Los amores de Rafael Escalona siempre han sido comentados en las parrandas vallenatas en Santa Marta, Valledupar y en cualquier lugar de la Costa Atlántica.
Escalona, genial compositor, describía en sus composiciones la naturaleza, personajes, costumbres, episodios o una historia de amor que hacía vibrar corazones y particularmente el suyo, por albergar hincados sentimientos hacia varias mujeres
Era frecuente verlo muy temprano elegantemente vestido, en su camioneta la cual llevaba en sus parachoques el nombre de “María la bandida”, bautizada por el pintor Jaime Molina, visitando a sus amores. Luego salía para su cultivo de algodón en la vereda Callao o emprendía la nueva tarea parrandera que sus grandes amigos propiciaban en cualquier patio debajo de un árbol frondoso. Allí, Escalona un hombre dictatorial ordenaba: “Oye Turco, manda a buscar donde mi compadre Carlos Pérez varias botellas de Whisky, dile que yo se las cancelo pasado mañana”. Bueno Darío, ¿y ese Adán que es lo que se cree? Le dije que estuviera temprano en la Plaza, para que le llevara un papelito a una morena que me presentó El Negro Calde en San Diego y ve la hora que es y no ha venido? Que vaina es esa, carajo”!
Esa cofradía con sus cercanos la valoraba muchísimo, se desvivía atendiéndolos, pero cuando se presentaba algún obstáculo momentáneo, como la falta de trago o hielo, apaciguaba su angustia caminando de un lado a otro o mordisqueando las uñas de sus dedos. Luego sonreía y levantaba las dos manos y decía jocosamente a los presentes: “Ay veee, como los quieren” O comentaba en voz alta: “¿Qué vaina es esta? cuando estoy en la casa de mi primo Hernandito Molina nada me falta”. “Vámonos para allá
Al llegar el licor, ordenaba de inmediato a su comadre Carmen prender un fogón con leña Brasil, para darle al sancocho de chivo el sabor exquisito que le gustaba y solicitaba de inmediato a cualquiera de los presentes un vehículo para traer al jolgorio a su inseparable amigo Colacho Mendoza, complemento fundamental de sus creaciones musicales a quien definía como el mejor acordeonero del mundo, por eso cuando alguien lo criticaban decía sin titubeos : “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, Colacho es el mejor”.
Era verdaderamente el rey de las parrandas. Escalona, desprovisto de formación literaria y sin haber aprendido jamás a tocar un instrumento, poseía una inmensa capacidad de síntesis, siempre construía y enlazaba versos magistrales que expresaba con dicción perfecta. En momentos de exaltación emocional exclamaba: “voy a cantar hoy, pero voy a cantar cuando todos estén borrachos, porque cuando todos estén borrachos nadie sabe quien canta bien ni quien canta mal”
Sin más preámbulos, Colacho abría su acordeón y se iniciaba una gran reunión de amigos donde alternaban historias, canciones y anécdotas. Todos cómodamente sentados en los taburetes de guayacán que el inolvidable Andrés Becerra traía de la tierra de Leandro Díaz, disfrutaban esos momentos afectivos y de gran significado para Rafa, por cuanto amortiguaba momentáneamente los embates de La Maye, su esposa , debido a sus enredos, pero a su vez estimulaban su creatividad y emotividad ya que generaban en su mundo interior la ebullición que necesitaba en esos momentos de música y poesía para expresar sus sentimientos o describir sus vivencias a través de hermosos versos a la vida.
En una ocasión, después de largas horas de parranda, Rafa les comentó a sus compañeros, que había estado conversando sobre la calidad de los valores artísticos de la región, con su gran amigo Jaime Molina, conocedor insigne del tema. Les dijo que en un momento inesperado Jaime, elogiando la calidad de sus composiciones, le expresó inquisitivamente, como solía hacerlo cuando bebía: “Ultimadamente, yo soy Jaime Molina, hazme un canto de esos que tu le haces a cualquier mujerzuela que andan por ahí y yo te hago un retrato. ¿Quieres aceptar ese trato? “No seas pendejo,” le contestó, Escalona, ” tu estás ya borracho, por eso me voy a dormir”.
