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General - 29 septiembre, 2016

El honor de cubrir una firma de paz

El periodista Andrés Llamas Nova cuenta hoy cómo vivió el cubrimiento que hizo de la firma del Acuerdo Final entre el gobierno y las Farc.

Es inevitable destacar que a los guerrilleros de las Farc y al presidente Juan Manuel Santos Calderón, se les diera por concretar sus acercamientos para un diálogo de paz en esta década y consolidar el intercambio de ideas a través de una mesa de negociaciones que llegó a su final precisamente a estas alturas del año 2016, cuando por cosas del destino EL PILÓN me acogió nuevamente en su sala de redacción, porque muchos periodistas fueron asesinados y otros murieron esperando, entre otros momentos, el vivido el pasado 26 de septiembre por 1.050 periodistas de diferentes regiones del país y del exterior, entre ellos este servidor.

Tuve el honor de ver las dos firmas y los dos discursos: de Timochencko y del presidente Santos, en medio de miles de aplausos. Tuve el honor de ver a las víctimas del conflicto llorar de esperanza, el sinigual rostro del jefe guerrillero, y desde ese momento político, pasmarse de emociones con el sobrevuelo del primero de tres aviones Kfir.

A Cartagena la escogieron por bella, para ser escenario de tal evento, de la magnitud de una firma de paz para poner fin a la guerra con un grupo que fue terrorista y subversivo, y hoy va camino a convertirse en partido político gracias a una sensata decisión.

Cubrir un evento de esta magnitud en ‘La Heroica’, como era de esperarse, fue la experiencia más extenuante y al tiempo, cargada de emociones que se pueda vivir en el ejercicio periodístico. Algunas cosas son infortunadamente repetitivas, como el contraste olvido de El Pozón con la belleza urbanística e histórica de la avenida Santander. Situaciones terribles de inseguridad y pobreza como las que se viven en el Olaya Herrera, originaron el nacimiento de guerrillas como la que el lunes pasado firmó la paz en la explanada San Francisco, Centro de Convenciones.

A las 5:00 de la tarde del domingo, un taxista me recogió en el Museo Naval. Al ver el escenario donde solicité su servicio empezó la diatriba contra “la paz de Santos”, y otra andanada de comentarios viscerales en contra de todo y de todos, sin olvidar por supuesto a los corruptos. Al bajarme en Bocagrande me cobró 12 mil pesos, es decir, más o menos el doble del valor normal, en una distancia similar.

Acababa de salir de una de las dos salas de prensa, instaladas por Presidencia de la Republica para albergar a los centenares de comunicadores, locales, regionales, nacionales e internacionales que llegaron en horda a Cartagena. Energía eléctrica, conexión a internet, señal de televisión, y demás herramientas pertinentes para que cada miembro de los medios de comunicación obtuviera lo que necesitara, con el fin de presentar a los ciudadanos del mundo el paso a paso del evento.

A la sala de prensa nos llevaron a congresistas, directores generales, presidentes de comisiones, activistas, pedagogos, representantes de las víctimas, todos influyentes en la coyuntura. Todos entraron por una puerta adornada con cañones que hace siglos no sirven, con el fin de anunciar su respaldo a esta iniciativa de paz que por su carácter jurídico, social, humano, llamó la atención de todo el mundo, sin exagerar. Para bien a muchos, para mal a pocos, teniendo en cuenta la cantidad de personas en el mundo que ha tenido algo que ver con este proceso.

Sin duda es increíble la capacidad para perdonar, que días atrás, pude apreciar reporteando en el municipio de Becerril por parte de las víctimas de la guerra real, se ratificó en Cartagena frente a los protagonistas de la mesa de negociaciones. Al mismo tiempo es maravilloso tener la oportunidad en Colombia de ver a una oposición manifestar su punto de vista, pacifico también, en una recolección de firmas uribistas y en una calle de Cartagena, sin importar la euforia pacifista de estos tiempos; ellos, bien argumentados, algunos, otros manipulados, fueron vistos por las cámaras y lentes de los medios que allí nos encontrábamos.

Tuve el honor de entrevistar por unos minutos a un amable Guy Rider, director general de la Organización Internacional del Trabajo. Hubiera querido más tiempo para hablarle de los 25 mil pesos diarios que les pagan a los vendedores de Cinco Esquinas (en Valledupar) por las 12 horas o más de trabajo, con 20 minutos de almuerzo.

