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Cultura - 23 junio, 2019

Sí es cierto, pero no es verdad

La obra cumbre de nuestro admirado nobel Gabriel García Márquez es posterior a toda esa labor que desarrollaron nuestros juglares y que cantaban como hablaban los abuelos de él.

Lizandro Meza, uno de los grandes músicos de la sabana.
Lizandro Meza, uno de los grandes músicos de la sabana.

“Yo conozco el flojo aunque lo vea sudao” Tomás Gregorio Hinojosa Mendoza.

Se ha vuelto una constante en los medios impresos, radio y televisión, en lo que tiene que ver sobre la narrativa vallenata, la diatriba sabanera liderada por creadores, periodistas, músicos y gestores cultores, quienes recurren a diversos temas en procura de mostrar su desacuerdo con el tratamiento que reciben por parte “de los vallenatos” al interior del Festival de la Leyenda Vallenata, que al decir de los quejosos es un desarraigo para con ellos.

Todo comenzó en 1969 con la participación de los músicos Andrés Landero, Alfredo Gutiérrez y Lisandro Meza en ese Festival y se reafirmó con el lanzamiento en 1973 del libro ‘Vallenatología’, de Consuelo Araújo Noguera, lo que dio pie a muchas polémicas que bien vale la pena retrotraer, en procura de encontrarle la sinrazón de las mismas.

En esos dimes y diretes se han construido unas premisas, que es necesario analizar para lograr poner en su cruda realidad qué tanto de verdad tiene lo que ellos argumentan, situación que ha tomado un tono reiterado, que no ha podido ser subsanado, pese a que han habido gestos de mano tendida que ellos no valoran, convirtiendo en “enemigo” todo lo que provenga de nuestra provincia y tenga el sello de Consuelo, Rafael, Gabriel y Alfonso.

Bien es cierto que la obra en ritmo de paseo ‘La hamaca grande’, cuyo autor es Adolfo Pacheco Anillo, tiene todos los méritos armónicos y melódicos para estar en el extenso listado de los buenos temas del vallenato, no es verdad que la misma sea principio y fin del mundo construido por el paseo. Si eso que asevera el escritor Ariel Castillo Mier fuera verdad, entonces en dónde quedaría la tradición de nuestros juglares del siglo XIX, quienes son los padres del paseo.

Con su obcecada posición, Castillo Mier pretende y cree que lo logra, hacernos caer en cuenta que el único poema existente y para mostrar dentro del paseo se resume en la obra citada de Pacheco Anillo, situación que demuestra una vez más que el tema vallenato en manos de quienes no lo conocen termina siendo un desatino, máxime cuando el responsable del texto publicado en un destacado medio se atreve a argumentar que “es muy raro encontrar en las composiciones tradicionales tan exquisito cuidado en la métrica”.

Esta osadía lleva al crítico literario a pasar por encima de Emiliano Zuleta Baquero con su ‘Gota fría’; de un Julio Vásquez y ‘El Viajero’; de ‘Chema’ Gómez con ‘Fonseca’; un Carlos Huertas y su ‘Tierra de cantores’; Leandro Díaz con ‘Dios no me deja’; Lorenzo Morales y su ‘Errante’; Calixto Ochoa con ‘Lirio rojo’; que sumado a una centena de juglares son el sustento del movimiento vallenato, anteriores al surgimiento de Adolfo Pacheco Anillo como creador, de ellos tomó muchas influencias, ya que él no inventó el vallenato y mucho menos el paseo.

UN RECLAMO SERIO

Es lamentable que un hombre como Ariel Castillo Mier, erudito en el tema literario más no en lo atinente al vallenato, halle tantas fortalezas en Pacheco Anillo y desconozca lo que tienen nuestros creadores, al afirmar que “el lenguaje sencillo del canto oculta una sabia destreza verbal por parte de Adolfo Pacheco, reveladora de la creatividad del poeta. Nadie habla así, nadie mete una serenata en un cofre de plata, sólo el poeta, el hacedor puede armar con las cumbias un collar y meter en la misma hamaca a los gaiteros y a los acordeonistas”

¿Será qué Escalona, Vásquez, Díaz, Ochoa, Morales, Zuleta, Huertas y Gómez están lejos de su imaginario, lenguaje y sentido de pertenencia?

