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Columnista - 14 julio, 2017

Hacia la madurez

“Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño. Pero, cuando crecí, dejé atrás las cosas de niño”. 1° Corintios 13,11 (NTV). Según este pasaje de la Biblia, hay dos etapas espirituales en nuestras vidas: La primera etapa es cuando entro a la familia de la fe y comienzo el proceso de crecimiento, […]

“Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño. Pero, cuando crecí, dejé atrás las cosas de niño”. 1° Corintios 13,11 (NTV).

Según este pasaje de la Biblia, hay dos etapas espirituales en nuestras vidas: La primera etapa es cuando entro a la familia de la fe y comienzo el proceso de crecimiento, pasando del nuevo nacimiento hacia la infancia, aprendiendo a valerme por mí mismo y descubriendo el mundo espiritual en el cual he renacido.

La segunda etapa es cuando voy camino a la adultez y como cristiano maduro asumo responsabilidades y compromisos para la extensión del reino de Dios.

El problema es que mucha gente nunca pasa de la infancia, se resisten a crecer y madurar y siempre son consumidores y dependientes, en vez de ser autónomos y productores. Se supone que debemos crecer como semillas en tierra fértil, producir y reproducirnos según nuestra especie a la semejanza de Dios en nosotros.

Se admite que debemos mantener un proceso de crecimiento galopante, siempre hacia la madurez en Cristo, creciendo en nuestra relación de intimidad con Dios, en nuestra adoración y tiempo de oración. ¡las personas que crecen cambian y transforman su entorno!

Amados amigos lectores, el tema de este escrito es el cambio. Hay un cuando de la infancia y otro cuando de la adultez. Pero tenemos muchos cristianos “bombriles” entre nosotros, atrapados en una infancia larga y extendida, sin asunción de compromisos que pareciera que no tienen la más mínima intención de crecer y liberarse.

Podemos permanecer atrapados en el síndrome de la infancia, caracterizado por el conformismo y la mediocridad. Convencidos que nunca superaremos el pasado, llenos de culpabilidad y recuerdos de errores y fracasos, sintiéndonos indignos y rechazados por Dios.

Afirmo esto de manera fuerte y clara: ¡Dios nos ha reconciliado consigo mismo, por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo! “Dios anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio, clavándola en la cruz”. Ahora, Dios quiere que crezcamos en fortaleza, sabiduría y gracia para con Dios y los hombres.

¿Recuerdan la historia del profeta Samuel? Su madre Ana, pidió a Dios un hijo, el cual prometió dedicar al Señor. Cumplido el tiempo, llevó al niño a vivir en el templo, bajo el cuidado del sacerdote Elí. Cada año, junto con su familia, Ana subía al templo para adorar y darse cuenta de su hijo. Entretanto, Samuel crecía en fe, en unción, en discernimiento, aprendiendo a escuchar la voz de Dios.

No es correcto, permanecer en el templo y no crecer. No está bien ir a la iglesia y no madurar. Cada año necesitamos nuevos moldes, una vestimenta más grande porque estamos creciendo. Samuel creció en el templo y Dios lo usó para guiar a Israel, ungir reyes y preparar profetas.

Nosotros necesitamos crecer en el entendimiento de lo que Dios desea para nuestras vidas. No tenemos que permanecer en la infancia; es tiempo de iniciar una segunda etapa, porque Dios tiene un vestido de otra talla más grande para nosotros.

No estemos limitados por lo que sucedió en el pasado. Dios tiene cosas mayores de lo que hasta ahora ha sucedido. ¡Lo mejor de nuestra vida, aún está por llegar! Existe un nuevo nivel al que Dios desea que vayamos; dispongámonos para alejar las cosas infantiles y comenzar a crecer hacia la madurez.

Hasta que partamos hacia la eternidad, siempre estaremos en un proceso de crecimiento; con persistencia y fidelidad, edifiquemos nuestra vida de oración, el tiempo de lectura bíblica, un estilo de vida de ayuno y adoración y un compromiso comunitario con la fe y la acción; entonces, avanzaremos confiadamente hacia la madurez.
Un fuerte abrazo en Cristo y ¡Adelante, creciendo en el Señor siempre!

