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General - 31 diciembre, 2020

Las lecciones de la covid-19

En un mundo que se proyecta raudamente en las fauces del siglo XXI, donde encontramos en total decadencia a los principios éticos y los valores morales, que se van diluyendo a pasos colosales por estar inmersos en unos escenarios que poco les interesa su prevalencia.

En un mundo que se proyecta raudamente en las fauces del siglo XXI, donde encontramos en total decadencia a los principios éticos y los valores morales, que se van diluyendo a pasos colosales por estar inmersos en unos escenarios que poco les interesa su prevalencia.

Por un lado, un enquistado régimen capitalista, que lucha desesperadamente por no perder terreno, en medio de una crisis endémica que lo lleva a su inexorable ocaso y, por el otro extremo, un sistema comunista, que no ha podido sostener sus postulados filosóficos, económicos y políticos sin afectar derechos fundamentales e inherentes a la naturaleza humana, que también está llamado necesariamente a sufrir estructurales cambios.

Los anteriores factores son casualmente los representantes de estas doctrinas políticas,  personificados en los distintos gobernantes de la órbita universal, los responsables sin lugar a duda, con mayor o menor incidencia, de: las incontrolables emisiones de gases de efecto invernadero generadas por los descontrolados procesos industriales, urbanísticos y de desarrollo en general, como la quema de combustibles fósiles – petróleo, gas y carbón – y la remoción de los bosques, que destruyeron irreparablemente a la capa de ozono y afectaron gravemente al ecosistema,  que nos lleva inevitable al cambio climático y a un cada vez más riguroso y destructor calentamiento global; de las violaciones con espantosa fragilidad de los derechos humanos; y  de imponer su hegemonía a cualquier precio, dando rienda suelta a un armamentismo desenfrenado.

Nos encontramos en tal grado de desequilibrio social que las decisiones de no más de diez gobernantes rigen los destinos de más de 8.000 millones de habitantes, de los cuales el 10 por ciento se encuentran en la pobreza extrema. En este desolador panorama, surge – sin que aún se pueda explicar su verdadero origen – un muy diminuto virus (0,12 micras) más exiguo que la millonésima parte de un metro, que ha puesto en jaque al sistema económico y político mundial, que ha devastado la salud y la vida de millares de personas; que ha generado un colapso económico no visto, por lo menos, desde 1870; y lo más triste es que nos ha permitido ver caer, contra todo pronóstico, a muchos hermanos, padres, amigos, vecinos, profesionales de la salud y simples parroquianos, demostrándonos que la vida tiene una escala de valores diferentes a la que hoy, equívocamente, reina.

No tenemos la certeza de saber si vale la pena un esfuerzo arduo por acumular un considerable capital económico, o si es mejor hacerle culto a la salud física y mental; si optamos por enriquecernos egocentristamente o si solidariamente nos dedicamos a ayudar al prójimo para lograr una sociedad más igualitaria. Lo único cierto es que la covid-19, pese a su fatalidad y a sus nefastas consecuencias, le ha dejado muchos interrogantes a la humanidad, que la deben llevan a hacer profundas reflexiones, si no quiere verse sumida nuevamente en similar debacle.

Hay que pensar en defender al planeta, hay que luchar contra la injusticia social, hay que respetar los derechos ajenos, hay que ser solidario con el semejante, hay que convertirse en un ser humano más integral y menos material; hay que reducir la brecha entre las clases sociales y debe desaparecer, de una vez y para siempre, la explotación del hombre por el hombre. Si no aprendemos la lección estamos llamados a repetir la historia y cada vez sus efectos aniquiladores serán peores. Llegó la hora de actuar y de tomar conciencia a cerca del fututo que queremos para nuestra descendencia, si lo aspiramos armónico y sostenible o si lo preferimos catastrófico y autodestructor. Tuvimos que esperar a un microorganismo muy nocivo y letal, sin intelecto ni raciocinio, que nos enseñara como debe ser el comportamiento humano y social que nos pueda encausar efectivamente hacia una sociedad más próspera, justa y pacífica, que se establezca en un planeta más equilibrado y sostenible.