Un placer escuchar a Pepe Mujica y sus palabras sobre la responsabilidad que tenemos los ciudadanos en estos tiempos. Un honor recibir la puya a los medios de comunicación: ustedes que tienen medios, en lugar de dar manija, siempre con la pálida, pónganle un poco de optimismo al esfuerzo creador de la gente anónima, que está luchando por la vida.

Cubrir la paz y cubrir la guerra: jamás podré vivir lo que los periodistas cesarenses vivieron durante la época negra del paramilitarismo. A mí no me “invitaron” a La Mesa los del frente ‘Mártires del Cesar’ ni he tenido que esconderme fuera de Colombia por amenazas de muerte. Tampoco caí en una ‘pesca milagrosa’ en la Boca del Zorro, viajando de Valledupar para Bosconia. A mí me ha tocado estar en el exclusivo Centro de Convenciones, registrando para este diario la noticia del fin del conflicto, sin más incomodidades que las aguas negras en calles aledañas a la explanada, las actitudes cretinas de algunos colegas que, duele decirlo, están prestando sus profesionales servicios a grandes cadenas, las incomodas medidas de seguridad en semejante circunstancia de la vida nacional, pero con la felicidad de ser parte de lo que viene, a través de la óptica universal del periodista que tiene la fortuna que no tiene el sociólogo estudioso de la sociedad; el ejercicio periodístico, el tú a tú, labor que aprendimos de los juglares de la música vallenata.

Un placer se testigo de simpáticas situaciones: más aplausos a Nicolás Maduro que a Enrique Peña Nieto, el contraste entre las cantadoras de Bojayá a coro limpio abriendo el evento y el cierre con sinfónica, el Himno a la Alegría. Quedé esperando Canta Conmigo mi Pueblo, de Hernando Marín.

Increíble que los momentos más emotivos los entregó Rodrigo Londoño Echeverry, comandante ‘Timochencko’. Unos sentimentales Alan Jara y Sigifredo López luego del ofrecimiento de perdón del jefe de sus secuestradores, fueron los representantes de las víctimas con los que pude hablar. ‘Timochencko’ habló de la pésima salud y educación que tiene el país, de la equidad y justicia social y el público aplaudió y también pude ver su rostro cuando el estruendo de los aviones lo asustaron; tembló el escenario y se apagaron las luces.

Por supuesto el presidente Santos, que poco conmueve con su verbo, fue emotivo. Mientras tanto, una bandera de amarillo, azul, rojo y blanco, ondeaba en las graderías que quedaron en parte más lejana de la tarima. Un caballero bogotano de unos 70 años se quejó del gesto y le recordé que cuando juega la Selección Colombia venden otras con el escudo bordado.

También infringí las normas. Siguiendo como Adán siguió a Eva, le hice caso a Herlency Gutiérrez de RCN Radio, Cartagena, para colarme donde la implacable logística presidencial había prohibido ingresar. Una vez en territorio vedado, tuve acceso a diálogos y personajes que estuvieron allí invitados por algún simbolismo, entendible en muchos casos: Jorge Veloza, voz del folclor campesino boyacense; Vanessa Mendoza, nuestra Barbie negra; el general Rodolfo Palomino, que acotó sobre su batalla contra la subversión y delincuencia en Colombia y adelante; Ciro Guerra, quien me habló de la película que los colombianos debemos hacer, la de la paz, por supuesto.
Al final, después de abrirme paso a codos entre periodistas de la prensa nacional, entrevistar a Ban Ki – Moon, hacerle señas a través de una puerta de vidrio a ‘Romaña’ y otros del secretariado de las Farc, pero no obtener una declaración, me fui por donde vine.

Finalmente encontré a la declaración más emotiva y quizá más aterrizada en medio de la lluvia de posiciones políticas que se vociferan en el país: el profesor Gustavo Moncayo sentado en un andén mientras la plaza quedaba vacía me dijo, “a quién no quisiera abrazar con esta alegría que hoy nos embarga”.

En Cartagena, El Pozón sigue igual, Manga también; en Valledupar, Tierra Prometida sigue Igual, el Novalito también, pero es en las manos de todos los habitantes de esas poblaciones, urbanas y rurales, en donde está la decisión de qué hacer, cómo actuar frente a lo que viene. Usted decida, yo lo comunico.

