Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 3 noviembre, 2016

Un problema de todos

Las sociedades modernas son el resultado de una conjunción de esfuerzos y aportaciones de las ciencias para el progreso y el desarrollo del ser humano. El bienestar social del que gozamos actualmente proviene de una serie de avances en materia de tecnología, que facilitan la realización de las actividades cotidianas; así mismo, los logros científicos […]

Las sociedades modernas son el resultado de una conjunción de esfuerzos y aportaciones de las ciencias para el progreso y el desarrollo del ser humano.

El bienestar social del que gozamos actualmente proviene de una serie de avances en materia de tecnología, que facilitan la realización de las actividades cotidianas; así mismo, los logros científicos han permitido mejorar consideradamente la salud y las esperanzas de vida, y han proporcionado alivio frente a muchas de las enfermedades que surgen día a día. También la ciencia ha permitido que el ser humano logre obtener los mayores beneficios de la naturaleza; sin embrago es solo hasta hace muy pocas décadas que el hombre se ha empezado a preguntar hasta dónde se puede “crecer”, sin perjudicar a la naturaleza de tal manera que no ponga en riesgo su bienestar, su salud e incluso su permanencia como especie.

Es así como a mediados del siglo pasado surgieron los primeros interrogantes. ¿Cuánto se puede o se debe crecer? El crecimiento se mide en términos del Producto Interno Bruto (PIB) que genera una sociedad determinada, y que mide todas las actividades productivas en una economía.

¿Por qué es importante le crecimiento? Además de que mide la riqueza y la estabilidad de una nación, también proporciona bienestar y progreso social a sus habitantes. Cuando se publica por primea vez el informe ‘Los límites del crecimiento’ (el primer informe de trabajo del Club de Roma fue presentado por Dennis Meadows y Jorgen Randers, fue editado en el año 1972), este cuestiona precisamente esta capacidad de las sociedades para crecer, no por limites o decisiones impuestas por el propio ser humano, sino por la naturaleza, se generó un gran debate. Un debate que hasta la fecha se mantiene vigente.

Ya desde principios del siglo XIX, el economista David Ricardo se manifestó sobre los rendimientos decrecientes en la agricultura, atribuibles a la agregación de una cantidad, cada vez mayor, de los factores capital y trabajo (población) a la misma cantidad de tierra, evidenciando límites a la producción de alimentos; de la misma manera lo manifestó Thomas Malthus, en sus planteamientos sobre la imposibilidad de lograr el equilibrio entre la producción de alimentos y los incrementos de la población, que señaló como muchos mayores.

Estas tesis, aunque diferentes en los llamados que su autores realizan a la sociedad, por un lado, de control y mejoras en la productividad de la tierra y por el otro, de controles al crecimiento del factor trabajo, son los primeros antecedentes sobre la presencia de restricciones. Sin embargo, es cuando aparece la publicación de ‘Los límites del crecimiento’ que anuncia lo que los autores consideran una verdadera catástrofe demográfica a mediados del siglo XXI o antes, ocasionado por la combinación de una escasez de alimentos y el aumento de la contaminación; la propuesta para detener este proceso fue el de un estado estacionario, al estilo de Stuart Mill, en la cual se detiene el crecimiento económico, aunque no como una consecuencia catastrófica, sino redistributiva y menos materialista, en la evolución de una sociedad.

Definitivamente la publicación de ‘Los límites del crecimiento’ causó una gran conmoción internacional y su distribución alcanzó los millones de ejemplares; el modelo de los investigadores norteamericanos se basaba en tres variables, la población, los recursos no renovables y la contaminación global y advertía que una extralimitación en le uso de los recursos naturales llevaría a su progresivo agotamiento y, por tanto, a un colapso en la producción agrícola e industrial.

Columnista
3 noviembre, 2016

Un problema de todos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

Las sociedades modernas son el resultado de una conjunción de esfuerzos y aportaciones de las ciencias para el progreso y el desarrollo del ser humano. El bienestar social del que gozamos actualmente proviene de una serie de avances en materia de tecnología, que facilitan la realización de las actividades cotidianas; así mismo, los logros científicos […]


Las sociedades modernas son el resultado de una conjunción de esfuerzos y aportaciones de las ciencias para el progreso y el desarrollo del ser humano.

El bienestar social del que gozamos actualmente proviene de una serie de avances en materia de tecnología, que facilitan la realización de las actividades cotidianas; así mismo, los logros científicos han permitido mejorar consideradamente la salud y las esperanzas de vida, y han proporcionado alivio frente a muchas de las enfermedades que surgen día a día. También la ciencia ha permitido que el ser humano logre obtener los mayores beneficios de la naturaleza; sin embrago es solo hasta hace muy pocas décadas que el hombre se ha empezado a preguntar hasta dónde se puede “crecer”, sin perjudicar a la naturaleza de tal manera que no ponga en riesgo su bienestar, su salud e incluso su permanencia como especie.

Es así como a mediados del siglo pasado surgieron los primeros interrogantes. ¿Cuánto se puede o se debe crecer? El crecimiento se mide en términos del Producto Interno Bruto (PIB) que genera una sociedad determinada, y que mide todas las actividades productivas en una economía.

¿Por qué es importante le crecimiento? Además de que mide la riqueza y la estabilidad de una nación, también proporciona bienestar y progreso social a sus habitantes. Cuando se publica por primea vez el informe ‘Los límites del crecimiento’ (el primer informe de trabajo del Club de Roma fue presentado por Dennis Meadows y Jorgen Randers, fue editado en el año 1972), este cuestiona precisamente esta capacidad de las sociedades para crecer, no por limites o decisiones impuestas por el propio ser humano, sino por la naturaleza, se generó un gran debate. Un debate que hasta la fecha se mantiene vigente.

Ya desde principios del siglo XIX, el economista David Ricardo se manifestó sobre los rendimientos decrecientes en la agricultura, atribuibles a la agregación de una cantidad, cada vez mayor, de los factores capital y trabajo (población) a la misma cantidad de tierra, evidenciando límites a la producción de alimentos; de la misma manera lo manifestó Thomas Malthus, en sus planteamientos sobre la imposibilidad de lograr el equilibrio entre la producción de alimentos y los incrementos de la población, que señaló como muchos mayores.

Estas tesis, aunque diferentes en los llamados que su autores realizan a la sociedad, por un lado, de control y mejoras en la productividad de la tierra y por el otro, de controles al crecimiento del factor trabajo, son los primeros antecedentes sobre la presencia de restricciones. Sin embargo, es cuando aparece la publicación de ‘Los límites del crecimiento’ que anuncia lo que los autores consideran una verdadera catástrofe demográfica a mediados del siglo XXI o antes, ocasionado por la combinación de una escasez de alimentos y el aumento de la contaminación; la propuesta para detener este proceso fue el de un estado estacionario, al estilo de Stuart Mill, en la cual se detiene el crecimiento económico, aunque no como una consecuencia catastrófica, sino redistributiva y menos materialista, en la evolución de una sociedad.

Definitivamente la publicación de ‘Los límites del crecimiento’ causó una gran conmoción internacional y su distribución alcanzó los millones de ejemplares; el modelo de los investigadores norteamericanos se basaba en tres variables, la población, los recursos no renovables y la contaminación global y advertía que una extralimitación en le uso de los recursos naturales llevaría a su progresivo agotamiento y, por tanto, a un colapso en la producción agrícola e industrial.