CULTURA

La Sirena de Hurtado, la leyenda que se recuerda cada Jueves Santo en Valledupar

Es uno de los mitos más representativos de Valledupar.

La Sirena de Hurtado, la leyenda que se recuerda cada Jueves Santo en Valledupar

La Sirena de Hurtado, la leyenda que se recuerda cada Jueves Santo en Valledupar

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POR: EL PILÓN

Antes de sumergirse a las frías aguas del río Guatapurí, los bañistas tienen la oportunidad de apreciar un monumento imponente que resalta por su belleza.

Se trata de la estatua que representa a la leyenda de la Sirena de Hurtado que luce majestuosa y a través de los años se mantiene como uno de los símbolos más representativos de Valledupar.

Paisaje obligado para adornar las fotografías de propios y visitantes, la Sirena es recordada mayormente en Semana Santa, precisamente la época en la que, según la leyenda, ocurrieron los hechos que dieron origen a uno de los mitos más arraigados de nuestra cultura.

Cuentan los abuelos que Rosario Arciniegas era una niña muy linda y caprichosa, nacida en el barrio Cañaguate de Valledupar. Acostumbrada a hacer siempre su voluntad, no hizo caso cuando sus padres, fieles a la tradición, le prohibieron que fuera a bañarse a las profundas aguas del ‘pozo de Hurtado’ en el río Guatapurí, por ser un Jueves Santo, día consagrado a rememorar la Pasión de Jesucristo.

Orgullosa y resuelta, Rosario se marchó a escondidas y al llegar al pozo, soltó sus largos cabellos, se quitó la ropa y se lanzó al agua desde las más altas rocas. Eran las dos de la tarde y, no obstante, el cielo se oscureció y cuando Rosario trató de salir de las aguas no pudo.

Un peso enorme en sus piernas le impedía moverse y como pudo llegó a la orilla donde comprobó, horrorizada, que sus extremidades inferiores habían desaparecido y en su lugar había una inmensa cola de pez. Estaba convertida en Sirena. Bien entrada la tarde, su madre, que suponía donde podía estar, salió a buscarla llamándola por toda la orilla del río. Pero nadie respondió.

Enterado todo el pueblo, se sumó a la búsqueda de su cadáver creyendo que se había ahogado, pero en la mañana del Viernes Santo al salir el sol apareció sobre la roca desde donde se había lanzado y a la vista de su familia y de todos los que la buscaban, dijo adiós con la cola y se zambulló por última vez. Dicen que desde entonces la ven y oyen su canto los trasnochadores y los que amanecen por la orilla del río.

En una entrevista concedida hace varios años para EL PILÓN, la antropóloga e historiadora Ruth Ariza, contaba que a las hijas menores de 10 o 14 años, cuando estaban pendientes de los enamorados en esa época, se les prohibía que fueran al río durante ese día. Entonces se les decía a las niñas: “Hoy es Viernes Santo, es un día muy sagrado, hay que estar lo más quieto que se pueda, no andar corriendo y con risotadas y persiguiéndose el uno al otro, no señor. Es un día de oración, de meditación, sobre todo las niñas mayorcitas ya deben de irse recogiendo y aprendiendo de los mayores las buenas costumbres, las costumbres de recogimiento”.

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