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Columnista - 29 noviembre, 2015

El recurso del timbre del teléfono

Estaba yo pensando en lo estúpido que resulta comenzar un texto usando el recurso del timbre del teléfono, tipo novela negra, cuando sonó mi celular. Era para invitarme a ser jurado de un concurso de cuentos. Acepté complacido y al cabo de unos días me consignaron un sobre con veinte textos, la mayoría cuentos pero […]

Estaba yo pensando en lo estúpido que resulta comenzar un texto usando el recurso del timbre del teléfono, tipo novela negra, cuando sonó mi celular. Era para invitarme a ser jurado de un concurso de cuentos. Acepté complacido y al cabo de unos días me consignaron un sobre con veinte textos, la mayoría cuentos pero también algunas poesías, para someter a mi criterio.

Las categorías eran infantil, juvenil y adultos. Obvio cuando un matriculado de la categoría infantil era un adulto que quería, como Peter Pan, hacer creer que era niño. Me habían advertido ya, cuando me llamaron a invitarme, que los textos eran de aficionados a la escritura de diferentes municipios del departamento de La Guajira y que uno de los objetivos de la actividad era la edición de un libro con lo ganadores; no todos obtendrían el primer premio, pero había lugar para segundo y tercer lugar, tipo Olimpiadas.

Como lector uno siempre quiere sorprenderse, encontrar un deseo no definido hasta el momento de la lectura; sentirse comprendido, expresado a través del autor; sentir que hay una pasión simultánea que está evidenciada en su literatura. Pero por supuesto este fenómeno no puede ocurrir con frecuencia, por simple ley de la naturaleza, no todos los días hay flores aunque tengas un bonito jardín. Es decir, la comunión entre escritor y lector pocas veces ocurre y es por eso que cuando pasa algo más valioso que cualquier reconocimiento se produce entre ambos, una conexión espiritual sucede.

Paralelo a esta actividad además tenía que comprar un pantalón, para ir a un matrimonio ajeno. Así que tomé el sobre con los textos, y me fui a Valledupar, a leer y a rebuscar algo bueno y barato, para asistir al compromiso.

Como mi hermana iba también al Valle, aproveché el chance para no tener que manejar o recurrir al transporte público de la región ¿cuál de los dos peor? Llegamos temprano- mi hermana tenía que hacer vueltas. Me dejó en la puerta del Guatapurí Plaza y se fue. Como ningún almacén de ropa estaba abierto, por el horario cachaco que tiene este centro comercial, me fui a la terraza del segundo piso, a calificar los cuentos y poemas del concurso mientras se hacia la hora de encontrar el pantalón (y un cinturón). Al fondo, obstruyendo la panorámica del cerro, como montículo de termitas, una estructura en construcción parte de una nueva etapa del centro comercial, que transformó zonas verdes en parqueaderos, y ahora puso una mole de cemento y hierro justo sobre la vista de esa terraza a la que antes recurría uno a disfrutar del paisaje.

Con todo vacío fue fácil hacer mi trabajo, con fondo de grúa y casquitos amarillos de obreros debatiéndose. El contenido del sobre era un reflejo de la situación de educación del departamento guajiro, que contó con algunos modestos procesos culturales encaminados a promover el arte de escribir pero que han ido extinguiéndose; sirve de ejemplo las convocatorias anuales del Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes de La Guajira, que este año excluyó a la categoría literatura de su lista de actividades a llamar para concurso.
De los textos leídos resultaron dos buenos aprendices, a quienes advierto sobre lo que se les avecina si se deciden por este oficio de tiempo completo, pero a quienes también, contradictoriamente, espero motivar a seguir adelante. Cada triunfo está precedido de derrotas, como dijo Baudelaire, así que para aquellos que los critiquen por sus logros que lo vayan sabiendo. Finalmente encontré un pantalón y un cinturón que me gustaron, a muy buen precio, y fui al matrimonio y la pasé bien. Felicitaciones a los novios y a los escritores; y gracias Carmen y a Ana Sofía, por invitarme a participar de esta pesquisa cultural.

