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Columnista - 14 agosto, 2016

A la gente hay que oírla

Las manifestaciones callejeras contra las cartillas del Ministerio de Educación me recordaron las de febrero de 2008. En esa ocasión marcharon casi cuatro millones de personas que, simplemente, creían en lo que querían expresar. No había pregunta previa, ni umbrales, ni temas empaquetados; solo un sentir colectivo y espontáneo. Marcharon para decir NO a las Farc. Esa es la definición cruda de plebiscito. La voz del pueblo manifestando qué quiere […]

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Las manifestaciones callejeras contra las cartillas del Ministerio de Educación me recordaron las de febrero de 2008. En esa ocasión marcharon casi cuatro millones de personas que, simplemente, creían en lo que querían expresar. No había pregunta previa, ni umbrales, ni temas empaquetados; solo un sentir colectivo y espontáneo. Marcharon para decir NO a las Farc.

Esa es la definición cruda de plebiscito. La voz del pueblo manifestando qué quiere y qué rechaza; y el gobernante estaba obligado a escucharla cuando inició negociaciones con las Farc. Ocho años después, los colombianos queremos la paz –siempre la hemos querido– pero el rechazo a las Farc no disminuye. La gente que lloró con los campos de concentración rechaza la impunidad para quienes concibieron tantas atrocidades. La gente no los quiere como sus representantes en el Congreso y ellos no lo merecen.

A la gente hay que oírla. Y en ese orden de ideas, vuelvo sobre las manifestaciones contra otra imposición: la ideología de género. Las manifestaciones fueron multitudinarias. El pueblo habló y el Gobierno debe escucharlo, porque los valores no se imponen por decreto ni cartilla. La tolerancia hacia las minorías no se puede convertir en intolerancia contra el sentir mayoritario, que merece respeto.

La tolerancia no se aprende en cartillas, sino, como todos los valores, del ejemplo en el hogar, la escuela y todos los espacios de la sociedad, incluidas las relaciones entre gobernante y gobernados. La arrogancia del poder es la peor intolerancia.

La Ministra no dio ejemplo; cayó en confusiones, ataques y evasivas, mientras el presidente guardaba silencio, porque solo la firma de los acuerdos merece su atención, para intentar luego “lavarse las manos”, menospreciando una vez más la voz del pueblo.

Hay un país afuera de las negociaciones. A la gente también le preocupa la carestía, la corrupción, la seguridad y la defensa de la familia y de su autonomía para elegir la educación en valores de sus hijos.

Santos debería escuchar esa “voz del pueblo” y confrontarla con su agobiante propaganda. Como rechazó que se le metieran al rancho de su entorno familiar, la gente rechaza que hayan sentado a las Farc como altos negociadores, a legislar, a cambiar lo habido y por haber en el campo y las instituciones, y hasta en la política antidrogas sin dejar de ser narcotraficantes. La gente quiere que devuelvan su dinero mal habido y las tierras despojadas; que pidan perdón y no justifiquen sus crímenes con arrogancia revolucionaria.

La gente no quiere votar a ciegas –SÍ o NO– por un paquete donde se mezclan los afanes del Gobierno con los objetivos del comunismo internacional. La gente somos ustedes y yo, amigos lectores, y los colombianos que hoy volverían a marchar por millones contra las Farc, como marcharon contra la política de género.

@jflafaurie

Columnista
14 agosto, 2016

A la gente hay que oírla

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Las manifestaciones callejeras contra las cartillas del Ministerio de Educación me recordaron las de febrero de 2008. En esa ocasión marcharon casi cuatro millones de personas que, simplemente, creían en lo que querían expresar. No había pregunta previa, ni umbrales, ni temas empaquetados; solo un sentir colectivo y espontáneo. Marcharon para decir NO a las Farc. Esa es la definición cruda de plebiscito. La voz del pueblo manifestando qué quiere […]


Las manifestaciones callejeras contra las cartillas del Ministerio de Educación me recordaron las de febrero de 2008. En esa ocasión marcharon casi cuatro millones de personas que, simplemente, creían en lo que querían expresar. No había pregunta previa, ni umbrales, ni temas empaquetados; solo un sentir colectivo y espontáneo. Marcharon para decir NO a las Farc.

Esa es la definición cruda de plebiscito. La voz del pueblo manifestando qué quiere y qué rechaza; y el gobernante estaba obligado a escucharla cuando inició negociaciones con las Farc. Ocho años después, los colombianos queremos la paz –siempre la hemos querido– pero el rechazo a las Farc no disminuye. La gente que lloró con los campos de concentración rechaza la impunidad para quienes concibieron tantas atrocidades. La gente no los quiere como sus representantes en el Congreso y ellos no lo merecen.

A la gente hay que oírla. Y en ese orden de ideas, vuelvo sobre las manifestaciones contra otra imposición: la ideología de género. Las manifestaciones fueron multitudinarias. El pueblo habló y el Gobierno debe escucharlo, porque los valores no se imponen por decreto ni cartilla. La tolerancia hacia las minorías no se puede convertir en intolerancia contra el sentir mayoritario, que merece respeto.

La tolerancia no se aprende en cartillas, sino, como todos los valores, del ejemplo en el hogar, la escuela y todos los espacios de la sociedad, incluidas las relaciones entre gobernante y gobernados. La arrogancia del poder es la peor intolerancia.

La Ministra no dio ejemplo; cayó en confusiones, ataques y evasivas, mientras el presidente guardaba silencio, porque solo la firma de los acuerdos merece su atención, para intentar luego “lavarse las manos”, menospreciando una vez más la voz del pueblo.

Hay un país afuera de las negociaciones. A la gente también le preocupa la carestía, la corrupción, la seguridad y la defensa de la familia y de su autonomía para elegir la educación en valores de sus hijos.

Santos debería escuchar esa “voz del pueblo” y confrontarla con su agobiante propaganda. Como rechazó que se le metieran al rancho de su entorno familiar, la gente rechaza que hayan sentado a las Farc como altos negociadores, a legislar, a cambiar lo habido y por haber en el campo y las instituciones, y hasta en la política antidrogas sin dejar de ser narcotraficantes. La gente quiere que devuelvan su dinero mal habido y las tierras despojadas; que pidan perdón y no justifiquen sus crímenes con arrogancia revolucionaria.

La gente no quiere votar a ciegas –SÍ o NO– por un paquete donde se mezclan los afanes del Gobierno con los objetivos del comunismo internacional. La gente somos ustedes y yo, amigos lectores, y los colombianos que hoy volverían a marchar por millones contra las Farc, como marcharon contra la política de género.

@jflafaurie