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Columnista - 10 octubre, 2017

Elogio a los jueces

El abogado sigilosamente se aproxima al estrado, extiende la mano al juez, quien igualmente responde el saludo con un apretón, aquel rápida y simultáneamente devuelve la mirada al público donde se encuentra la familia del usuario del servicio público de justicia, asienta, pícaramente sonríe y enseguida tímidamente exhibe el pulgar en posición anatómica como muestra […]

El abogado sigilosamente se aproxima al estrado, extiende la mano al juez, quien igualmente responde el saludo con un apretón, aquel rápida y simultáneamente devuelve la mirada al público donde se encuentra la familia del usuario del servicio público de justicia, asienta, pícaramente sonríe y enseguida tímidamente exhibe el pulgar en posición anatómica como muestra de acuerdo. Su lejano interlocutor también ríe.

El escenario es comprobar que entre el juez y el abogado se pactó un acto de venta de la justicia. La realidad monda y lironda no pasó de ser un fugaz saludo de cortesía entre actores de los procesos judiciales, aunque la perversidad de ofrecer un pacto de corrupción judicial unilateralmente lo procuraba el litigante que quiso visiblemente acreditarlo ante sus poderdantes. Situaciones similares y de variada índole ocurre en la dura praxis diaria de los mentideros judiciales. Se ve de todo.

Quizá para tratar de evitar situaciones como las descritas, en materia procesal penal existe una norma expresa que establece como deber de las partes e intervinientes “abstenerse de tener comunicación privada con el juez que participe en la actuación”. Esa disposición aún no se cumple.

El destacado procesalista italiano de finales del siglo XX, Piero Calamandrei, escribió el ensayo “Elogio de los jueces escrito por un abogado” para hacerle loas a la desafiante y titánica función judicial y enfrentase con la “plebeyez de las preocupaciones contra la justicia y sus servidores divulgadas en todos los tiempos y con virulencia corrosiva en los actuales” y a los “los malandrines que la acosan”.

Ahora, escuchar así sea los fragmentos de las conversaciones interceptadas en EEUU entre el exgobernador de Córdoba, Alejandro Lyons Muskus, y el abogado litigante, alias ‘El Porcino’ -empero que este afirme que fantaseaba porque estaba borracho- escenifica la realidad del sórdido mundo circundante de lo que no debe ser el ejercicio de la noble profesión de abogado. Dialogo -aunque preconcebido por Lyons- al rompe perverso y sórdido.

Desde luego que lo que ahí se dice mucho puede ser cierto como bastante recreadamente mendaz, sin embargo, la estrategia del joven pero experto abogado penalista Alejandro Lyons Muskus, a esta altura parecería irle resultando, porque lo que se venía investigando eran las presuntas pero múltiples actividades delictuales en su gobierno departamental que subsumía prima facie su conducta en delitos de peculado por apropiación y contrato sin cumplimiento de requisitos legales, o sea delitos contra la administración pública.

Lyons Muskus estaba advertido que contra él venían graves imputaciones y solicitud de medida de aseguramiento (detención preventiva intramural) y en el anticipado diseño de su estrategia defensiva empezó a idear una coartada fantástica y en ese enrarecido itinerario aparece en escena la presencia aviesa de jóvenes abogados litigantes al servicio de procurar epopeyas o malabares jurídicos y judiciales. Surge en el foso de los hechos el abogado litigante Luis Gustavo Morales (luego nefasto fiscal anticorrupción), el primo de Lyos Muskus, el abogado penalista Ignacio Lyons España y Leonardo Pinilla, alias ‘El Porcino’. ¡Qué horror!

Y bien. Un juez inevitablemente primero es abogado. Calamandrei compara el ejercicio de la función judicial con la deidad, por eso el juez mientras lo sea, se sugiere situarlo en una urna de cristal. Lejos de la vida mundana.

Los jueces singulares o plurales de antes y más las generaciones de ahora no solo deben ser como “la mujer del Cesar”, esto es, “no le basta con ser honestos, también debe aparentarlo”, pero tienen un enorme desafío porque el acecho del ejercicio deshonesto pulula ante el desmedido afán de enriquecimiento rápido. ¡Necesitamos operadores del derecho ejemplares!

