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Columnista - 2 noviembre, 2016

No podemos desterrar a los venezolanos

La lucha por el poder político, en cualquier escenario posible, trae consecuencias que difícilmente podrán cuantificarse en cuanto al deterioro e inestabilidad que se les causa a quienes están en medio de esa confrontación, es decir, a las clases sociales que son las que al final sufren de todos los rigores de sus gobernantes. En […]

La lucha por el poder político, en cualquier escenario posible, trae consecuencias que difícilmente podrán cuantificarse en cuanto al deterioro e inestabilidad que se les causa a quienes están en medio de esa confrontación, es decir, a las clases sociales que son las que al final sufren de todos los rigores de sus gobernantes.

En América Latina se padeció la persecución implacable de un Pinochet (1973 y 1990) solapado, que procuró las muertes, desapariciones y torturas infames de miles de chilenos.

También en Nicaragua, El Salvador y Guatemala se han vivido momentos aciagos en sus sistemas de gobierno; Bolivia aguantó su propia ‘guerra fría’ y se consumó la guerra peruano-ecuatoriana, conocida también como la guerra del 41; en fin, en Latinoamérica no solamente en las fronteras se han gestado conflictos, también en Colombia se generó la guerra fratricida de los partidos políticos Liberal y Conservador, la Guerra civil de los mil días, (1899–1902); entretanto, la República Bolivariana de Venezuela vive hoy su propio ostracismo social.

En esos estados latinos, incluyendo a Argentina en donde otros países poderosos y la corrupción se han enseñoreado contra sus habitantes, dejando una estela de crímenes y saqueos, están aún la escoria de una clase política que no cambia, que no se innova.

Colombia y Venezuela tienen algo en particular, está la estirpe de Simón Bolívar a quien le endosan su querer por estos dos países.

En el pasado reciente los colombianos salían en éxodo hacía Venezuela en búsqueda de mejores alternativas económicas y sociales para sus familias. De eso hay miles de ejemplos, como el de Arturo, un ebanista codacense que cada año se iba en enero para Maracaibo a trabajar y regresaba en diciembre con muchos “cobres” (pesos), cuando el Bolívar valía hasta 20 pesos.

Arturo crío a sus hijos con sus “cobres”. Mis consejeros periodísticos Tío Chiro y Tío Nan también conocieron a Marisol, una atractiva muchacha que cada fin de año se iba para Maracaibo a trabajar como prostituta en los arrabales, cantinas y casas de citas. También ella regresaba a su pueblo con muchos pesos, producto de los “cobres” que se ganaba vendiendo su cuerpo.

Peluqueros, finqueros, ordeñadores de vacas, mecánicos, panaderos, delincuentes rasos, criminales, sicarios, amas de casas, estudiantes, etc., hicieron trochas por la cordillera Oriental para llegar a Machique o a Maracaibo, en busca de dinero.

Venezuela se ha convertido en una especie de “refugio” para los colombianos que llegan a trabajar ilegalmente a su territorio o a cometer fechoría. Pero también, en las últimas décadas cientos de colombianos han cursado postgrados en medicina, maestrías y doctorados en sus principales universidades.

Cualquier ciudadano del mundo puede ingresar a un doctorado en Venezuela, el cual podría costar dos millones de pesos, incluido transporte, manutención y matrículas, mientras que en Colombia ese mismo doctorado vale 150 millones de pesos y es difícil conseguir el cupo.

Hoy, por el conflicto político, mucho ha cambiado en cuanto al abastecimiento de alimentos y su situación económica, aunque se mantiene la facilidad de ingreso a las universidades.

Hoy, cientos de jóvenes de ambos sexos y adultos entran en éxodo a Colombia: unos a trabajar de manera honrada y otros a delinquir. Sin embargo, los colombianos están mirando a los venezolanos como escorias y les cierran las puertas, olvidando que en el pasado sus abuelos, sus padres y familiares les tendieron la mano.

Hoy se celebra que el presidente Maduro y la oposición iniciaron conversaciones para superar la crisis política, lo que equivale a un primer paso después de tantos años de incertidumbre. Hasta la próxima semana.

