En los últimos años en este sector de Valledupar, a orillas del río Guatapurí, población colombiana y venezolana han compartido no solo este territorio y las diferentes necesidades, sino que también han realizado intercambio de tradiciones por medio de las fiestas navideñas.
“Por muy dura que sea la situación, por muchas pandemias que nos azoten, siempre habrá motivos para celebrar”. Este es el pensamiento de la mayoría de personas que habita en la margen derecha del río Guatapurí y en sus zonas aledañas, quienes pese a la situación, sin importar la nacionalidad tienen un aspecto en común: celebrar las fiestas navideñas.
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En medio de la incertidumbre, pese a ya no hay nubes negras a la vista que puedan mojar los sueños de estas familias, con una sonrisa reciben la llegada de las festividades navideñas, aunque lo celebren con poco y nada, “la unión en familia no tiene precio”.
Aunque su casa está retirada de la zona de gaviones, Yenier Vega no es ajeno a la situación, y por eso trata de darles ánimo a sus amigos y familiares, quienes han tenido un 2020 para el olvido, pero a través de la tradición navideña tratan de alejar el fantasma de la preocupación.
“No tenemos mucho, pero tampoco vamos a dejarnos acongojar por todo lo que ha pasado. Yo tengo amigos que lo perdieron todo, que el río les tumbó la casita, pero ahí estamos, ayudándolos como podemos… ¡Ah, pero eso sí!, la Navidad es una fiesta y tenemos que celebrarla”, señaló Vega.
Y así como él, Lizbeth Coromoto, de nacionalidad venezolana, dejó por un instante la pugna con los carromuleros, ya que ella es una de las limpiadoras del río, para hablar un poco de las fiestas decembrinas, una festividad que la llena de nostalgia, puesto que inmediatamente la transporta a su natal Caracas, donde hasta hace unos escasos cinco años era feliz.
“Para Colombia no tengo sino palabras de agradecimiento por todo lo que me ha brindado este país, pero por más que sea uno nunca quiere salir de su tierra y el día que le toque es porque le salió una buena oportunidad y no porque tu país se esté cayendo a pedazos. Pero aún así no hay que dejarse vencer por las preocupaciones porque la vida sigue”, relató Coromoto.
Entre tanto, poco a poco los vecinos van trayendo los adornos para las festividades navideñas, con las cuales la comunidad espera tener un rato de esparcimiento, por eso, cada persona va donando lo que puede para que el aporte que hagan le sirva a esta causa que une a las más de 100 familias que habitan la margen derecha, solo en el barrio Nueve de Marzo.
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“Oiga aquí vea, armando este arbolito”. Estas palabras espontáneas y limpias las dijo David Rodríguez, a quien fui a saludar y ver la decoración que estaba armando en un pequeño y humilde árbol de navidad, el cual estaba rodeado de niños impresionados, tal vez porque no conocían de esta festividad, o tal vez porque sus recursos económicos no les daba para tal privilegio.
Solo se puede catalogar de inocente la expresión de los niños cuando vieron el árbol que, pese a no estar terminado, ya se había convertido en el centro de las miradas de los infantes, que con ojos saltones, pero fijos en el decorado, olvidaron por unos segundos lo duro que había sido el 2020, pero que para ellos parecía llegar a su fin cuando las luces de este pequeño, pero coqueto árbol se encendiera ante ellos.
No obstante, cuando creí que el decorado del árbol sería lo más curioso que observaría durante esa jornada, algo captó mi atención, algo que me dejó todavía más estupefacto: las casas de tablas, cartones y otros materiales estaban engalanadas con adornos alusivos a la festividad que relata el nacimiento de Jesús. Pequeñas viviendas habitadas por numerosas familias que llegaron al Nueve de Marzo hace ya varios años huyendo de la tiranía del ‘país de las siete provincias’, mientras otros escaparon de la violencia sembrada en el que es considerado el segundo país más feliz del mundo.
Y allí, incapaz de preguntar, solo me quedé admirando algo que parecía sencillo para los ojos de cualquier mortal, pero para mí, que había visitado el Nueve Marzo una y otra vez relatando tragedias y duras realidades, esta escena era digna de la más fantasiosa película; esta escena, donde humildes viviendas hechas de rústicos tablones y clavos, con tres o cuatro adornos parecían dignas doncellas vestidas para una importante fiesta.
Pero antes de retirarme de ese mundo tan diferente, de ese mundo que pareciese estar cercano a otra dimensión, pero lejos de una civilización llamada Valledupar, un comentario me hizo aterrizar a la realidad donde pasé de ser el niño atrapado en una dulcería a ser nuevamente el periodista y escuchar las palabras que reflejan una dura realidad de estas personas que, pese a querer ocultar su tristeza por unos cuantos días, esta les destila por los poros, puesto que aunque la mayoría diga que son felices, en el fondo de sus almas piden a gritos volver a sus lugares de origen.
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“Ojalá que el gobierno se acuerde de nosotros, ojalá que nos puedan ayudar porque la verdad esta situación es muy lamentable y si nosotros estamos aquí no es porque quisimos, es porque no tuvimos otra opción, otro lugar a donde ir”.
Después de Navidad este será el comentario que volverá a recorrer las calles del Nueve de Marzo buscando anidarse en la garganta de algún habitante desesperado, puesto que la necesidad, la inseguridad y el olvido se pasea por la margen derecha del río Guatapurí, cual espíritu en busca de saciar su sed viendo el dolor de los demás.
