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Columnista - 9 febrero, 2017

Croniquilla: Antecedentes de una infamia

Como un antecedente al robo de Panamá, existe un hecho olvidado en nuestra historia nacional que en su tiempo se conoció como “el caso de la Tajada de Melón”, con visos de media comedia y media tragedia. Un aventurero, periodista en San Francisco, financiado por los esclavistas del sur de los Estados Unidos, usurpó gobiernos […]

Como un antecedente al robo de Panamá, existe un hecho olvidado en nuestra historia nacional que en su tiempo se conoció como “el caso de la Tajada de Melón”, con visos de media comedia y media tragedia.

Un aventurero, periodista en San Francisco, financiado por los esclavistas del sur de los Estados Unidos, usurpó gobiernos débiles en las repúblicas de Centroamérica para ganar un traspatio a las haciendas de algodón de aquellos. Así, tal aventurero de nombre William Walker, con el apoyo de la banca y la prensa de su país, interviene en una guerra civil que ocurría en Nicaragua, tomando bando en la disputa, hasta proclamarse presidente de esa nación en 1856.

En uno de los vaivenes de esa guerra, cualquier día, desembarcan en nuestra costa de Colón centenares de mercenarios contratados por ese Walker, quienes desde allí se preparaban para invadir a Nicaragua. Uno de ellos que los documentos de esos tiempos identifican como Jack Oliver, tomó una tajada de melón en el puesto de frutas en que vendía el granadino (todavía éramos Nueva Granada) José Manuel Luna, y como aquél quisiera marcharse sin pagar el valor, éste le reclamó sin otro resultado que una amenaza de muerte. Después de una discusión, el extranjero arma en mano hizo disparos en abierta actitud de desafío, lo que causó el calentamiento de los ánimos de los pobladores de Colón, que molestos por la presencia de los forajidos, puño en alto y voz en cuello protestaban, hasta cuando de las oficinas de la empresa norteamericana del ferrocarril se hizo fuego de fusiles contra la multitud. La turbamulta desbordada de ira se tomó a la fuerza tales instalaciones sin atender las voces de llamamiento al orden que hacia el vicegobernador Fábrega. Como resultado de lo anterior hubo dieciséis muertos, quince de ellos norteamericanos.

En junio de 1856 se presentó a Panamá un enviado de Estados Unidos, Amos Corvine, con la pretensión de investigar lo ocurrido como agente oficial de su gobierno. Nuestro vicegobernador Fábrega se negó admitirlo pues a su parecer cualquier pesquisa extranjera iba en contra de la soberanía de nuestra nación. En nota que cursó a nuestro Secretario de Relaciones, Lino de Pombo, le manifestaba tal opinión.

El caso se fue empeorando. El gobierno de Washington; autoritario y celoso de su hegemonía, amenaza bombardear desde sus buques los puertos del país. El gobierno nuestro no cediendo al chantaje, protestó por el reconocimiento de Estados Unidos del gobierno establecido en Nicaragua por parte del aventurero Walker, quien para aquellos momentos se había proclamado presidente de allí.

En febrero del año seguido, los comisionados norteamericanos Morse y Bulin presentaron las siguientes bases para un arreglo, así: “Erigir a las ciudades de Colón y Panamá en municipios neutrales con autogobierno, sumado el territorio de diez millas a cada lado de la línea del ferrocarril que unía a los dos océanos. También se debía ceder a los Estados Unidos la soberanía de unas islas en la bahía de Panamá para establecer allí una estación naval y, además, pagar todos los daños del motín”.

Nuestro gobierno se negó a satisfacer tales exigencias, pues significa un desfleque indecoroso del territorio nacional, pero entonces tales comisionados redujeron la pretensión a la suma de cuatrocientos mil pesos. Otra vez se rechazó la reclamación pues para Nueva Granada la cuestión era de dignidad ya que los Estados Unidos habían hecho suya la causa malograda de los aventureros en aquel puntilloso asunto.

Tiempo después por el tratado Herran-Cass, un gobierno nuestro dobló la rodilla y aceptó el ultraje reconociendo las responsabilidades granadinas en aquellos sucesos.

Este fue un episodio más del expansionismo de los vecinos del Norte, que comenzaron ensanchando las fronteras de las trece colonias que se independizaron de los británicos, y luego con Biblia y fusil se pillaron la tierra de los indios desde donde terminaban las granjas luteranas hasta los tipis de los pieles rojas en el lejano Oeste; luego vino el robo que le hicieron a Méjico de los territorios de Texas, California, Nuevo Méjico, Arizona y Colorado; a España, de Guam, Filipinas y Puerto Rico; y el epílogo de esos latrocinios en Colombia con el raponazo de Panamá.

