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Columnista - 21 octubre, 2014

Diálogos sordos

A propósito de los diálogos de paz en La Habana, en estos días, hemos estado reflexionandoen clases, sobre la importancia de la comunicación como parte esencial del éxito en todas las actividades humanas. Mucha gente padece de problemas profundos para comunicarse en el seno familiar, porque hay poco espacio para la interacción y aunque se […]

A propósito de los diálogos de paz en La Habana, en estos días, hemos estado reflexionandoen clases, sobre la importancia de la comunicación como parte esencial del éxito en todas las actividades humanas.

Mucha gente padece de problemas profundos para comunicarse en el seno familiar, porque hay poco espacio para la interacción y aunque se crea que en la escuela, en el trabajo o en las reuniones de amigos se habla y comparte mucho, lo cierto es que hay poco intercambio de ideas, poco se procesan desde una conciencia colectiva, porque a veces hay más afán en decir lo que pienso, en demostrar que tengo algo para decir, que en escuchar el discurso del otro, entenderlo y participar de él a través del consenso.

Pareciera que hay más interés en desvirtuar el discurso del otro, en demostrar que tengo una mejor idea, que en aceptar que se puede mejorar si lo ayudo a construir desde el diálogo participativo. Hago énfasis en diálogo participativo aunque suene redundante, pues hoy es común asistir a falsos diálogos donde la gente parece escuchar, donde las personas hacen un leve movimiento de cabeza como aprobando lo que la otra dice, cuando en realidad su mente está en otro contexto o escenario, haciendo que la intervención de alguien se quede en el mero monólogo.

La política actual está plagada de personajes que se sientan en una mesa más a oir sonidos de voces que a escuchar, es decir, a procesar el discurso del otro para llegar a un acuerdo. A veces sucede que hay intención de diálogo en la mesa, pero el ruido exterior distrae tanto que la atención está más puesta en la distorción que en el verdadero mensaje que se quiere plantear. Otras veces pareciera que en un proceso comunicativo cada quien trajera un pequeño libreto aprendido y apenas lo pronuncia deja de serle interesante todo lo que allí está por decirse. Son esos coversatorios en los que convergen diversos monólogos y soliloquios, porque a pesar de que se habla mucho, nada se concluye, pues cada hablante está encerrado en su burbuja que solo le permite escucharse así mismo y desconocer la otredad.

El gran problema de la comunicación en estos tiempos modernos es que se ha perdido el sagrado deber de escuchar. Sin una buena escucha jamás habrá consenso. No obstante ser esto una verdad que no necesita comprobación, hoy se privilegia más el hablar como una oportunidad para hacer valer el derecho a expresarse, que el escuchar como un deber, como herramienta de tolerancia, inclusión y respeto por el otro.

Hay tanta gente defendiendo a ultranza su derecho a expresarse hasta el punto de caer en fundamentalismos, pero muy pocos reconociendo que el escuchar es un deber supremo que nos lleva a la convivencia, a la paz y al entendimiento.

Reflexionabamos con los estudiantes a partir de un pequeño libro rescatado del olvido de los anaqueles, sobre la importancia de aprender a escuchar para la solución de conflictos. Momo, del Alemán Michael Ende, es la historia de una joven que con pocos años de edad ayuda a la solución de problemas en un pueblo italiano, sin que ella tenga necesidad de pronunciar alguna palabra. A través de la escucha lleva a todos sus interlocutores a encontrar la causa de sus problemas y a darles solución.

Leer Momo, se convierte en una buena oportunidad para autoevaluarnos sobre cómo estamos desarrollando nuestra habilidad de escuchar, entendiendo escuchar como oir, razonar y cambiar mi posición si es necesario. Escuchar es una tarea de sabios, pues si queremos saber lo que es correcto en lugar de saber quien tiene la razón, es necesario ejercitarnos en el escuchar, porque allí comenzamos a encontrarnos con nosotros mismos.