Por eso no tiene sentido lo que de manera forzada pretende el crítico literario, al sustentar que la mencionada obra de Pacheco Anillo es un canto de concordia, un himno fraternal y luego, usa unos calificativos que en vez de sumar dejan mal parados al creador de ‘La hamaca grande’, a su defensor y a quienes quieren seguir en esa posición, que por demás se ha vuelto un sin sentido, al afirmar que “nosotros los vallenatos le cerramos el paso a toda delegación que de la sabana llegue a Valledupar y en especial al Festival de la Leyenda Vallenata”.

Si bien es cierto, que Andrés Landero Guerra, Alfredo Gutiérrez Vital, Ramón Vargas, Lisandro Mesa, Julio De la Ossa, Enrique Díaz, César Castro, Felipe Paternina, les tocó más duro que a los nuestros en la ejecución de las obras con raíces vallenatas y en el manejo de nuestros ritmos, cuando se enfrentaron a Nicolás Mendoza, Miguel López con Jorge Oñate, entre otros, quienes por razones de hábito, biodeterminismo cultural, los lleva a conocer lo íntimo de la rutina que sus antecesores crearon.

Alfredo Gutiérrez se coronó tres veces como rey del Festival Vallenato.

Pero no es verdad lo dicho por el escritor, que al interior del Festival de la Leyenda Vallenata se procedió a evaluar a los músicos sabaneros con criterios inadecuados. No se puede argumentar tal hecho, sin haber asistido a esos eventos, todo porque a su alrededor, pocas personas, entre ellas Adolfo Pacheco Anillo con sus reiterados argumentos, le hace reafirmar una mentira.

Es bueno recordarle al creador sanjacintero que cuando participó en 1973 con Ramón Vargas en la categoría profesional y en el concurso de la Canción Inédita fue declarado mejor guacharaquero de nuestro evento, en donde tuvo la mala fortuna, junto a su compañero, de enfrentarse a Luis Enrique Martínez, toda una fuente influenciadora del estilo vallenato, en donde obtuvo el segundo lugar con su paseo ‘Fuente Vallenata’ y la obra ‘No vuelvo a Patillal’, de Armando Zabaleta, fue la ganadora.

UNA LÍNEA A SEGUIR

El tiempo justiciero, como siempre, pone los hechos en su justa dimensión y nos ha demostrado que la música más divulgada en todos los festivales de música vallenata es la de Luis Enrique Martínez, como también es un acierto la decisión del jurado que eligió la obra de Armando Zabaleta Guevara, convertida con el paso del tiempo en una de las más clásicas de nuestro movimiento musical.

Saldada esta primera acción, no encuentro la mala intención de los jurados frente a la participación de Pacheco Anillo y Ramón Vargas en el Festival de la Leyenda Vallenata o de anteriores delegaciones llegadas de la sabana del Bolívar Grande, no sin antes advertir que nuestra música llegó a la tierra de Pacheco Anillo, Landero Guerra y Vargas Tapias, por un proceso dinámico de migración y no a la inversa, prueba de ello nacen dos grandes que tiene esa cultura musical: Andrés Gregorio Landero Guerra y Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital.

Sus padres son de nuestra provincia vallenata y ellos son: Isaías Guerra y Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta, uno de Rinconhondo y el otro de La Paz, ambos pueblos del Cesar.

De viva voz el músico Andrés Landero dijo que “nosotros no conocíamos la puya. La vinimos a ensayar fue en el festival”, posición honesta de un hombre bueno como Landero Guerra, que contrasta con lo planteado por el crítico literario Ariel Castillo Mier, quien construyó una defensa más grande que la realidad de los hechos, quien termina señalándonos con su dedo acusador del yo Todopoderoso, al decir “la falta de juicio y sensatez” de la que hemos carecido los vallenatos.

¿Por qué tienen que ser obligados interlocutores Consuelo Araújo Noguera, Rafael Escalona Martínez, Alfonso López Michelsen y Gabriel García Márquez en ‘La hamaca grande’, reconocida obra de Pacheco Anillo? ¿Por qué el despropósito del columnista, quien se desborda temerariamente al decir que nos “inventamos a Francisco el Hombre”, sin percatarse que es el mismo creador de San Jacinto, quien reafirma la leyenda cuando él mismo reconoce que trae “unas leyendas cual las de Francisco el Hombre”, en contrario de lo que el columnista afirma y da por hecho?

