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Columnista - 26 marzo, 2015

Educación Ambiental (i)

Empecemos por el principio: hace 43 años, en la Primera Conferencia Mundial sobre el Ambiente, celebrada en Estocolmo, los gobiernos y la sociedad establecieron el compromiso de educar para comprender el mundo. Hoy en las universidades más importantes de América Latina la mayoría de los estudiantes se hacen profesionales sin saber qué son la globalización […]

Empecemos por el principio: hace 43 años, en la Primera Conferencia Mundial sobre el Ambiente, celebrada en Estocolmo, los gobiernos y la sociedad establecieron el compromiso de educar para comprender el mundo. Hoy en las universidades más importantes de América Latina la mayoría de los estudiantes se hacen profesionales sin saber qué son la globalización en escala planetaria, los problemas ambientales o la Cumbre de Río. ¿Hasta qué punto se podría afirmar que han tenido éxito los compromisos firmados en Estocolmo?
Algunos afirman que la dificultad que existe para asumir el compromiso ambiental se puede hacer extensiva a casi todas las universidades; es uno de los mayores obstáculos a la hora de plantear soluciones a la crisis ambiental. Es anómalo que tal cosa esté sucediendo, pero sucede. No se sabe si tiene que ver con la gran cantidad de información ambiental a menudo ofrecida en un tono bastante alarmista, que provoca saturación, la desconexión y la falta de responsabilidad; o si, en cambio, tiene que ver con esa confusión que conocemos con el nombre de babelismo.

Todo el mundo estaría de acuerdo en reconocer que la crisis ambiental es el mayor problema civilizatorio de la historia humana creciente. Pero en lo que no parece tan fácil ponerse de acuerdo es en la definición de los conceptos y el consenso semántico necesarios para establecer una base común de trabajo; en definitiva, en establecer lo que alguien ha definido como la alfabetización ambiental o ecológica como ejercicio post-educativo.

Es necesario que el esfuerzo de educadores y comunicadores, en franca conexión con la comunidad científica, tienda a aclarar en lugar de confundir. Es increíble que todavía hoy cuando decimos “ambiente” no entendamos todos lo mismo.

Por otro lado, cabe la posibilidad de que el escaso compromiso ambiental tenga algo que ver con una actitud propia de la conducta humana: Una desconexión reactiva a los grandes problemas que llevan asociados un riesgo y ante los que no hay grandes respuestas. Esto es una lástima pero sucede. Incluso sucede en foros dedicados a tratar los temas ambientales con gente de la que se supone una capacidad científica y un evidente interés por la problemática ambiental, pero que, efectivamente, tampoco sabe nada de los Acuerdos de Estocolmo ni de la Conferencia de Kioto, ni de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo 2002, por citar únicamente algunos ejemplos relevantes. A veces se diría que ni siquiera poseen la información primaria derivada de la prensa. Es sorprendente la falta de seriedad y especialmente, la ausencia de compromiso ambiental por parte de los sectores académicos que manejan la información. Es otra paradoja.

Personalmente tengo fe en ese tipo de acuerdos universales, aun reconociendo la complejidad de su aplicación e incluso la falta de sinceridad de muchos de los gobernantes que los suscriben. Creo en ellos no como una profesión de fe sino porque considero que tienen un valor operativo, aunque sea reducido: Frente al carácter global de la problemática, ese tipo de acuerdos producen complicidad y puntos de arranque comunes, sobre todo en la educación y la comunicación ambientales.

Columnista
26 marzo, 2015

Educación Ambiental (i)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

Empecemos por el principio: hace 43 años, en la Primera Conferencia Mundial sobre el Ambiente, celebrada en Estocolmo, los gobiernos y la sociedad establecieron el compromiso de educar para comprender el mundo. Hoy en las universidades más importantes de América Latina la mayoría de los estudiantes se hacen profesionales sin saber qué son la globalización […]


Empecemos por el principio: hace 43 años, en la Primera Conferencia Mundial sobre el Ambiente, celebrada en Estocolmo, los gobiernos y la sociedad establecieron el compromiso de educar para comprender el mundo. Hoy en las universidades más importantes de América Latina la mayoría de los estudiantes se hacen profesionales sin saber qué son la globalización en escala planetaria, los problemas ambientales o la Cumbre de Río. ¿Hasta qué punto se podría afirmar que han tenido éxito los compromisos firmados en Estocolmo?
Algunos afirman que la dificultad que existe para asumir el compromiso ambiental se puede hacer extensiva a casi todas las universidades; es uno de los mayores obstáculos a la hora de plantear soluciones a la crisis ambiental. Es anómalo que tal cosa esté sucediendo, pero sucede. No se sabe si tiene que ver con la gran cantidad de información ambiental a menudo ofrecida en un tono bastante alarmista, que provoca saturación, la desconexión y la falta de responsabilidad; o si, en cambio, tiene que ver con esa confusión que conocemos con el nombre de babelismo.

Todo el mundo estaría de acuerdo en reconocer que la crisis ambiental es el mayor problema civilizatorio de la historia humana creciente. Pero en lo que no parece tan fácil ponerse de acuerdo es en la definición de los conceptos y el consenso semántico necesarios para establecer una base común de trabajo; en definitiva, en establecer lo que alguien ha definido como la alfabetización ambiental o ecológica como ejercicio post-educativo.

Es necesario que el esfuerzo de educadores y comunicadores, en franca conexión con la comunidad científica, tienda a aclarar en lugar de confundir. Es increíble que todavía hoy cuando decimos “ambiente” no entendamos todos lo mismo.

Por otro lado, cabe la posibilidad de que el escaso compromiso ambiental tenga algo que ver con una actitud propia de la conducta humana: Una desconexión reactiva a los grandes problemas que llevan asociados un riesgo y ante los que no hay grandes respuestas. Esto es una lástima pero sucede. Incluso sucede en foros dedicados a tratar los temas ambientales con gente de la que se supone una capacidad científica y un evidente interés por la problemática ambiental, pero que, efectivamente, tampoco sabe nada de los Acuerdos de Estocolmo ni de la Conferencia de Kioto, ni de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo 2002, por citar únicamente algunos ejemplos relevantes. A veces se diría que ni siquiera poseen la información primaria derivada de la prensa. Es sorprendente la falta de seriedad y especialmente, la ausencia de compromiso ambiental por parte de los sectores académicos que manejan la información. Es otra paradoja.

Personalmente tengo fe en ese tipo de acuerdos universales, aun reconociendo la complejidad de su aplicación e incluso la falta de sinceridad de muchos de los gobernantes que los suscriben. Creo en ellos no como una profesión de fe sino porque considero que tienen un valor operativo, aunque sea reducido: Frente al carácter global de la problemática, ese tipo de acuerdos producen complicidad y puntos de arranque comunes, sobre todo en la educación y la comunicación ambientales.