada con champeta y reguetón, que no respeta los aires tradicionales, disminuida por la escasez de talento de la nueva ola, surgida a comienzos del 2000 y a quienes considero los sepultureros del folclor.

Todavía quedan algunos vestigios, por ahí viene Jorge Oñate con un gran trabajo, lo mismo hizo Silvio Brito con una canción del Chuto Díaz y ni hablar de lo que presentaron Iván Villazón y Wilber Mendoza, prueban una vez más que para hacer vallenato hay que tener sentimiento, buen oído y algo de amor al folclor ¿Si pueden ellos por qué no los jóvenes? Porque hay una rosca de compositores prefabricados que se creen la última agua panela de Maicao, pasamos de Leandro Díaz y Rafael Escalona a Tico Mercado y Diego Daza, de Rafael Orozco al ‘Mono’ Zabaleta que cambia de acordeonero como cambiar de calzoncillo, así es muy difícil. La payola es un mal grave que ha perjudicado y descalabrado al folclor, aunque Celso Guerra y Álvaro Álvarez digan que no.

Lo peor es que los sepultureros no entienden, ni van a entender como se hace un trabajo serio, porque como llenan escenarios y pegan las canciones en la radio, con plata, se creen exitosos ¿Se llamará éxito forrarse de dinero a costa de acabar un patrimonio? El vallenato comenzó a degenerarse con Luifer Cuello y el tal ‘Pin pon pan’, luego vinieron ‘La coca cola’, ‘El fajón’, ‘La leona’ y va montado en un ‘Carrito loco’, reducido a ‘La chacha’, ‘La borracha’, ‘La borrachera’ y no sé cuántas cosas más que se inventan. La situación es tan complicada que Peter y Jorgito se pelean por grabar Goza, goza, un disco malo y pega, pero ya sabemos cómo; a Kvrass, le dije la verdad en una columna anterior y se me vinieron en gavilla, menos mal Iván Ovalle salió al rescate del vallenato tradicional.

Lo de Silvestre lo anuncié hace cuatro años cuando publiqué la columna ‘Piso 13 de Brickell’, pienso que fue honesto; en mi opinión, es el único artista que podía dar ese paso, me gustó lo que hizo, a pesar de que no es vallenato. Con calidad interpretativa veo a Martín Elías, sin embargo sigue cometiendo el mismo error, dejar que Rolando Ochoa, a quien han encumbrado como “gran productor”, le maneje el disco. Preservar el vallenato no es regrabar viejos éxitos, es continuar con lo que los consagrados hicieron grabando canciones inéditas con temáticas vallenatas y grabarle a compositores con oficio.

Por fortuna quedan las parrandas, el Festival Vallenato y mucha música clásica que escuchar, porque el vallenato en grabación, emisoras y grandes escenarios se acabó.

Columnista
5 diciembre, 2016

El vallenato se acabó

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jacobo Solano Cerchiaro

Ha pasado un año desde que la Unesco declaró al vallenato Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad y es muy poco lo que se ha hecho para enfrentar la advertencia sobre este folclor en peligro. El título para algunos será lapidario y apocalíptico, pero es la dolorosa realidad. Al vallenato le está pasando lo mismo […]


Ha pasado un año desde que la Unesco declaró al vallenato Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad y es muy poco lo que se ha hecho para enfrentar la advertencia sobre este folclor en peligro. El título para algunos será lapidario y apocalíptico, pero es la dolorosa realidad. Al vallenato le está pasando lo mismo que a la salsa, el merengue y la ranchera, artistas que marcaron una época no fueron remplazados con talento y los géneros fueron violentados por las fusiones y, hoy, solo queda el recuerdo.

Algunos, para justificar el desastre, dicen que el entorno cambió; pero es indiscutible que cantarle a la naturaleza, a la mujer o recrear una vivencia con versos, nunca cambiará y menos la poesía, tan característica de un folclor que solo alcanzó a sobrepasar 100 años y quedó en manos de una generación que, literalmente, le puso punto final a lo que aquellos juglares instituyeron y, sin pretensiones, engrandecieron a una región.

El vallenato se ha convertido en una música sin ritmo, mezclada con champeta y reguetón, que no respeta los aires tradicionales, disminuida por la escasez de talento de la nueva ola, surgida a comienzos del 2000 y a quienes considero los sepultureros del folclor.

Todavía quedan algunos vestigios, por ahí viene Jorge Oñate con un gran trabajo, lo mismo hizo Silvio Brito con una canción del Chuto Díaz y ni hablar de lo que presentaron Iván Villazón y Wilber Mendoza, prueban una vez más que para hacer vallenato hay que tener sentimiento, buen oído y algo de amor al folclor ¿Si pueden ellos por qué no los jóvenes? Porque hay una rosca de compositores prefabricados que se creen la última agua panela de Maicao, pasamos de Leandro Díaz y Rafael Escalona a Tico Mercado y Diego Daza, de Rafael Orozco al ‘Mono’ Zabaleta que cambia de acordeonero como cambiar de calzoncillo, así es muy difícil. La payola es un mal grave que ha perjudicado y descalabrado al folclor, aunque Celso Guerra y Álvaro Álvarez digan que no.

Lo peor es que los sepultureros no entienden, ni van a entender como se hace un trabajo serio, porque como llenan escenarios y pegan las canciones en la radio, con plata, se creen exitosos ¿Se llamará éxito forrarse de dinero a costa de acabar un patrimonio? El vallenato comenzó a degenerarse con Luifer Cuello y el tal ‘Pin pon pan’, luego vinieron ‘La coca cola’, ‘El fajón’, ‘La leona’ y va montado en un ‘Carrito loco’, reducido a ‘La chacha’, ‘La borracha’, ‘La borrachera’ y no sé cuántas cosas más que se inventan. La situación es tan complicada que Peter y Jorgito se pelean por grabar Goza, goza, un disco malo y pega, pero ya sabemos cómo; a Kvrass, le dije la verdad en una columna anterior y se me vinieron en gavilla, menos mal Iván Ovalle salió al rescate del vallenato tradicional.

Lo de Silvestre lo anuncié hace cuatro años cuando publiqué la columna ‘Piso 13 de Brickell’, pienso que fue honesto; en mi opinión, es el único artista que podía dar ese paso, me gustó lo que hizo, a pesar de que no es vallenato. Con calidad interpretativa veo a Martín Elías, sin embargo sigue cometiendo el mismo error, dejar que Rolando Ochoa, a quien han encumbrado como “gran productor”, le maneje el disco. Preservar el vallenato no es regrabar viejos éxitos, es continuar con lo que los consagrados hicieron grabando canciones inéditas con temáticas vallenatas y grabarle a compositores con oficio.

Por fortuna quedan las parrandas, el Festival Vallenato y mucha música clásica que escuchar, porque el vallenato en grabación, emisoras y grandes escenarios se acabó.