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General - 1 octubre, 2016

Jóvenes constructores de paz y reconciliación

Cerramos la presentación de las ponencias que expusieron en el foro ‘Jóvenes frente a la paz’, realizado el 22 de septiembre en el colegio Comfacesar, con las reflexiones de la joven abogada Elizabeth Mendinueta Arango, quien hace parte de la Plataforma Juvenil de la Universidad Popular del Cesar.

Sincerémonos: La reconciliación no se decreta, no se reglamenta ni se vota. Es una decisión de todos, o al menos un cambio de comportamiento de la gran mayoría; es una práctica cotidiana, con hechos concretos, que exige un permanente acto de fe. Las experiencias de posconflicto en otros países muestran que la reconciliación debe contar con un amplio respaldo popular si de verdad se busca construir una paz sostenible, de largo aliento y cambiar la manera de relacionarnos. La paz es el bien supremo. ¿Y la reconciliación? Que también lo sea.

En el diccionario de la Real Academia Española, reconciliar quiere decir restablecer la concordia, “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. Pero la reconciliación como proceso colectivo y de la sociedad ha merecido definiciones diversas y muchas controversias en países que han vivido guerras, dictaduras y conflictos armados. Colombia no es una excepción en esos desencuentros a la hora de definir la reconciliación que no encuentra siquiera una acepción univoca en los diccionarios. En su sentido político la reconciliación ha sido entendida como la construcción de condiciones sociales, culturales e institucionales, para que pese a situaciones de violencia armada en las luchas de poder o por riquezas se logre un ambiente de paz.

Invito a todos los jóvenes y a la sociedad en general a restablecer la concordia, a acordar los ánimos unidos, a construir una definición de reconciliación juntos, en donde se vean reflejados los deseos de todos y cada uno de los colombianos que anhelamos la paz.

Desde esta perspectiva la reconciliación es parte esencial de la construcción de paz y se concreta en compromisos e instituciones creadas desde un amplio consenso democrático. Esto significa que no basta la voluntad o el deseo de no violencia para que se vuelva realidad la reconciliación: se requiere objetivarla como resultados de transformaciones que permitan la convivencia de diversos y antagonistas.

El futuro de Colombia depende de comprender, como decía Luis de Góngora, que “la tierra no nos fue heredada por nuestros padres, nos fue prestada por nuestros hijos”. De nosotros depende entregar un futuro de vida a un país que no conoce nada distinto a la muerte.

Hemos finalizado muchos años agridulces para Colombia. Avanza la paz, que es la esperanza de vida de un país acostumbrado a la muerte en todas las facetas de su vida. Pero a la par se incrementa la desigualdad, el despojo y la pobreza. Dos mil dieciséis será recordado como el año en el que Colombia tuvo que empezar a perdonar, a entender su propia guerra, y ver en ella el espejo de su vida. La vida campesina cargada de dolor, pero también de lucha y resistencia agraria, la vida de las ciudades edificadas con migraciones causadas por la violencia, y síntoma inequívoco de la desigualdad en nuestro país, pero nuestra sociedad vivió el tiempo en el que los guerreros se sentaron en la mesa de conversaciones, y convinieron el fin del conflicto armado más largo del continente. Un orgullo. Los jóvenes estamos siendo testigos de un pedazo de historia.

Sin embargo, a la que parece imposible la llegada de la paz como la más importante de las natividades, el más profundo de los nacimientos, nos debe asaltar a los colombianos y colombianas, sobre todo los más jóvenes, una preocupación: ¿Cuál es el país que estamos construyendo alrededor de la paz? ¿Cómo contribuyo a propiciar una verdadera reconciliación desde mi comunidad?

La expectativa de muchos colombianos es que este acuerdo contribuya a construir una democracia plena, incluyente, y sólida, que impida que en Colombia se vuelva a asesinar de nuevo por pensar distinto, que signifique la emergencia de la verdad, para que conozcamos las voces silenciadas de esta guerra, donde las víctimas sepan qué sucedió, los victimarios pidan perdón y contribuyan a la reparación, y nunca más se vuelva a repetir la barbarie de la guerra. Absolutamente todos los actores políticos deben ser partícipes de este pacto ético por la verdad y la no repetición: esas son semillas para la reconciliación. El estado colombiano, quien auspicio la guerra en sus diferentes etapas tiene que fortalecerse en la perspectiva real del Estado Social de Derecho, la promesa incumplida para que emerja en serio la paz.

