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Columnista - 29 junio, 2017

El fin de una guerra, el inicio de otras

Se espera que, a partir del 02/07/17, las Farc hayan entregado la totalidad de las armas después de haberlas disparado por más de medio siglo. Haberlo logrado es una hazaña que solo un firme propósito pudo hacerlo. Declaro que Santos no es mi beato de devoción, sé perfectamente que intereses representa; voté por él en […]

Se espera que, a partir del 02/07/17, las Farc hayan entregado la totalidad de las armas después de haberlas disparado por más de medio siglo. Haberlo logrado es una hazaña que solo un firme propósito pudo hacerlo.

Declaro que Santos no es mi beato de devoción, sé perfectamente que intereses representa; voté por él en la segunda vuelta de su segundo periodo, no por convicción sino por un sentimiento patriótico y en defensa de la democracia que estaba amenazada por cúmulos oscuros y pregoneros de guerra. Tocaba cortar esa estela de muertes, mutilaciones, secuestros y desplazamientos forzados que la dinámica de una guerra prolongada nos dejaba.

Somos el país con el mayor número de desplazados del mundo, una población cercana a la de Bogotá, y 220.000 muertos. Pero aún no podemos cantar victoria, el peligro acecha; la neurosis de guerra no se borra de la noche a la mañana, es un cuadro clínico que, como en la drogadicción, incita al retorno; para el guerrero la sangre es un pábulo necesario, no solo para el actor sino también para el ideólogo. Y lo grave de esto es que muchos de esos ideólogos son los que dirigen gran parte de la política del país; estamos inmersos en un atolladero que se retroalimenta del pasado. Además, la guerra es un negocio, el que más dinero mueve en el mundo, muchos viven de ella, esto es, de la muerte de otros que han sido esclavizados para la letalidad. Este gran negocio se transa con acciones de vida en la bolsa de los criminales que gestan las guerras.

Lo malo de esto es que el gasto lo hacen los llamados “soldados de la patria”, carne cañón para el conflicto, que representan a los sectores más desvalidos de la población, igual que los humildes campesinos que viven en el teatro de las operaciones. Aquí no vemos morir luchando a los hijos de los dueños de la guerra, esos están resguardados en las mejores universidades del mundo y en las embajadas, esperando que sus feudos crezcan por cualquier medio. Por eso, a Santos hay que reconocerle ese noble intento por crear las condiciones para vivir sin guerra. Uno no se explica la falta de reconocimiento para quién arriesgó su caudal político y personal para propiciar estas condiciones; que solo el 12% de los colombianos le reconozca sus méritos y vanaglorie a Uribe, el germen de la guerra, solo lo explica una sociedad enferma por la neurosis de guerra. Suponiendo que no ha hecho nada como rezan sus adversarios, esto sólo bastaría en sus dos periodos de gobierno para subirlo al Parnaso; ningún otro presidente había podido hacerlo, pese a los intentos. Y si logra desactivar a los del Eln, cerraría con broche de oro esta larga tragedia.

Sin embargo, el palo no está para cucharas, hay que mantener la guardia montada, los hacedores de muerte intentarán no perder su negocio, uno de los cuales es la acumulación de tierras que, desde Rodrigo de Triana, con su grito “tierra, tierra”, se inició una relación feudal en la colonia que nunca dejó de serlo. El paramilitarismo es endémico desde Santander, está vivo y actuando dentro de ciertas informalidades, esperando que alguien les toque el cacho para reunificarlo y ponerlo al servicio de los llamados “dueños legítimos” de la tierra, los que siguieron haciéndole el eco a la exclamación de Triana. Ya comenzaron a formalizarse las alianzas de esos pregoneros para los nuevos desplazamientos y terminar de llenar las fosas comunes hasta que Colombia toda sea un camposanto. Digámosle NO a los facinerosos de la política.

Por Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]

Columnista
29 junio, 2017

El fin de una guerra, el inicio de otras

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Se espera que, a partir del 02/07/17, las Farc hayan entregado la totalidad de las armas después de haberlas disparado por más de medio siglo. Haberlo logrado es una hazaña que solo un firme propósito pudo hacerlo. Declaro que Santos no es mi beato de devoción, sé perfectamente que intereses representa; voté por él en […]


Se espera que, a partir del 02/07/17, las Farc hayan entregado la totalidad de las armas después de haberlas disparado por más de medio siglo. Haberlo logrado es una hazaña que solo un firme propósito pudo hacerlo.

Declaro que Santos no es mi beato de devoción, sé perfectamente que intereses representa; voté por él en la segunda vuelta de su segundo periodo, no por convicción sino por un sentimiento patriótico y en defensa de la democracia que estaba amenazada por cúmulos oscuros y pregoneros de guerra. Tocaba cortar esa estela de muertes, mutilaciones, secuestros y desplazamientos forzados que la dinámica de una guerra prolongada nos dejaba.

Somos el país con el mayor número de desplazados del mundo, una población cercana a la de Bogotá, y 220.000 muertos. Pero aún no podemos cantar victoria, el peligro acecha; la neurosis de guerra no se borra de la noche a la mañana, es un cuadro clínico que, como en la drogadicción, incita al retorno; para el guerrero la sangre es un pábulo necesario, no solo para el actor sino también para el ideólogo. Y lo grave de esto es que muchos de esos ideólogos son los que dirigen gran parte de la política del país; estamos inmersos en un atolladero que se retroalimenta del pasado. Además, la guerra es un negocio, el que más dinero mueve en el mundo, muchos viven de ella, esto es, de la muerte de otros que han sido esclavizados para la letalidad. Este gran negocio se transa con acciones de vida en la bolsa de los criminales que gestan las guerras.

Lo malo de esto es que el gasto lo hacen los llamados “soldados de la patria”, carne cañón para el conflicto, que representan a los sectores más desvalidos de la población, igual que los humildes campesinos que viven en el teatro de las operaciones. Aquí no vemos morir luchando a los hijos de los dueños de la guerra, esos están resguardados en las mejores universidades del mundo y en las embajadas, esperando que sus feudos crezcan por cualquier medio. Por eso, a Santos hay que reconocerle ese noble intento por crear las condiciones para vivir sin guerra. Uno no se explica la falta de reconocimiento para quién arriesgó su caudal político y personal para propiciar estas condiciones; que solo el 12% de los colombianos le reconozca sus méritos y vanaglorie a Uribe, el germen de la guerra, solo lo explica una sociedad enferma por la neurosis de guerra. Suponiendo que no ha hecho nada como rezan sus adversarios, esto sólo bastaría en sus dos periodos de gobierno para subirlo al Parnaso; ningún otro presidente había podido hacerlo, pese a los intentos. Y si logra desactivar a los del Eln, cerraría con broche de oro esta larga tragedia.

Sin embargo, el palo no está para cucharas, hay que mantener la guardia montada, los hacedores de muerte intentarán no perder su negocio, uno de los cuales es la acumulación de tierras que, desde Rodrigo de Triana, con su grito “tierra, tierra”, se inició una relación feudal en la colonia que nunca dejó de serlo. El paramilitarismo es endémico desde Santander, está vivo y actuando dentro de ciertas informalidades, esperando que alguien les toque el cacho para reunificarlo y ponerlo al servicio de los llamados “dueños legítimos” de la tierra, los que siguieron haciéndole el eco a la exclamación de Triana. Ya comenzaron a formalizarse las alianzas de esos pregoneros para los nuevos desplazamientos y terminar de llenar las fosas comunes hasta que Colombia toda sea un camposanto. Digámosle NO a los facinerosos de la política.

Por Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]