Por Andrés Llamas Nova / EL PILÓN

General
29 septiembre, 2016

El honor de cubrir una firma de paz

El periodista Andrés Llamas Nova cuenta hoy cómo vivió el cubrimiento que hizo de la firma del Acuerdo Final entre el gobierno y las Farc.


Es inevitable destacar que a los guerrilleros de las Farc y al presidente Juan Manuel Santos Calderón, se les diera por concretar sus acercamientos para un diálogo de paz en esta década y consolidar el intercambio de ideas a través de una mesa de negociaciones que llegó a su final precisamente a estas alturas del año 2016, cuando por cosas del destino EL PILÓN me acogió nuevamente en su sala de redacción, porque muchos periodistas fueron asesinados y otros murieron esperando, entre otros momentos, el vivido el pasado 26 de septiembre por 1.050 periodistas de diferentes regiones del país y del exterior, entre ellos este servidor.

Tuve el honor de ver las dos firmas y los dos discursos: de Timochencko y del presidente Santos, en medio de miles de aplausos. Tuve el honor de ver a las víctimas del conflicto llorar de esperanza, el sinigual rostro del jefe guerrillero, y desde ese momento político, pasmarse de emociones con el sobrevuelo del primero de tres aviones Kfir.

A Cartagena la escogieron por bella, para ser escenario de tal evento, de la magnitud de una firma de paz para poner fin a la guerra con un grupo que fue terrorista y subversivo, y hoy va camino a convertirse en partido político gracias a una sensata decisión.

Cubrir un evento de esta magnitud en ‘La Heroica’, como era de esperarse, fue la experiencia más extenuante y al tiempo, cargada de emociones que se pueda vivir en el ejercicio periodístico. Algunas cosas son infortunadamente repetitivas, como el contraste olvido de El Pozón con la belleza urbanística e histórica de la avenida Santander. Situaciones terribles de inseguridad y pobreza como las que se viven en el Olaya Herrera, originaron el nacimiento de guerrillas como la que el lunes pasado firmó la paz en la explanada San Francisco, Centro de Convenciones.

A las 5:00 de la tarde del domingo, un taxista me recogió en el Museo Naval. Al ver el escenario donde solicité su servicio empezó la diatriba contra “la paz de Santos”, y otra andanada de comentarios viscerales en contra de todo y de todos, sin olvidar por supuesto a los corruptos. Al bajarme en Bocagrande me cobró 12 mil pesos, es decir, más o menos el doble del valor normal, en una distancia similar.

Acababa de salir de una de las dos salas de prensa, instaladas por Presidencia de la Republica para albergar a los centenares de comunicadores, locales, regionales, nacionales e internacionales que llegaron en horda a Cartagena. Energía eléctrica, conexión a internet, señal de televisión, y demás herramientas pertinentes para que cada miembro de los medios de comunicación obtuviera lo que necesitara, con el fin de presentar a los ciudadanos del mundo el paso a paso del evento.

A la sala de prensa nos llevaron a congresistas, directores generales, presidentes de comisiones, activistas, pedagogos, representantes de las víctimas, todos influyentes en la coyuntura. Todos entraron por una puerta adornada con cañones que hace siglos no sirven, con el fin de anunciar su respaldo a esta iniciativa de paz que por su carácter jurídico, social, humano, llamó la atención de todo el mundo, sin exagerar. Para bien a muchos, para mal a pocos, teniendo en cuenta la cantidad de personas en el mundo que ha tenido algo que ver con este proceso.

Sin duda es increíble la capacidad para perdonar, que días atrás, pude apreciar reporteando en el municipio de Becerril por parte de las víctimas de la guerra real, se ratificó en Cartagena frente a los protagonistas de la mesa de negociaciones. Al mismo tiempo es maravilloso tener la oportunidad en Colombia de ver a una oposición manifestar su punto de vista, pacifico también, en una recolección de firmas uribistas y en una calle de Cartagena, sin importar la euforia pacifista de estos tiempos; ellos, bien argumentados, algunos, otros manipulados, fueron vistos por las cámaras y lentes de los medios que allí nos encontrábamos.

Tuve el honor de entrevistar por unos minutos a un amable Guy Rider, director general de la Organización Internacional del Trabajo. Hubiera querido más tiempo para hablarle de los 25 mil pesos diarios que les pagan a los vendedores de Cinco Esquinas (en Valledupar) por las 12 horas o más de trabajo, con 20 minutos de almuerzo.