Columnista
29 noviembre, 2015

El recurso del timbre del teléfono

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Estaba yo pensando en lo estúpido que resulta comenzar un texto usando el recurso del timbre del teléfono, tipo novela negra, cuando sonó mi celular. Era para invitarme a ser jurado de un concurso de cuentos. Acepté complacido y al cabo de unos días me consignaron un sobre con veinte textos, la mayoría cuentos pero […]


Estaba yo pensando en lo estúpido que resulta comenzar un texto usando el recurso del timbre del teléfono, tipo novela negra, cuando sonó mi celular. Era para invitarme a ser jurado de un concurso de cuentos. Acepté complacido y al cabo de unos días me consignaron un sobre con veinte textos, la mayoría cuentos pero también algunas poesías, para someter a mi criterio.

Las categorías eran infantil, juvenil y adultos. Obvio cuando un matriculado de la categoría infantil era un adulto que quería, como Peter Pan, hacer creer que era niño. Me habían advertido ya, cuando me llamaron a invitarme, que los textos eran de aficionados a la escritura de diferentes municipios del departamento de La Guajira y que uno de los objetivos de la actividad era la edición de un libro con lo ganadores; no todos obtendrían el primer premio, pero había lugar para segundo y tercer lugar, tipo Olimpiadas.

Como lector uno siempre quiere sorprenderse, encontrar un deseo no definido hasta el momento de la lectura; sentirse comprendido, expresado a través del autor; sentir que hay una pasión simultánea que está evidenciada en su literatura. Pero por supuesto este fenómeno no puede ocurrir con frecuencia, por simple ley de la naturaleza, no todos los días hay flores aunque tengas un bonito jardín. Es decir, la comunión entre escritor y lector pocas veces ocurre y es por eso que cuando pasa algo más valioso que cualquier reconocimiento se produce entre ambos, una conexión espiritual sucede.

Paralelo a esta actividad además tenía que comprar un pantalón, para ir a un matrimonio ajeno. Así que tomé el sobre con los textos, y me fui a Valledupar, a leer y a rebuscar algo bueno y barato, para asistir al compromiso.

Como mi hermana iba también al Valle, aproveché el chance para no tener que manejar o recurrir al transporte público de la región ¿cuál de los dos peor? Llegamos temprano- mi hermana tenía que hacer vueltas. Me dejó en la puerta del Guatapurí Plaza y se fue. Como ningún almacén de ropa estaba abierto, por el horario cachaco que tiene este centro comercial, me fui a la terraza del segundo piso, a calificar los cuentos y poemas del concurso mientras se hacia la hora de encontrar el pantalón (y un cinturón). Al fondo, obstruyendo la panorámica del cerro, como montículo de termitas, una estructura en construcción parte de una nueva etapa del centro comercial, que transformó zonas verdes en parqueaderos, y ahora puso una mole de cemento y hierro justo sobre la vista de esa terraza a la que antes recurría uno a disfrutar del paisaje.

Con todo vacío fue fácil hacer mi trabajo, con fondo de grúa y casquitos amarillos de obreros debatiéndose. El contenido del sobre era un reflejo de la situación de educación del departamento guajiro, que contó con algunos modestos procesos culturales encaminados a promover el arte de escribir pero que han ido extinguiéndose; sirve de ejemplo las convocatorias anuales del Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes de La Guajira, que este año excluyó a la categoría literatura de su lista de actividades a llamar para concurso.
De los textos leídos resultaron dos buenos aprendices, a quienes advierto sobre lo que se les avecina si se deciden por este oficio de tiempo completo, pero a quienes también, contradictoriamente, espero motivar a seguir adelante. Cada triunfo está precedido de derrotas, como dijo Baudelaire, así que para aquellos que los critiquen por sus logros que lo vayan sabiendo. Finalmente encontré un pantalón y un cinturón que me gustaron, a muy buen precio, y fui al matrimonio y la pasé bien. Felicitaciones a los novios y a los escritores; y gracias Carmen y a Ana Sofía, por invitarme a participar de esta pesquisa cultural.