Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 11 junio, 2017

Croniquilla: Atánquez, jueves de Corpus Christi

Rafael de Gulina, el cura de Atánquez, explicaría en la misa que “santa Juliana de Mont Cornillón, nacida en Retines, una villa belga, en el año 1193, educada por monjas agustinas por ser huérfana, fue la enviada de Dios para crear esta festividad. Un día oraba en un reclinatorio de la capilla, cuando tuvo la […]

Rafael de Gulina, el cura de Atánquez, explicaría en la misa que “santa Juliana de Mont Cornillón, nacida en Retines, una villa belga, en el año 1193, educada por monjas agustinas por ser huérfana, fue la enviada de Dios para crear esta festividad. Un día oraba en un reclinatorio de la capilla, cuando tuvo la visión de una luna con una mancha negra.Los frailes de aquellos lugares, atribuyeron tal prodigio a la necesidad de una fiesta que venerara al Santísimo. El obispo de Lieja y el archidiácono Jaques Pantaleón (más tarde papa Urbano IV) convocaron a un sínodo en 1246, que ordenó la celebración en territorio belga. Años después el mismo papa Urbano tenía su corte eclesial en Orvieto, una villa del norte de Roma, y en Bolsano, cerca de allí, un cura oficiaba pero en el momento de la consagración tuvo dudas en la conversión del vino y el pan en la sangre y cuerpo de Cristo, mas al partir la hostia, salió sangre de ella que empapó el corporal y la piedra del altar. Movido por tal milagro, el papa expidió una bula ordenando el festejo del Corpus Christi para el jueves seguido de la octava de Pentecostés”.

Después de la misa,bajo un palio (como en los tiempos de los dioses persas) y entre el humo del incienso traído de los arenales de Arabia (como en los tiempos de los dioses babilónicos),Rafael de Gulina tomó en sus manos la custodia circuida con filamentos metálicos de un sol.Salió al atrio y entonces comenzaron las danzas:los promeseros de diablos dando cara al Santísimo, retronaban cascabeles, espuelas y castañuelas;las cucambas girando sobre sí mismas vestidas con atavíos de rafias de palma verde y maracas en las manos; las negritas con sus faldas amplias y su sombrero de flores cantando versos en coro.

Rafael de Gulina, repitió para sí la frase del Eclesiastés: “Nada hay nuevo bajo la luz del sol”. Allí con el Santísimo,en los delgados rayos de la custodia que llevaba en sus manos, también iba Sué, el dios -sol de los muiscas;Ra,el dios- sol de los egipcios; Apolo, el dios- sol de los griegos;Chagún,el dios-sol de los angolas;Yaguto,el dios-sol de los congos;Amaterasú, el dios- sol de los nipones;Tezcatlipoca,el dios-sol de los toltecas y hasta Yuí,el dios- sol de las tribus de la Sierra Nevada.

En lo alto de la serranía,en el Boquete de Guatapurí,Teodoro,un promesero vestido de diablo,con ayuda de su nieto había llegado de su rancho a ese lugar desde el cual se divisa un paisaje de cerros y hondonadas entre un camino que baja a Atánquez donde se festejaba la fiesta del Corpus Christi. La herrumbre de sus huesos viejos le impedía ir allá a cumplir su promesa.Cuando el sol había caminado un cuarto en el arco del cielo, calculó que la procesión estaba haciendo su recorrido por aquellas callejas del pueblo, entonces se caló su careta de demonio, batió sus dedos y movió sus pies para sentir el tín tín de sus cascabeles y el tac tac de sus castañuelas. Cayó extenuado después con la respiración alterada y el corazón alocado. Su nieto lo sentó sobre un barranco pasándole un pañuelo por su nuca y rostro goteado de sudor. Así de hinojos, con voz cascada y un resuello grueso por la edad y el esfuerzo, dijo el verso que resonó en su careta de demonio: Santísimo sacramento/te pido en este momento/ otro año de existencia/ pa´ cumplí mi penitencia.

Los rasgones de las nubes de junio se habían disipado. Vendría otro año más para que Teodoro Pacheco repitiera en el Boquete de los cerros su solitario rito de Corpus Christi. Con pasos tardos por sus años de ayer, apoyado en su nieto y en su bastón, volvió al camino de su rancho, en las riberas de un río que desciende nacido de hielo en unas lagunas sagradas.

Abajo, en Atánquez, Rafael de Gulina repetía la frase del Eclesiastés: “Nada hay nuevo bajo la luz del sol”. Arriba, bien arriba, Yuí, el dios-sol de los indios de la Nevada y de todas las primeras patrias de la tierra, daba su brillo pleno en lo alto de un cielo azul, abierto y liso.