Era frecuente que ellos aunque iniciaban las parrandas, nunca terminaban juntos, Rafa se iba a acostar y Jaime continuaba bebiendo pero en esos momentos placenteros disfrutaba de la melancolía, su actitud era desbordante en afectos y elogios, muy lejanos de rencores e insistía en estar con su amigo, por eso un día fue hasta su casa al sentir la necesidad de comunicarle el aprecio que se había gestado en su corazón desde hace mucho tiempo y le gritó por la ventana : ” mediocre que tienes tú para quererte tanto ?”
Rafa, conmovido por la expresión sensible de Jaime, le abrió la puerta. Se abrazaron y lloraron como estaban acostumbrados cuando acompañados de música y poesía expresaban libremente sus sentimientos, conscientes que el lenguaje de la amistad no se escribe, se siente, se vive, como decía Escalona
Años después al morir Jaime, Rafa compuso “Elegía a Jaime Molina”:
“Recuerdo que Jaime Molina/cuando estaba borracho ponía esta condición… Que, si yo moría primero me hacía un retrato/ o, si el se moría primero le sacaba un son/Famosas fueron sus parrandas/que a ningún amigo dejaba dormir/cuando estaba bebiendo/Siempre me insultaba/con frases de cariño que sabía decir”
La Brasilera era Santandereana
De tantos amores que tuvo Rafael, existió alguien muy especial por el gozo apasionado y la vitalidad que le transmitió para enfrentar las circunstancias adversas que vivió cuando le llego la crisis de sus cultivos de algodón. En esos momentos cruciales ella lo tomó de las manos con firmeza cuando sentía que iba a claudicar ante el acecho de las entidades bancarias, lo llenó de la confianza necesaria que exigía el momento y lo llevó a abrazar con dulzura los encantos por más de cuatro años de un amor que intempestivamente llego. Ella fue Isabel Martínez nacida en Bucaramanga, a quien el maestro Escalona le compuso la canción La brasilera.
Por mucho tiempo anduve pendiente de localizarla, fueron innumerables los viajes que realicé tratando de que me contara todo lo relacionado con esta bella canción, insignia de nuestra música vallenata. Por fin, pude encontrarla en un pueblito pintoresco en la Costa, viviendo en una vieja casona mal cuidada que en algún tiempo fue una majestuosa residencia de un patriarca del pueblo, sentada en una mecedora de hierro delgado, cuyas uniones de los brazos se han desgastado por el uso, Mostrando su estirpe santandereana, al presentarme como una persona interesada en conocer todo lo acontecido en su relación con Escalona, sin pensarlo dos veces aceptó contarme con su coquetería natural que en 1956, tomando el nombre de Sofía y acompañada por sus amigas, Teresa y Margarita, decidieron visitar Valledupar desde Bucaramanga a través de Taxader, la empresa aérea que existía en ese momento.
Con admirable naturalidad me comentó que al llegar al aeropuerto de Valledupar, cuando quisieron recoger sus maletas, se les acercó para ayudarla un hombre alto, vestido con un pantalón beige, una camisa de cuadros y unas botas americanas para ayudarla y le dijo: “Preciosa mujer, ¿cuál es su nombre?”, ella contestó sin ningún reparo: “Mi nombre es Sofía y soy brasilera”. Ese inesperado encuentro e invitaciones continuas generaron una atracción mutua de sentimientos que los unió donde sólo eran permitido la alegría y la comprensión en el intrincado laberinto de fuertes pasiones
Escalona plasmó ese encuentro en el verso de su canción “La brasilera” : “Yo la conocí una mañana/ que llegó en avión a mi tierra,/ cuando me la presentaron/ me dijo que era brasilera./ seguro cruzó la frontera pa’ vení a meterse en mi alma”.
Escalona nunca quiso mencionar su nombre, para evitar problemas con sus otros amores. Por esa razón siempre le decía Piedad do Santo, tal como lo hizo en este verso inédito que hace parte de la canción: “Piedad do Santo es nombre de reina,/ Piedad do Santo es nombre de mujer./ así se llamaba la brasilera/la que enloqueció a Rafael”.