POR: ROBERT CADAVID / EL PILÓN
[email protected]
En los últimos años en este sector de Valledupar, a orillas del río Guatapurí, población colombiana y venezolana han compartido no solo este territorio y las diferentes necesidades, sino que también han realizado intercambio de tradiciones por medio de las fiestas navideñas.
“Por muy dura que sea la situación, por muchas pandemias que nos azoten, siempre habrá motivos para celebrar”. Este es el pensamiento de la mayoría de personas que habita en la margen derecha del río Guatapurí y en sus zonas aledañas, quienes pese a la situación, sin importar la nacionalidad tienen un aspecto en común: celebrar las fiestas navideñas.
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En medio de la incertidumbre, pese a ya no hay nubes negras a la vista que puedan mojar los sueños de estas familias, con una sonrisa reciben la llegada de las festividades navideñas, aunque lo celebren con poco y nada, “la unión en familia no tiene precio”.
Aunque su casa está retirada de la zona de gaviones, Yenier Vega no es ajeno a la situación, y por eso trata de darles ánimo a sus amigos y familiares, quienes han tenido un 2020 para el olvido, pero a través de la tradición navideña tratan de alejar el fantasma de la preocupación.
“No tenemos mucho, pero tampoco vamos a dejarnos acongojar por todo lo que ha pasado. Yo tengo amigos que lo perdieron todo, que el río les tumbó la casita, pero ahí estamos, ayudándolos como podemos… ¡Ah, pero eso sí!, la Navidad es una fiesta y tenemos que celebrarla”, señaló Vega.
Y así como él, Lizbeth Coromoto, de nacionalidad venezolana, dejó por un instante la pugna con los carromuleros, ya que ella es una de las limpiadoras del río, para hablar un poco de las fiestas decembrinas, una festividad que la llena de nostalgia, puesto que inmediatamente la transporta a su natal Caracas, donde hasta hace unos escasos cinco años era feliz.
“Para Colombia no tengo sino palabras de agradecimiento por todo lo que me ha brindado este país, pero por más que sea uno nunca quiere salir de su tierra y el día que le toque es porque le salió una buena oportunidad y no porque tu país se esté cayendo a pedazos. Pero aún así no hay que dejarse vencer por las preocupaciones porque la vida sigue”, relató Coromoto.
Entre tanto, poco a poco los vecinos van trayendo los adornos para las festividades navideñas, con las cuales la comunidad espera tener un rato de esparcimiento, por eso, cada persona va donando lo que puede para que el aporte que hagan le sirva a esta causa que une a las más de 100 familias que habitan la margen derecha, solo en el barrio Nueve de Marzo.
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“Oiga aquí vea, armando este arbolito”. Estas palabras espontáneas y limpias las dijo David Rodríguez, a quien fui a saludar y ver la decoración que estaba armando en un pequeño y humilde árbol de navidad, el cual estaba rodeado de niños impresionados, tal vez porque no conocían de esta festividad, o tal vez porque sus recursos económicos no les daba para tal privilegio.
Solo se puede catalogar de inocente la expresión de los niños cuando vieron el árbol que, pese a no estar terminado, ya se había convertido en el centro de las miradas de los infantes, que con ojos saltones, pero fijos en el decorado, olvidaron por unos segundos lo duro que había sido el 2020, pero que para ellos parecía llegar a su fin cuando las luces de este pequeño, pero coqueto árbol se encendiera ante ellos.
No obstante, cuando creí que el decorado del árbol sería lo más curioso que observaría durante esa jornada, algo captó mi atención, algo que me dejó todavía más estupefacto: las casas de tablas, cartones y otros materiales estaban engalanadas con adornos alusivos a la festividad que relata el nacimiento de Jesús. Pequeñas viviendas habitadas por numerosas familias que llegaron al Nueve de Marzo hace ya varios años huyendo de la tiranía del ‘país de las siete provincias’, mientras otros escaparon de la violencia sembrada en el que es considerado el segundo país más feliz del mundo.
Y allí, incapaz de preguntar, solo me quedé admirando algo que parecía sencillo para los ojos de cualquier mortal, pero para mí, que había visitado el Nueve Marzo una y otra vez relatando tragedias y duras realidades, esta escena era digna de la más fantasiosa película; esta escena, donde humildes viviendas hechas de rústicos tablones y clavos, con tres o cuatro adornos parecían dignas doncellas vestidas para una importante fiesta.
Pero antes de retirarme de ese mundo tan diferente, de ese mundo que pareciese estar cercano a otra dimensión, pero lejos de una civilización llamada Valledupar, un comentario me hizo aterrizar a la realidad donde pasé de ser el niño atrapado en una dulcería a ser nuevamente el periodista y escuchar las palabras que reflejan una dura realidad de estas personas que, pese a querer ocultar su tristeza por unos cuantos días, esta les destila por los poros, puesto que aunque la mayoría diga que son felices, en el fondo de sus almas piden a gritos volver a sus lugares de origen.
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Después de Navidad este será el comentario que volverá a recorrer las calles del Nueve de Marzo buscando anidarse en la garganta de algún habitante desesperado, puesto que la necesidad, la inseguridad y el olvido se pasea por la margen derecha del río Guatapurí, cual espíritu en busca de saciar su sed viendo el dolor de los demás.
POR: ROBERT CADAVID / EL PILÓN
[email protected]