En su paso por el municipio de San Juan, en el sur de La Guajira, este afluente sufre un cambio abrupto, de la majestuosidad a la degradación.
El río Cesar en gran parte de su recorrido por la falda de la Sierra Nevada de Santa Marta, atraviesa territorios prácticamente vírgenes y después de entrelazarse con su principal afluente en la parte alta, el río Barcino, y empezar a recorrer unidos el valle del Cacique Upar, formando cascadas y piscinas naturales aptas para la recreación, como son el pozo La Estrella en El Placer y el pozo El Totumo, entre otros; comienza a desdibujarse, por la mano del hombre, que le extrae sus aguas con trincheras ilegales en Platanal y Corral de Piedras, poblaciones de la zona rural del municipio de San Juan del Cesar.
El encuentro del Cesar con el río Molino, en la región de Mayal Grande, en épocas de verano no se da porque no alcanza a llegar la corriente que se debilita con la extracción de material de arrastre a lo largo de su paso por el municipio que lo ve nacer.
El río Cesar, después de salir airoso del salto de Corral de Piedras, sigue su curso y varios kilómetros más abajo además de las conexiones fraudulentas, se encuentra con la bocatoma del acueducto de San Juan del Cesar, donde una empresa privada le extrae, alrededor de 130 litros por segundo aproximadamente, que en épocas de lluvia no es tan perjudicial, pero en temporada de sequías resulta fatal para el cauce, ya que disminuye casi la mitad de la corriente.
Más adelante, hay más conexiones ilegales, hechas por propietarios de predios, que la utilizan para reguío de cultivos y para abrevadero de animales, violando todas las medidas que las autoridades de control ambiental han expedido para la protección del ecosistema.
En el corregimiento de Zambrano, ubicado a escasamente a cuatro kilómetros del casco urbano de San Juan del Cesar, otras tragedias ambientales empiezan a atacar al río, que son, la tala del bosque nativo en sus orillas y la extracción de gravilla y arena. Varias cuadrillas de hombres llegan a diario a la zona con motosierras y volquetas para enriquecerse con el tesoro natural.
Ya sin fuerza y vitalidad, en la margen izquierda del río, en el sitio conocido como Los Barrancones, utilizado por los antepasados de los residentes allí, como zona de esparcimiento, recreación y cómplice del idilio de muchos sanjuaneros, continúa la extracción de material de arrastre, que es una constante, varios kilómetros río abajo, hasta llegar a jurisdicción del corregimiento de Los Pondores, en los límites con el municipio de El Molino.
A su paso por el perímetro urbano, las aguas cristalinas y el inmenso arenal que describe Hernando Marín en su canción ‘La sanjuanerita’, desaparecieron, porque ya no son tan diáfanas, porque las manos del hombre empiezan a contaminarlas, lavando vehículos, arrojando toda clase de residuos sólidos, como llantas, envases plásticos y metálicos, escombros de construcciones, restos de animales en descomposición y desechos humanos. Además están dos mataderos clandestinos ubicados en la orilla, que sin clemencia arrojan las aguas servidas al cauce del río. Todas esas prácticas antes descritas han convertidos en cosas del pasado la visita de los bañistas al parque ecológico que fue construido en el sector, a finales de la década de los 90, para la protección al medio ambiente.
Nadie puede acercarse al parque debido a los malos olores que emana el agua contaminada, que es más evidente en la temporada de verano y es una constante a lo largo de los cerca de dos kilómetros de río en el perímetro urbano de San Juan del Cesar. En este sector, el agua presenta un color verdoso debido a la contaminación y son pocos los peces que aún sobreviven.
Continuando su recorrido, el poco caudal ya débil y contaminado, llega a la región de Guamachal y Los Pondores, encontrando más deforestación y más depredadores del ecosistema del río. Allí la tala de bosques es más evidente que en la región de Zambrano, logrando la erosión de las paredes de varios barrancos y además han hecho que en algunos tramos, las aguas cambien de cauce y la fauna propia de la región emigre o se extinga.
“No sólo es el cambio de cauce, que ha dejado la tala de los bosques, sino que se han extinguido varias especies de aves, como canarios, azulejos, mochuelos, cardenales, pajaritos de la virgen y muchas otras que tenían su habitad natural a la orilla de río y que por causa de la destrucción de los árboles y el poco caudal durante la mayor parte del año, se han ido a otros lugares o se han extinguido”, manifestó el sacerdote Rubén Calderón, quien dedicó un capítulo de su libro, Del amor a una semblanza, a las aves que él conoció a orillas del río Cesar.
El afluente avanza en su recorrido completamente contaminado y se le une el río Molino, que robustece su corriente para seguir bajando hacia territorio cesarense.
