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Columnista - 27 abril, 2017

El closet teologal

La semana pasada Alejandro Gaviria, ministro de Salud, fue entrevistado en Caracol TV sobre el concepto “fracasomanía”, el nombre de su más reciente libro publicado. Gaviria es ingeniero civil y economista con un doctorado de la U. de California, autor de por lo menos diez libros y gran investigador social; a mi manera de ver, […]

La semana pasada Alejandro Gaviria, ministro de Salud, fue entrevistado en Caracol TV sobre el concepto “fracasomanía”, el nombre de su más reciente libro publicado. Gaviria es ingeniero civil y economista con un doctorado de la U. de California, autor de por lo menos diez libros y gran investigador social; a mi manera de ver, es tal vez, uno de los hombres más inteligentes y estructurados del gabinete Santos. Siento envidia de la buena frente a las personas inteligentes, una virtud escasa, les rindo pleitesía.

Entre otras cosas habló de la oposición que el exprocurador Ordoñez le hizo sobre la política de abortos permitidos por la Corte Constitucional, que Gaviria favorecía en la red pública de hospitales; igual, Gaviria ha sido un acérrimo enemigo de la aspersión con glifosato, esencia del ordoño-uribismo, y tolerante con el matrimonio gay. En un país confesional, el séptimo más católico del mundo, defender estas tesis es temerario, y como él mismo lo dijo, políticamente suicida. En realidad, hay que ser muy valiente y Gaviria lo es. Enfrentarse a las multinacionales de los fármacos por el asunto de los precios de las drogas, también es un hara-kiri. Como si fuera poco, se confesó ateo para lo cual hay que tener mucha testosterona. El primero que reaccionó fue Ordoñez el camandulero, quien dijo que Gaviria había salido del closet, el teologal. En cambio Ordoñez no ha aceptado que él es un cruzado medioeval o templario al estilo de Tancredo Altavilla, que supera a Lefevre y conspira contra las aperturas democráticas; un hombre con sed de venganza al estilo de los dictámenes del antiguo testamento: “matad”, “degollad”,” ojo por ojo,…”.

En esta materia nadie hay tan fanático. El pastor Darío Silva dijo en una ocasión que el radical muere por sus ideas, pero que el fanático mata por ellas. Ordoñez, impregnado de uribismo, podría ser un fanático.

Desde la época de la religión védica en el induismo, ya se manejaba el concepto de ateísmo, pero fue en la Francia del siglo XVI cuando se vino a acuñar el término. El ateísmo occidental tiene sus raíces en la filosofía presocrática y el primer ateo griego fue Diágoras de Melo en el siglo V a. C, seguido por Epicuro. Incluso Sócrates fue acusado por Meleto de no creer en los dioses, ventana filosófica que, tal vez, le sirvió a Darwin para elaborar su teoría evolucionista. Ateo es una palabra excluyente, condenatoria, vindicativa, maniqueista y “matoneadora” que podría cerrarle los caminos a una persona. Decir que una persona es atea en un país cegado por la fe como Colombia, es condenarlo al ostracismo, es apartarlo de los cánones sociales. Es preferible decirle agnóstico que es aquel que solo admite las cosas que le parecen razonables.

El hombre es un ser racional y la fe es irracional. El mismo Papa Francisco ha dicho que “no es necesario creer en Dios, que los ateos no necesitan creer en Dios para subir al cielo”. Y añade, “algunas de las mejores personas de la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”. La grandeza de una persona no se la otorga la camándula que use, se la dan sus actuaciones. Adelante Ministro, muera por sus ideas aunque parezcan radicales.

Por Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]

Columnista
27 abril, 2017

El closet teologal

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

La semana pasada Alejandro Gaviria, ministro de Salud, fue entrevistado en Caracol TV sobre el concepto “fracasomanía”, el nombre de su más reciente libro publicado. Gaviria es ingeniero civil y economista con un doctorado de la U. de California, autor de por lo menos diez libros y gran investigador social; a mi manera de ver, […]


La semana pasada Alejandro Gaviria, ministro de Salud, fue entrevistado en Caracol TV sobre el concepto “fracasomanía”, el nombre de su más reciente libro publicado. Gaviria es ingeniero civil y economista con un doctorado de la U. de California, autor de por lo menos diez libros y gran investigador social; a mi manera de ver, es tal vez, uno de los hombres más inteligentes y estructurados del gabinete Santos. Siento envidia de la buena frente a las personas inteligentes, una virtud escasa, les rindo pleitesía.

Entre otras cosas habló de la oposición que el exprocurador Ordoñez le hizo sobre la política de abortos permitidos por la Corte Constitucional, que Gaviria favorecía en la red pública de hospitales; igual, Gaviria ha sido un acérrimo enemigo de la aspersión con glifosato, esencia del ordoño-uribismo, y tolerante con el matrimonio gay. En un país confesional, el séptimo más católico del mundo, defender estas tesis es temerario, y como él mismo lo dijo, políticamente suicida. En realidad, hay que ser muy valiente y Gaviria lo es. Enfrentarse a las multinacionales de los fármacos por el asunto de los precios de las drogas, también es un hara-kiri. Como si fuera poco, se confesó ateo para lo cual hay que tener mucha testosterona. El primero que reaccionó fue Ordoñez el camandulero, quien dijo que Gaviria había salido del closet, el teologal. En cambio Ordoñez no ha aceptado que él es un cruzado medioeval o templario al estilo de Tancredo Altavilla, que supera a Lefevre y conspira contra las aperturas democráticas; un hombre con sed de venganza al estilo de los dictámenes del antiguo testamento: “matad”, “degollad”,” ojo por ojo,…”.

En esta materia nadie hay tan fanático. El pastor Darío Silva dijo en una ocasión que el radical muere por sus ideas, pero que el fanático mata por ellas. Ordoñez, impregnado de uribismo, podría ser un fanático.

Desde la época de la religión védica en el induismo, ya se manejaba el concepto de ateísmo, pero fue en la Francia del siglo XVI cuando se vino a acuñar el término. El ateísmo occidental tiene sus raíces en la filosofía presocrática y el primer ateo griego fue Diágoras de Melo en el siglo V a. C, seguido por Epicuro. Incluso Sócrates fue acusado por Meleto de no creer en los dioses, ventana filosófica que, tal vez, le sirvió a Darwin para elaborar su teoría evolucionista. Ateo es una palabra excluyente, condenatoria, vindicativa, maniqueista y “matoneadora” que podría cerrarle los caminos a una persona. Decir que una persona es atea en un país cegado por la fe como Colombia, es condenarlo al ostracismo, es apartarlo de los cánones sociales. Es preferible decirle agnóstico que es aquel que solo admite las cosas que le parecen razonables.

El hombre es un ser racional y la fe es irracional. El mismo Papa Francisco ha dicho que “no es necesario creer en Dios, que los ateos no necesitan creer en Dios para subir al cielo”. Y añade, “algunas de las mejores personas de la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”. La grandeza de una persona no se la otorga la camándula que use, se la dan sus actuaciones. Adelante Ministro, muera por sus ideas aunque parezcan radicales.

Por Luis Napoleón de Armas P.

[email protected]