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Columnista - 26 septiembre, 2013

Entrega verdadera

La verdadera entrega, aquella que nos hará decir como San Pablo, no es la de nuestra vida exterior, sino la del interior, de la voluntad. Nuestra alma es el asiento de nuestra personalidad, es nuestra identidad, lo que nosotros somos.

Por Valerio Mejía Araújo

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.  2 Timoteo 4:7

La verdadera entrega, aquella que nos hará decir como San Pablo, no es la de nuestra vida exterior, sino la del interior, de la voluntad. Nuestra alma es el asiento de nuestra personalidad, es nuestra identidad, lo que nosotros somos.

El alma está compuesta por el intelecto, las emociones y la voluntad, entendida esta como la capacidad para decidir. Así pues, cuando nos rendimos frente a algo o alguien, llegamos a la estación final y no queda nada más por hacer. 

La crisis más grande que podemos enfrentar, no es de cara a las circunstancias; sino es la tensión dialéctica que produce la entrega de nuestra voluntad.

Dios quien es un gentil caballero, nunca nos obliga ni presiona, sino que espera con paciencia hasta que voluntariamente nos rindamos a él y subordinemos nuestra voluntad a la suya. 

Existen tres áreas específicas en las que experimentamos serias dificultades para rendir nuestra voluntad y entregarnos verdaderamente al Señor, y que de hecho traerán libertad a nuestras vidas. 

Primera, la entrega para recibir liberación. Jesús ha prometido: “Venid a mí todos los que estáis  trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Si rendimos nuestra voluntad, experimentaremos descanso, así cualquier cosa que esté creando sensación de inseguridad o inestabilidad, será un motivo para un acercamiento voluntario, para venir al Señor y hallar alivio y socorro oportuno.

Segunda, la entrega para consagración. Jesús afirmó: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…” Aquí, los que nos rendimos a Dios, estaremos seguros de su descanso en nuestro corazón. Lo que resta de nuestra vida, será la manifestación de esa entrega verdadera.

Nunca más deberíamos preocuparnos por lo que el futuro nos depare, porque nuestra vida estará escondida con Cristo en Dios. Sin importar cuáles sean las circunstancias, Dios es más que suficiente y suplirá todo lo que nos falta, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Tercera, la entrega para sometimiento. Jesús le dijo a Pedro: “Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te ceñirá otro, y te llevará donde no quieras”.

La entrega para sometimiento significa dejarnos ceñir por Dios y estar dispuestos a dejarnos llevar por él. Identificarnos de tal modo con Dios que sus intereses sean los mismos nuestros.

Querido amigo lector, no hagamos prevalecer nuestros argumentos en contra de la entrega verdadera. Nunca embotemos el sentido de dar lo máximo de nuestra entrega, por lo supremo de Dios.

Demos lo mejor de nosotros para su gloria. Muchos retroceden porque temen mirar las cosas desde la perspectiva de Dios, y no están dispuestos a entregarle su corazón y su vida.

Dios ha demostrado en la historia y la experiencia, que él es digno de nuestra confianza. Vayamos, por la fe, un poco más allá de las creencias que ya hemos aceptado y entreguémonos verdaderamente a los brazos de Jesús.

Te mando un abrazo y muchas bendiciones…

 

Columnista
26 septiembre, 2013

Entrega verdadera

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

La verdadera entrega, aquella que nos hará decir como San Pablo, no es la de nuestra vida exterior, sino la del interior, de la voluntad. Nuestra alma es el asiento de nuestra personalidad, es nuestra identidad, lo que nosotros somos.


Por Valerio Mejía Araújo

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.  2 Timoteo 4:7

La verdadera entrega, aquella que nos hará decir como San Pablo, no es la de nuestra vida exterior, sino la del interior, de la voluntad. Nuestra alma es el asiento de nuestra personalidad, es nuestra identidad, lo que nosotros somos.

El alma está compuesta por el intelecto, las emociones y la voluntad, entendida esta como la capacidad para decidir. Así pues, cuando nos rendimos frente a algo o alguien, llegamos a la estación final y no queda nada más por hacer. 

La crisis más grande que podemos enfrentar, no es de cara a las circunstancias; sino es la tensión dialéctica que produce la entrega de nuestra voluntad.

Dios quien es un gentil caballero, nunca nos obliga ni presiona, sino que espera con paciencia hasta que voluntariamente nos rindamos a él y subordinemos nuestra voluntad a la suya. 

Existen tres áreas específicas en las que experimentamos serias dificultades para rendir nuestra voluntad y entregarnos verdaderamente al Señor, y que de hecho traerán libertad a nuestras vidas. 

Primera, la entrega para recibir liberación. Jesús ha prometido: “Venid a mí todos los que estáis  trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Si rendimos nuestra voluntad, experimentaremos descanso, así cualquier cosa que esté creando sensación de inseguridad o inestabilidad, será un motivo para un acercamiento voluntario, para venir al Señor y hallar alivio y socorro oportuno.

Segunda, la entrega para consagración. Jesús afirmó: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…” Aquí, los que nos rendimos a Dios, estaremos seguros de su descanso en nuestro corazón. Lo que resta de nuestra vida, será la manifestación de esa entrega verdadera.

Nunca más deberíamos preocuparnos por lo que el futuro nos depare, porque nuestra vida estará escondida con Cristo en Dios. Sin importar cuáles sean las circunstancias, Dios es más que suficiente y suplirá todo lo que nos falta, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Tercera, la entrega para sometimiento. Jesús le dijo a Pedro: “Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te ceñirá otro, y te llevará donde no quieras”.

La entrega para sometimiento significa dejarnos ceñir por Dios y estar dispuestos a dejarnos llevar por él. Identificarnos de tal modo con Dios que sus intereses sean los mismos nuestros.

Querido amigo lector, no hagamos prevalecer nuestros argumentos en contra de la entrega verdadera. Nunca embotemos el sentido de dar lo máximo de nuestra entrega, por lo supremo de Dios.

Demos lo mejor de nosotros para su gloria. Muchos retroceden porque temen mirar las cosas desde la perspectiva de Dios, y no están dispuestos a entregarle su corazón y su vida.

Dios ha demostrado en la historia y la experiencia, que él es digno de nuestra confianza. Vayamos, por la fe, un poco más allá de las creencias que ya hemos aceptado y entreguémonos verdaderamente a los brazos de Jesús.

Te mando un abrazo y muchas bendiciones…