Por Ricardo Gutiérrez
Los amores de Rafael Escalona siempre han sido comentados en las parrandas vallenatas en Santa Marta, Valledupar y en cualquier lugar de la Costa Atlántica.
Escalona, genial compositor, describía en sus composiciones la naturaleza, personajes, costumbres, episodios o una historia de amor que hacía vibrar corazones y particularmente el suyo, por albergar hincados sentimientos hacia varias mujeres
Era frecuente verlo muy temprano elegantemente vestido, en su camioneta la cual llevaba en sus parachoques el nombre de “María la bandida”, bautizada por el pintor Jaime Molina, visitando a sus amores. Luego salía para su cultivo de algodón en la vereda Callao o emprendía la nueva tarea parrandera que sus grandes amigos propiciaban en cualquier patio debajo de un árbol frondoso. Allí, Escalona un hombre dictatorial ordenaba: “Oye Turco, manda a buscar donde mi compadre Carlos Pérez varias botellas de Whisky, dile que yo se las cancelo pasado mañana”. Bueno Darío, ¿y ese Adán que es lo que se cree? Le dije que estuviera temprano en la Plaza, para que le llevara un papelito a una morena que me presentó El Negro Calde en San Diego y ve la hora que es y no ha venido? Que vaina es esa, carajo”!
Esa cofradía con sus cercanos la valoraba muchísimo, se desvivía atendiéndolos, pero cuando se presentaba algún obstáculo momentáneo, como la falta de trago o hielo, apaciguaba su angustia caminando de un lado a otro o mordisqueando las uñas de sus dedos. Luego sonreía y levantaba las dos manos y decía jocosamente a los presentes: “Ay veee, como los quieren” O comentaba en voz alta: “¿Qué vaina es esta? cuando estoy en la casa de mi primo Hernandito Molina nada me falta”. “Vámonos para allá
Al llegar el licor, ordenaba de inmediato a su comadre Carmen prender un fogón con leña Brasil, para darle al sancocho de chivo el sabor exquisito que le gustaba y solicitaba de inmediato a cualquiera de los presentes un vehículo para traer al jolgorio a su inseparable amigo Colacho Mendoza, complemento fundamental de sus creaciones musicales a quien definía como el mejor acordeonero del mundo, por eso cuando alguien lo criticaban decía sin titubeos : “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, Colacho es el mejor”.
Era verdaderamente el rey de las parrandas. Escalona, desprovisto de formación literaria y sin haber aprendido jamás a tocar un instrumento, poseía una inmensa capacidad de síntesis, siempre construía y enlazaba versos magistrales que expresaba con dicción perfecta. En momentos de exaltación emocional exclamaba: “voy a cantar hoy, pero voy a cantar cuando todos estén borrachos, porque cuando todos estén borrachos nadie sabe quien canta bien ni quien canta mal”
Sin más preámbulos, Colacho abría su acordeón y se iniciaba una gran reunión de amigos donde alternaban historias, canciones y anécdotas. Todos cómodamente sentados en los taburetes de guayacán que el inolvidable Andrés Becerra traía de la tierra de Leandro Díaz, disfrutaban esos momentos afectivos y de gran significado para Rafa, por cuanto amortiguaba momentáneamente los embates de La Maye, su esposa , debido a sus enredos, pero a su vez estimulaban su creatividad y emotividad ya que generaban en su mundo interior la ebullición que necesitaba en esos momentos de música y poesía para expresar sus sentimientos o describir sus vivencias a través de hermosos versos a la vida.
En una ocasión, después de largas horas de parranda, Rafa les comentó a sus compañeros, que había estado conversando sobre la calidad de los valores artísticos de la región, con su gran amigo Jaime Molina, conocedor insigne del tema. Les dijo que en un momento inesperado Jaime, elogiando la calidad de sus composiciones, le expresó inquisitivamente, como solía hacerlo cuando bebía: “Ultimadamente, yo soy Jaime Molina, hazme un canto de esos que tu le haces a cualquier mujerzuela que andan por ahí y yo te hago un retrato. ¿Quieres aceptar ese trato? “No seas pendejo,” le contestó, Escalona, ” tu estás ya borracho, por eso me voy a dormir”.