Columnista
2 noviembre, 2016

No podemos desterrar a los venezolanos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Aquilino Cotes Zuleta

La lucha por el poder político, en cualquier escenario posible, trae consecuencias que difícilmente podrán cuantificarse en cuanto al deterioro e inestabilidad que se les causa a quienes están en medio de esa confrontación, es decir, a las clases sociales que son las que al final sufren de todos los rigores de sus gobernantes. En […]


La lucha por el poder político, en cualquier escenario posible, trae consecuencias que difícilmente podrán cuantificarse en cuanto al deterioro e inestabilidad que se les causa a quienes están en medio de esa confrontación, es decir, a las clases sociales que son las que al final sufren de todos los rigores de sus gobernantes.

En América Latina se padeció la persecución implacable de un Pinochet (1973 y 1990) solapado, que procuró las muertes, desapariciones y torturas infames de miles de chilenos.

También en Nicaragua, El Salvador y Guatemala se han vivido momentos aciagos en sus sistemas de gobierno; Bolivia aguantó su propia ‘guerra fría’ y se consumó la guerra peruano-ecuatoriana, conocida también como la guerra del 41; en fin, en Latinoamérica no solamente en las fronteras se han gestado conflictos, también en Colombia se generó la guerra fratricida de los partidos políticos Liberal y Conservador, la Guerra civil de los mil días, (1899–1902); entretanto, la República Bolivariana de Venezuela vive hoy su propio ostracismo social.

En esos estados latinos, incluyendo a Argentina en donde otros países poderosos y la corrupción se han enseñoreado contra sus habitantes, dejando una estela de crímenes y saqueos, están aún la escoria de una clase política que no cambia, que no se innova.

Colombia y Venezuela tienen algo en particular, está la estirpe de Simón Bolívar a quien le endosan su querer por estos dos países.

En el pasado reciente los colombianos salían en éxodo hacía Venezuela en búsqueda de mejores alternativas económicas y sociales para sus familias. De eso hay miles de ejemplos, como el de Arturo, un ebanista codacense que cada año se iba en enero para Maracaibo a trabajar y regresaba en diciembre con muchos “cobres” (pesos), cuando el Bolívar valía hasta 20 pesos.

Arturo crío a sus hijos con sus “cobres”. Mis consejeros periodísticos Tío Chiro y Tío Nan también conocieron a Marisol, una atractiva muchacha que cada fin de año se iba para Maracaibo a trabajar como prostituta en los arrabales, cantinas y casas de citas. También ella regresaba a su pueblo con muchos pesos, producto de los “cobres” que se ganaba vendiendo su cuerpo.

Peluqueros, finqueros, ordeñadores de vacas, mecánicos, panaderos, delincuentes rasos, criminales, sicarios, amas de casas, estudiantes, etc., hicieron trochas por la cordillera Oriental para llegar a Machique o a Maracaibo, en busca de dinero.

Venezuela se ha convertido en una especie de “refugio” para los colombianos que llegan a trabajar ilegalmente a su territorio o a cometer fechoría. Pero también, en las últimas décadas cientos de colombianos han cursado postgrados en medicina, maestrías y doctorados en sus principales universidades.

Cualquier ciudadano del mundo puede ingresar a un doctorado en Venezuela, el cual podría costar dos millones de pesos, incluido transporte, manutención y matrículas, mientras que en Colombia ese mismo doctorado vale 150 millones de pesos y es difícil conseguir el cupo.

Hoy, por el conflicto político, mucho ha cambiado en cuanto al abastecimiento de alimentos y su situación económica, aunque se mantiene la facilidad de ingreso a las universidades.

Hoy, cientos de jóvenes de ambos sexos y adultos entran en éxodo a Colombia: unos a trabajar de manera honrada y otros a delinquir. Sin embargo, los colombianos están mirando a los venezolanos como escorias y les cierran las puertas, olvidando que en el pasado sus abuelos, sus padres y familiares les tendieron la mano.

Hoy se celebra que el presidente Maduro y la oposición iniciaron conversaciones para superar la crisis política, lo que equivale a un primer paso después de tantos años de incertidumbre. Hasta la próxima semana.