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Columnista - 24 enero, 2018

La nueva historia

El lobo siempre es el malo porque Caperucita es quien echa el cuento. Este aforismo esconde una gran verdad. La historia la escriben los ganadores, quienes ostentan el poder. A veces, algunos movimientos la reescriben intentado cambiar el mundo. Al final todo el mundo echa el cuento a su acomodo, y vamos llenándonos de mentiras […]

El lobo siempre es el malo porque Caperucita es quien echa el cuento. Este aforismo esconde una gran verdad. La historia la escriben los ganadores, quienes ostentan el poder. A veces, algunos movimientos la reescriben intentado cambiar el mundo. Al final todo el mundo echa el cuento a su acomodo, y vamos llenándonos de mentiras o más bien de verdades parcializadas. La ventaja es que los datos históricos están ahí esperando ser interpretados, por eso la historia no cambia y esto la convierte en una paradoja. Podemos pensar que debido a su inmutabilidad, la historia es inútil. La otra cara de la moneda es que el conocimiento que cambia pierde rápidamente su relevancia, entonces, ¿qué nos queda?

Los seres humanos somos seres históricos. Tenemos un yo circunstancial conformado por vivencias, hechos, anécdotas y recuerdos que sucedieron en algún lugar y en cierto tiempo, a su vez sometidos a normas y valores concretos, a su vez gestionados por sistemas políticos y económicos que influyen en nuestra forma de ser y existir. Solo comprendiendo toda esta cadena de acontecimientos y determinantes podemos comprender nuestro presente y afrontar nuestro futuro, ojo, afrontarlo no es predecirlo.

Yuval Noah Harari, el historiador que escribió el célebre libro Homo Deus, lo explica de esta manera: “Se espera que los metereólogos pronostiquen si mañana tendremos lluvia o sol, que los economistas sepan si devaluar la moneda evitará o provocará una crisis económica, que los buenos médicos pronostiquen si la quimioterapia o la radioterapia tendrán más éxito en la cura del cáncer de pulmón. De forma parecida, a los historiadores se les pide que examinen los actos de nuestros antepasados para que podamos repetir sus acciones sensatas y evitar sus equivocaciones. Pero casi nunca funciona de esta manera, por la sencilla razón de que el presente es demasiado diferente del pasado.” Y es verdad. La célebre táctica de guerra del Libertador, esa de cruzar los Andes, hoy, en la época de los radares y los aviones, no serviría de a mucho.

Harari continúa diciendo: “El pasado surge de la tumba de nuestros antepasados y nos agarra el cuello con su mano fría, y nos obliga a mirar hacia un único futuro. Estamos lívidos del susto y paralizados ante la responsabilidad de imaginarnos, por lo menos, un futuro distinto. Solo el estudio de la historia nos permite soltarnos y mirar en otra dirección”. Cuánta razón: hoy tenemos el deber moral de ser libres, de asumir nuestro pasado con entereza, imaginarnos un futuro distinto y ser atrevidos e ir más allá, es decir, intentar hacerlo realidad.

Esta semana ha tomado mucha fuerza la noticia de que las clases de Historia regresan a clases, como en un despertar intelectual que supone varios retos.

Pienso que el primero de ellos es lograr que la clase no se convierta en el cuento del gallo capón. La repetición de la repetidera de datos, nombres y fechas. El reto es convertir la clase de Historia en la nueva historia: un laboratorio de pensamiento crítico que nos ayude a comprendernos como seres humanos, latinoamericanos, colombianos, cesarenses, vallenatos. ¿Por qué somos así?

El pensamiento crítico es el “coco” de los seudo-políticos del mundo actual, de aquellos que nos han gobernado y pretenden seguir haciéndolo, los dirigentes que no quieren que pensemos ni que actuemos de manera racional, especialmente al momento de ir a las urnas. El pensamiento crítico es una mezcla de conocimiento, sensatez, responsabilidad y esperanza.

No ha entrado al colegio y la nueva historia ya tiene tarea: ayudarnos a comprender que las cosas nunca estuvieron así y por lo tanto pueden cambiar a mejor.

