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Columnista - 24 febrero, 2017

Fundación Gregorio Ortiz Ochoa

Amar a Dios es un mandato que debemos cumplir, si no lo hacemos, vamos mal y ¿cómo debemos demostrar ese amor? Sencilla y llanamente, sirviéndole no a Él que todo lo tiene y todo lo puede, sino al prójimo, pero no dándonos golpes de pecho ni yendo a misa todos los días, ni rezando rosarios […]

Amar a Dios es un mandato que debemos cumplir, si no lo hacemos, vamos mal y ¿cómo debemos demostrar ese amor? Sencilla y llanamente, sirviéndole no a Él que todo lo tiene y todo lo puede, sino al prójimo, pero no dándonos golpes de pecho ni yendo a misa todos los días, ni rezando rosarios a toda hora o leyendo la palabra continuamente, eso está muy bien, pero hay que concretar nuestras acciones sirviéndole a los desposeídos de bienes materiales y espirituales, a los niños que nacen con mutaciones graves y a los adultos que padecen hambre, frío y dolor.

Si todos hiciéramos esto el mundo sería otro y no hubiera tanta miseria y necesidades
A qué vienen estas reflexiones tan viejas de José Aponte, se preguntarán y se los voy a explicar: a raíz de una cruel enfermedad de un amigo a quien quiero mucho lo fui a visitar a su casa, muy preocupado porque su estado de salud es crítico y requiere de unos servicios especializados, ya que el derrame cerebral lo dejó vuelto nada. No lo encontré en su casa y me informaron que lo “tenían” en otra casa muy cerca. Eso me aterró porque pensé que ya comenzaba el viacrucis y llegué hasta donde estaba y ahí fue mi sorpresa, cuando entré y lo encontré acostado en una pequeña habitación en donde todo era limpieza y orden, atendido en ese momento por una sobrina a quien le pregunté cuánto costaban esos servicios y me contestó que nada, que esa era una entidad que se llamaba Fundación Social Gregorio Ortiz Ochoa – Caritas Alegres, recorrí la casa que yo conocía muy bien, pues había sido de mi compadre Atilio Arrieta y en lo que fue el patio encontré un aula amplia para niños discapacitados, más varias habitaciones para atender enfermos y en una pared esta leyenda: “Paz para el que llega, amor para el que se queda y bendición para el que se va”. Quedé maravillado y tranquilo porque mi amigo, más que amigo ha sido como un hermano, José Romero Collante, el famoso Iche de la 26, estaba en buenas manos y muy bien cuidado, lógicamente con el concurso amoroso de sus hijos, familiares y amigos.

¿Saben cómo funciona esta Fundación?, por verraquera de su fundadora, una exmonja y actual profesora del Sena, señorita, de las de antes, Istmina Ortiz Ochoa que se da el lujo y satisfacción de invertir casi la totalidad de su sueldo en atender y educar gratuitamente a 12 niños con retardos mentales severos, otros especiales o Síndrome de Down, tres o cuatro autistas, sordomudos, con parálisis cerebral y con mielomelin góceles, que no sé qué es, pero que es terrible padecerlo, para un total de 22 niños que atiende con una sobrina llamada Liliana Esther Ochoa a quien educó para tal fin y le paga un pequeño sueldo o bonificación.

¿No creen que personas como ellas merece que la ayudemos? y por eso desde ahora me convierto en su colaborador y voy a remover cielo y tierra para encontrar un mecenas o varios que la ayuden. Ya tengo candidatos, pero voy a esperar si después de que lean esta columna, algún amigo de esos poderosos y ricos que tengo se me ofrece. Vamos a ver, pero tenga la seguridad Istmina que el favor de atender espléndidamente a Iche, se lo pagaré y Dios te lo agradecerá al igual que sus hijos.

Los Ortiz Ochoa, el servir lo llevan en la sangre y para la muestra ahí están Arismendi y Jonás, hermanos de Istmina.

