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Columnista - 15 mayo, 2017

Los maestros de mi pueblo, alma tiza y tablero

“El maestro va a la escuela es a llevar la educación que ningún padre a su hijo le puede entregar en la casa, porque saben que en la escuela lo reemplaza, esa gente tan humilde y de tan noble corazón, y nosotros tenemos tan mala el alma que no le damos las gracias al humilde […]

“El maestro va a la escuela es a llevar la educación que ningún padre a su hijo le puede entregar en la casa, porque saben que en la escuela lo reemplaza, esa gente tan humilde y de tan noble corazón, y nosotros tenemos tan mala el alma que no le damos las gracias al humilde profesor”.

El 16 de mayo de 1976 los Hermanos Zuleta, Poncho y Emilianito dieron a conocer su séptima producción musical rotulada con el título de la canción ‘Los maestros’, de la autoría de Hernando Marín, que corresponde al corte número uno del Lado B, de la cual trascribimos un aparte preliminarmente, esa canción se constituyó desde entonces en el himno oficial del Día del Maestro, recuerdo que en la escuela todos nos la aprendimos de memoria.

Al ver la primera luz del ‘Día del maestro’, vinieron a mi mente mi primera maestra Amelia Ramírez en su escuelita Santa Rita y mis maestros y maestras de la Escuela Rural Mixta de Monguí, mi tierra natal, quienes en medio de las precariedades logísticas de entonces hacían heroicos esfuerzos por brindarnos una educación excelente, provechosa y formadora, todo sin más herramientas que su conocimiento, su garganta, su genialidad, la tiza y el grandísimo tablero verde que limpiábamos con “Gasoy” y muchas veces vi desafiante frente a mis aterrados ojos.

El trabajo del educador tiene la particularidad que es gratificante y muchas veces ingrato porque así como la humanidad agradecida los exalta como magnos forjadores de hombres honestos y útiles para la sociedad, tienen la desventaja que por ser tan silenciosa y esclavizante su labor son los héroes anónimos de los éxitos ajenos, de los triunfos profesionales y en la vida de quienes fueron sus discípulos durante su incipiente periplo vital, cuando sus exalumnos alcanzan la culminación exitosa de su trayectoria académica, le dan gracias a Dios, a sus padres, a la abuelita, al perrito de la casa, a sus demás familiares y hasta a la novia o la esposa, de quien menos se acuerdan es del maestro que con sus luces preliminares les sirvieron de faro y guía para construir las bases de su edificación moral y de su espiral sin fin de conocimientos.

Educar a los hijos ajenos es la más honrosa responsabilidad que se le puede encomendar a un hombre o a una mujer, y para brindarles el homenaje que se merecen compartimos con ellos las palabras de Paulo Freire cuando dijo lo siguiente: “El maestro es necesariamente militante político. Su tarea no se agota en la enseñanza de la matemática o la geografía, su tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales, luchar contra el mundo que los más capaces organizan a su conveniencia y donde los menos capaces apenas sobreviven, donde las injustas estructuras de una sociedad perversa empujan a los expulsados de la vida. El maestro debe caminar con una legitima rabia, con una justa ira, con una indignación necesaria, buscando transformaciones sociales”.

En este día especial, vienen a mi recuerdo las tareas que realizábamos en las primas noches, alumbrados por las lámparas de querosín, cuyo olor sigue siendo igual, inconfundible, nostálgico y embriagador, los recreos, cuando todos corríamos de un lado a otro como perro acabado de soltar, comiendo “bolas” de azúcar o de panela que eran como caramelos que cortaban con tijeras, igual, cuando hacíamos fila frente a la tinaja de Olga Amaya y de Elida Solano para tomar agua. Solo quedan los recuerdos.

Por Luis Eduardo Acosta

 

Columnista
15 mayo, 2017

Los maestros de mi pueblo, alma tiza y tablero

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Eduardo Acosta Medina

“El maestro va a la escuela es a llevar la educación que ningún padre a su hijo le puede entregar en la casa, porque saben que en la escuela lo reemplaza, esa gente tan humilde y de tan noble corazón, y nosotros tenemos tan mala el alma que no le damos las gracias al humilde […]


“El maestro va a la escuela es a llevar la educación que ningún padre a su hijo le puede entregar en la casa, porque saben que en la escuela lo reemplaza, esa gente tan humilde y de tan noble corazón, y nosotros tenemos tan mala el alma que no le damos las gracias al humilde profesor”.

El 16 de mayo de 1976 los Hermanos Zuleta, Poncho y Emilianito dieron a conocer su séptima producción musical rotulada con el título de la canción ‘Los maestros’, de la autoría de Hernando Marín, que corresponde al corte número uno del Lado B, de la cual trascribimos un aparte preliminarmente, esa canción se constituyó desde entonces en el himno oficial del Día del Maestro, recuerdo que en la escuela todos nos la aprendimos de memoria.

Al ver la primera luz del ‘Día del maestro’, vinieron a mi mente mi primera maestra Amelia Ramírez en su escuelita Santa Rita y mis maestros y maestras de la Escuela Rural Mixta de Monguí, mi tierra natal, quienes en medio de las precariedades logísticas de entonces hacían heroicos esfuerzos por brindarnos una educación excelente, provechosa y formadora, todo sin más herramientas que su conocimiento, su garganta, su genialidad, la tiza y el grandísimo tablero verde que limpiábamos con “Gasoy” y muchas veces vi desafiante frente a mis aterrados ojos.

El trabajo del educador tiene la particularidad que es gratificante y muchas veces ingrato porque así como la humanidad agradecida los exalta como magnos forjadores de hombres honestos y útiles para la sociedad, tienen la desventaja que por ser tan silenciosa y esclavizante su labor son los héroes anónimos de los éxitos ajenos, de los triunfos profesionales y en la vida de quienes fueron sus discípulos durante su incipiente periplo vital, cuando sus exalumnos alcanzan la culminación exitosa de su trayectoria académica, le dan gracias a Dios, a sus padres, a la abuelita, al perrito de la casa, a sus demás familiares y hasta a la novia o la esposa, de quien menos se acuerdan es del maestro que con sus luces preliminares les sirvieron de faro y guía para construir las bases de su edificación moral y de su espiral sin fin de conocimientos.

Educar a los hijos ajenos es la más honrosa responsabilidad que se le puede encomendar a un hombre o a una mujer, y para brindarles el homenaje que se merecen compartimos con ellos las palabras de Paulo Freire cuando dijo lo siguiente: “El maestro es necesariamente militante político. Su tarea no se agota en la enseñanza de la matemática o la geografía, su tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales, luchar contra el mundo que los más capaces organizan a su conveniencia y donde los menos capaces apenas sobreviven, donde las injustas estructuras de una sociedad perversa empujan a los expulsados de la vida. El maestro debe caminar con una legitima rabia, con una justa ira, con una indignación necesaria, buscando transformaciones sociales”.

En este día especial, vienen a mi recuerdo las tareas que realizábamos en las primas noches, alumbrados por las lámparas de querosín, cuyo olor sigue siendo igual, inconfundible, nostálgico y embriagador, los recreos, cuando todos corríamos de un lado a otro como perro acabado de soltar, comiendo “bolas” de azúcar o de panela que eran como caramelos que cortaban con tijeras, igual, cuando hacíamos fila frente a la tinaja de Olga Amaya y de Elida Solano para tomar agua. Solo quedan los recuerdos.

Por Luis Eduardo Acosta