“Recuerdo que hace 20 años atrás, nosotros cogíamos el agua para cocinar y nos íbamos para el río a lavar y allí mismo nos divertíamos, pero con esas aguas contaminadas, ya eso no se puede hacer”, comenta Rosa Fragozo, una matrona del corregimiento de Los Pondores.
Pese a que las autoridades de control ambiental, como la Corporación Autónoma de La Guajira , Corpoguajira, la Procuraduría Ambiental y Agraria, la Policía Nacional y la Alcaldía de San Juan del Cesar, movidas por las múltiples denuncias de la comunidad, realizan campañas de sensibilización, organizan jornadas de limpieza, cierre de trincheras clandestinas, cierre de mataderos, captura de los que practican la minería ilegal, el problema continúa y el río se sigue debilitando, a tal punto que sólo tiene agua de abril a noviembre, por lo general.
El procurador ambiental y agrario, Hugues Lacouture Danies, interpuso una acción de cumplimiento en la que conminaba a la Alcaldía de San Juan del Cesar, a promover acciones que evitaran la extracción de material de arrastre del río Cesar, como arena, gravilla y piedras, a la altura del corregimiento de Los Pondores, pero no se ha cumplido.
EL PILÓN dialogó con algunos volqueteros y afirman que ellos extraen el material del río, porque no tienen otro trabajo.
“Nosotros somos conscientes de que el río se está deteriorando por la extracción de arena, pero también somos personas que necesitamos trabajar para mantener a nuestras familias y si no nos dejan utilizar material del río, exigimos que el alcalde nos asigne una cantera legalmente constituida para trabajar sin persecuciones”, dijo un vocero de los volqueteros que prefirió mantener su nombre en reserva.
En cuanto a las trincheras ilegales, las autoridades recientemente las destruyeron y los dueños de cultivos de la zona, las volvieron a abrir, aduciendo que ya habían sembrado y sus cultivos no se podían perder.
Así mismo, comprobamos que en varias oportunidades la Policía Nacional cumplimiento de sus funciones, hacen cumplir la ley, capturando a los que extraen el material de arrastre o los que talan los bosque, pero luego recobran la libertad y por la laxitud de las penas vuelvan al lecho del río, a seguir destruyéndolo.
Con respecto a los mataderos clandestinos que vierten aguas servidas, el inspector de Policía, los ha sellado varias veces, pero los propietarios al poco tiempo vuelven a sus prácticas indebidas y así se mantiene un círculo vicioso que poco a poco sigue matando al río Cesar.
Por: Jesús Eduardo Ariño Fragozo
[email protected]
En su paso por el municipio de San Juan, en el sur de La Guajira, este afluente sufre un cambio abrupto, de la majestuosidad a la degradación.
El río Cesar en gran parte de su recorrido por la falda de la Sierra Nevada de Santa Marta, atraviesa territorios prácticamente vírgenes y después de entrelazarse con su principal afluente en la parte alta, el río Barcino, y empezar a recorrer unidos el valle del Cacique Upar, formando cascadas y piscinas naturales aptas para la recreación, como son el pozo La Estrella en El Placer y el pozo El Totumo, entre otros; comienza a desdibujarse, por la mano del hombre, que le extrae sus aguas con trincheras ilegales en Platanal y Corral de Piedras, poblaciones de la zona rural del municipio de San Juan del Cesar.
El encuentro del Cesar con el río Molino, en la región de Mayal Grande, en épocas de verano no se da porque no alcanza a llegar la corriente que se debilita con la extracción de material de arrastre a lo largo de su paso por el municipio que lo ve nacer.
El río Cesar, después de salir airoso del salto de Corral de Piedras, sigue su curso y varios kilómetros más abajo además de las conexiones fraudulentas, se encuentra con la bocatoma del acueducto de San Juan del Cesar, donde una empresa privada le extrae, alrededor de 130 litros por segundo aproximadamente, que en épocas de lluvia no es tan perjudicial, pero en temporada de sequías resulta fatal para el cauce, ya que disminuye casi la mitad de la corriente.
Más adelante, hay más conexiones ilegales, hechas por propietarios de predios, que la utilizan para reguío de cultivos y para abrevadero de animales, violando todas las medidas que las autoridades de control ambiental han expedido para la protección del ecosistema.
En el corregimiento de Zambrano, ubicado a escasamente a cuatro kilómetros del casco urbano de San Juan del Cesar, otras tragedias ambientales empiezan a atacar al río, que son, la tala del bosque nativo en sus orillas y la extracción de gravilla y arena. Varias cuadrillas de hombres llegan a diario a la zona con motosierras y volquetas para enriquecerse con el tesoro natural.
Ya sin fuerza y vitalidad, en la margen izquierda del río, en el sitio conocido como Los Barrancones, utilizado por los antepasados de los residentes allí, como zona de esparcimiento, recreación y cómplice del idilio de muchos sanjuaneros, continúa la extracción de material de arrastre, que es una constante, varios kilómetros río abajo, hasta llegar a jurisdicción del corregimiento de Los Pondores, en los límites con el municipio de El Molino.
