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Columnista - 20 agosto, 2018

Una iglesia pederasta

Escribo esto luego de un par de horas de aterrizar en Valledupar, quizá el único lugar donde las iglesias, en especial la de Rosario, tienen significado para mí en un sentido espiritual, es decir que cuando entro en ellas hay cierto poder que armoniza mi interior. Mientras pasaba todo el tema de aeropuerto y el […]

Escribo esto luego de un par de horas de aterrizar en Valledupar, quizá el único lugar donde las iglesias, en especial la de Rosario, tienen significado para mí en un sentido espiritual, es decir que cuando entro en ellas hay cierto poder que armoniza mi interior. Mientras pasaba todo el tema de aeropuerto y el vuelo retomé una lectura dejada un mes atrás: No ser Dios, la autobiografía de Gianni Vattimo escrita a cuatro manos con Piergiorgio Paterlini. En ella, Vattimo habla con gran entusiasmo de su mentor inicial, monseñor Pietro Caramello, a quien define como tomista, filósofo, director espiritual y amigo. Dice el italiano “Quizás la persona que más me ha hecho crecer, que me ha querido inmensamente y a la que he querido, asimismo, inmensamente”

Pues bien, ojalá para muchos niños en el mundo un hombre de la iglesia pudiera representar lo que Caramello fue para Vattimo y ojalá la iglesia pudiera seguir representando para muchos, como para mí, un reconocimiento al desarrollo espiritual. Mucho me temo que no, que los hechos, cada año uno más escandaloso que el anterior, no dejarán que la iglesia siga detentando su misión de evangelizadora y lugar de la fe, para decirlo en palabras simples.

Supongo que de la misma manera que no crecen peras en un olmo, no hay posibilidad de que crezcan santos castos frente a una cruz. La pulsión de la vida está determinada por la pulsión sexual, es quizá el primer poder que tienen los seres humanos, el de la sexualidad, por eso es que frente a ella la represión solo creará los peores monstruos. Y ahí están todos ellos, sacerdotes, obispos, cardenales, y no sé qué más títulos, convertidos en monstruos por una equivocada lectura de lo que implica la castidad para la elevación del espíritu. Siempre me ha llamado la atención que la iglesia entienda la meditación de Jesucristo en el Monte de los Olivos como reflexión, es decir como pensamiento. He tenido esta discusión muchas veces con católicos dogmáticos que le imputan a la meditación oriental una especie de mediación casi diabólica. A la castidad se llega por libertad interior y desapego del mundo exterior, a lo cual contribuye la práctica de la meditación con todo y lo compleja o simple que pueda ser. Jesús meditaba. Nunca lo han entendido y grande siempre le quedó a la iglesia entender este sentido de la santidad. Para remediarlo impuso la castidad a sus evangelizadores, que no son Jesús y no producen ninguna conexión espiritual extraordinaria. A una castidad impuesta, solo puede seguirle la pederastia que siempre ha sido sello de la iglesia, aunque solo hasta ahora nos escandalice como sociedad.

No hay defensa posible para la Iglesia, ni en el plano social ni en el espiritual, que desde siempre ha tenido perdido y es mejor que dejen a sus hombres ser lo que son para que no sigan siendo depredadores de niños.

María Angélica Pumarejo

Columnista
20 agosto, 2018

Una iglesia pederasta

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

Escribo esto luego de un par de horas de aterrizar en Valledupar, quizá el único lugar donde las iglesias, en especial la de Rosario, tienen significado para mí en un sentido espiritual, es decir que cuando entro en ellas hay cierto poder que armoniza mi interior. Mientras pasaba todo el tema de aeropuerto y el […]


Escribo esto luego de un par de horas de aterrizar en Valledupar, quizá el único lugar donde las iglesias, en especial la de Rosario, tienen significado para mí en un sentido espiritual, es decir que cuando entro en ellas hay cierto poder que armoniza mi interior. Mientras pasaba todo el tema de aeropuerto y el vuelo retomé una lectura dejada un mes atrás: No ser Dios, la autobiografía de Gianni Vattimo escrita a cuatro manos con Piergiorgio Paterlini. En ella, Vattimo habla con gran entusiasmo de su mentor inicial, monseñor Pietro Caramello, a quien define como tomista, filósofo, director espiritual y amigo. Dice el italiano “Quizás la persona que más me ha hecho crecer, que me ha querido inmensamente y a la que he querido, asimismo, inmensamente”

Pues bien, ojalá para muchos niños en el mundo un hombre de la iglesia pudiera representar lo que Caramello fue para Vattimo y ojalá la iglesia pudiera seguir representando para muchos, como para mí, un reconocimiento al desarrollo espiritual. Mucho me temo que no, que los hechos, cada año uno más escandaloso que el anterior, no dejarán que la iglesia siga detentando su misión de evangelizadora y lugar de la fe, para decirlo en palabras simples.

Supongo que de la misma manera que no crecen peras en un olmo, no hay posibilidad de que crezcan santos castos frente a una cruz. La pulsión de la vida está determinada por la pulsión sexual, es quizá el primer poder que tienen los seres humanos, el de la sexualidad, por eso es que frente a ella la represión solo creará los peores monstruos. Y ahí están todos ellos, sacerdotes, obispos, cardenales, y no sé qué más títulos, convertidos en monstruos por una equivocada lectura de lo que implica la castidad para la elevación del espíritu. Siempre me ha llamado la atención que la iglesia entienda la meditación de Jesucristo en el Monte de los Olivos como reflexión, es decir como pensamiento. He tenido esta discusión muchas veces con católicos dogmáticos que le imputan a la meditación oriental una especie de mediación casi diabólica. A la castidad se llega por libertad interior y desapego del mundo exterior, a lo cual contribuye la práctica de la meditación con todo y lo compleja o simple que pueda ser. Jesús meditaba. Nunca lo han entendido y grande siempre le quedó a la iglesia entender este sentido de la santidad. Para remediarlo impuso la castidad a sus evangelizadores, que no son Jesús y no producen ninguna conexión espiritual extraordinaria. A una castidad impuesta, solo puede seguirle la pederastia que siempre ha sido sello de la iglesia, aunque solo hasta ahora nos escandalice como sociedad.

No hay defensa posible para la Iglesia, ni en el plano social ni en el espiritual, que desde siempre ha tenido perdido y es mejor que dejen a sus hombres ser lo que son para que no sigan siendo depredadores de niños.

María Angélica Pumarejo