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Columnista - 9 octubre, 2016

“Creo en Dios Padre”

La fe católica se cimienta en la creencia de que el único Dios es trinidad de personas. En efecto, el catolicismo proclama a “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Esto ha sido tema de conversaciones, disputas y muchas disidencias a lo largo de los siglos, pero la doctrina, fundamentada en las Sagradas Escrituras […]

La fe católica se cimienta en la creencia de que el único Dios es trinidad de personas. En efecto, el catolicismo proclama a “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Esto ha sido tema de conversaciones, disputas y muchas disidencias a lo largo de los siglos, pero la doctrina, fundamentada en las Sagradas Escrituras se ha mantenido inamovible en medio de no pocas vicisitudes. Dios es uno y trino, de la misma manera que la Sierra Nevada de Santa Marta tiene tres “caras”, un triángulo tres ángulos, y en el fuego confluyen la luz, el calor y la llama.

Ese Dios, que es único y en esencia amor, pero de quien nuestras palabras y pensamientos estarán siempre inmensamente distantes al intentar definirlo, decidió crear el tiempo desde su eternidad y, desde la nada, traer a la existencia a todos los seres. ¿Por qué? Por amor. Para compartir con otros lo que en su totalidad y plenitud ya poseía en sí mismo antes de todos los siglos. Dios omnipotente creó el cosmos y, en él, al ser humano.

El ser humano fue creado hombre y mujer, para amar y compartir; y fue puesto en la tierra para conocer y dominar. Fue dotado de inteligencia y voluntad y, misteriosamente, se le dio también la capacidad de decidir. El todopoderoso, conociendo la incapacidad humana para llegar al infinito, decidió introducirse en la historia y darse a conocer a través de los siglos en un proceso conocido como “revelación” (literalmente “descorrer el velo”). Así, el hombre fue capaz de descubrir, a través de la belleza y perfección de las creaturas, a la perfección misma y creador de todo. El hombre es “capaz de Dios” porque puede reaccionar ante la iniciativa divina y, con la fe, responder a la revelación.

De muchas formas y a través de muchas figuras se manifestó Dios en el pasado: en medio de una intrincada historia, a veces incomprensible y hasta absurda, la luz divina brillaba en la oscuridad y mostraba el camino a quienes querían seguirlo. Historia humana, plagada de errores y aciertos, de guerras, envidias, masacres, pero también de acciones heroicas y bondad en no pocos episodios; historia humana en la que resonaron y aún siguen resonando las palabras de aquél que habita en una luz inaccesible.

Por una razón que escapa a nuestro entendimiento, decidió Dios elegir entre todos los pueblos de la tierra a uno conformado por un puñado de esclavos, y darse a conocer a través de jueces, profetas y reyes. Pero, contrario a lo que piensan muchos, no se trató de una revelación exclusiva: Dios se ha mostrado de diversas formas a todos los pueblos y culturas del mundo a través de los siglos, quienes lo comprendieron y respondieron a su manera, desde sus costumbres, su idiosincrasia e incluso la geografía que los rodeaba. El Dios que creó el universo no es la posesión exclusiva de un pequeño grupo, sino el fundamento de todo cuanto es, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.

El omnipotente, omnisciente, omnipresente, eterno y buen Dios quiso, al llegar la plenitud de los tiempos, darse a conocer de una manera más perfecta, enviando a su Hijo único, para manifestar al mundo la verdad completa. En el Mesías, Dios Padre nos dijo “todo y de una sola vez…” ¡Creo en Dios Padre!

Columnista
9 octubre, 2016

“Creo en Dios Padre”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

La fe católica se cimienta en la creencia de que el único Dios es trinidad de personas. En efecto, el catolicismo proclama a “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Esto ha sido tema de conversaciones, disputas y muchas disidencias a lo largo de los siglos, pero la doctrina, fundamentada en las Sagradas Escrituras […]


La fe católica se cimienta en la creencia de que el único Dios es trinidad de personas. En efecto, el catolicismo proclama a “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Esto ha sido tema de conversaciones, disputas y muchas disidencias a lo largo de los siglos, pero la doctrina, fundamentada en las Sagradas Escrituras se ha mantenido inamovible en medio de no pocas vicisitudes. Dios es uno y trino, de la misma manera que la Sierra Nevada de Santa Marta tiene tres “caras”, un triángulo tres ángulos, y en el fuego confluyen la luz, el calor y la llama.

Ese Dios, que es único y en esencia amor, pero de quien nuestras palabras y pensamientos estarán siempre inmensamente distantes al intentar definirlo, decidió crear el tiempo desde su eternidad y, desde la nada, traer a la existencia a todos los seres. ¿Por qué? Por amor. Para compartir con otros lo que en su totalidad y plenitud ya poseía en sí mismo antes de todos los siglos. Dios omnipotente creó el cosmos y, en él, al ser humano.

El ser humano fue creado hombre y mujer, para amar y compartir; y fue puesto en la tierra para conocer y dominar. Fue dotado de inteligencia y voluntad y, misteriosamente, se le dio también la capacidad de decidir. El todopoderoso, conociendo la incapacidad humana para llegar al infinito, decidió introducirse en la historia y darse a conocer a través de los siglos en un proceso conocido como “revelación” (literalmente “descorrer el velo”). Así, el hombre fue capaz de descubrir, a través de la belleza y perfección de las creaturas, a la perfección misma y creador de todo. El hombre es “capaz de Dios” porque puede reaccionar ante la iniciativa divina y, con la fe, responder a la revelación.

De muchas formas y a través de muchas figuras se manifestó Dios en el pasado: en medio de una intrincada historia, a veces incomprensible y hasta absurda, la luz divina brillaba en la oscuridad y mostraba el camino a quienes querían seguirlo. Historia humana, plagada de errores y aciertos, de guerras, envidias, masacres, pero también de acciones heroicas y bondad en no pocos episodios; historia humana en la que resonaron y aún siguen resonando las palabras de aquél que habita en una luz inaccesible.

Por una razón que escapa a nuestro entendimiento, decidió Dios elegir entre todos los pueblos de la tierra a uno conformado por un puñado de esclavos, y darse a conocer a través de jueces, profetas y reyes. Pero, contrario a lo que piensan muchos, no se trató de una revelación exclusiva: Dios se ha mostrado de diversas formas a todos los pueblos y culturas del mundo a través de los siglos, quienes lo comprendieron y respondieron a su manera, desde sus costumbres, su idiosincrasia e incluso la geografía que los rodeaba. El Dios que creó el universo no es la posesión exclusiva de un pequeño grupo, sino el fundamento de todo cuanto es, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.

El omnipotente, omnisciente, omnipresente, eterno y buen Dios quiso, al llegar la plenitud de los tiempos, darse a conocer de una manera más perfecta, enviando a su Hijo único, para manifestar al mundo la verdad completa. En el Mesías, Dios Padre nos dijo “todo y de una sola vez…” ¡Creo en Dios Padre!