Por Valerio Mejía Araujo

 

Columnista
14 julio, 2017

Hacia la madurez

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño. Pero, cuando crecí, dejé atrás las cosas de niño”. 1° Corintios 13,11 (NTV). Según este pasaje de la Biblia, hay dos etapas espirituales en nuestras vidas: La primera etapa es cuando entro a la familia de la fe y comienzo el proceso de crecimiento, […]


“Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño. Pero, cuando crecí, dejé atrás las cosas de niño”. 1° Corintios 13,11 (NTV).

Según este pasaje de la Biblia, hay dos etapas espirituales en nuestras vidas: La primera etapa es cuando entro a la familia de la fe y comienzo el proceso de crecimiento, pasando del nuevo nacimiento hacia la infancia, aprendiendo a valerme por mí mismo y descubriendo el mundo espiritual en el cual he renacido.

La segunda etapa es cuando voy camino a la adultez y como cristiano maduro asumo responsabilidades y compromisos para la extensión del reino de Dios.

El problema es que mucha gente nunca pasa de la infancia, se resisten a crecer y madurar y siempre son consumidores y dependientes, en vez de ser autónomos y productores. Se supone que debemos crecer como semillas en tierra fértil, producir y reproducirnos según nuestra especie a la semejanza de Dios en nosotros.

Se admite que debemos mantener un proceso de crecimiento galopante, siempre hacia la madurez en Cristo, creciendo en nuestra relación de intimidad con Dios, en nuestra adoración y tiempo de oración. ¡las personas que crecen cambian y transforman su entorno!

Amados amigos lectores, el tema de este escrito es el cambio. Hay un cuando de la infancia y otro cuando de la adultez. Pero tenemos muchos cristianos “bombriles” entre nosotros, atrapados en una infancia larga y extendida, sin asunción de compromisos que pareciera que no tienen la más mínima intención de crecer y liberarse.

Podemos permanecer atrapados en el síndrome de la infancia, caracterizado por el conformismo y la mediocridad. Convencidos que nunca superaremos el pasado, llenos de culpabilidad y recuerdos de errores y fracasos, sintiéndonos indignos y rechazados por Dios.

Afirmo esto de manera fuerte y clara: ¡Dios nos ha reconciliado consigo mismo, por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo! “Dios anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio, clavándola en la cruz”. Ahora, Dios quiere que crezcamos en fortaleza, sabiduría y gracia para con Dios y los hombres.

¿Recuerdan la historia del profeta Samuel? Su madre Ana, pidió a Dios un hijo, el cual prometió dedicar al Señor. Cumplido el tiempo, llevó al niño a vivir en el templo, bajo el cuidado del sacerdote Elí. Cada año, junto con su familia, Ana subía al templo para adorar y darse cuenta de su hijo. Entretanto, Samuel crecía en fe, en unción, en discernimiento, aprendiendo a escuchar la voz de Dios.

No es correcto, permanecer en el templo y no crecer. No está bien ir a la iglesia y no madurar. Cada año necesitamos nuevos moldes, una vestimenta más grande porque estamos creciendo. Samuel creció en el templo y Dios lo usó para guiar a Israel, ungir reyes y preparar profetas.

Nosotros necesitamos crecer en el entendimiento de lo que Dios desea para nuestras vidas. No tenemos que permanecer en la infancia; es tiempo de iniciar una segunda etapa, porque Dios tiene un vestido de otra talla más grande para nosotros.

No estemos limitados por lo que sucedió en el pasado. Dios tiene cosas mayores de lo que hasta ahora ha sucedido. ¡Lo mejor de nuestra vida, aún está por llegar! Existe un nuevo nivel al que Dios desea que vayamos; dispongámonos para alejar las cosas infantiles y comenzar a crecer hacia la madurez.

Hasta que partamos hacia la eternidad, siempre estaremos en un proceso de crecimiento; con persistencia y fidelidad, edifiquemos nuestra vida de oración, el tiempo de lectura bíblica, un estilo de vida de ayuno y adoración y un compromiso comunitario con la fe y la acción; entonces, avanzaremos confiadamente hacia la madurez.
Un fuerte abrazo en Cristo y ¡Adelante, creciendo en el Señor siempre!

Por Valerio Mejía Araujo