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Columnista - 5 agosto, 2017

Treinta y cinco años después

“Dulce sentimiento, ansiada libertad, rodéame de encuentros, que quiero disfrutar de aquellos que un buen día me dieron su amistad. Volver en el camino presente a recordar aquellas sensaciones que fueron realidad, sentir que el tiempo pasa pero se puede frenar, llenándolo de amigos que fueron y serán”. Treinta y cinco años es mucho tiempo, […]

“Dulce sentimiento, ansiada libertad, rodéame de encuentros, que quiero disfrutar de aquellos que un buen día me dieron su amistad.

Volver en el camino presente a recordar aquellas sensaciones que fueron realidad, sentir que el tiempo pasa pero se puede frenar, llenándolo de amigos que fueron y serán”.

Treinta y cinco años es mucho tiempo, todo ese tiempo tuvimos que esperar para reencontrarnos; fundirnos en un fraternal abrazo, estrechar la mano de aquel amigo al que hacía tiempo no veíamos. Queríamos sentir que todo ese tiempo, no logró eclipsar la alegría que experimentamos al volver. Un reencuentro esperado.

Es cierto, el tiempo se mostró implacable, decidió pasar, no se detuvo, la figura de cada uno así lo evidenció. Pelo blanco en la mayoría, en algunos nada de pelo, barrigas a la vista, lentes que ayudan a ver mejor; caminar pausado, incluso al hablar también nos mostramos lentos.  Menos Toño Pinto, “habló más que perdío cuando aparece”.

El año 1982, en los albores de un diciembre, cerraba seis años de estudios en donde vivimos una grata experiencia. El Instituto Técnico Industrial ‘Pedro Castro Monsalvo’ –Instpecam- cerraba un nuevo ciclo, éramos un grupo de estudiantes con promedio de edad entre los 17 y 19 años, con sueños que con el tiempo se cumplieron; unos a medias, otros más de lo que se visionaron. Allí estábamos, dándonos el abrazo de bienvenida, encuentro que la noche anterior había soñado Leonel Mora, como una premonición; respondimos a la invitación que nos hiciera Beto Guerra, justo cuando Jairo Berdugo volvía, después de vivir por tantos años en Estados Unidos. Nos sentimos con la necesidad de estar, de buscar teléfonos de contacto y llamarnos. Al encuentro llegamos: la negra Nelcy Rincones y Wilfrido su hermano. También llegó Yolima, Carlos Brochero, Candelario, Edgardo Peralta; poco a poco se fue consolidando el grupo. Los Añez: el negro y el  blanco, Toño muy puntual. Óscar y Mayo Lúquez; Óscar Muñoz, futuro alcalde de Bosconia, Edward Alvear, el magistrado; Andrés Movilla y yo; “sancocho e rabo” del Ñeco Montenegro, compadre Movilla. Un poco tímido llegó Montesino, al que nadie reconocía de una; Benito Herrera con su pasividad de siempre; Armando Sánchez, Jorge Mendoza se lamentaba, pues estaba operado de la vista y no podía tomarse un trago, el negro Andrés Rojas, Hernán Gómez, el hombre socio de Guille. Faltaron algunos que ya nunca van a estar, y otros a los que vamos a esperar. Seguiremos a partir de ahora, buscando la manera de fortalecer nuestros encuentros, igual que los sueños para trabajar por el colegio que tanto armamos. El Instpecam de nuestro corazón. Lo que si juramos todos fue no dejar pasar otros treinta y cinco años para reunirnos; seguramente el alzhéimer y otros detalles de edad avanzada no lo permita. Dios nos vea con buenos ojos amigos del alma. Mientras tanto, que la alegría del reencuentro sea más habitual y que Jairo Berdugo vuelva a su tierra con más frecuencia. Sólo Eso.

Por Eduardo santos Ortega Vergara

 

 

Columnista
5 agosto, 2017

Treinta y cinco años después

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo S. Ortega Vergara

“Dulce sentimiento, ansiada libertad, rodéame de encuentros, que quiero disfrutar de aquellos que un buen día me dieron su amistad. Volver en el camino presente a recordar aquellas sensaciones que fueron realidad, sentir que el tiempo pasa pero se puede frenar, llenándolo de amigos que fueron y serán”. Treinta y cinco años es mucho tiempo, […]


“Dulce sentimiento, ansiada libertad, rodéame de encuentros, que quiero disfrutar de aquellos que un buen día me dieron su amistad.

Volver en el camino presente a recordar aquellas sensaciones que fueron realidad, sentir que el tiempo pasa pero se puede frenar, llenándolo de amigos que fueron y serán”.

Treinta y cinco años es mucho tiempo, todo ese tiempo tuvimos que esperar para reencontrarnos; fundirnos en un fraternal abrazo, estrechar la mano de aquel amigo al que hacía tiempo no veíamos. Queríamos sentir que todo ese tiempo, no logró eclipsar la alegría que experimentamos al volver. Un reencuentro esperado.

Es cierto, el tiempo se mostró implacable, decidió pasar, no se detuvo, la figura de cada uno así lo evidenció. Pelo blanco en la mayoría, en algunos nada de pelo, barrigas a la vista, lentes que ayudan a ver mejor; caminar pausado, incluso al hablar también nos mostramos lentos.  Menos Toño Pinto, “habló más que perdío cuando aparece”.

El año 1982, en los albores de un diciembre, cerraba seis años de estudios en donde vivimos una grata experiencia. El Instituto Técnico Industrial ‘Pedro Castro Monsalvo’ –Instpecam- cerraba un nuevo ciclo, éramos un grupo de estudiantes con promedio de edad entre los 17 y 19 años, con sueños que con el tiempo se cumplieron; unos a medias, otros más de lo que se visionaron. Allí estábamos, dándonos el abrazo de bienvenida, encuentro que la noche anterior había soñado Leonel Mora, como una premonición; respondimos a la invitación que nos hiciera Beto Guerra, justo cuando Jairo Berdugo volvía, después de vivir por tantos años en Estados Unidos. Nos sentimos con la necesidad de estar, de buscar teléfonos de contacto y llamarnos. Al encuentro llegamos: la negra Nelcy Rincones y Wilfrido su hermano. También llegó Yolima, Carlos Brochero, Candelario, Edgardo Peralta; poco a poco se fue consolidando el grupo. Los Añez: el negro y el  blanco, Toño muy puntual. Óscar y Mayo Lúquez; Óscar Muñoz, futuro alcalde de Bosconia, Edward Alvear, el magistrado; Andrés Movilla y yo; “sancocho e rabo” del Ñeco Montenegro, compadre Movilla. Un poco tímido llegó Montesino, al que nadie reconocía de una; Benito Herrera con su pasividad de siempre; Armando Sánchez, Jorge Mendoza se lamentaba, pues estaba operado de la vista y no podía tomarse un trago, el negro Andrés Rojas, Hernán Gómez, el hombre socio de Guille. Faltaron algunos que ya nunca van a estar, y otros a los que vamos a esperar. Seguiremos a partir de ahora, buscando la manera de fortalecer nuestros encuentros, igual que los sueños para trabajar por el colegio que tanto armamos. El Instpecam de nuestro corazón. Lo que si juramos todos fue no dejar pasar otros treinta y cinco años para reunirnos; seguramente el alzhéimer y otros detalles de edad avanzada no lo permita. Dios nos vea con buenos ojos amigos del alma. Mientras tanto, que la alegría del reencuentro sea más habitual y que Jairo Berdugo vuelva a su tierra con más frecuencia. Sólo Eso.

Por Eduardo santos Ortega Vergara