Es bueno advertir que la obra cumbre de nuestro admirado nobel Gabriel García Márquez es posterior a toda esa labor que desarrollaron nuestros juglares y que cantaban como hablaban los abuelos de él.

Ya ese hecho cultural era parte de nuestra fortaleza y lo que hizo nuestro bien ponderado escritor, ante todo, por razones de sangre y tierra, no por embelecos, mostrar en su brillante narrativa las tradiciones de la tierra guajira, de donde son sus abuelos, madre y descendientes. Por eso no es raro el afecto que Gabriel García Márquez nos tiene, que es tan grande como el que nosotros le expresamos.

Por eso Valledupar reclama sin decirlo y en eso todos hacemos fila de sólido respaldo, en cuanto al tema del Festival de la Leyenda Vallenata. Si este evento no se construye en la Capital mundial del vallenato, como la denominó el hombre de teatro y radio ya fallecido Héctor Velásquez Laos o El Vaticano del vallenato, como la bauticé, la historia de nuestra música fuera otra.

No olvidemos que lo hecho por ese evento fue nada menos que un reordenamiento cultural, alrededor de una música provinciana que poco o nada valía, dispersa en todo el Magdalena Grande, lo que es hoy el Magdalena, Cesar y La Guajira.

A mí en lo particular no me gusta esa postura, que a veces raya en lo insostenible, que Ariel Castillo Mier tiene frente a Pacheco Anillo, en donde se pone unas orejeras que no lo hacen mirar hacia otros creadores vallenatos, tan valiosos o más que el mencionado creador sanjacintero. Pero bueno, ese es un problema que tiene el articulista y solo él debe resolverlo, sin que ello vaya en detrimento de nuestra cultura vallenata y de los valores que ambos tienen.

De lo que sí estoy seguro es que no es cierto ni lo será jamás que para concursar en nuestro evento cultural haya que recurrir a introducir a más de nuestros cuatro ritmos, el paseaito, el pasebol, la guaracha o la charanga, el porro, la cumbia y la gaita.

No necesitamos de acciones exotéricas ni de agoreros de turno para consolidar a nuestros ritmos e instrumentos. Eso ya lo demarcaron nuestros juglares y de cuya acción siempre estamos agradecidos.

Es por eso que el Festival de la Leyenda Vallenata es lo que es: el primer certamen de la música vallenata. Es necesario advertir que nuestros bisabuelos, abuelos y padres nos enseñaron que esos cuatro ritmos y tres instrumentos eran los fundamentales para alegrar a una Nación.

A ellos, a los creadores, ritmos e instrumentos, son a los que hay que defender. Seguimos en esa tónica con la firme convicción que las futuras generaciones no van a ser mezquinas en la defensa y continuidad de esos sueños.

Por eso no tiene sentido que usted junto a Pacheco Anillo, ‘Chane’ Meza, Numa Armando Gil Olivera y Arminio Mestra Osorio, haciendo énfasis que a estos dos últimos, se les ha ocurrido “la brillante idea” de poner por encima de los creadores del merengue, a ‘El Viejo Miguel’ como el mejor en la historia del vallenato, tema que si no lo graban Los Hermanos Zuleta Díaz no tendría la altura interpretativa vallenata de la que goza hoy día.

Ellos lideran una burda acción con la que pretenden hacerles creer a los asistentes a las reuniones privadas o en foros abiertos, donde solo hablan ellos, que por acá tenemos una soterrada maquinaria contra los músicos del Bolívar grande.

Esa aseveración se cae de su peso al encontrar que valores como Alfredo Gutiérrez Vital ha ganado tres veces, Julio Rojas dos veces, Julio De la Ossa una vez, sumado a que Andrés Gregorio Landero Guerra fue declarado rey vitalicio por la Fundación del Festival Vallenato, en cabeza de Consuelo Araújo Noguera, junto a Emiliano Zuleta Baquero, Francisco Rada Batista, Abel Antonio Villa Villa, Antonio Salas Baquero, que entre otras no tienen nada que envidiarle a los músicos de la Sabana. Igual el reconocido compositor sanjacintero fue homenajeado junto a Leandro Díaz, Rafael Escalona, Tobías Enrique Pumarejo y Calixto Ochoa, ¿será que estos están por debajo del mencionado creador Bolivarense?