@Oscararizadaza

Columnista
21 octubre, 2014

Diálogos sordos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

A propósito de los diálogos de paz en La Habana, en estos días, hemos estado reflexionandoen clases, sobre la importancia de la comunicación como parte esencial del éxito en todas las actividades humanas. Mucha gente padece de problemas profundos para comunicarse en el seno familiar, porque hay poco espacio para la interacción y aunque se […]


A propósito de los diálogos de paz en La Habana, en estos días, hemos estado reflexionandoen clases, sobre la importancia de la comunicación como parte esencial del éxito en todas las actividades humanas.

Mucha gente padece de problemas profundos para comunicarse en el seno familiar, porque hay poco espacio para la interacción y aunque se crea que en la escuela, en el trabajo o en las reuniones de amigos se habla y comparte mucho, lo cierto es que hay poco intercambio de ideas, poco se procesan desde una conciencia colectiva, porque a veces hay más afán en decir lo que pienso, en demostrar que tengo algo para decir, que en escuchar el discurso del otro, entenderlo y participar de él a través del consenso.

Pareciera que hay más interés en desvirtuar el discurso del otro, en demostrar que tengo una mejor idea, que en aceptar que se puede mejorar si lo ayudo a construir desde el diálogo participativo. Hago énfasis en diálogo participativo aunque suene redundante, pues hoy es común asistir a falsos diálogos donde la gente parece escuchar, donde las personas hacen un leve movimiento de cabeza como aprobando lo que la otra dice, cuando en realidad su mente está en otro contexto o escenario, haciendo que la intervención de alguien se quede en el mero monólogo.

La política actual está plagada de personajes que se sientan en una mesa más a oir sonidos de voces que a escuchar, es decir, a procesar el discurso del otro para llegar a un acuerdo. A veces sucede que hay intención de diálogo en la mesa, pero el ruido exterior distrae tanto que la atención está más puesta en la distorción que en el verdadero mensaje que se quiere plantear. Otras veces pareciera que en un proceso comunicativo cada quien trajera un pequeño libreto aprendido y apenas lo pronuncia deja de serle interesante todo lo que allí está por decirse. Son esos coversatorios en los que convergen diversos monólogos y soliloquios, porque a pesar de que se habla mucho, nada se concluye, pues cada hablante está encerrado en su burbuja que solo le permite escucharse así mismo y desconocer la otredad.

El gran problema de la comunicación en estos tiempos modernos es que se ha perdido el sagrado deber de escuchar. Sin una buena escucha jamás habrá consenso. No obstante ser esto una verdad que no necesita comprobación, hoy se privilegia más el hablar como una oportunidad para hacer valer el derecho a expresarse, que el escuchar como un deber, como herramienta de tolerancia, inclusión y respeto por el otro.

Hay tanta gente defendiendo a ultranza su derecho a expresarse hasta el punto de caer en fundamentalismos, pero muy pocos reconociendo que el escuchar es un deber supremo que nos lleva a la convivencia, a la paz y al entendimiento.

Reflexionabamos con los estudiantes a partir de un pequeño libro rescatado del olvido de los anaqueles, sobre la importancia de aprender a escuchar para la solución de conflictos. Momo, del Alemán Michael Ende, es la historia de una joven que con pocos años de edad ayuda a la solución de problemas en un pueblo italiano, sin que ella tenga necesidad de pronunciar alguna palabra. A través de la escucha lleva a todos sus interlocutores a encontrar la causa de sus problemas y a darles solución.

Leer Momo, se convierte en una buena oportunidad para autoevaluarnos sobre cómo estamos desarrollando nuestra habilidad de escuchar, entendiendo escuchar como oir, razonar y cambiar mi posición si es necesario. Escuchar es una tarea de sabios, pues si queremos saber lo que es correcto en lugar de saber quien tiene la razón, es necesario ejercitarnos en el escuchar, porque allí comenzamos a encontrarnos con nosotros mismos.

@Oscararizadaza