A su paso por el perímetro urbano, las aguas cristalinas y el inmenso arenal que describe Hernando Marín en su canción ‘La sanjuanerita’, desaparecieron, porque ya no son tan diáfanas, porque las manos del hombre empiezan a contaminarlas, lavando vehículos, arrojando toda clase de residuos sólidos, como llantas, envases plásticos y metálicos, escombros de construcciones, restos de animales en descomposición y desechos humanos. Además están dos mataderos clandestinos ubicados en la orilla, que sin clemencia arrojan las aguas servidas al cauce del río. Todas esas prácticas antes descritas han convertidos en cosas del pasado la visita de los bañistas al parque ecológico que fue construido en el sector, a finales de la década de los 90, para la protección al medio ambiente.
Nadie puede acercarse al parque debido a los malos olores que emana el agua contaminada, que es más evidente en la temporada de verano y es una constante a lo largo de los cerca de dos kilómetros de río en el perímetro urbano de San Juan del Cesar. En este sector, el agua presenta un color verdoso debido a la contaminación y son pocos los peces que aún sobreviven.
Continuando su recorrido, el poco caudal ya débil y contaminado, llega a la región de Guamachal y Los Pondores, encontrando más deforestación y más depredadores del ecosistema del río. Allí la tala de bosques es más evidente que en la región de Zambrano, logrando la erosión de las paredes de varios barrancos y además han hecho que en algunos tramos, las aguas cambien de cauce y la fauna propia de la región emigre o se extinga.
“No sólo es el cambio de cauce, que ha dejado la tala de los bosques, sino que se han extinguido varias especies de aves, como canarios, azulejos, mochuelos, cardenales, pajaritos de la virgen y muchas otras que tenían su habitad natural a la orilla de río y que por causa de la destrucción de los árboles y el poco caudal durante la mayor parte del año, se han ido a otros lugares o se han extinguido”, manifestó el sacerdote Rubén Calderón, quien dedicó un capítulo de su libro, Del amor a una semblanza, a las aves que él conoció a orillas del río Cesar.
El afluente avanza en su recorrido completamente contaminado y se le une el río Molino, que robustece su corriente para seguir bajando hacia territorio cesarense.
“Recuerdo que hace 20 años atrás, nosotros cogíamos el agua para cocinar y nos íbamos para el río a lavar y allí mismo nos divertíamos, pero con esas aguas contaminadas, ya eso no se puede hacer”, comenta Rosa Fragozo, una matrona del corregimiento de Los Pondores.
Pese a que las autoridades de control ambiental, como la Corporación Autónoma de La Guajira , Corpoguajira, la Procuraduría Ambiental y Agraria, la Policía Nacional y la Alcaldía de San Juan del Cesar, movidas por las múltiples denuncias de la comunidad, realizan campañas de sensibilización, organizan jornadas de limpieza, cierre de trincheras clandestinas, cierre de mataderos, captura de los que practican la minería ilegal, el problema continúa y el río se sigue debilitando, a tal punto que sólo tiene agua de abril a noviembre, por lo general.
El procurador ambiental y agrario, Hugues Lacouture Danies, interpuso una acción de cumplimiento en la que conminaba a la Alcaldía de San Juan del Cesar, a promover acciones que evitaran la extracción de material de arrastre del río Cesar, como arena, gravilla y piedras, a la altura del corregimiento de Los Pondores, pero no se ha cumplido.
EL PILÓN dialogó con algunos volqueteros y afirman que ellos extraen el material del río, porque no tienen otro trabajo.
“Nosotros somos conscientes de que el río se está deteriorando por la extracción de arena, pero también somos personas que necesitamos trabajar para mantener a nuestras familias y si no nos dejan utilizar material del río, exigimos que el alcalde nos asigne una cantera legalmente constituida para trabajar sin persecuciones”, dijo un vocero de los volqueteros que prefirió mantener su nombre en reserva.
En cuanto a las trincheras ilegales, las autoridades recientemente las destruyeron y los dueños de cultivos de la zona, las volvieron a abrir, aduciendo que ya habían sembrado y sus cultivos no se podían perder.
Así mismo, comprobamos que en varias oportunidades la Policía Nacional cumplimiento de sus funciones, hacen cumplir la ley, capturando a los que extraen el material de arrastre o los que talan los bosque, pero luego recobran la libertad y por la laxitud de las penas vuelvan al lecho del río, a seguir destruyéndolo.
Con respecto a los mataderos clandestinos que vierten aguas servidas, el inspector de Policía, los ha sellado varias veces, pero los propietarios al poco tiempo vuelven a sus prácticas indebidas y así se mantiene un círculo vicioso que poco a poco sigue matando al río Cesar.
Por: Jesús Eduardo Ariño Fragozo
[email protected]