PARA RECORDARLO

Es bueno que eso no lo olviden, ya que nosotros cuando llegaron Lisandro Mesa, Enrique Díaz, César Castro, jamás tomamos banderas de exclusión, solo que ellos se enfrentaron a los mejores de nuestra provincia vallenata y no tenían como ganarles.

Como prueba está un ‘Colacho’ que en el contexto vallenato tiene un mayor reconocimiento que Andrés Landero, Lisandro Mesa, Ramón Vargas, sin que suene a irrespeto con los valores de la sabana del Bolívar grande.

Como dijera mi primo Diomedes Díaz “se las dejo ahí”, para sustentar la piqueria que hace rato quiere arman Ariel Castillo Mier con la segunda voz de Pacheco Anillo y otros de menor tenor, a quienes no les temo afrontar, para que debatamos el tema cuando quieran y donde ellos digan, pero que para infortunio nuestro, son personas, que no pierden oportunidad alguna para despotricar de una mujer que como Consuelo Araújo Noguera, quien tiene todos los reconocimientos que parten desde nuestra provincia vallenata hasta los diversos escenarios, a donde llegó su labor en pro de esta bonita música nuestra, sin ese maniqueísmo perverso que esas mencionadas personas no se cansan de esgrimir, sin una retórica argumentativa que permita validar sus voces.

No me canso de unirme a ella cuando de manera enfática decía “aquí calificamos bien al que toque vallenato. El paseo que sepa a paseo, el merengue, el son y la puya a lo que en esencia ellos saben. No aceptamos disfraces”.

No olviden Castillo Mier, Pacheco Anillo y quienes le secundan, que aquí en esta tierra nuestra, en la gran provincia vallenata, nosotros pese a la ausencia física de “La Cacica” seguimos en la misma postura. Nosotros no traicionamos nuestros sueños por ir en busca de lo que no es nuestro. Que interesante sería, que ustedes en vez de estar exponiendo malquerencias, miren a su entorno social y ante todo lo musical, se hagan una autocrítica y después de ello, verán que han perdido un valioso e irrecuperable tiempo, peleando contra el vallenato mientras el porro, la cumbia y la gaita agoniza.

Es bueno que ustedes le enseñen a esa nueva generación, el valor inmenso que tiene su cultura musical, ya que nuestros juglares y la misma “Cacica” nos enseñó a trabajar, defender y proteger lo nuestro. Ella lo que hizo, no fue arbitrario ni un robo cultural al escribir “Vallenatología”, que dio inicio, sin proponérselo la autora, a la apertura de una investigación sobre la música vallenata. Y es bueno que ustedes no sigan vendiendo la pobre idea, que todo lo que realizó Aníbal Velásquez, Lisandro Mesa y los Corraleros del Majagual, es el formato que usamos nosotros. Eso no es cierto ni es verdad. Nuestros artistas, todos sin excepción, con todas las influencias que el entorno produjo, han pulido su estilo. Les pregunto: ¿qué hay de Aníbal Velásquez en los Hermanos Zuleta Díaz? ¿Qué hay de Lisandro Mesa en Luis Enrique Martínez? O ¿de los Corraleros del Majagual en Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Beto Zabaleta, Silvio Brito, Iván Villazón?

Si lo que dicen es verdad, ¿en dónde quedó la labor de nuestros juglares que antecedieron a sus mencionados y valiosos artistas? No olviden que primero son los abuelos que los padres. Esto demuestra Ariel Castillo Mier y Adolfo Pacheco Anillo que ustedes en el tema vallenato, no son muy acertados en sus comentarios, situación que los lleva a plantear de manera fragmentada los hechos, con no muy buena intención, porque se dejan llenar de una serie de fantasmas que tienen, que es bueno los vayan eliminando, para que les quede claro como lo dijo nuestro valor vallenato Sebastián Guerra: “como yo conozco el tema no sufro de engaño”.

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor Musical y Gestor Cultural para que el vallenato tenga una categoría en el Premio Grammy Latino.

