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Columnista - 30 octubre, 2016

El Bautismo

Los actos de iniciación han existido en las expresiones religiosas de todos los tiempos. Se trata de ritos o celebraciones que introducen a los nuevos miembros de la comunidad en la participación de las experiencias de su fe, o que les aseguran la recepción de los beneficios de las mismas. En el caso del cristianismo, […]

Los actos de iniciación han existido en las expresiones religiosas de todos los tiempos. Se trata de ritos o celebraciones que introducen a los nuevos miembros de la comunidad en la participación de las experiencias de su fe, o que les aseguran la recepción de los beneficios de las mismas. En el caso del cristianismo, la celebración que marca el inicio de la vida de la gracia y la pertenencia espiritual a la comunidad, es el Bautismo.

La palabra para designar este ritual proviene de un vocablo griego que literalmente significa “sumergir en el agua”. La aparición de esta celebración, lejos de ser un evento aislado en la historia, hunde sus raíces en prácticas y creencias anteriores, pertenecientes a diversos pueblos, culturas y religiones. Es preciso reconocer, por ejemplo, que, en el judaísmo, en cuyo seno se gestó la cristiandad, abundaban las abluciones como ritos de purificación; era central la circuncisión como sello de las promesas de Dios; y, a los doce años, se introducía a los varones en la participación de las celebraciones realizadas en el santuario de Jerusalén. Considerar, además, la importancia del agua como elemento de purificación y limpieza para todas las culturas, nos dará un mayor entendimiento de la celebración que es considerada por los cristianos como “la puerta de la gracia y el inicio de la vida divina en la creatura”.

En las Sagradas Escrituras se nos cuenta cómo el Mesías recibió el baño ritual de manos del Bautista, y cómo aquella escena fue una de las más grandes teofanías. En el evangelio de Mateo hay un mandato expreso de Jesús a sus discípulos: “Bautizadlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. A partir de ese momento los discípulos administraron el sacramento a todos aquellos que aceptaban como verdaderas sus enseñanzas y se adherían a su modo de vida. Con el pasar de los días y, como respuesta a la gran cantidad de no judíos que se convertían al cristianismo, se instituyó el catecumenado, un proceso de preparación e instrucción que desembocaba en la gran vigilia pascual, celebración en la que los catecúmenos eran sumergidos en el agua bautismal.

El Bautismo como sacramento ha experimentado una evolución y adaptación constante a las circunstancias. Nada que sea realmente humano escapa a esta mutabilidad. La esencia del Bautismo, sin embargo, sigue siendo la misma desde el mandato inicial de Jesús: El agua, elemento material, derramada sobre la cabeza de una persona y acompañada de las palabras del ministro “yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, (elemento formal) causan efectos inmediatos en el alma del bautizando:

1. Borran la mancha del pecado original, heredado de nuestros primeros padres.
2. Nos convierten en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, hermanos del Salvador y templos vivientes del Espíritu divino.

La discusión de si este sacramento debe administrarse o no a quienes, por edad, aún no cuentan con el uso de su razón, escapa a la intención de este escrito. Sin embargo, me permito mencionar que nadie, en pleno uso de la razón, negaría a su hijo algo que claramente considera un beneficio por el sólo hecho de que el infante aún no puede decidir. Feliz domingo.

Columnista
30 octubre, 2016

El Bautismo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Los actos de iniciación han existido en las expresiones religiosas de todos los tiempos. Se trata de ritos o celebraciones que introducen a los nuevos miembros de la comunidad en la participación de las experiencias de su fe, o que les aseguran la recepción de los beneficios de las mismas. En el caso del cristianismo, […]


Los actos de iniciación han existido en las expresiones religiosas de todos los tiempos. Se trata de ritos o celebraciones que introducen a los nuevos miembros de la comunidad en la participación de las experiencias de su fe, o que les aseguran la recepción de los beneficios de las mismas. En el caso del cristianismo, la celebración que marca el inicio de la vida de la gracia y la pertenencia espiritual a la comunidad, es el Bautismo.

La palabra para designar este ritual proviene de un vocablo griego que literalmente significa “sumergir en el agua”. La aparición de esta celebración, lejos de ser un evento aislado en la historia, hunde sus raíces en prácticas y creencias anteriores, pertenecientes a diversos pueblos, culturas y religiones. Es preciso reconocer, por ejemplo, que, en el judaísmo, en cuyo seno se gestó la cristiandad, abundaban las abluciones como ritos de purificación; era central la circuncisión como sello de las promesas de Dios; y, a los doce años, se introducía a los varones en la participación de las celebraciones realizadas en el santuario de Jerusalén. Considerar, además, la importancia del agua como elemento de purificación y limpieza para todas las culturas, nos dará un mayor entendimiento de la celebración que es considerada por los cristianos como “la puerta de la gracia y el inicio de la vida divina en la creatura”.

En las Sagradas Escrituras se nos cuenta cómo el Mesías recibió el baño ritual de manos del Bautista, y cómo aquella escena fue una de las más grandes teofanías. En el evangelio de Mateo hay un mandato expreso de Jesús a sus discípulos: “Bautizadlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. A partir de ese momento los discípulos administraron el sacramento a todos aquellos que aceptaban como verdaderas sus enseñanzas y se adherían a su modo de vida. Con el pasar de los días y, como respuesta a la gran cantidad de no judíos que se convertían al cristianismo, se instituyó el catecumenado, un proceso de preparación e instrucción que desembocaba en la gran vigilia pascual, celebración en la que los catecúmenos eran sumergidos en el agua bautismal.

El Bautismo como sacramento ha experimentado una evolución y adaptación constante a las circunstancias. Nada que sea realmente humano escapa a esta mutabilidad. La esencia del Bautismo, sin embargo, sigue siendo la misma desde el mandato inicial de Jesús: El agua, elemento material, derramada sobre la cabeza de una persona y acompañada de las palabras del ministro “yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, (elemento formal) causan efectos inmediatos en el alma del bautizando:

1. Borran la mancha del pecado original, heredado de nuestros primeros padres.
2. Nos convierten en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, hermanos del Salvador y templos vivientes del Espíritu divino.

La discusión de si este sacramento debe administrarse o no a quienes, por edad, aún no cuentan con el uso de su razón, escapa a la intención de este escrito. Sin embargo, me permito mencionar que nadie, en pleno uso de la razón, negaría a su hijo algo que claramente considera un beneficio por el sólo hecho de que el infante aún no puede decidir. Feliz domingo.