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Columnista - 23 agosto, 2017

Hemos perdido el temor

Como personas y como sociedad humana hemos resuelto que el temor de Dios ya no es necesario para vivir; que, por el contrario, es un malhadado fardo que arrastrábamos en nuestro pasado cultural “oscurantista”. Dizque vino a ser exorcizado por la época moderna y definitivamente por la postmoderna. Evidentemente, a partir de entonces nos consideramos […]

Como personas y como sociedad humana hemos resuelto que el temor de Dios ya no es necesario para vivir; que, por el contrario, es un malhadado fardo que arrastrábamos en nuestro pasado cultural “oscurantista”.

Dizque vino a ser exorcizado por la época moderna y definitivamente por la postmoderna. Evidentemente, a partir de entonces nos consideramos independientes absolutos de nuestro estado de naturaleza, y, sobre todo, de lo sobrenatural.

Los temores religiosos y morales que tradicionalmente habían acompañado nuestras vidas para salvarlas del caos, han desaparecido, no para bien, sino para mal, y males de la conducta del hombre, que nos ha traído a los lares de una generalizada enfermedad social que compromete todos los perfiles de las psicopatías de las masas.

Muchísimos habitantes de nuestro mundo, considerados individualmente, muchísimas familias, casi toda la sociedad humana, están barrenados por el prejuicio siniestro del relativismo conductual, cuya nefanda teoría predica que cada quien es el artífice de su propia verdad, en campos tan delicados como el de la ética y la moral.

Han desaparecido de la vida corriente, privada y pública, los respetos hacia sí mismo y los demás.

La civilización actual ha puesto epitafios sobre la muerte de Dios; de la verdad; de la honestidad; de la familia; de la amistad; de la Patria; de las arcas públicas; de la buena política y leyes de los Estados; de la palabra privada y pública empeñadas.

Los gobiernos y los medios de comunicación masivas, en general, han perdido la vergüenza por la verdad y no tienen temor de nada ni hacia nadie, para ofender y mentir. Se han acomodado en sus negocios privados y públicos.

Ah de los gobiernos anunciadores de proyectos que jamás se cumplen, pero que logran enajenar a las multitudes. De la televisión, que se presta para lo bueno, y lo peor. De los periodistas alquilados al mejor postor. De los medios de expresión que se convierten en alzafuelles de gobiernos fracasados, pero que pagan bien su apoyo. Alcahuetas de inmoralidades que se convierten en derecho positivo, de legisladores sin escrúpulos de ninguna naturaleza.

Órganos de información y comunicación privados que se convierten corruptamente en órganos oficialistas de las trampas engañosas. Periodistas bufones que inmisericordemente se ríen de los defectos físicos de los débiles sociales, y satirizando ponen en la palestra pública a sus odiados enemigos.

La paz general se ha escabullido y la guerra de todos contra todos es el pan de cada día, en persecución de los intereses personales, económicos y políticos, que son la noticia diaria.

Las instituciones oficiales de los Estados nacionales, establecidas para defender y apoyar a nacionales y extranjeros, han dejado de cumplir sus propósitos, y sus integrantes se han dedicado a vivir burocráticamente sin respeto, protección y amor por los demás.

Todo ello es desesperanzador, lo que sube de punto, si pensamos, como debemos hacerlo, en aquel porcentaje, siempre en aumento, de la humanidad que vive miserablemente, por culpa de la incuria generalizada, y de gobiernos incompetentes.

El racionalismo del homo económicus y el racionalismo del homo politicus, interesados en sí y para sí, tienen enajenada a la sociedad humana. Y el escepticismo ya está presente por todas partes.

No obstante, el temor de Dios nos tenga de su mano, y la virtud de la esperanza, que nunca se pierde, de la suya.

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. El pensar requiere el silencio de la soledad.

[email protected]

Por Rodrigo López Barros

 

Columnista
23 agosto, 2017

Hemos perdido el temor

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Como personas y como sociedad humana hemos resuelto que el temor de Dios ya no es necesario para vivir; que, por el contrario, es un malhadado fardo que arrastrábamos en nuestro pasado cultural “oscurantista”. Dizque vino a ser exorcizado por la época moderna y definitivamente por la postmoderna. Evidentemente, a partir de entonces nos consideramos […]


Como personas y como sociedad humana hemos resuelto que el temor de Dios ya no es necesario para vivir; que, por el contrario, es un malhadado fardo que arrastrábamos en nuestro pasado cultural “oscurantista”.

Dizque vino a ser exorcizado por la época moderna y definitivamente por la postmoderna. Evidentemente, a partir de entonces nos consideramos independientes absolutos de nuestro estado de naturaleza, y, sobre todo, de lo sobrenatural.

Los temores religiosos y morales que tradicionalmente habían acompañado nuestras vidas para salvarlas del caos, han desaparecido, no para bien, sino para mal, y males de la conducta del hombre, que nos ha traído a los lares de una generalizada enfermedad social que compromete todos los perfiles de las psicopatías de las masas.

Muchísimos habitantes de nuestro mundo, considerados individualmente, muchísimas familias, casi toda la sociedad humana, están barrenados por el prejuicio siniestro del relativismo conductual, cuya nefanda teoría predica que cada quien es el artífice de su propia verdad, en campos tan delicados como el de la ética y la moral.

Han desaparecido de la vida corriente, privada y pública, los respetos hacia sí mismo y los demás.

La civilización actual ha puesto epitafios sobre la muerte de Dios; de la verdad; de la honestidad; de la familia; de la amistad; de la Patria; de las arcas públicas; de la buena política y leyes de los Estados; de la palabra privada y pública empeñadas.

Los gobiernos y los medios de comunicación masivas, en general, han perdido la vergüenza por la verdad y no tienen temor de nada ni hacia nadie, para ofender y mentir. Se han acomodado en sus negocios privados y públicos.

Ah de los gobiernos anunciadores de proyectos que jamás se cumplen, pero que logran enajenar a las multitudes. De la televisión, que se presta para lo bueno, y lo peor. De los periodistas alquilados al mejor postor. De los medios de expresión que se convierten en alzafuelles de gobiernos fracasados, pero que pagan bien su apoyo. Alcahuetas de inmoralidades que se convierten en derecho positivo, de legisladores sin escrúpulos de ninguna naturaleza.

Órganos de información y comunicación privados que se convierten corruptamente en órganos oficialistas de las trampas engañosas. Periodistas bufones que inmisericordemente se ríen de los defectos físicos de los débiles sociales, y satirizando ponen en la palestra pública a sus odiados enemigos.

La paz general se ha escabullido y la guerra de todos contra todos es el pan de cada día, en persecución de los intereses personales, económicos y políticos, que son la noticia diaria.

Las instituciones oficiales de los Estados nacionales, establecidas para defender y apoyar a nacionales y extranjeros, han dejado de cumplir sus propósitos, y sus integrantes se han dedicado a vivir burocráticamente sin respeto, protección y amor por los demás.

Todo ello es desesperanzador, lo que sube de punto, si pensamos, como debemos hacerlo, en aquel porcentaje, siempre en aumento, de la humanidad que vive miserablemente, por culpa de la incuria generalizada, y de gobiernos incompetentes.

El racionalismo del homo económicus y el racionalismo del homo politicus, interesados en sí y para sí, tienen enajenada a la sociedad humana. Y el escepticismo ya está presente por todas partes.

No obstante, el temor de Dios nos tenga de su mano, y la virtud de la esperanza, que nunca se pierde, de la suya.

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. El pensar requiere el silencio de la soledad.

[email protected]

Por Rodrigo López Barros