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Columnista - 2 agosto, 2016

Me invitaron a una pesca

    “Y yo les di la palabra y de ahí mismo donde estaba, fuimos a busca la maleta; me dijeron que era cerca que pronto regresaría, y allá nos pasamos el día, murió mucho bocachico, y cogí fueron chiquitos, que perdí en la pesquería”. Es este el relato que hace el viejo Emiliano Zuleta […]

 

 

“Y yo les di la palabra y de ahí mismo donde estaba, fuimos a busca la maleta; me dijeron que era cerca que pronto regresaría, y allá nos pasamos el día, murió mucho bocachico, y cogí fueron chiquitos, que perdí en la pesquería”.

Es este el relato que hace el viejo Emiliano Zuleta Baquero en uno de sus episodios como pescador aficionado.

Casi siempre la pesca en los pueblos de la provincia era programada con días de antelación, necesarios para conseguir la leche de ceiba o barbasco, que al ser arrojada al pozo donde acorralaban los peces, les producía un efecto tóxico que los noqueaba dejándolos entonces a merced de los pescadores que fácilmente los recogían en sacos de fique y vasijas varias.

El objetivo principal era el bocachico, pero casi siempre caía uno que otro comelón, alguna dorada y hasta una anguila o “peje ratón”. El grupo de amigos y compadres se iban de un día  para otro, pues la faena se iniciaba con las claras del día y el regreso era motivo de fiesta en el pueblo porque tendrían abundante comida, fresca y deliciosa.

Pero en la ocasión referida los pescadores de La Jagua de Pedregal, entre ellos el viejo ‘Mile’, clandestinamente consiguieron un taco de dinamita en el mercado del Valle, ya que en vísperas de fiesta no había tiempo para ordeñar las ceibas y conscientes de que este era un método de pesca ilegal, aperados con buen chirrinche y el acordeón se fueron de tardecita a dormir en cercanías del rio Badillo, que en épocas pretéritas generosamente ofrecía una gran riqueza ictiológica a los anzueleros del entorno.

Estaba en el grupo urumitero ‘El Negro’ Farfán. Después de jardear los peces hasta concentrarlos en un pozo apropiado para el operativo, cayeron en cuenta que ninguno de ellos sabia manipular el taco y mucho menos encender la mecha; nadie se quería arriesgar, pero después de unos petacazos de chirrinche encima ‘El Negro’ Farfán dijo que él sí sabia y que se encargaría de prender la mecha y tirar la dinamita al agua donde estaba el bocachico que borboreaba.

Los del grupo se apartaban y ‘El Negro’ resuelto, prendió la mecha, pero ellos todos lo afanaban, tíralo, tíralo, ligero, ¡apuráte! ¡Soltálo! Tíramelo escucho él y entre confundido y asustado tiro el taco pa’onde estaba la gente y él se zumbo pa’l pozo. Afortunadamente el taco era de mecha lenta y todos lograron correr y tirarse al suelo; sin embargo, la onda explosiva les dejó la camisa como una banderita de reinado y algunas laceraciones en el cuerpo.

Agradecidos con Dios al liberarlos de una posible tragedia se desquitaron con el chirrinche y fue larga la parranda festejando aquel bendito episodio.

Me comentaba el viejo Emiliano, jamás volvió a pescar solamente de pensar que en el mejor momento se aparecería ‘El Negro’ Farfán  con un taco en la mano.

Columnista
2 agosto, 2016

Me invitaron a una pesca

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

    “Y yo les di la palabra y de ahí mismo donde estaba, fuimos a busca la maleta; me dijeron que era cerca que pronto regresaría, y allá nos pasamos el día, murió mucho bocachico, y cogí fueron chiquitos, que perdí en la pesquería”. Es este el relato que hace el viejo Emiliano Zuleta […]


 

 

“Y yo les di la palabra y de ahí mismo donde estaba, fuimos a busca la maleta; me dijeron que era cerca que pronto regresaría, y allá nos pasamos el día, murió mucho bocachico, y cogí fueron chiquitos, que perdí en la pesquería”.

Es este el relato que hace el viejo Emiliano Zuleta Baquero en uno de sus episodios como pescador aficionado.

Casi siempre la pesca en los pueblos de la provincia era programada con días de antelación, necesarios para conseguir la leche de ceiba o barbasco, que al ser arrojada al pozo donde acorralaban los peces, les producía un efecto tóxico que los noqueaba dejándolos entonces a merced de los pescadores que fácilmente los recogían en sacos de fique y vasijas varias.

El objetivo principal era el bocachico, pero casi siempre caía uno que otro comelón, alguna dorada y hasta una anguila o “peje ratón”. El grupo de amigos y compadres se iban de un día  para otro, pues la faena se iniciaba con las claras del día y el regreso era motivo de fiesta en el pueblo porque tendrían abundante comida, fresca y deliciosa.

Pero en la ocasión referida los pescadores de La Jagua de Pedregal, entre ellos el viejo ‘Mile’, clandestinamente consiguieron un taco de dinamita en el mercado del Valle, ya que en vísperas de fiesta no había tiempo para ordeñar las ceibas y conscientes de que este era un método de pesca ilegal, aperados con buen chirrinche y el acordeón se fueron de tardecita a dormir en cercanías del rio Badillo, que en épocas pretéritas generosamente ofrecía una gran riqueza ictiológica a los anzueleros del entorno.

Estaba en el grupo urumitero ‘El Negro’ Farfán. Después de jardear los peces hasta concentrarlos en un pozo apropiado para el operativo, cayeron en cuenta que ninguno de ellos sabia manipular el taco y mucho menos encender la mecha; nadie se quería arriesgar, pero después de unos petacazos de chirrinche encima ‘El Negro’ Farfán dijo que él sí sabia y que se encargaría de prender la mecha y tirar la dinamita al agua donde estaba el bocachico que borboreaba.

Los del grupo se apartaban y ‘El Negro’ resuelto, prendió la mecha, pero ellos todos lo afanaban, tíralo, tíralo, ligero, ¡apuráte! ¡Soltálo! Tíramelo escucho él y entre confundido y asustado tiro el taco pa’onde estaba la gente y él se zumbo pa’l pozo. Afortunadamente el taco era de mecha lenta y todos lograron correr y tirarse al suelo; sin embargo, la onda explosiva les dejó la camisa como una banderita de reinado y algunas laceraciones en el cuerpo.

Agradecidos con Dios al liberarlos de una posible tragedia se desquitaron con el chirrinche y fue larga la parranda festejando aquel bendito episodio.

Me comentaba el viejo Emiliano, jamás volvió a pescar solamente de pensar que en el mejor momento se aparecería ‘El Negro’ Farfán  con un taco en la mano.