Muchos aún aguardan el advenimiento de la guerra, la buscan, la cultivan a través de los medios de comunicación y las mentiras. La guerra es su capital político, y en su finalización no encuentran espacio aquellos que han traducido votos en muerte, y muerte en votos. Un expresidente es la figura de un proyecto político que hizo de la barbarie la principal moneda de intercambio político en Colombia.

En un panorama donde persisten tantas dificultades, tensiones y disputas alrededor de la paz, el principal reto que tiene este año es parir la reconciliación. La tarea de los jóvenes colombianos. El destino de Colombia no puede ser la guerra y la juventud que acompaña este pedazo de nuestra historia le toca decidirse por hacer parte de su escritura para que el rojo de la bandera deje de manchar el resto de colores.

Dos mil dieciséis será el año donde pongamos la reconciliación sobre la mesa más importante: la de una sociedad a veces impávida, indiferente e indolente frente a su propia realidad. Contra esta idea estarán los sentimientos de odio, venganza y muerte…llenos del difícil dolor que deja la guerra.

Para la reconciliación se necesita grandeza de corazón y perspectiva de futuro. Por esto es imprescindible que construyamos un gran movimiento juvenil por la reconciliación de nuestro país, que logre edificar una democracia sólida, en cultura de la participación.

Es necesario y tenemos que comprender el rol activo que jugamos los jóvenes en la reconstrucción del tejido social, el reconocimiento a las víctimas y la memoria en el país. La paz en Colombia no sólo depende de las negociaciones de La Habana. La paz es un compromiso para todos los días, que implica constancia y esfuerzo, participación y movilización, no sólo de nosotros los jóvenes sino de toda la sociedad colombiana.

Estamos listos para ser parte de una sociedad reconciliada, que no eligieron el país en guerra que les ha tocado vivir, pero sí eligieron construir el país en paz en el que aspiran soñar.

Revelemos al mundo entero que Colombia es un territorio de paz y reconciliación, mostrémosle al país entero que Valledupar es un territorio de paz y reconciliación, y demostrémonos a nosotros mismos que nuestro cuerpo y mente es un lugar dispuesto para la paz y la reconciliación. La guerra es una invención de la mente humana; y la mente humana también puede inventar la paz.

Por Elizabeth Mendinueta Arango

General
1 octubre, 2016

Jóvenes constructores de paz y reconciliación

Cerramos la presentación de las ponencias que expusieron en el foro ‘Jóvenes frente a la paz’, realizado el 22 de septiembre en el colegio Comfacesar, con las reflexiones de la joven abogada Elizabeth Mendinueta Arango, quien hace parte de la Plataforma Juvenil de la Universidad Popular del Cesar.


Sincerémonos: La reconciliación no se decreta, no se reglamenta ni se vota. Es una decisión de todos, o al menos un cambio de comportamiento de la gran mayoría; es una práctica cotidiana, con hechos concretos, que exige un permanente acto de fe. Las experiencias de posconflicto en otros países muestran que la reconciliación debe contar con un amplio respaldo popular si de verdad se busca construir una paz sostenible, de largo aliento y cambiar la manera de relacionarnos. La paz es el bien supremo. ¿Y la reconciliación? Que también lo sea.

En el diccionario de la Real Academia Española, reconciliar quiere decir restablecer la concordia, “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. Pero la reconciliación como proceso colectivo y de la sociedad ha merecido definiciones diversas y muchas controversias en países que han vivido guerras, dictaduras y conflictos armados. Colombia no es una excepción en esos desencuentros a la hora de definir la reconciliación que no encuentra siquiera una acepción univoca en los diccionarios. En su sentido político la reconciliación ha sido entendida como la construcción de condiciones sociales, culturales e institucionales, para que pese a situaciones de violencia armada en las luchas de poder o por riquezas se logre un ambiente de paz.

Invito a todos los jóvenes y a la sociedad en general a restablecer la concordia, a acordar los ánimos unidos, a construir una definición de reconciliación juntos, en donde se vean reflejados los deseos de todos y cada uno de los colombianos que anhelamos la paz.

Desde esta perspectiva la reconciliación es parte esencial de la construcción de paz y se concreta en compromisos e instituciones creadas desde un amplio consenso democrático. Esto significa que no basta la voluntad o el deseo de no violencia para que se vuelva realidad la reconciliación: se requiere objetivarla como resultados de transformaciones que permitan la convivencia de diversos y antagonistas.

