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Columnista - 2 noviembre, 2017

Colombia: un país de fariseos

Algunos de los lectores de esta columna, seguramente su título, por su generalización, lo tildarán como descomedido u ofensivo, empero es la realidad que muchos colombianos pretendemos ocultar creyendo que todavía el prójimo es ingenuo. Aunque por inmanencia los humanos somos proclives al beneficio propio, tal inclinación siempre ha sido censurada cuando el interés particular […]

Algunos de los lectores de esta columna, seguramente su título, por su generalización, lo tildarán como descomedido u ofensivo, empero es la realidad que muchos colombianos pretendemos ocultar creyendo que todavía el prójimo es ingenuo.

Aunque por inmanencia los humanos somos proclives al beneficio propio, tal inclinación siempre ha sido censurada cuando el interés particular prima sobre el bienestar general. Como ejemplo de esta amonestación, recuerdo a Diógenes de Sinope, el filósofo de la antiquísima Grecia que predicaba la moralidad del célebre Sócrates, caminando en pleno mediodía por las calles de Atenas con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres honestos”.

En nuestro país desde hace varios lustros y décadas pulula la corrupción por doquier, cuyos principales protagonistas son los políticos en compañía de importantes empresarios y otro tipo de delincuentes, que involucrados en el negocio del tráfico de narcóticos han convertido a Colombia en un país de fariseos, que en todo momento ante el pueblo y cualquier audiencia actúan como grandes benefactores.

En Colombia el comportamiento de su gente es dramático por no decir cómico, las malas acciones no obstante, de ser tan evidentes, las desmienten con impávidos cinismos, porque los jueces y la mayoría de la gente, especialmente los más poderosos, se han inventado los falsos testigos para descomponer o torcer la justicia. Como ejemplo de esto podríamos citar la supuesta impunidad en el resonado caso de Luis Andrés Colmenares, estudiante de la Universidad de Los Andes de Bogotá, que murió en extrañas circunstancias en la noche de Halloween del 2010.

Lo mismo se puede decir sobre el senador Álvaro Ashton, el magistrado Gustavo Malo, el exmagistrado Leónidas Bustos y otros personajes del país envueltos en escándalos de corrupción, quienes sindican de mentiroso al exfiscal anticorrupción, Luis Gustavo Moreno, preso en la cárcel

La Picota por corrupto, porque en nuestro país ha hecho carrera aquello de que no se debe creer en bandidos condenados. Este es el gran argumento también inventado para salir libres de toda culpa y seguir con el fariseísmo.

Por lo tanto, hace mucho tiempo los políticos colombianos han estado enlodados por la corrupción, cuyo principal ingrediente, reitero, es el narcotráfico que los permeó con pocas dificultades, igual como sus divisas se introdujeron a la economía formal, a la industria, al arte, al deporte, a la recreación y a otras actividades cotidianas manejadas generalmente por delincuentes de cuello blanco. También las guerrillas y las autodefensas o paramilitares financiaron sus guerras con dinero producto del negocio de estupefacientes. Esta permeabilidad se ha extendido en toda la sociedad como “Pedro por su casa”, tal cual como el cáncer se apodera del cuerpo humano para menoscabarlo.

No se puede desconocer que algunas autoridades y personas colombianas han combatido el narcotráfico. Asimismo se sabe que varios de sus combatientes han sido asesinados, entre ellos son dignos de mencionar: el exministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla; el exprocurador General, Carlos Mauro Hoyos Jiménez; el excandidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento y otros funcionarios decentes. Mientras que muchos fariseos siguen vivos gozando lo que han sacado de los miles de millones de dólares que produce el narcotráfico anualmente.

Por José Romero Churio

 

Columnista
2 noviembre, 2017

Colombia: un país de fariseos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

Algunos de los lectores de esta columna, seguramente su título, por su generalización, lo tildarán como descomedido u ofensivo, empero es la realidad que muchos colombianos pretendemos ocultar creyendo que todavía el prójimo es ingenuo. Aunque por inmanencia los humanos somos proclives al beneficio propio, tal inclinación siempre ha sido censurada cuando el interés particular […]


Algunos de los lectores de esta columna, seguramente su título, por su generalización, lo tildarán como descomedido u ofensivo, empero es la realidad que muchos colombianos pretendemos ocultar creyendo que todavía el prójimo es ingenuo.

Aunque por inmanencia los humanos somos proclives al beneficio propio, tal inclinación siempre ha sido censurada cuando el interés particular prima sobre el bienestar general. Como ejemplo de esta amonestación, recuerdo a Diógenes de Sinope, el filósofo de la antiquísima Grecia que predicaba la moralidad del célebre Sócrates, caminando en pleno mediodía por las calles de Atenas con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres honestos”.

En nuestro país desde hace varios lustros y décadas pulula la corrupción por doquier, cuyos principales protagonistas son los políticos en compañía de importantes empresarios y otro tipo de delincuentes, que involucrados en el negocio del tráfico de narcóticos han convertido a Colombia en un país de fariseos, que en todo momento ante el pueblo y cualquier audiencia actúan como grandes benefactores.

En Colombia el comportamiento de su gente es dramático por no decir cómico, las malas acciones no obstante, de ser tan evidentes, las desmienten con impávidos cinismos, porque los jueces y la mayoría de la gente, especialmente los más poderosos, se han inventado los falsos testigos para descomponer o torcer la justicia. Como ejemplo de esto podríamos citar la supuesta impunidad en el resonado caso de Luis Andrés Colmenares, estudiante de la Universidad de Los Andes de Bogotá, que murió en extrañas circunstancias en la noche de Halloween del 2010.

Lo mismo se puede decir sobre el senador Álvaro Ashton, el magistrado Gustavo Malo, el exmagistrado Leónidas Bustos y otros personajes del país envueltos en escándalos de corrupción, quienes sindican de mentiroso al exfiscal anticorrupción, Luis Gustavo Moreno, preso en la cárcel

La Picota por corrupto, porque en nuestro país ha hecho carrera aquello de que no se debe creer en bandidos condenados. Este es el gran argumento también inventado para salir libres de toda culpa y seguir con el fariseísmo.

Por lo tanto, hace mucho tiempo los políticos colombianos han estado enlodados por la corrupción, cuyo principal ingrediente, reitero, es el narcotráfico que los permeó con pocas dificultades, igual como sus divisas se introdujeron a la economía formal, a la industria, al arte, al deporte, a la recreación y a otras actividades cotidianas manejadas generalmente por delincuentes de cuello blanco. También las guerrillas y las autodefensas o paramilitares financiaron sus guerras con dinero producto del negocio de estupefacientes. Esta permeabilidad se ha extendido en toda la sociedad como “Pedro por su casa”, tal cual como el cáncer se apodera del cuerpo humano para menoscabarlo.

No se puede desconocer que algunas autoridades y personas colombianas han combatido el narcotráfico. Asimismo se sabe que varios de sus combatientes han sido asesinados, entre ellos son dignos de mencionar: el exministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla; el exprocurador General, Carlos Mauro Hoyos Jiménez; el excandidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento y otros funcionarios decentes. Mientras que muchos fariseos siguen vivos gozando lo que han sacado de los miles de millones de dólares que produce el narcotráfico anualmente.

Por José Romero Churio