Columnista
24 febrero, 2017

Fundación Gregorio Ortiz Ochoa

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Amar a Dios es un mandato que debemos cumplir, si no lo hacemos, vamos mal y ¿cómo debemos demostrar ese amor? Sencilla y llanamente, sirviéndole no a Él que todo lo tiene y todo lo puede, sino al prójimo, pero no dándonos golpes de pecho ni yendo a misa todos los días, ni rezando rosarios […]


Amar a Dios es un mandato que debemos cumplir, si no lo hacemos, vamos mal y ¿cómo debemos demostrar ese amor? Sencilla y llanamente, sirviéndole no a Él que todo lo tiene y todo lo puede, sino al prójimo, pero no dándonos golpes de pecho ni yendo a misa todos los días, ni rezando rosarios a toda hora o leyendo la palabra continuamente, eso está muy bien, pero hay que concretar nuestras acciones sirviéndole a los desposeídos de bienes materiales y espirituales, a los niños que nacen con mutaciones graves y a los adultos que padecen hambre, frío y dolor.

Si todos hiciéramos esto el mundo sería otro y no hubiera tanta miseria y necesidades
A qué vienen estas reflexiones tan viejas de José Aponte, se preguntarán y se los voy a explicar: a raíz de una cruel enfermedad de un amigo a quien quiero mucho lo fui a visitar a su casa, muy preocupado porque su estado de salud es crítico y requiere de unos servicios especializados, ya que el derrame cerebral lo dejó vuelto nada. No lo encontré en su casa y me informaron que lo “tenían” en otra casa muy cerca. Eso me aterró porque pensé que ya comenzaba el viacrucis y llegué hasta donde estaba y ahí fue mi sorpresa, cuando entré y lo encontré acostado en una pequeña habitación en donde todo era limpieza y orden, atendido en ese momento por una sobrina a quien le pregunté cuánto costaban esos servicios y me contestó que nada, que esa era una entidad que se llamaba Fundación Social Gregorio Ortiz Ochoa – Caritas Alegres, recorrí la casa que yo conocía muy bien, pues había sido de mi compadre Atilio Arrieta y en lo que fue el patio encontré un aula amplia para niños discapacitados, más varias habitaciones para atender enfermos y en una pared esta leyenda: “Paz para el que llega, amor para el que se queda y bendición para el que se va”. Quedé maravillado y tranquilo porque mi amigo, más que amigo ha sido como un hermano, José Romero Collante, el famoso Iche de la 26, estaba en buenas manos y muy bien cuidado, lógicamente con el concurso amoroso de sus hijos, familiares y amigos.

¿Saben cómo funciona esta Fundación?, por verraquera de su fundadora, una exmonja y actual profesora del Sena, señorita, de las de antes, Istmina Ortiz Ochoa que se da el lujo y satisfacción de invertir casi la totalidad de su sueldo en atender y educar gratuitamente a 12 niños con retardos mentales severos, otros especiales o Síndrome de Down, tres o cuatro autistas, sordomudos, con parálisis cerebral y con mielomelin góceles, que no sé qué es, pero que es terrible padecerlo, para un total de 22 niños que atiende con una sobrina llamada Liliana Esther Ochoa a quien educó para tal fin y le paga un pequeño sueldo o bonificación.

¿No creen que personas como ellas merece que la ayudemos? y por eso desde ahora me convierto en su colaborador y voy a remover cielo y tierra para encontrar un mecenas o varios que la ayuden. Ya tengo candidatos, pero voy a esperar si después de que lean esta columna, algún amigo de esos poderosos y ricos que tengo se me ofrece. Vamos a ver, pero tenga la seguridad Istmina que el favor de atender espléndidamente a Iche, se lo pagaré y Dios te lo agradecerá al igual que sus hijos.

Los Ortiz Ochoa, el servir lo llevan en la sangre y para la muestra ahí están Arismendi y Jonás, hermanos de Istmina.