Félix Carrillo Hinojosa/ EL PILÓN

Cultura
23 junio, 2019

Sí es cierto, pero no es verdad

La obra cumbre de nuestro admirado nobel Gabriel García Márquez es posterior a toda esa labor que desarrollaron nuestros juglares y que cantaban como hablaban los abuelos de él.


Lizandro Meza, uno de los grandes músicos de la sabana.
Lizandro Meza, uno de los grandes músicos de la sabana.

“Yo conozco el flojo aunque lo vea sudao” Tomás Gregorio Hinojosa Mendoza.

Se ha vuelto una constante en los medios impresos, radio y televisión, en lo que tiene que ver sobre la narrativa vallenata, la diatriba sabanera liderada por creadores, periodistas, músicos y gestores cultores, quienes recurren a diversos temas en procura de mostrar su desacuerdo con el tratamiento que reciben por parte “de los vallenatos” al interior del Festival de la Leyenda Vallenata, que al decir de los quejosos es un desarraigo para con ellos.

Todo comenzó en 1969 con la participación de los músicos Andrés Landero, Alfredo Gutiérrez y Lisandro Meza en ese Festival y se reafirmó con el lanzamiento en 1973 del libro ‘Vallenatología’, de Consuelo Araújo Noguera, lo que dio pie a muchas polémicas que bien vale la pena retrotraer, en procura de encontrarle la sinrazón de las mismas.

En esos dimes y diretes se han construido unas premisas, que es necesario analizar para lograr poner en su cruda realidad qué tanto de verdad tiene lo que ellos argumentan, situación que ha tomado un tono reiterado, que no ha podido ser subsanado, pese a que han habido gestos de mano tendida que ellos no valoran, convirtiendo en “enemigo” todo lo que provenga de nuestra provincia y tenga el sello de Consuelo, Rafael, Gabriel y Alfonso.

Bien es cierto que la obra en ritmo de paseo ‘La hamaca grande’, cuyo autor es Adolfo Pacheco Anillo, tiene todos los méritos armónicos y melódicos para estar en el extenso listado de los buenos temas del vallenato, no es verdad que la misma sea principio y fin del mundo construido por el paseo. Si eso que asevera el escritor Ariel Castillo Mier fuera verdad, entonces en dónde quedaría la tradición de nuestros juglares del siglo XIX, quienes son los padres del paseo.

Con su obcecada posición, Castillo Mier pretende y cree que lo logra, hacernos caer en cuenta que el único poema existente y para mostrar dentro del paseo se resume en la obra citada de Pacheco Anillo, situación que demuestra una vez más que el tema vallenato en manos de quienes no lo conocen termina siendo un desatino, máxime cuando el responsable del texto publicado en un destacado medio se atreve a argumentar que “es muy raro encontrar en las composiciones tradicionales tan exquisito cuidado en la métrica”.

Esta osadía lleva al crítico literario a pasar por encima de Emiliano Zuleta Baquero con su ‘Gota fría’; de un Julio Vásquez y ‘El Viajero’; de ‘Chema’ Gómez con ‘Fonseca’; un Carlos Huertas y su ‘Tierra de cantores’; Leandro Díaz con ‘Dios no me deja’; Lorenzo Morales y su ‘Errante’; Calixto Ochoa con ‘Lirio rojo’; que sumado a una centena de juglares son el sustento del movimiento vallenato, anteriores al surgimiento de Adolfo Pacheco Anillo como creador, de ellos tomó muchas influencias, ya que él no inventó el vallenato y mucho menos el paseo.

UN RECLAMO SERIO

Es lamentable que un hombre como Ariel Castillo Mier, erudito en el tema literario más no en lo atinente al vallenato, halle tantas fortalezas en Pacheco Anillo y desconozca lo que tienen nuestros creadores, al afirmar que “el lenguaje sencillo del canto oculta una sabia destreza verbal por parte de Adolfo Pacheco, reveladora de la creatividad del poeta. Nadie habla así, nadie mete una serenata en un cofre de plata, sólo el poeta, el hacedor puede armar con las cumbias un collar y meter en la misma hamaca a los gaiteros y a los acordeonistas”

¿Será qué Escalona, Vásquez, Díaz, Ochoa, Morales, Zuleta, Huertas y Gómez están lejos de su imaginario, lenguaje y sentido de pertenencia?

