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Leandro José Díaz Duarte: el invidente genial que todo lo veía

Leandro Díaz, cumpliría 93 años este sábado. FOTO/CORTESÍA.

Ninguna de las personas que le conocieron a temprana edad le auguraban un buen futuro dada su limitación visual. No obstante ello, el destino le tenía deparadas cosas muy grandes, que solo con el correr de los años se habrían de enterar quienes desde pequeño lo conocieron  y fueron escépticos de que algún día obtuviera algún tipo de logro. Quizás no comprendieron que aquello de lo cual carecía (visión), le sería compensada de otra manera: una agudeza auditiva extraordinaria de tal manera que todo lo que ocurría en derredor era percibido por él, dando con ello vuelo a su imaginación.

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Un lunes 20 de febrero del año 1928, en una alegre mañana de un ambiente festivo por los carnavales que se llevaban a cabo en esa región del Caribe colombiano, llegó a este mundo un niño invidente en el hogar conformado por Abel Rafael Duarte y María Ignacia ‘Nacha’ Díaz, al cual se le bautizó con el nombre de Leandro José Díaz Duarte, llevando por delante el apellido de su madre. Nació exactamente en una finca llamada Alto Pino, ubicada en Lagunita de la Sierra, municipio de Barrancas, en el centro del departamento de la exótica Guajira.

Como era de esperarse, sus primeros años de vida transcurrieron en el campo rodeado de la naturaleza, las fragancias de las flores y árboles, el canto de los pájaros, el correr de los riachuelos, el brincolear de las aves de corral, el mugir de las vacas, el olor a café matutino, el aroma de las frutas maduras. Toda esa constelación de múltiples y variados sonidos, fueron desarrollando en el pequeño Leandro una cosmovisión muy particular, un mundo mágico y surrealista, que soñaba con vivir y dar a conocer.

Ese mundo en que se sumergía diariamente le fue dando motivos para que se pudiera inspirar, inspiraciones que más tarde se habrían de traducir en cantos muy originales, producto de sus vivencias y una sensibilidad extraordinaria que fue desarrollando, cada vez mayor.

LITERATURA Y LUCHAS

Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que Leandro  se convirtió en un cronista muy agudo de la realidad que lo circundaba, pues a todo el que lo  visitaba en su humilde morada le solía preguntar por múltiples cosas, sumado a los libros y novelas que le leía su tía Erotida, quien fue parte fundamental en el desarrollo literario de este genio de la composición, motivo por el cual mantenía enterado de los sucesos ocurridos en su región.

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Ni hablar de las damas que empezó a tratar con dulzura, encanto y admiración, ellas fueron de gran inspiración y musas de muchos de sus cantos, aunque siempre se dolió así mismo de sus penas, porque muchas veces se sintió muy solo y rechazado, tal como lo expresó en su célebre canción ‘A mí no me consuela nadie’, pero no solo esa, sino que son varias las canciones en las que Leandro narra sus sinsabores.

Muy a pesar suyo, de no haber tenido una formación académica, fue todo un visionario de todos los problemas que padecía nuestra sociedad, motivo este que lo condujo a expresarse con cierta rebeldía ante hechos que no consentía o no eran de su agrado. También se manifestó en otras áreas de la vida cotidiana fueran estos de carácter amoroso, social, político o económico.

Peleó con todo y contra todos, manteniendo un diálogo permanente con la vida, la muerte, el amor, el desamor, táctica a través de la cual lidió con sus versos certeros cargados de unas sublimes, mágicas y embrujadoras melodías y textos pletóricos de filosofía, poesía, pedagogía.

Además de lo anterior, fue un auténtico rey de la metáfora y otras figuras literarias, pues con una precisión asombrosa creó expresiones idiomáticas no comunes que causaban admiración, como fue el caso de este clásico de la música vallenata titulada ‘La diosa coronada’ a quien el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez denominó como “el vallenato más lindo de Macondo“, donde una de sus frases “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada” sirvió como epígrafe de una de sus obras literarias: ‘El amor en los tiempos del cólera’.

