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Columnista - 9 octubre, 2014

Hasta luego Aníbal.

Es inevitable “la larga y negra partida” al decir del poeta, unos primero, otros después, y así es desde el principio pero siempre nos sorprendemos; será porque nos aferramos a lo eterno y al cariño y aprecio que sentimos por familiares y amistades; nunca nos acostumbramos. La partida de Aníbal es como quitarle una columna […]

Es inevitable “la larga y negra partida” al decir del poeta, unos primero, otros después, y así es desde el principio pero siempre nos sorprendemos; será porque nos aferramos a lo eterno y al cariño y aprecio que sentimos por familiares y amistades; nunca nos acostumbramos. La partida de Aníbal es como quitarle una columna a un edificio que en este caso se llama el edificio vallenato. Aníbal fue siempre parte de la estructura de la vallenatía, desde que esta región era una aldea bucólica, de los cantos primigenios de vaquería hasta donde el la dejó con los problemas de inseguridad, movilidad y contaminación que no era la situación que él quería para su amado Valledupar, el de las flores amarillas del cañahuate que dieron vida a Mauricio Babilonia en Cien Años de Soledad. Aníbal fue un gran hacedor de civismo e hizo parte de una generación ya en vía de extinción pero que no ha tenido relevo, los creadores de este departamento que tantos beneficios nos han traído. De esta pléyade hacían parte Clemente Quintero, ya fallecido, Crispín Villazón de Armas, José A, Murgas y Alfonso Araujo Cotes. Hoy los valores de la sociedad son otros, contrarios. Pero Aníbal debió morir tranquilo, satisfecho con su legado; su paso por la Contraloría General fue un periodo de beneficencia con centenares de vallenatos y caribes que pudieron trabajar y estudiar; en la alcaldía de Valledupar dio muestras de su gran compromiso con el municipio y en especial con su entrañable Valledupar; será difícil no recordarlo así como los cartagineses y el mundo no podrán ocultar a su otrora Aníbal, el guerrero que con sus elefantes conquisto Asia. Aníbal, el nuestro, el cañaguatero, el ecuestre, conquistó el corazón de los vallenatos solo con su sonrisa y sus palabras entrañables. Con su hermano Manuel Ancízar, médico ilustre, dejaron escritos en lápida, poco común para un provinciano, sus méritos en la Universidad Nacional donde ambos fueron laureados con sus tesis de grado. Es que el talento no tiene clases sociales ni credos ni razas; el talento existe y punto. Lo perdimos pero valió la pena tenerlo, hay que imitarlo. En lo particular, perdí un lector de mis columnas, me lo llegó a decir, que las comentaba con ese otro pro hombre que es Alfonso Araujo Cotes. Hace algunos meses me comentó que quería crear un programa de opinión en su emisora y estaba pensando en mí para integrarlo ¡Qué gran honor! Hasta luego Aníbal.

[email protected]

Columnista
9 octubre, 2014

Hasta luego Aníbal.

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Es inevitable “la larga y negra partida” al decir del poeta, unos primero, otros después, y así es desde el principio pero siempre nos sorprendemos; será porque nos aferramos a lo eterno y al cariño y aprecio que sentimos por familiares y amistades; nunca nos acostumbramos. La partida de Aníbal es como quitarle una columna […]


Es inevitable “la larga y negra partida” al decir del poeta, unos primero, otros después, y así es desde el principio pero siempre nos sorprendemos; será porque nos aferramos a lo eterno y al cariño y aprecio que sentimos por familiares y amistades; nunca nos acostumbramos. La partida de Aníbal es como quitarle una columna a un edificio que en este caso se llama el edificio vallenato. Aníbal fue siempre parte de la estructura de la vallenatía, desde que esta región era una aldea bucólica, de los cantos primigenios de vaquería hasta donde el la dejó con los problemas de inseguridad, movilidad y contaminación que no era la situación que él quería para su amado Valledupar, el de las flores amarillas del cañahuate que dieron vida a Mauricio Babilonia en Cien Años de Soledad. Aníbal fue un gran hacedor de civismo e hizo parte de una generación ya en vía de extinción pero que no ha tenido relevo, los creadores de este departamento que tantos beneficios nos han traído. De esta pléyade hacían parte Clemente Quintero, ya fallecido, Crispín Villazón de Armas, José A, Murgas y Alfonso Araujo Cotes. Hoy los valores de la sociedad son otros, contrarios. Pero Aníbal debió morir tranquilo, satisfecho con su legado; su paso por la Contraloría General fue un periodo de beneficencia con centenares de vallenatos y caribes que pudieron trabajar y estudiar; en la alcaldía de Valledupar dio muestras de su gran compromiso con el municipio y en especial con su entrañable Valledupar; será difícil no recordarlo así como los cartagineses y el mundo no podrán ocultar a su otrora Aníbal, el guerrero que con sus elefantes conquisto Asia. Aníbal, el nuestro, el cañaguatero, el ecuestre, conquistó el corazón de los vallenatos solo con su sonrisa y sus palabras entrañables. Con su hermano Manuel Ancízar, médico ilustre, dejaron escritos en lápida, poco común para un provinciano, sus méritos en la Universidad Nacional donde ambos fueron laureados con sus tesis de grado. Es que el talento no tiene clases sociales ni credos ni razas; el talento existe y punto. Lo perdimos pero valió la pena tenerlo, hay que imitarlo. En lo particular, perdí un lector de mis columnas, me lo llegó a decir, que las comentaba con ese otro pro hombre que es Alfonso Araujo Cotes. Hace algunos meses me comentó que quería crear un programa de opinión en su emisora y estaba pensando en mí para integrarlo ¡Qué gran honor! Hasta luego Aníbal.

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