Columnista
24 enero, 2018

La nueva historia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Liñan Pitre

El lobo siempre es el malo porque Caperucita es quien echa el cuento. Este aforismo esconde una gran verdad. La historia la escriben los ganadores, quienes ostentan el poder. A veces, algunos movimientos la reescriben intentado cambiar el mundo. Al final todo el mundo echa el cuento a su acomodo, y vamos llenándonos de mentiras […]


El lobo siempre es el malo porque Caperucita es quien echa el cuento. Este aforismo esconde una gran verdad. La historia la escriben los ganadores, quienes ostentan el poder. A veces, algunos movimientos la reescriben intentado cambiar el mundo. Al final todo el mundo echa el cuento a su acomodo, y vamos llenándonos de mentiras o más bien de verdades parcializadas. La ventaja es que los datos históricos están ahí esperando ser interpretados, por eso la historia no cambia y esto la convierte en una paradoja. Podemos pensar que debido a su inmutabilidad, la historia es inútil. La otra cara de la moneda es que el conocimiento que cambia pierde rápidamente su relevancia, entonces, ¿qué nos queda?

Los seres humanos somos seres históricos. Tenemos un yo circunstancial conformado por vivencias, hechos, anécdotas y recuerdos que sucedieron en algún lugar y en cierto tiempo, a su vez sometidos a normas y valores concretos, a su vez gestionados por sistemas políticos y económicos que influyen en nuestra forma de ser y existir. Solo comprendiendo toda esta cadena de acontecimientos y determinantes podemos comprender nuestro presente y afrontar nuestro futuro, ojo, afrontarlo no es predecirlo.

Yuval Noah Harari, el historiador que escribió el célebre libro Homo Deus, lo explica de esta manera: “Se espera que los metereólogos pronostiquen si mañana tendremos lluvia o sol, que los economistas sepan si devaluar la moneda evitará o provocará una crisis económica, que los buenos médicos pronostiquen si la quimioterapia o la radioterapia tendrán más éxito en la cura del cáncer de pulmón. De forma parecida, a los historiadores se les pide que examinen los actos de nuestros antepasados para que podamos repetir sus acciones sensatas y evitar sus equivocaciones. Pero casi nunca funciona de esta manera, por la sencilla razón de que el presente es demasiado diferente del pasado.” Y es verdad. La célebre táctica de guerra del Libertador, esa de cruzar los Andes, hoy, en la época de los radares y los aviones, no serviría de a mucho.

Harari continúa diciendo: “El pasado surge de la tumba de nuestros antepasados y nos agarra el cuello con su mano fría, y nos obliga a mirar hacia un único futuro. Estamos lívidos del susto y paralizados ante la responsabilidad de imaginarnos, por lo menos, un futuro distinto. Solo el estudio de la historia nos permite soltarnos y mirar en otra dirección”. Cuánta razón: hoy tenemos el deber moral de ser libres, de asumir nuestro pasado con entereza, imaginarnos un futuro distinto y ser atrevidos e ir más allá, es decir, intentar hacerlo realidad.

Esta semana ha tomado mucha fuerza la noticia de que las clases de Historia regresan a clases, como en un despertar intelectual que supone varios retos.

Pienso que el primero de ellos es lograr que la clase no se convierta en el cuento del gallo capón. La repetición de la repetidera de datos, nombres y fechas. El reto es convertir la clase de Historia en la nueva historia: un laboratorio de pensamiento crítico que nos ayude a comprendernos como seres humanos, latinoamericanos, colombianos, cesarenses, vallenatos. ¿Por qué somos así?

El pensamiento crítico es el “coco” de los seudo-políticos del mundo actual, de aquellos que nos han gobernado y pretenden seguir haciéndolo, los dirigentes que no quieren que pensemos ni que actuemos de manera racional, especialmente al momento de ir a las urnas. El pensamiento crítico es una mezcla de conocimiento, sensatez, responsabilidad y esperanza.

No ha entrado al colegio y la nueva historia ya tiene tarea: ayudarnos a comprender que las cosas nunca estuvieron así y por lo tanto pueden cambiar a mejor.