Por eso no tiene sentido lo que de manera forzada pretende el crítico literario, al sustentar que la mencionada obra de Pacheco Anillo es un canto de concordia, un himno fraternal y luego, usa unos calificativos que en vez de sumar dejan mal parados al creador de ‘La hamaca grande’, a su defensor y a quienes quieren seguir en esa posición, que por demás se ha vuelto un sin sentido, al afirmar que “nosotros los vallenatos le cerramos el paso a toda delegación que de la sabana llegue a Valledupar y en especial al Festival de la Leyenda Vallenata”.

Si bien es cierto, que Andrés Landero Guerra, Alfredo Gutiérrez Vital, Ramón Vargas, Lisandro Mesa, Julio De la Ossa, Enrique Díaz, César Castro, Felipe Paternina, les tocó más duro que a los nuestros en la ejecución de las obras con raíces vallenatas y en el manejo de nuestros ritmos, cuando se enfrentaron a Nicolás Mendoza, Miguel López con Jorge Oñate, entre otros, quienes por razones de hábito, biodeterminismo cultural, los lleva a conocer lo íntimo de la rutina que sus antecesores crearon.

Alfredo Gutiérrez se coronó tres veces como rey del Festival Vallenato.

Pero no es verdad lo dicho por el escritor, que al interior del Festival de la Leyenda Vallenata se procedió a evaluar a los músicos sabaneros con criterios inadecuados. No se puede argumentar tal hecho, sin haber asistido a esos eventos, todo porque a su alrededor, pocas personas, entre ellas Adolfo Pacheco Anillo con sus reiterados argumentos, le hace reafirmar una mentira.

Es bueno recordarle al creador sanjacintero que cuando participó en 1973 con Ramón Vargas en la categoría profesional y en el concurso de la Canción Inédita fue declarado mejor guacharaquero de nuestro evento, en donde tuvo la mala fortuna, junto a su compañero, de enfrentarse a Luis Enrique Martínez, toda una fuente influenciadora del estilo vallenato, en donde obtuvo el segundo lugar con su paseo ‘Fuente Vallenata’ y la obra ‘No vuelvo a Patillal’, de Armando Zabaleta, fue la ganadora.

UNA LÍNEA A SEGUIR

El tiempo justiciero, como siempre, pone los hechos en su justa dimensión y nos ha demostrado que la música más divulgada en todos los festivales de música vallenata es la de Luis Enrique Martínez, como también es un acierto la decisión del jurado que eligió la obra de Armando Zabaleta Guevara, convertida con el paso del tiempo en una de las más clásicas de nuestro movimiento musical.

Saldada esta primera acción, no encuentro la mala intención de los jurados frente a la participación de Pacheco Anillo y Ramón Vargas en el Festival de la Leyenda Vallenata o de anteriores delegaciones llegadas de la sabana del Bolívar Grande, no sin antes advertir que nuestra música llegó a la tierra de Pacheco Anillo, Landero Guerra y Vargas Tapias, por un proceso dinámico de migración y no a la inversa, prueba de ello nacen dos grandes que tiene esa cultura musical: Andrés Gregorio Landero Guerra y Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital.

Sus padres son de nuestra provincia vallenata y ellos son: Isaías Guerra y Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta, uno de Rinconhondo y el otro de La Paz, ambos pueblos del Cesar.

De viva voz el músico Andrés Landero dijo que “nosotros no conocíamos la puya. La vinimos a ensayar fue en el festival”, posición honesta de un hombre bueno como Landero Guerra, que contrasta con lo planteado por el crítico literario Ariel Castillo Mier, quien construyó una defensa más grande que la realidad de los hechos, quien termina señalándonos con su dedo acusador del yo Todopoderoso, al decir “la falta de juicio y sensatez” de la que hemos carecido los vallenatos.

¿Por qué tienen que ser obligados interlocutores Consuelo Araújo Noguera, Rafael Escalona Martínez, Alfonso López Michelsen y Gabriel García Márquez en ‘La hamaca grande’, reconocida obra de Pacheco Anillo? ¿Por qué el despropósito del columnista, quien se desborda temerariamente al decir que nos “inventamos a Francisco el Hombre”, sin percatarse que es el mismo creador de San Jacinto, quien reafirma la leyenda cuando él mismo reconoce que trae “unas leyendas cual las de Francisco el Hombre”, en contrario de lo que el columnista afirma y da por hecho?

