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Columnista - 24 mayo, 2018

Mi voto es por la paz

El próximo domingo, la ciudadanía colombiana autorizada para votar podría dirimir quién sería el nuevo Presidente de nuestro país, y si ninguno de los seis candidatos obtiene  la mitad más uno del total de votos válidos, tal decisión queda aplazada para el domingo 17 de junio entre los dos aspirantes que alcancen a tener el mayor […]

El próximo domingo, la ciudadanía colombiana autorizada para votar podría dirimir quién sería el nuevo Presidente de nuestro país, y si ninguno de los seis candidatos obtiene  la mitad más uno del total de votos válidos, tal decisión queda aplazada para el domingo 17 de junio entre los dos aspirantes que alcancen a tener el mayor número de votos. El ganador gobernará en el periodo del 7 de agosto de 2018 al 7 de agosto de 2022, ya que el Congreso eliminó la reelección presidencial en el 2015.

En este debate electoral, la altísima polarización entre los extremos de la derecha y de la izquierda, ha suscitado mayor interés por la política, lo que posiblemente disminuya ostensiblemente la apatía popular por participar en la elección del Presidente de la República. Si la disminución de la abstención ciudadana fuera uno de sus resultados, sería una grata satisfacción porque también ganaría la democracia.

Sería una clara demostración de que el pueblo ya le está dando la importancia que merece la política, cuya esencia radica en la búsqueda de la mejor solución de todos los problemas que se presentan en cada demarcación territorial.

Desafortunadamente, nuestra dirigencia política dominante convirtió el país en una ‘república bananera’, donde la corrupción campea en todos sus estamentos, donde se ignora el establecimiento jerárquico y jurídico, donde los cohechos y las dadivas (hoy llamada mermelada) son el pan de cada día, tanto en la esfera   pública como en las empresas privadas. Lo más grave es que en nuestra sociedad no se respeta la dignidad humana, los derechos de la gente son un simple chiste, también sus vidas.  Todo por el dinero, sin importar de donde aparezca o quien lo ofrezca. Por esto estamos como estamos.

Sin embargo, en nuestro país todavía quedan personas decentes o indignadas por la enorme degradación y las injusticias cometidas cotidianamente, por las desigualdades, por las exclusiones, por las faltas de oportunidades, por la no convivencia pacífica. En fin, la gran mayoría busca su bienestar ultrajando la vida de otros, dejándolos sin o con pocas opciones de poder vivir tan siquiera en condiciones socialmente tolerables.

Entre la baraja de los aspirantes a la Presidencia de la República hay personajes aceptables y para todos los deseos. El meollo consiste en saber escoger por quién votar; es decir, cuál de los  candidatos es el más conveniente para el mejoramiento de los problemas del país. Que son muchos, pero los principales son la corrupción, la pobreza, la desigualdad y la carencia de paz. Ojalá que los electores tengamos la sapiencia y la voluntad de votar por convicción y no por sugestión, tampoco por imposición. Amén.

Columnista
24 mayo, 2018

Mi voto es por la paz

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

El próximo domingo, la ciudadanía colombiana autorizada para votar podría dirimir quién sería el nuevo Presidente de nuestro país, y si ninguno de los seis candidatos obtiene  la mitad más uno del total de votos válidos, tal decisión queda aplazada para el domingo 17 de junio entre los dos aspirantes que alcancen a tener el mayor […]


El próximo domingo, la ciudadanía colombiana autorizada para votar podría dirimir quién sería el nuevo Presidente de nuestro país, y si ninguno de los seis candidatos obtiene  la mitad más uno del total de votos válidos, tal decisión queda aplazada para el domingo 17 de junio entre los dos aspirantes que alcancen a tener el mayor número de votos. El ganador gobernará en el periodo del 7 de agosto de 2018 al 7 de agosto de 2022, ya que el Congreso eliminó la reelección presidencial en el 2015.

En este debate electoral, la altísima polarización entre los extremos de la derecha y de la izquierda, ha suscitado mayor interés por la política, lo que posiblemente disminuya ostensiblemente la apatía popular por participar en la elección del Presidente de la República. Si la disminución de la abstención ciudadana fuera uno de sus resultados, sería una grata satisfacción porque también ganaría la democracia.

Sería una clara demostración de que el pueblo ya le está dando la importancia que merece la política, cuya esencia radica en la búsqueda de la mejor solución de todos los problemas que se presentan en cada demarcación territorial.

Desafortunadamente, nuestra dirigencia política dominante convirtió el país en una ‘república bananera’, donde la corrupción campea en todos sus estamentos, donde se ignora el establecimiento jerárquico y jurídico, donde los cohechos y las dadivas (hoy llamada mermelada) son el pan de cada día, tanto en la esfera   pública como en las empresas privadas. Lo más grave es que en nuestra sociedad no se respeta la dignidad humana, los derechos de la gente son un simple chiste, también sus vidas.  Todo por el dinero, sin importar de donde aparezca o quien lo ofrezca. Por esto estamos como estamos.

Sin embargo, en nuestro país todavía quedan personas decentes o indignadas por la enorme degradación y las injusticias cometidas cotidianamente, por las desigualdades, por las exclusiones, por las faltas de oportunidades, por la no convivencia pacífica. En fin, la gran mayoría busca su bienestar ultrajando la vida de otros, dejándolos sin o con pocas opciones de poder vivir tan siquiera en condiciones socialmente tolerables.

Entre la baraja de los aspirantes a la Presidencia de la República hay personajes aceptables y para todos los deseos. El meollo consiste en saber escoger por quién votar; es decir, cuál de los  candidatos es el más conveniente para el mejoramiento de los problemas del país. Que son muchos, pero los principales son la corrupción, la pobreza, la desigualdad y la carencia de paz. Ojalá que los electores tengamos la sapiencia y la voluntad de votar por convicción y no por sugestión, tampoco por imposición. Amén.