La influencia de este maestro conocido como ‘El Homero del vallenato’ en la música de Francisco El Hombre, está entre el romanticismo clásico de una riqueza melódica exquisita, fuerza en la composición, combinada perfectamente con su precisión idiomática y un grafismo verdaderamente asombroso.

Tuvo un sentido práctico de la vida, vivió intensamente su mundo interior, mientras que otros esperaban la luz eléctrica o solar, él siempre se conformó con la iluminación espiritual y una luz interna con mucha fuerza, que lo hizo salir y darle brillo a su mundo de tinieblas.

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 Díaz Duarte tuvo la particularidad de convertir el sufrimiento en un crisol, con el cual templó su condición poética y el talento que el supremo creador le concedió.

Muchas de sus canciones nacieron en esos momentos en los que el deseo se desbordaba y el amor parecía ser lo único que contaba. Por esa razón su música constituye un retrato o el vivo reflejo de sus experiencias personales y del deseo de amar, donde no había espacio para la ficción, más bien eran como un desahogo de su interior que se convertían en explosiones del alma.

CONVERSACIONES

Fueron muchos los momentos que compartimos con el maestro de maestros y de todos ellos extractamos para este homenaje unos fragmentos de aquellas conversaciones:

¿Maestro Leandro exactamente dónde fue que usted nació y se crio? 

Mire, en Lagunita de la Sierra, Barrancas, La Guajira, nací y desde muy pequeño me llevaron mis padres para una pequeña finca que llamaban ‘Los Pajales’, ahí me crie, estuve 20 años en esa finca. Ahí empecé a componer sin maestros ni nada, pero cuando me vine a dar cuenta estaba haciendo canciones. Viví esos años allá en la sierra agradablemente con el fresco de la tierra, pero después me trasladé a Tocaimo, donde comienza mi segundo capítulo, y me relacioné con acordeoneros, guitarristas y parranderos, de ahí viví un tiempito en Codazzi cuando el algodón, y después me fui a vivir a San Diego, donde permanecí 40 años”.

Yo recuerdo mucho una casita que queda en el camino de Codazzi a Becerril que le decían ‘El manguito’. Ahí vendían trago los sábados y yo me iba a cantar a capela y la gente que ya me conocía me daba propinas. Así me inicié en la vida del arte que más quiero y que me ha dado todo, que es la música vallenata”.

¿A qué le ha cantado Leandro?

 “Mire, yo le he cantado a todos los tópicos, a los ríos,  aunque donde yo me crie no había río, pero cuando me trasladé a Tocaimo comencé a querer al río. A lo que menos le he cantado yo ha sido al ganado, porque toda la vida me ha tocado comprar la leche. A lo que más le he cantado es a la naturaleza que ha sido mi guía, ese misterio de cantarle a cosas que yo no he visto, ni yo mismo me lo puedo explicar. Hay veces que estoy tranquilo y me viene la inspiración y le compongo versos a una cabaña, a los bosques, a las aves, porque mi vida es la naturaleza en todos sus aspectos”.

¿De dónde le sale a usted esa expresión “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”?

 “Matilde Lina no era una mujer bonita, pero sí muy agraciada, la canción de Colombia le digo yo. Esa Matilde Lina sí ha ‘dao’ lidia, una vez me hicieron un homenaje en Anapoima, Cundinamarca, y la fiesta me la hicieron con bandas y fue muy emocionante para mí que todas las bandas que participaron tocaron a Matilde Lina. Esa mujer volvió a caminar por mi pensamiento”.

Leandro José Díaz Duarte se marchó de este mundo terrenal el sábado 22 de junio de 2013 en la ciudad de Valledupar. Partió dejando una historia musical invaluable que hace parte de la banda sonora de todos los amantes de esta expresión musical, cultural y folclórica, que es la música vallenata, como olvidar a ese genio que vino a este mundo a brindar alegría con sus canciones y que un día como hoy estaría cumpliendo 93 años.

Por:  Jorge Nain Ruiz y Ramiro Elías Álvarez Mercado.

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