Rodolfo Ortega Montero

 

Columnista
11 junio, 2017

Croniquilla: Atánquez, jueves de Corpus Christi

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Ortega Montero

Rafael de Gulina, el cura de Atánquez, explicaría en la misa que “santa Juliana de Mont Cornillón, nacida en Retines, una villa belga, en el año 1193, educada por monjas agustinas por ser huérfana, fue la enviada de Dios para crear esta festividad. Un día oraba en un reclinatorio de la capilla, cuando tuvo la […]


Rafael de Gulina, el cura de Atánquez, explicaría en la misa que “santa Juliana de Mont Cornillón, nacida en Retines, una villa belga, en el año 1193, educada por monjas agustinas por ser huérfana, fue la enviada de Dios para crear esta festividad. Un día oraba en un reclinatorio de la capilla, cuando tuvo la visión de una luna con una mancha negra.Los frailes de aquellos lugares, atribuyeron tal prodigio a la necesidad de una fiesta que venerara al Santísimo. El obispo de Lieja y el archidiácono Jaques Pantaleón (más tarde papa Urbano IV) convocaron a un sínodo en 1246, que ordenó la celebración en territorio belga. Años después el mismo papa Urbano tenía su corte eclesial en Orvieto, una villa del norte de Roma, y en Bolsano, cerca de allí, un cura oficiaba pero en el momento de la consagración tuvo dudas en la conversión del vino y el pan en la sangre y cuerpo de Cristo, mas al partir la hostia, salió sangre de ella que empapó el corporal y la piedra del altar. Movido por tal milagro, el papa expidió una bula ordenando el festejo del Corpus Christi para el jueves seguido de la octava de Pentecostés”.

Después de la misa,bajo un palio (como en los tiempos de los dioses persas) y entre el humo del incienso traído de los arenales de Arabia (como en los tiempos de los dioses babilónicos),Rafael de Gulina tomó en sus manos la custodia circuida con filamentos metálicos de un sol.Salió al atrio y entonces comenzaron las danzas:los promeseros de diablos dando cara al Santísimo, retronaban cascabeles, espuelas y castañuelas;las cucambas girando sobre sí mismas vestidas con atavíos de rafias de palma verde y maracas en las manos; las negritas con sus faldas amplias y su sombrero de flores cantando versos en coro.

Rafael de Gulina, repitió para sí la frase del Eclesiastés: “Nada hay nuevo bajo la luz del sol”. Allí con el Santísimo,en los delgados rayos de la custodia que llevaba en sus manos, también iba Sué, el dios -sol de los muiscas;Ra,el dios- sol de los egipcios; Apolo, el dios- sol de los griegos;Chagún,el dios-sol de los angolas;Yaguto,el dios-sol de los congos;Amaterasú, el dios- sol de los nipones;Tezcatlipoca,el dios-sol de los toltecas y hasta Yuí,el dios- sol de las tribus de la Sierra Nevada.

En lo alto de la serranía,en el Boquete de Guatapurí,Teodoro,un promesero vestido de diablo,con ayuda de su nieto había llegado de su rancho a ese lugar desde el cual se divisa un paisaje de cerros y hondonadas entre un camino que baja a Atánquez donde se festejaba la fiesta del Corpus Christi. La herrumbre de sus huesos viejos le impedía ir allá a cumplir su promesa.Cuando el sol había caminado un cuarto en el arco del cielo, calculó que la procesión estaba haciendo su recorrido por aquellas callejas del pueblo, entonces se caló su careta de demonio, batió sus dedos y movió sus pies para sentir el tín tín de sus cascabeles y el tac tac de sus castañuelas. Cayó extenuado después con la respiración alterada y el corazón alocado. Su nieto lo sentó sobre un barranco pasándole un pañuelo por su nuca y rostro goteado de sudor. Así de hinojos, con voz cascada y un resuello grueso por la edad y el esfuerzo, dijo el verso que resonó en su careta de demonio: Santísimo sacramento/te pido en este momento/ otro año de existencia/ pa´ cumplí mi penitencia.

Los rasgones de las nubes de junio se habían disipado. Vendría otro año más para que Teodoro Pacheco repitiera en el Boquete de los cerros su solitario rito de Corpus Christi. Con pasos tardos por sus años de ayer, apoyado en su nieto y en su bastón, volvió al camino de su rancho, en las riberas de un río que desciende nacido de hielo en unas lagunas sagradas.

Abajo, en Atánquez, Rafael de Gulina repetía la frase del Eclesiastés: “Nada hay nuevo bajo la luz del sol”. Arriba, bien arriba, Yuí, el dios-sol de los indios de la Nevada y de todas las primeras patrias de la tierra, daba su brillo pleno en lo alto de un cielo azul, abierto y liso.

Rodolfo Ortega Montero