Es bueno advertir que la obra cumbre de nuestro admirado nobel Gabriel García Márquez es posterior a toda esa labor que desarrollaron nuestros juglares y que cantaban como hablaban los abuelos de él.

Ya ese hecho cultural era parte de nuestra fortaleza y lo que hizo nuestro bien ponderado escritor, ante todo, por razones de sangre y tierra, no por embelecos, mostrar en su brillante narrativa las tradiciones de la tierra guajira, de donde son sus abuelos, madre y descendientes. Por eso no es raro el afecto que Gabriel García Márquez nos tiene, que es tan grande como el que nosotros le expresamos.

Por eso Valledupar reclama sin decirlo y en eso todos hacemos fila de sólido respaldo, en cuanto al tema del Festival de la Leyenda Vallenata. Si este evento no se construye en la Capital mundial del vallenato, como la denominó el hombre de teatro y radio ya fallecido Héctor Velásquez Laos o El Vaticano del vallenato, como la bauticé, la historia de nuestra música fuera otra.

No olvidemos que lo hecho por ese evento fue nada menos que un reordenamiento cultural, alrededor de una música provinciana que poco o nada valía, dispersa en todo el Magdalena Grande, lo que es hoy el Magdalena, Cesar y La Guajira.

A mí en lo particular no me gusta esa postura, que a veces raya en lo insostenible, que Ariel Castillo Mier tiene frente a Pacheco Anillo, en donde se pone unas orejeras que no lo hacen mirar hacia otros creadores vallenatos, tan valiosos o más que el mencionado creador sanjacintero. Pero bueno, ese es un problema que tiene el articulista y solo él debe resolverlo, sin que ello vaya en detrimento de nuestra cultura vallenata y de los valores que ambos tienen.

De lo que sí estoy seguro es que no es cierto ni lo será jamás que para concursar en nuestro evento cultural haya que recurrir a introducir a más de nuestros cuatro ritmos, el paseaito, el pasebol, la guaracha o la charanga, el porro, la cumbia y la gaita.

No necesitamos de acciones exotéricas ni de agoreros de turno para consolidar a nuestros ritmos e instrumentos. Eso ya lo demarcaron nuestros juglares y de cuya acción siempre estamos agradecidos.

Es por eso que el Festival de la Leyenda Vallenata es lo que es: el primer certamen de la música vallenata. Es necesario advertir que nuestros bisabuelos, abuelos y padres nos enseñaron que esos cuatro ritmos y tres instrumentos eran los fundamentales para alegrar a una Nación.

A ellos, a los creadores, ritmos e instrumentos, son a los que hay que defender. Seguimos en esa tónica con la firme convicción que las futuras generaciones no van a ser mezquinas en la defensa y continuidad de esos sueños.

Por eso no tiene sentido que usted junto a Pacheco Anillo, ‘Chane’ Meza, Numa Armando Gil Olivera y Arminio Mestra Osorio, haciendo énfasis que a estos dos últimos, se les ha ocurrido “la brillante idea” de poner por encima de los creadores del merengue, a ‘El Viejo Miguel’ como el mejor en la historia del vallenato, tema que si no lo graban Los Hermanos Zuleta Díaz no tendría la altura interpretativa vallenata de la que goza hoy día.

Ellos lideran una burda acción con la que pretenden hacerles creer a los asistentes a las reuniones privadas o en foros abiertos, donde solo hablan ellos, que por acá tenemos una soterrada maquinaria contra los músicos del Bolívar grande.

Esa aseveración se cae de su peso al encontrar que valores como Alfredo Gutiérrez Vital ha ganado tres veces, Julio Rojas dos veces, Julio De la Ossa una vez, sumado a que Andrés Gregorio Landero Guerra fue declarado rey vitalicio por la Fundación del Festival Vallenato, en cabeza de Consuelo Araújo Noguera, junto a Emiliano Zuleta Baquero, Francisco Rada Batista, Abel Antonio Villa Villa, Antonio Salas Baquero, que entre otras no tienen nada que envidiarle a los músicos de la Sabana. Igual el reconocido compositor sanjacintero fue homenajeado junto a Leandro Díaz, Rafael Escalona, Tobías Enrique Pumarejo y Calixto Ochoa, ¿será que estos están por debajo del mencionado creador Bolivarense?

