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Columnista - 27 julio, 2013

“La debilidad de Dios”

Con frecuencia muchas personas caen en el error de concebir la Biblia como un “dictado” realizado por Dios a un hombre, algo así como la transmisión directa de contenidos que debían ser puestos por escrito “con puntos y comas”.

Por Marlon Javier Domínguez

Con frecuencia muchas personas caen en el error de concebir la Biblia como un “dictado” realizado por Dios a un hombre, algo así como la transmisión directa de contenidos que debían ser puestos por escrito “con puntos y comas”.

En orden a que nuestra fe no se cimiente en falsedades, y a que no admitamos ingenuamente como verdadero aquello que no lo es, es preciso hacer unas cuantas aclaraciones, antes de comentar el relato evangélico de hoy.

En primer lugar, la Biblia no es un solo libro, sino muchos libros, compilados a través de los siglos por Judíos y Cristianos. En segundo lugar, tales libros no fueron escritos por una sola persona, sino por muchas personas que, iluminadas por Dios, interpretaron los acontecimientos de la historiaa la luz de su fe.

En tercer lugar, la Biblia no es un libro de historia, ni de ciencias, ni de geografía, sino de fe – y ello no supone que debamos creer de manera ciega todo lo que en ella se nos dice -, ello significa que hemos de aceptarla como Palabra de Dios que, aunque en lenguaje humano (y con todas las imperfecciones que ello implica), nos transmite una verdad: el amor de un Dios que, siendo trascendente, quiso hacerse historia en nuestra historia, siendo eterno se sometió al dominio del tiempo, siendo ilimitado asumió las limitaciones propias de nuestra naturaleza y, siendo inmortal, quiso morir crucificado.

Hemos escuchado en numerosas ocasiones hablar de “evangelios”. La palabra tiene su origen en el griego y significa literalmente “buena noticia o mensaje”. Conocemos, además, que los evangelios son 4: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Hay, sin embargo, otros muchos relatos que reciben el nombre de “Evangelios apócrifos” y que, por su oscura procedencia, por la narración de acontecimientos fantasiosos contrarios a la fe, y por el tiempo en que fueron escritos, no se encuentran en la Biblia.

De ello hablaremos en otra ocasión, porque ni todo lo que dicen es falso ni todo lo que dejan de afirmar es verdad.

Regresemos a los evangelios que están en la Biblia; ellos no son otra cosa que la narración de un mismo acontecimiento (la pasión y muerte de Jesús), precedidos por una larga introducción (los milagros, la infancia y la predicación delSeñor) y sucedidos por la experiencia de la resurrección. Cada evangelista imprimió en su escrito su propio estilo, metodología e interpretaciones, teniendo en cuenta a los destinatarios de su obra.

Lucas (de cuyo relato está tomado el evangelio de hoy – Lc 11, 1-13), por ejemplo, encuadra su narración en dos categorías fundamentales: Camino a Jerusalén y Oración. Jesús nos es presentado siempre caminando hacia Jerusalén, hacia la Voluntad del Padre y, además, siempre orando y como maestro de oración.

En la liturgia de hoy se nos muestra a Jesús enseñando a sus discípulos la oración del Padre Nuestro, sobre la cual no se meditará jamás lo suficiente, puesto que ella constituye un verdadero resumen del Evangelio, es la oración de un hijo a su padre, enseñada por el Hijo del Padre y contiene en sí todo lo que necesitamos pedir de Dios.

Dediquemos un poco de nuestro tiempo a musitar y pasar por el corazón cada una de las palabras de esta hermosa plegaria y descubramos o redescubramos el poder de la oración sencilla, humilde y sincera. La oración es la debilidad de Dios.

 

Columnista
27 julio, 2013

“La debilidad de Dios”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Con frecuencia muchas personas caen en el error de concebir la Biblia como un “dictado” realizado por Dios a un hombre, algo así como la transmisión directa de contenidos que debían ser puestos por escrito “con puntos y comas”.


Por Marlon Javier Domínguez

Con frecuencia muchas personas caen en el error de concebir la Biblia como un “dictado” realizado por Dios a un hombre, algo así como la transmisión directa de contenidos que debían ser puestos por escrito “con puntos y comas”.

En orden a que nuestra fe no se cimiente en falsedades, y a que no admitamos ingenuamente como verdadero aquello que no lo es, es preciso hacer unas cuantas aclaraciones, antes de comentar el relato evangélico de hoy.

En primer lugar, la Biblia no es un solo libro, sino muchos libros, compilados a través de los siglos por Judíos y Cristianos. En segundo lugar, tales libros no fueron escritos por una sola persona, sino por muchas personas que, iluminadas por Dios, interpretaron los acontecimientos de la historiaa la luz de su fe.

En tercer lugar, la Biblia no es un libro de historia, ni de ciencias, ni de geografía, sino de fe – y ello no supone que debamos creer de manera ciega todo lo que en ella se nos dice -, ello significa que hemos de aceptarla como Palabra de Dios que, aunque en lenguaje humano (y con todas las imperfecciones que ello implica), nos transmite una verdad: el amor de un Dios que, siendo trascendente, quiso hacerse historia en nuestra historia, siendo eterno se sometió al dominio del tiempo, siendo ilimitado asumió las limitaciones propias de nuestra naturaleza y, siendo inmortal, quiso morir crucificado.

Hemos escuchado en numerosas ocasiones hablar de “evangelios”. La palabra tiene su origen en el griego y significa literalmente “buena noticia o mensaje”. Conocemos, además, que los evangelios son 4: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Hay, sin embargo, otros muchos relatos que reciben el nombre de “Evangelios apócrifos” y que, por su oscura procedencia, por la narración de acontecimientos fantasiosos contrarios a la fe, y por el tiempo en que fueron escritos, no se encuentran en la Biblia.

De ello hablaremos en otra ocasión, porque ni todo lo que dicen es falso ni todo lo que dejan de afirmar es verdad.

Regresemos a los evangelios que están en la Biblia; ellos no son otra cosa que la narración de un mismo acontecimiento (la pasión y muerte de Jesús), precedidos por una larga introducción (los milagros, la infancia y la predicación delSeñor) y sucedidos por la experiencia de la resurrección. Cada evangelista imprimió en su escrito su propio estilo, metodología e interpretaciones, teniendo en cuenta a los destinatarios de su obra.

Lucas (de cuyo relato está tomado el evangelio de hoy – Lc 11, 1-13), por ejemplo, encuadra su narración en dos categorías fundamentales: Camino a Jerusalén y Oración. Jesús nos es presentado siempre caminando hacia Jerusalén, hacia la Voluntad del Padre y, además, siempre orando y como maestro de oración.

En la liturgia de hoy se nos muestra a Jesús enseñando a sus discípulos la oración del Padre Nuestro, sobre la cual no se meditará jamás lo suficiente, puesto que ella constituye un verdadero resumen del Evangelio, es la oración de un hijo a su padre, enseñada por el Hijo del Padre y contiene en sí todo lo que necesitamos pedir de Dios.

Dediquemos un poco de nuestro tiempo a musitar y pasar por el corazón cada una de las palabras de esta hermosa plegaria y descubramos o redescubramos el poder de la oración sencilla, humilde y sincera. La oración es la debilidad de Dios.