Por Hugo Mendoza Guerra

 

Columnista
10 octubre, 2017

Elogio a los jueces

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hugo Mendoza

El abogado sigilosamente se aproxima al estrado, extiende la mano al juez, quien igualmente responde el saludo con un apretón, aquel rápida y simultáneamente devuelve la mirada al público donde se encuentra la familia del usuario del servicio público de justicia, asienta, pícaramente sonríe y enseguida tímidamente exhibe el pulgar en posición anatómica como muestra […]


El abogado sigilosamente se aproxima al estrado, extiende la mano al juez, quien igualmente responde el saludo con un apretón, aquel rápida y simultáneamente devuelve la mirada al público donde se encuentra la familia del usuario del servicio público de justicia, asienta, pícaramente sonríe y enseguida tímidamente exhibe el pulgar en posición anatómica como muestra de acuerdo. Su lejano interlocutor también ríe.

El escenario es comprobar que entre el juez y el abogado se pactó un acto de venta de la justicia. La realidad monda y lironda no pasó de ser un fugaz saludo de cortesía entre actores de los procesos judiciales, aunque la perversidad de ofrecer un pacto de corrupción judicial unilateralmente lo procuraba el litigante que quiso visiblemente acreditarlo ante sus poderdantes. Situaciones similares y de variada índole ocurre en la dura praxis diaria de los mentideros judiciales. Se ve de todo.

Quizá para tratar de evitar situaciones como las descritas, en materia procesal penal existe una norma expresa que establece como deber de las partes e intervinientes “abstenerse de tener comunicación privada con el juez que participe en la actuación”. Esa disposición aún no se cumple.

El destacado procesalista italiano de finales del siglo XX, Piero Calamandrei, escribió el ensayo “Elogio de los jueces escrito por un abogado” para hacerle loas a la desafiante y titánica función judicial y enfrentase con la “plebeyez de las preocupaciones contra la justicia y sus servidores divulgadas en todos los tiempos y con virulencia corrosiva en los actuales” y a los “los malandrines que la acosan”.

Ahora, escuchar así sea los fragmentos de las conversaciones interceptadas en EEUU entre el exgobernador de Córdoba, Alejandro Lyons Muskus, y el abogado litigante, alias ‘El Porcino’ -empero que este afirme que fantaseaba porque estaba borracho- escenifica la realidad del sórdido mundo circundante de lo que no debe ser el ejercicio de la noble profesión de abogado. Dialogo -aunque preconcebido por Lyons- al rompe perverso y sórdido.

Desde luego que lo que ahí se dice mucho puede ser cierto como bastante recreadamente mendaz, sin embargo, la estrategia del joven pero experto abogado penalista Alejandro Lyons Muskus, a esta altura parecería irle resultando, porque lo que se venía investigando eran las presuntas pero múltiples actividades delictuales en su gobierno departamental que subsumía prima facie su conducta en delitos de peculado por apropiación y contrato sin cumplimiento de requisitos legales, o sea delitos contra la administración pública.

Lyons Muskus estaba advertido que contra él venían graves imputaciones y solicitud de medida de aseguramiento (detención preventiva intramural) y en el anticipado diseño de su estrategia defensiva empezó a idear una coartada fantástica y en ese enrarecido itinerario aparece en escena la presencia aviesa de jóvenes abogados litigantes al servicio de procurar epopeyas o malabares jurídicos y judiciales. Surge en el foso de los hechos el abogado litigante Luis Gustavo Morales (luego nefasto fiscal anticorrupción), el primo de Lyos Muskus, el abogado penalista Ignacio Lyons España y Leonardo Pinilla, alias ‘El Porcino’. ¡Qué horror!

Y bien. Un juez inevitablemente primero es abogado. Calamandrei compara el ejercicio de la función judicial con la deidad, por eso el juez mientras lo sea, se sugiere situarlo en una urna de cristal. Lejos de la vida mundana.

Los jueces singulares o plurales de antes y más las generaciones de ahora no solo deben ser como “la mujer del Cesar”, esto es, “no le basta con ser honestos, también debe aparentarlo”, pero tienen un enorme desafío porque el acecho del ejercicio deshonesto pulula ante el desmedido afán de enriquecimiento rápido. ¡Necesitamos operadores del derecho ejemplares!

Por Hugo Mendoza Guerra