Un placer escuchar a Pepe Mujica y sus palabras sobre la responsabilidad que tenemos los ciudadanos en estos tiempos. Un honor recibir la puya a los medios de comunicación: ustedes que tienen medios, en lugar de dar manija, siempre con la pálida, pónganle un poco de optimismo al esfuerzo creador de la gente anónima, que está luchando por la vida.

Cubrir la paz y cubrir la guerra: jamás podré vivir lo que los periodistas cesarenses vivieron durante la época negra del paramilitarismo. A mí no me “invitaron” a La Mesa los del frente ‘Mártires del Cesar’ ni he tenido que esconderme fuera de Colombia por amenazas de muerte. Tampoco caí en una ‘pesca milagrosa’ en la Boca del Zorro, viajando de Valledupar para Bosconia. A mí me ha tocado estar en el exclusivo Centro de Convenciones, registrando para este diario la noticia del fin del conflicto, sin más incomodidades que las aguas negras en calles aledañas a la explanada, las actitudes cretinas de algunos colegas que, duele decirlo, están prestando sus profesionales servicios a grandes cadenas, las incomodas medidas de seguridad en semejante circunstancia de la vida nacional, pero con la felicidad de ser parte de lo que viene, a través de la óptica universal del periodista que tiene la fortuna que no tiene el sociólogo estudioso de la sociedad; el ejercicio periodístico, el tú a tú, labor que aprendimos de los juglares de la música vallenata.

Un placer se testigo de simpáticas situaciones: más aplausos a Nicolás Maduro que a Enrique Peña Nieto, el contraste entre las cantadoras de Bojayá a coro limpio abriendo el evento y el cierre con sinfónica, el Himno a la Alegría. Quedé esperando Canta Conmigo mi Pueblo, de Hernando Marín.

Increíble que los momentos más emotivos los entregó Rodrigo Londoño Echeverry, comandante ‘Timochencko’. Unos sentimentales Alan Jara y Sigifredo López luego del ofrecimiento de perdón del jefe de sus secuestradores, fueron los representantes de las víctimas con los que pude hablar. ‘Timochencko’ habló de la pésima salud y educación que tiene el país, de la equidad y justicia social y el público aplaudió y también pude ver su rostro cuando el estruendo de los aviones lo asustaron; tembló el escenario y se apagaron las luces.

Por supuesto el presidente Santos, que poco conmueve con su verbo, fue emotivo. Mientras tanto, una bandera de amarillo, azul, rojo y blanco, ondeaba en las graderías que quedaron en parte más lejana de la tarima. Un caballero bogotano de unos 70 años se quejó del gesto y le recordé que cuando juega la Selección Colombia venden otras con el escudo bordado.

También infringí las normas. Siguiendo como Adán siguió a Eva, le hice caso a Herlency Gutiérrez de RCN Radio, Cartagena, para colarme donde la implacable logística presidencial había prohibido ingresar. Una vez en territorio vedado, tuve acceso a diálogos y personajes que estuvieron allí invitados por algún simbolismo, entendible en muchos casos: Jorge Veloza, voz del folclor campesino boyacense; Vanessa Mendoza, nuestra Barbie negra; el general Rodolfo Palomino, que acotó sobre su batalla contra la subversión y delincuencia en Colombia y adelante; Ciro Guerra, quien me habló de la película que los colombianos debemos hacer, la de la paz, por supuesto.
Al final, después de abrirme paso a codos entre periodistas de la prensa nacional, entrevistar a Ban Ki – Moon, hacerle señas a través de una puerta de vidrio a ‘Romaña’ y otros del secretariado de las Farc, pero no obtener una declaración, me fui por donde vine.

Finalmente encontré a la declaración más emotiva y quizá más aterrizada en medio de la lluvia de posiciones políticas que se vociferan en el país: el profesor Gustavo Moncayo sentado en un andén mientras la plaza quedaba vacía me dijo, “a quién no quisiera abrazar con esta alegría que hoy nos embarga”.

En Cartagena, El Pozón sigue igual, Manga también; en Valledupar, Tierra Prometida sigue Igual, el Novalito también, pero es en las manos de todos los habitantes de esas poblaciones, urbanas y rurales, en donde está la decisión de qué hacer, cómo actuar frente a lo que viene. Usted decida, yo lo comunico.

Por Andrés Llamas Nova / EL PILÓN