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Columnista - 1 noviembre, 2017

Los postulados kantianos (IV)

Este tema fue prometido en la columna anterior. En términos coloquiales podemos afirmar que Kant remonta hasta cumbres inaccesibles, al conocimiento de la razón, en su Obra Crítica de la Razón Pura. Pero como en la tierra es donde vivimos y nos movemos los hombres, él se permite descender a través de una escalera que […]

Este tema fue prometido en la columna anterior. En términos coloquiales podemos afirmar que Kant remonta hasta cumbres inaccesibles, al conocimiento de la razón, en su Obra Crítica de la Razón Pura.

Pero como en la tierra es donde vivimos y nos movemos los hombres, él se permite descender a través de una escalera que construye con materiales sensibles y a cuyos peldaños llama postulados, en su libro Crítica de la Razón Práctica.

Declara que éstos no son dogmas, sino principios, que se admiten como ciertos sin necesidad de ser demostrados y que sin embargo sirven como base de razonamientos lógicos. Ellos, no amplían el conocimiento especulativo, pero si ofrecen a las ideas de la razón especulativa una realidad objetiva, la teoría de los postulados son condiciones para la vida moral.

Desde los prolegómenos del pensamiento filosófico de la antigüedad griega, la apropiación de ideas y metáforas y el mismo lenguaje filosófico, han sido de buen recibo por los pensadores sucesivos. Consiguientemente, podemos decir, que tales presupuestos no eran ajenos, inicialmente a Aristóteles y aproximadamente XVI siglos después, a Santo Tomás de Aquino. Así, el razonamiento lógico del aquinate en su cinco “vías” para demostrar la existencia de Dios.

Por otra parte, también podemos afirmar, que la formación temprana que recibió Kant en la religión protestante pietista, a mi modo de apreciar, funge como caja de resonancia en su concepción del deber moral, como imperativo categórico.

Por lo expresado precedentemente, no me cabe duda, que desde allí surgen los postulados kantianos de la Inmortalidad del Alma; La Libertad Humana y la Existencia de Dios.
Kant justifica la inmortalidad del alma de la siguiente manera: ella proviene del hecho del sumo bien, que es la santidad. Para él, el sumo bien consiste en la perfecta adecuación de la voluntad a la ley. Y como quiera que la meta de la santidad requiere un proceso infinito hacia la adecuación completa, solo es posible de lograr presumiendo una existencia y una personalidad del ser razonable que perdura infinitamente, ello no es posible sin presumir el alma inmortal.

El postulado de la libertad lo desarrolla así: la existencia de la libertad es condición para la vida moral, la cual se basa en la ley, en el deber ser. Esto es, la existencia de la libertad no es posible sino desde la razón práctica, no desde la razón teórica de la ley de la causalidad, en la que todo ocurre por necesidad natural.

Y el postulado de la existencia de Dios: la ley moral manda ser virtuoso, entendiendo por virtud la adecuación de la acción al deber. Ser virtuoso hace digno de felicidad (aristotelismo puro). Ser digno de felicidad y no llegar a ser feliz es absurdo. De aquí surge la necesidad de postular a Dios como el cumplimiento de la felicidad, que en este mundo no se encuentra nunca. Ergo, la felicidad está en Dios.

Como se puede observar, el proyecto filosófico kantiano es de estructura moral, válido por la supremacía de la razón práctica sobre la razón teórica, es decir, por la experiencia posible y no por la aprehensión gnoseológica.

Al respecto me expreso con un símil: Kant prefiere una bicicleta que se mueve y no un automóvil de lujo que no funciona. En definitiva, antepone lo práctico a la “razón que nos ilusiona”, según él.
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Su carretera rápida exige sumo cuidado, y prueba de alcoholemia. ¡Ojo, autoridades!

[email protected]

Por Rodrigo López Barros

 

 

Columnista
1 noviembre, 2017

Los postulados kantianos (IV)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Este tema fue prometido en la columna anterior. En términos coloquiales podemos afirmar que Kant remonta hasta cumbres inaccesibles, al conocimiento de la razón, en su Obra Crítica de la Razón Pura. Pero como en la tierra es donde vivimos y nos movemos los hombres, él se permite descender a través de una escalera que […]


Este tema fue prometido en la columna anterior. En términos coloquiales podemos afirmar que Kant remonta hasta cumbres inaccesibles, al conocimiento de la razón, en su Obra Crítica de la Razón Pura.

Pero como en la tierra es donde vivimos y nos movemos los hombres, él se permite descender a través de una escalera que construye con materiales sensibles y a cuyos peldaños llama postulados, en su libro Crítica de la Razón Práctica.

Declara que éstos no son dogmas, sino principios, que se admiten como ciertos sin necesidad de ser demostrados y que sin embargo sirven como base de razonamientos lógicos. Ellos, no amplían el conocimiento especulativo, pero si ofrecen a las ideas de la razón especulativa una realidad objetiva, la teoría de los postulados son condiciones para la vida moral.

Desde los prolegómenos del pensamiento filosófico de la antigüedad griega, la apropiación de ideas y metáforas y el mismo lenguaje filosófico, han sido de buen recibo por los pensadores sucesivos. Consiguientemente, podemos decir, que tales presupuestos no eran ajenos, inicialmente a Aristóteles y aproximadamente XVI siglos después, a Santo Tomás de Aquino. Así, el razonamiento lógico del aquinate en su cinco “vías” para demostrar la existencia de Dios.

Por otra parte, también podemos afirmar, que la formación temprana que recibió Kant en la religión protestante pietista, a mi modo de apreciar, funge como caja de resonancia en su concepción del deber moral, como imperativo categórico.

Por lo expresado precedentemente, no me cabe duda, que desde allí surgen los postulados kantianos de la Inmortalidad del Alma; La Libertad Humana y la Existencia de Dios.
Kant justifica la inmortalidad del alma de la siguiente manera: ella proviene del hecho del sumo bien, que es la santidad. Para él, el sumo bien consiste en la perfecta adecuación de la voluntad a la ley. Y como quiera que la meta de la santidad requiere un proceso infinito hacia la adecuación completa, solo es posible de lograr presumiendo una existencia y una personalidad del ser razonable que perdura infinitamente, ello no es posible sin presumir el alma inmortal.

El postulado de la libertad lo desarrolla así: la existencia de la libertad es condición para la vida moral, la cual se basa en la ley, en el deber ser. Esto es, la existencia de la libertad no es posible sino desde la razón práctica, no desde la razón teórica de la ley de la causalidad, en la que todo ocurre por necesidad natural.

Y el postulado de la existencia de Dios: la ley moral manda ser virtuoso, entendiendo por virtud la adecuación de la acción al deber. Ser virtuoso hace digno de felicidad (aristotelismo puro). Ser digno de felicidad y no llegar a ser feliz es absurdo. De aquí surge la necesidad de postular a Dios como el cumplimiento de la felicidad, que en este mundo no se encuentra nunca. Ergo, la felicidad está en Dios.

Como se puede observar, el proyecto filosófico kantiano es de estructura moral, válido por la supremacía de la razón práctica sobre la razón teórica, es decir, por la experiencia posible y no por la aprehensión gnoseológica.

Al respecto me expreso con un símil: Kant prefiere una bicicleta que se mueve y no un automóvil de lujo que no funciona. En definitiva, antepone lo práctico a la “razón que nos ilusiona”, según él.
NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Su carretera rápida exige sumo cuidado, y prueba de alcoholemia. ¡Ojo, autoridades!

[email protected]

Por Rodrigo López Barros