Por: JAIME JAVIER ROMERO AMADOR
NOTARIO PRIMERO DE VALLEDUPAR

General
31 diciembre, 2020

Las lecciones de la covid-19

En un mundo que se proyecta raudamente en las fauces del siglo XXI, donde encontramos en total decadencia a los principios éticos y los valores morales, que se van diluyendo a pasos colosales por estar inmersos en unos escenarios que poco les interesa su prevalencia.


En un mundo que se proyecta raudamente en las fauces del siglo XXI, donde encontramos en total decadencia a los principios éticos y los valores morales, que se van diluyendo a pasos colosales por estar inmersos en unos escenarios que poco les interesa su prevalencia.

Por un lado, un enquistado régimen capitalista, que lucha desesperadamente por no perder terreno, en medio de una crisis endémica que lo lleva a su inexorable ocaso y, por el otro extremo, un sistema comunista, que no ha podido sostener sus postulados filosóficos, económicos y políticos sin afectar derechos fundamentales e inherentes a la naturaleza humana, que también está llamado necesariamente a sufrir estructurales cambios.

Los anteriores factores son casualmente los representantes de estas doctrinas políticas,  personificados en los distintos gobernantes de la órbita universal, los responsables sin lugar a duda, con mayor o menor incidencia, de: las incontrolables emisiones de gases de efecto invernadero generadas por los descontrolados procesos industriales, urbanísticos y de desarrollo en general, como la quema de combustibles fósiles – petróleo, gas y carbón – y la remoción de los bosques, que destruyeron irreparablemente a la capa de ozono y afectaron gravemente al ecosistema,  que nos lleva inevitable al cambio climático y a un cada vez más riguroso y destructor calentamiento global; de las violaciones con espantosa fragilidad de los derechos humanos; y  de imponer su hegemonía a cualquier precio, dando rienda suelta a un armamentismo desenfrenado.

Nos encontramos en tal grado de desequilibrio social que las decisiones de no más de diez gobernantes rigen los destinos de más de 8.000 millones de habitantes, de los cuales el 10 por ciento se encuentran en la pobreza extrema. En este desolador panorama, surge – sin que aún se pueda explicar su verdadero origen – un muy diminuto virus (0,12 micras) más exiguo que la millonésima parte de un metro, que ha puesto en jaque al sistema económico y político mundial, que ha devastado la salud y la vida de millares de personas; que ha generado un colapso económico no visto, por lo menos, desde 1870; y lo más triste es que nos ha permitido ver caer, contra todo pronóstico, a muchos hermanos, padres, amigos, vecinos, profesionales de la salud y simples parroquianos, demostrándonos que la vida tiene una escala de valores diferentes a la que hoy, equívocamente, reina.

No tenemos la certeza de saber si vale la pena un esfuerzo arduo por acumular un considerable capital económico, o si es mejor hacerle culto a la salud física y mental; si optamos por enriquecernos egocentristamente o si solidariamente nos dedicamos a ayudar al prójimo para lograr una sociedad más igualitaria. Lo único cierto es que la covid-19, pese a su fatalidad y a sus nefastas consecuencias, le ha dejado muchos interrogantes a la humanidad, que la deben llevan a hacer profundas reflexiones, si no quiere verse sumida nuevamente en similar debacle.

Hay que pensar en defender al planeta, hay que luchar contra la injusticia social, hay que respetar los derechos ajenos, hay que ser solidario con el semejante, hay que convertirse en un ser humano más integral y menos material; hay que reducir la brecha entre las clases sociales y debe desaparecer, de una vez y para siempre, la explotación del hombre por el hombre. Si no aprendemos la lección estamos llamados a repetir la historia y cada vez sus efectos aniquiladores serán peores. Llegó la hora de actuar y de tomar conciencia a cerca del fututo que queremos para nuestra descendencia, si lo aspiramos armónico y sostenible o si lo preferimos catastrófico y autodestructor. Tuvimos que esperar a un microorganismo muy nocivo y letal, sin intelecto ni raciocinio, que nos enseñara como debe ser el comportamiento humano y social que nos pueda encausar efectivamente hacia una sociedad más próspera, justa y pacífica, que se establezca en un planeta más equilibrado y sostenible.

Por: JAIME JAVIER ROMERO AMADOR
NOTARIO PRIMERO DE VALLEDUPAR