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Columnista - 20 diciembre, 2016

Gabo, el vallenato grueso y Julio

Hay recuerdos que se meten en lo más profundo de la mente, se alojan en ella y permanecen de huésped toda la vida. Gabo, cuando tenía la edad de lo que hoy se conoce como la primera infancia, escuchó en vivo en la plaza de Aracataca las notas musicales de un acordeón que en esas […]

Hay recuerdos que se meten en lo más profundo de la mente, se alojan en ella y permanecen de huésped toda la vida. Gabo, cuando tenía la edad de lo que hoy se conoce como la primera infancia, escuchó en vivo en la plaza de Aracataca las notas musicales de un acordeón que en esas calendas eran interpretadas de forma burda por ejecutantes ambulantes a manera de pregones, fue este su primer contacto con las notas de ese instrumento, las que con el tiempo fueron cada vez más melodiosas hasta seducir eternamente al Nobel colombiano.

Desde esos años infantiles de Gabo las melodías del acordeón y la capacidad narrativa del canto vallenato conjugado con otras variables de tipo cultural, académico, intelectual, vivencial, sociopolíticas, de crianza, endógenas, exógenas etc., influyeron en la vocación de Gabriel José para escribir sus crónicas y novelas. Y es que La música caribeña, en especial la vallenata, endulzaba la vida y los ánimos de Gabo, también lo perturbaban, lo emplazaban e incitaban a novelar todo ese contexto vivencial que rotuló su vida desde que tuvo uso de razón, de igual manera Gabo noveló esas historias que no vivió pero que le contaron y otras que acopió en su periplo terrenal en tierras que no eran las de él.

García Márquez era un amante de la música en su contexto, alguna vez refirió que cuando pequeño quiso aprender a tocar acordeón sin conseguirlo, es posible que esa frustración haya influido en la caracterización que le dio en la obra ‘Cien años de soledad’ a Aureliano Segundo, quien en el rol de la novela aprende a tocar acordeón convirtiéndose en un acordeonero parrandero. Tal vez para gozarse las parrandas que organizaba, añoraba tropezarse con un acordeonero superior en estilo y capacidad a ese que idealizó en su obra: Aureliano Segundo.

Fue en el Bi-Rey-Vallenato Julio Rojas, de quien Gabo opinaba que su toque era diferente en quien encarnó a Aureliano. Es que esa particularidad de Julio de ser zurdo pero los pitos los tocaba con la derecha y los bajos magistralmente con su diestra ponían un plus en su toque que seducía a Gabo, además a concepto de un famoso compositor villanuevero que conocí en mi pueblo San Juan de Betulia (Sucre), Julio tenía un trato fino, sutil y agradable que seguramente sirvió de pega pega en la construcción del aprecio de Gabo a Julio, que lo convirtió además de su acordeonero predilecto, en su contertulio de parrandas.

La afirmación que ‘Cien años de soledad’ es un vallenato de más de 300 páginas, no es inverosímil con la temática y el contexto del canto vallenato, en las obras de Gabo hay vestigios del ingenio, la picardía, la semántica, la malicia indígena y el sentido común con que nuestros juglares componían sus canciones, algunas parecen que tuvieran un plumazo de la imaginación de Gabo, como por ejemplo: ‘La bola de candela’ y ‘La guaireñita’ de Hernando Marín, ‘Diosa coronada’ de Leandro.

Aquella del compositor ‘Mañe’ Mercado (QEPD), oriundo de Sabanalarga, Atlántico, cuya temática hace referencia a la boda del diablo en el cielo, para la cual se necesitaba un brujo terrícola para que ceremoniara el matrimonio, por lo que el maligno escogió al padre del compositor ‘Mañe’ Mercado que lo apodaban el ‘Brujo la veloz’ en Sabanalarga; ‘Mañe’ por las condiciones de edad de su padre cuando se enteró del requerimiento decidió remplazar a su progenitor y realizar un desventurado viaje al cielo en las alas del ángel mensajero de San Pedro. Cuando llega al cielo el diablo se enoja por la ausencia del ‘Brujo la veloz’ y declara preso y extraditado en el cielo a ‘Mañe’ Mercado por haber frustrado su boda aplazándola para el año 2505.

Verdadera lástima que el vallenato de hoy haya perdido la magia que sedujo y enamoró a Gabo de este género musical. Hoy Julio integra el Conjunto celestial del vallenato, se reencontró con Gabo y espera en el cielo que acá en la tierra el cantante Miguel Cabrera le meta la voz a los 11 vallenatos que más le gustaban a Gabo, cuyas pistas de acordeón las dejó grabadas antes de su temprana y triste partida.