Columnista
9 febrero, 2017

Croniquilla: Antecedentes de una infamia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Ortega Montero

Como un antecedente al robo de Panamá, existe un hecho olvidado en nuestra historia nacional que en su tiempo se conoció como “el caso de la Tajada de Melón”, con visos de media comedia y media tragedia. Un aventurero, periodista en San Francisco, financiado por los esclavistas del sur de los Estados Unidos, usurpó gobiernos […]


Como un antecedente al robo de Panamá, existe un hecho olvidado en nuestra historia nacional que en su tiempo se conoció como “el caso de la Tajada de Melón”, con visos de media comedia y media tragedia.

Un aventurero, periodista en San Francisco, financiado por los esclavistas del sur de los Estados Unidos, usurpó gobiernos débiles en las repúblicas de Centroamérica para ganar un traspatio a las haciendas de algodón de aquellos. Así, tal aventurero de nombre William Walker, con el apoyo de la banca y la prensa de su país, interviene en una guerra civil que ocurría en Nicaragua, tomando bando en la disputa, hasta proclamarse presidente de esa nación en 1856.

En uno de los vaivenes de esa guerra, cualquier día, desembarcan en nuestra costa de Colón centenares de mercenarios contratados por ese Walker, quienes desde allí se preparaban para invadir a Nicaragua. Uno de ellos que los documentos de esos tiempos identifican como Jack Oliver, tomó una tajada de melón en el puesto de frutas en que vendía el granadino (todavía éramos Nueva Granada) José Manuel Luna, y como aquél quisiera marcharse sin pagar el valor, éste le reclamó sin otro resultado que una amenaza de muerte. Después de una discusión, el extranjero arma en mano hizo disparos en abierta actitud de desafío, lo que causó el calentamiento de los ánimos de los pobladores de Colón, que molestos por la presencia de los forajidos, puño en alto y voz en cuello protestaban, hasta cuando de las oficinas de la empresa norteamericana del ferrocarril se hizo fuego de fusiles contra la multitud. La turbamulta desbordada de ira se tomó a la fuerza tales instalaciones sin atender las voces de llamamiento al orden que hacia el vicegobernador Fábrega. Como resultado de lo anterior hubo dieciséis muertos, quince de ellos norteamericanos.

En junio de 1856 se presentó a Panamá un enviado de Estados Unidos, Amos Corvine, con la pretensión de investigar lo ocurrido como agente oficial de su gobierno. Nuestro vicegobernador Fábrega se negó admitirlo pues a su parecer cualquier pesquisa extranjera iba en contra de la soberanía de nuestra nación. En nota que cursó a nuestro Secretario de Relaciones, Lino de Pombo, le manifestaba tal opinión.

El caso se fue empeorando. El gobierno de Washington; autoritario y celoso de su hegemonía, amenaza bombardear desde sus buques los puertos del país. El gobierno nuestro no cediendo al chantaje, protestó por el reconocimiento de Estados Unidos del gobierno establecido en Nicaragua por parte del aventurero Walker, quien para aquellos momentos se había proclamado presidente de allí.

En febrero del año seguido, los comisionados norteamericanos Morse y Bulin presentaron las siguientes bases para un arreglo, así: “Erigir a las ciudades de Colón y Panamá en municipios neutrales con autogobierno, sumado el territorio de diez millas a cada lado de la línea del ferrocarril que unía a los dos océanos. También se debía ceder a los Estados Unidos la soberanía de unas islas en la bahía de Panamá para establecer allí una estación naval y, además, pagar todos los daños del motín”.

Nuestro gobierno se negó a satisfacer tales exigencias, pues significa un desfleque indecoroso del territorio nacional, pero entonces tales comisionados redujeron la pretensión a la suma de cuatrocientos mil pesos. Otra vez se rechazó la reclamación pues para Nueva Granada la cuestión era de dignidad ya que los Estados Unidos habían hecho suya la causa malograda de los aventureros en aquel puntilloso asunto.

Tiempo después por el tratado Herran-Cass, un gobierno nuestro dobló la rodilla y aceptó el ultraje reconociendo las responsabilidades granadinas en aquellos sucesos.

Este fue un episodio más del expansionismo de los vecinos del Norte, que comenzaron ensanchando las fronteras de las trece colonias que se independizaron de los británicos, y luego con Biblia y fusil se pillaron la tierra de los indios desde donde terminaban las granjas luteranas hasta los tipis de los pieles rojas en el lejano Oeste; luego vino el robo que le hicieron a Méjico de los territorios de Texas, California, Nuevo Méjico, Arizona y Colorado; a España, de Guam, Filipinas y Puerto Rico; y el epílogo de esos latrocinios en Colombia con el raponazo de Panamá.