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Columnista - 30 diciembre, 2012

Años van, años vienen

MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta  Termina el año 2012 y comienza el 2013 con la esperanza de “que nuestra cosecha salga mejor”, como dice el canto vallenato. Ilusiones, anhelos, expectativas rodean todo comienzo. Balances y resúmenes, todo final. Nada más hay que releer lo que publican los periódicos de todos los comienzos y finales […]

MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

 Termina el año 2012 y comienza el 2013 con la esperanza de “que nuestra cosecha salga mejor”, como dice el canto vallenato. Ilusiones, anhelos, expectativas rodean todo comienzo.

Balances y resúmenes, todo final. Nada más hay que releer lo que publican los periódicos de todos los comienzos y finales de año para comprobar que la historia se repite en un ir y venir, cual  péndola de reloj de pared.

 

   Por supuesto que la ilusión primera es afirmar que este año sí. Que el pasado quedó atrás y que de ahora en adelante todo será diferente. Que el triunfo nos sonreirá y que nadie podrá contener nuestra carrera hacía la felicidad. Y es justo ahí donde nos equivocamos: identificar el éxito con la felicidad.

El estudiante que culminará sus estudios universitarios, la mujer que mantendrá su estilizada figura, el empleado que obtendrá un ascenso en su trabajo, el inversionista que sumará utilidades, todos dirán que son felices. ¿Lo son? 

 

    Cada quien a su manera expresa ser feliz por lo obtenido. Y desde luego que puede ser cierto, a menos que el egresado de la universidad se enfrente al mundo con la duda de saber si escogió la profesión que en realidad le gustaba; o la mujer estilizada internamente no esté conforme con su figura; o el empleado ascendido estuviera deseando otra área de trabajo o el inversionista exitoso aspirara al reconocimiento más que al dinero.

 

    Jorge Luis Borges en un crudo resumen de la infelicidad manifestó: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.

La búsqueda de la felicidad es incesante aunque en ocasiones se equivoque el camino. Cuando las metas se alcanzan se pierde el encanto y es preciso fijarse otros objetivos.

La sucesión de propósitos es  interminable. ¿Qué es entonces la felicidad? Si la respuesta fuera sencilla el método para conseguirla también lo sería. Pero no es así.

 

    La felicidad, comentaba un filósofo nativo, es instantánea. Dura tan poco que o no la percibimos o si lo hacemos no la disfrutamos a plenitud. Es probable que lo más cercano a la felicidad sea la paz interior, el asunto es cómo se llega a ella. La mente es tan caprichosa y agitada que se hace incontrolable.

Nuestros pensamientos vuelan sin destino aparente, en las circunstancias y lugares más inesperados. Intentamos reorientarlos pero ellos desbordan nuestra capacidad, se escapan.

 

    ¿Puedo declarar que soy feliz porque tengo familia, casa, trabajo y salud? ¿Es eso lo que necesito y quiero? Si la respuesta es positiva, ¿qué pasará cuando los pierda? Si es negativa, ¿qué más deseo? ¿Qué me reconcilia con los demás seres? ¿Qué me hace sentir exultante?

 

    Son demasiados interrogantes para ser resueltos de un tajo. Cada cual dará su respuesta dependiendo del momento que esté viviendo, pues no hay solución única. Aquí si cabe aquello de que todas las respuestas son verdaderas y al mismo tiempo falsas. Campoamor lo definía mejor que nadie: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira.

 

    Queridos lectores que tuvieron la generosidad de llegar hasta aquí, no se angustien por estas reflexiones. Sigan procurándose la felicidad como les venga en gana. Insistan en que año nuevo vida nueva; pónganle positivismo y entusiasmo, y que Dios los tenga de su mano.

 

   

 

Columnista
30 diciembre, 2012

Años van, años vienen

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta  Termina el año 2012 y comienza el 2013 con la esperanza de “que nuestra cosecha salga mejor”, como dice el canto vallenato. Ilusiones, anhelos, expectativas rodean todo comienzo. Balances y resúmenes, todo final. Nada más hay que releer lo que publican los periódicos de todos los comienzos y finales […]


MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

 Termina el año 2012 y comienza el 2013 con la esperanza de “que nuestra cosecha salga mejor”, como dice el canto vallenato. Ilusiones, anhelos, expectativas rodean todo comienzo.

Balances y resúmenes, todo final. Nada más hay que releer lo que publican los periódicos de todos los comienzos y finales de año para comprobar que la historia se repite en un ir y venir, cual  péndola de reloj de pared.

 

   Por supuesto que la ilusión primera es afirmar que este año sí. Que el pasado quedó atrás y que de ahora en adelante todo será diferente. Que el triunfo nos sonreirá y que nadie podrá contener nuestra carrera hacía la felicidad. Y es justo ahí donde nos equivocamos: identificar el éxito con la felicidad.

El estudiante que culminará sus estudios universitarios, la mujer que mantendrá su estilizada figura, el empleado que obtendrá un ascenso en su trabajo, el inversionista que sumará utilidades, todos dirán que son felices. ¿Lo son? 

 

    Cada quien a su manera expresa ser feliz por lo obtenido. Y desde luego que puede ser cierto, a menos que el egresado de la universidad se enfrente al mundo con la duda de saber si escogió la profesión que en realidad le gustaba; o la mujer estilizada internamente no esté conforme con su figura; o el empleado ascendido estuviera deseando otra área de trabajo o el inversionista exitoso aspirara al reconocimiento más que al dinero.

 

    Jorge Luis Borges en un crudo resumen de la infelicidad manifestó: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.

La búsqueda de la felicidad es incesante aunque en ocasiones se equivoque el camino. Cuando las metas se alcanzan se pierde el encanto y es preciso fijarse otros objetivos.

La sucesión de propósitos es  interminable. ¿Qué es entonces la felicidad? Si la respuesta fuera sencilla el método para conseguirla también lo sería. Pero no es así.

 

    La felicidad, comentaba un filósofo nativo, es instantánea. Dura tan poco que o no la percibimos o si lo hacemos no la disfrutamos a plenitud. Es probable que lo más cercano a la felicidad sea la paz interior, el asunto es cómo se llega a ella. La mente es tan caprichosa y agitada que se hace incontrolable.

Nuestros pensamientos vuelan sin destino aparente, en las circunstancias y lugares más inesperados. Intentamos reorientarlos pero ellos desbordan nuestra capacidad, se escapan.

 

    ¿Puedo declarar que soy feliz porque tengo familia, casa, trabajo y salud? ¿Es eso lo que necesito y quiero? Si la respuesta es positiva, ¿qué pasará cuando los pierda? Si es negativa, ¿qué más deseo? ¿Qué me reconcilia con los demás seres? ¿Qué me hace sentir exultante?

 

    Son demasiados interrogantes para ser resueltos de un tajo. Cada cual dará su respuesta dependiendo del momento que esté viviendo, pues no hay solución única. Aquí si cabe aquello de que todas las respuestas son verdaderas y al mismo tiempo falsas. Campoamor lo definía mejor que nadie: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira.

 

    Queridos lectores que tuvieron la generosidad de llegar hasta aquí, no se angustien por estas reflexiones. Sigan procurándose la felicidad como les venga en gana. Insistan en que año nuevo vida nueva; pónganle positivismo y entusiasmo, y que Dios los tenga de su mano.