Por Manuel Barrios Gil

 

Columnista
20 diciembre, 2016

Gabo, el vallenato grueso y Julio

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Manuel Manuel Barrios Gil

Hay recuerdos que se meten en lo más profundo de la mente, se alojan en ella y permanecen de huésped toda la vida. Gabo, cuando tenía la edad de lo que hoy se conoce como la primera infancia, escuchó en vivo en la plaza de Aracataca las notas musicales de un acordeón que en esas […]


Hay recuerdos que se meten en lo más profundo de la mente, se alojan en ella y permanecen de huésped toda la vida. Gabo, cuando tenía la edad de lo que hoy se conoce como la primera infancia, escuchó en vivo en la plaza de Aracataca las notas musicales de un acordeón que en esas calendas eran interpretadas de forma burda por ejecutantes ambulantes a manera de pregones, fue este su primer contacto con las notas de ese instrumento, las que con el tiempo fueron cada vez más melodiosas hasta seducir eternamente al Nobel colombiano.

Desde esos años infantiles de Gabo las melodías del acordeón y la capacidad narrativa del canto vallenato conjugado con otras variables de tipo cultural, académico, intelectual, vivencial, sociopolíticas, de crianza, endógenas, exógenas etc., influyeron en la vocación de Gabriel José para escribir sus crónicas y novelas. Y es que La música caribeña, en especial la vallenata, endulzaba la vida y los ánimos de Gabo, también lo perturbaban, lo emplazaban e incitaban a novelar todo ese contexto vivencial que rotuló su vida desde que tuvo uso de razón, de igual manera Gabo noveló esas historias que no vivió pero que le contaron y otras que acopió en su periplo terrenal en tierras que no eran las de él.

García Márquez era un amante de la música en su contexto, alguna vez refirió que cuando pequeño quiso aprender a tocar acordeón sin conseguirlo, es posible que esa frustración haya influido en la caracterización que le dio en la obra ‘Cien años de soledad’ a Aureliano Segundo, quien en el rol de la novela aprende a tocar acordeón convirtiéndose en un acordeonero parrandero. Tal vez para gozarse las parrandas que organizaba, añoraba tropezarse con un acordeonero superior en estilo y capacidad a ese que idealizó en su obra: Aureliano Segundo.

Fue en el Bi-Rey-Vallenato Julio Rojas, de quien Gabo opinaba que su toque era diferente en quien encarnó a Aureliano. Es que esa particularidad de Julio de ser zurdo pero los pitos los tocaba con la derecha y los bajos magistralmente con su diestra ponían un plus en su toque que seducía a Gabo, además a concepto de un famoso compositor villanuevero que conocí en mi pueblo San Juan de Betulia (Sucre), Julio tenía un trato fino, sutil y agradable que seguramente sirvió de pega pega en la construcción del aprecio de Gabo a Julio, que lo convirtió además de su acordeonero predilecto, en su contertulio de parrandas.

La afirmación que ‘Cien años de soledad’ es un vallenato de más de 300 páginas, no es inverosímil con la temática y el contexto del canto vallenato, en las obras de Gabo hay vestigios del ingenio, la picardía, la semántica, la malicia indígena y el sentido común con que nuestros juglares componían sus canciones, algunas parecen que tuvieran un plumazo de la imaginación de Gabo, como por ejemplo: ‘La bola de candela’ y ‘La guaireñita’ de Hernando Marín, ‘Diosa coronada’ de Leandro.

Aquella del compositor ‘Mañe’ Mercado (QEPD), oriundo de Sabanalarga, Atlántico, cuya temática hace referencia a la boda del diablo en el cielo, para la cual se necesitaba un brujo terrícola para que ceremoniara el matrimonio, por lo que el maligno escogió al padre del compositor ‘Mañe’ Mercado que lo apodaban el ‘Brujo la veloz’ en Sabanalarga; ‘Mañe’ por las condiciones de edad de su padre cuando se enteró del requerimiento decidió remplazar a su progenitor y realizar un desventurado viaje al cielo en las alas del ángel mensajero de San Pedro. Cuando llega al cielo el diablo se enoja por la ausencia del ‘Brujo la veloz’ y declara preso y extraditado en el cielo a ‘Mañe’ Mercado por haber frustrado su boda aplazándola para el año 2505.

Verdadera lástima que el vallenato de hoy haya perdido la magia que sedujo y enamoró a Gabo de este género musical. Hoy Julio integra el Conjunto celestial del vallenato, se reencontró con Gabo y espera en el cielo que acá en la tierra el cantante Miguel Cabrera le meta la voz a los 11 vallenatos que más le gustaban a Gabo, cuyas pistas de acordeón las dejó grabadas antes de su temprana y triste partida.

Por Manuel Barrios Gil