PARA RECORDARLO

Es bueno que eso no lo olviden, ya que nosotros cuando llegaron Lisandro Mesa, Enrique Díaz, César Castro, jamás tomamos banderas de exclusión, solo que ellos se enfrentaron a los mejores de nuestra provincia vallenata y no tenían como ganarles.

Como prueba está un ‘Colacho’ que en el contexto vallenato tiene un mayor reconocimiento que Andrés Landero, Lisandro Mesa, Ramón Vargas, sin que suene a irrespeto con los valores de la sabana del Bolívar grande.

Como dijera mi primo Diomedes Díaz “se las dejo ahí”, para sustentar la piqueria que hace rato quiere arman Ariel Castillo Mier con la segunda voz de Pacheco Anillo y otros de menor tenor, a quienes no les temo afrontar, para que debatamos el tema cuando quieran y donde ellos digan, pero que para infortunio nuestro, son personas, que no pierden oportunidad alguna para despotricar de una mujer que como Consuelo Araújo Noguera, quien tiene todos los reconocimientos que parten desde nuestra provincia vallenata hasta los diversos escenarios, a donde llegó su labor en pro de esta bonita música nuestra, sin ese maniqueísmo perverso que esas mencionadas personas no se cansan de esgrimir, sin una retórica argumentativa que permita validar sus voces.

No me canso de unirme a ella cuando de manera enfática decía “aquí calificamos bien al que toque vallenato. El paseo que sepa a paseo, el merengue, el son y la puya a lo que en esencia ellos saben. No aceptamos disfraces”.

No olviden Castillo Mier, Pacheco Anillo y quienes le secundan, que aquí en esta tierra nuestra, en la gran provincia vallenata, nosotros pese a la ausencia física de “La Cacica” seguimos en la misma postura. Nosotros no traicionamos nuestros sueños por ir en busca de lo que no es nuestro. Que interesante sería, que ustedes en vez de estar exponiendo malquerencias, miren a su entorno social y ante todo lo musical, se hagan una autocrítica y después de ello, verán que han perdido un valioso e irrecuperable tiempo, peleando contra el vallenato mientras el porro, la cumbia y la gaita agoniza.

Es bueno que ustedes le enseñen a esa nueva generación, el valor inmenso que tiene su cultura musical, ya que nuestros juglares y la misma “Cacica” nos enseñó a trabajar, defender y proteger lo nuestro. Ella lo que hizo, no fue arbitrario ni un robo cultural al escribir “Vallenatología”, que dio inicio, sin proponérselo la autora, a la apertura de una investigación sobre la música vallenata. Y es bueno que ustedes no sigan vendiendo la pobre idea, que todo lo que realizó Aníbal Velásquez, Lisandro Mesa y los Corraleros del Majagual, es el formato que usamos nosotros. Eso no es cierto ni es verdad. Nuestros artistas, todos sin excepción, con todas las influencias que el entorno produjo, han pulido su estilo. Les pregunto: ¿qué hay de Aníbal Velásquez en los Hermanos Zuleta Díaz? ¿Qué hay de Lisandro Mesa en Luis Enrique Martínez? O ¿de los Corraleros del Majagual en Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Beto Zabaleta, Silvio Brito, Iván Villazón?

Si lo que dicen es verdad, ¿en dónde quedó la labor de nuestros juglares que antecedieron a sus mencionados y valiosos artistas? No olviden que primero son los abuelos que los padres. Esto demuestra Ariel Castillo Mier y Adolfo Pacheco Anillo que ustedes en el tema vallenato, no son muy acertados en sus comentarios, situación que los lleva a plantear de manera fragmentada los hechos, con no muy buena intención, porque se dejan llenar de una serie de fantasmas que tienen, que es bueno los vayan eliminando, para que les quede claro como lo dijo nuestro valor vallenato Sebastián Guerra: “como yo conozco el tema no sufro de engaño”.

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor Musical y Gestor Cultural para que el vallenato tenga una categoría en el Premio Grammy Latino.

Félix Carrillo Hinojosa/ EL PILÓN