El futuro de Colombia depende de comprender, como decía Luis de Góngora, que “la tierra no nos fue heredada por nuestros padres, nos fue prestada por nuestros hijos”. De nosotros depende entregar un futuro de vida a un país que no conoce nada distinto a la muerte.

Hemos finalizado muchos años agridulces para Colombia. Avanza la paz, que es la esperanza de vida de un país acostumbrado a la muerte en todas las facetas de su vida. Pero a la par se incrementa la desigualdad, el despojo y la pobreza. Dos mil dieciséis será recordado como el año en el que Colombia tuvo que empezar a perdonar, a entender su propia guerra, y ver en ella el espejo de su vida. La vida campesina cargada de dolor, pero también de lucha y resistencia agraria, la vida de las ciudades edificadas con migraciones causadas por la violencia, y síntoma inequívoco de la desigualdad en nuestro país, pero nuestra sociedad vivió el tiempo en el que los guerreros se sentaron en la mesa de conversaciones, y convinieron el fin del conflicto armado más largo del continente. Un orgullo. Los jóvenes estamos siendo testigos de un pedazo de historia.

Sin embargo, a la que parece imposible la llegada de la paz como la más importante de las natividades, el más profundo de los nacimientos, nos debe asaltar a los colombianos y colombianas, sobre todo los más jóvenes, una preocupación: ¿Cuál es el país que estamos construyendo alrededor de la paz? ¿Cómo contribuyo a propiciar una verdadera reconciliación desde mi comunidad?

La expectativa de muchos colombianos es que este acuerdo contribuya a construir una democracia plena, incluyente, y sólida, que impida que en Colombia se vuelva a asesinar de nuevo por pensar distinto, que signifique la emergencia de la verdad, para que conozcamos las voces silenciadas de esta guerra, donde las víctimas sepan qué sucedió, los victimarios pidan perdón y contribuyan a la reparación, y nunca más se vuelva a repetir la barbarie de la guerra. Absolutamente todos los actores políticos deben ser partícipes de este pacto ético por la verdad y la no repetición: esas son semillas para la reconciliación. El estado colombiano, quien auspicio la guerra en sus diferentes etapas tiene que fortalecerse en la perspectiva real del Estado Social de Derecho, la promesa incumplida para que emerja en serio la paz.

Muchos aún aguardan el advenimiento de la guerra, la buscan, la cultivan a través de los medios de comunicación y las mentiras. La guerra es su capital político, y en su finalización no encuentran espacio aquellos que han traducido votos en muerte, y muerte en votos. Un expresidente es la figura de un proyecto político que hizo de la barbarie la principal moneda de intercambio político en Colombia.

En un panorama donde persisten tantas dificultades, tensiones y disputas alrededor de la paz, el principal reto que tiene este año es parir la reconciliación. La tarea de los jóvenes colombianos. El destino de Colombia no puede ser la guerra y la juventud que acompaña este pedazo de nuestra historia le toca decidirse por hacer parte de su escritura para que el rojo de la bandera deje de manchar el resto de colores.

Dos mil dieciséis será el año donde pongamos la reconciliación sobre la mesa más importante: la de una sociedad a veces impávida, indiferente e indolente frente a su propia realidad. Contra esta idea estarán los sentimientos de odio, venganza y muerte…llenos del difícil dolor que deja la guerra.

Para la reconciliación se necesita grandeza de corazón y perspectiva de futuro. Por esto es imprescindible que construyamos un gran movimiento juvenil por la reconciliación de nuestro país, que logre edificar una democracia sólida, en cultura de la participación.

Es necesario y tenemos que comprender el rol activo que jugamos los jóvenes en la reconstrucción del tejido social, el reconocimiento a las víctimas y la memoria en el país. La paz en Colombia no sólo depende de las negociaciones de La Habana. La paz es un compromiso para todos los días, que implica constancia y esfuerzo, participación y movilización, no sólo de nosotros los jóvenes sino de toda la sociedad colombiana.

Estamos listos para ser parte de una sociedad reconciliada, que no eligieron el país en guerra que les ha tocado vivir, pero sí eligieron construir el país en paz en el que aspiran soñar.

Revelemos al mundo entero que Colombia es un territorio de paz y reconciliación, mostrémosle al país entero que Valledupar es un territorio de paz y reconciliación, y demostrémonos a nosotros mismos que nuestro cuerpo y mente es un lugar dispuesto para la paz y la reconciliación. La guerra es una invención de la mente humana; y la mente humana también puede inventar la paz.

Por Elizabeth Mendinueta Arango