Era frecuente que ellos aunque iniciaban las parrandas, nunca terminaban juntos, Rafa se iba a acostar y Jaime continuaba bebiendo pero en esos momentos placenteros disfrutaba de la melancolía, su actitud era desbordante en afectos y elogios, muy lejanos de rencores e insistía en estar con su amigo, por eso un día fue hasta su casa al sentir la necesidad de comunicarle el aprecio que se había gestado en su corazón desde hace mucho tiempo y le gritó por la ventana : ” mediocre que tienes tú para quererte tanto ?”
Rafa, conmovido por la expresión sensible de Jaime, le abrió la puerta. Se abrazaron y lloraron como estaban acostumbrados cuando acompañados de música y poesía expresaban libremente sus sentimientos, conscientes que el lenguaje de la amistad no se escribe, se siente, se vive, como decía Escalona
Años después al morir Jaime, Rafa compuso “Elegía a Jaime Molina”:
“Recuerdo que Jaime Molina/cuando estaba borracho ponía esta condición… Que, si yo moría primero me hacía un retrato/ o, si el se moría primero le sacaba un son/Famosas fueron sus parrandas/que a ningún amigo dejaba dormir/cuando estaba bebiendo/Siempre me insultaba/con frases de cariño que sabía decir”
La Brasilera era Santandereana
De tantos amores que tuvo Rafael, existió alguien muy especial por el gozo apasionado y la vitalidad que le transmitió para enfrentar las circunstancias adversas que vivió cuando le llego la crisis de sus cultivos de algodón. En esos momentos cruciales ella lo tomó de las manos con firmeza cuando sentía que iba a claudicar ante el acecho de las entidades bancarias, lo llenó de la confianza necesaria que exigía el momento y lo llevó a abrazar con dulzura los encantos por más de cuatro años de un amor que intempestivamente llego. Ella fue Isabel Martínez nacida en Bucaramanga, a quien el maestro Escalona le compuso la canción La brasilera.
Por mucho tiempo anduve pendiente de localizarla, fueron innumerables los viajes que realicé tratando de que me contara todo lo relacionado con esta bella canción, insignia de nuestra música vallenata. Por fin, pude encontrarla en un pueblito pintoresco en la Costa, viviendo en una vieja casona mal cuidada que en algún tiempo fue una majestuosa residencia de un patriarca del pueblo, sentada en una mecedora de hierro delgado, cuyas uniones de los brazos se han desgastado por el uso, Mostrando su estirpe santandereana, al presentarme como una persona interesada en conocer todo lo acontecido en su relación con Escalona, sin pensarlo dos veces aceptó contarme con su coquetería natural que en 1956, tomando el nombre de Sofía y acompañada por sus amigas, Teresa y Margarita, decidieron visitar Valledupar desde Bucaramanga a través de Taxader, la empresa aérea que existía en ese momento.
Con admirable naturalidad me comentó que al llegar al aeropuerto de Valledupar, cuando quisieron recoger sus maletas, se les acercó para ayudarla un hombre alto, vestido con un pantalón beige, una camisa de cuadros y unas botas americanas para ayudarla y le dijo: “Preciosa mujer, ¿cuál es su nombre?”, ella contestó sin ningún reparo: “Mi nombre es Sofía y soy brasilera”. Ese inesperado encuentro e invitaciones continuas generaron una atracción mutua de sentimientos que los unió donde sólo eran permitido la alegría y la comprensión en el intrincado laberinto de fuertes pasiones
Escalona plasmó ese encuentro en el verso de su canción “La brasilera” : “Yo la conocí una mañana/ que llegó en avión a mi tierra,/ cuando me la presentaron/ me dijo que era brasilera./ seguro cruzó la frontera pa’ vení a meterse en mi alma”.
Escalona nunca quiso mencionar su nombre, para evitar problemas con sus otros amores. Por esa razón siempre le decía Piedad do Santo, tal como lo hizo en este verso inédito que hace parte de la canción: “Piedad do Santo es nombre de reina,/ Piedad do Santo es nombre de mujer./ así se llamaba la brasilera/la que enloqueció a Rafael”.
Por Ricardo Gutiérrez