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Cultura - 25 noviembre, 2020

La mujer y el paternalismo en el pilón de Los Embarradores de Riohacha

El empleo de la capucha tiene como objeto evitar que se conozca a quien participa en el disfraz. Por esta razón este artilugio fue visto como medio perfecto para trasgredir las reglas dispuestas por el paternalismo.

Monumento en honor a Los Embarradores. 

FOTO/CORTESÍA.
Monumento en honor a Los Embarradores. FOTO/CORTESÍA.

En Riohacha se escuchan voces que reclaman al carnaval como su patrimonio intangible. Lo sustentan indicando que fue el primero en ser organizado en Colombia. Entre quienes lo hacen está Noelia Mejía Guerra, conocida como ‘La Pipi’, autora del libro ‘Memorias de una Carnavalera’.

Esta escritora sostiene, además, que de esa ciudad partió esta fiesta hacia Barranquilla, llevada por un grupo de personas, que, a finales del siglo decimonónico, huyeron tras ser perseguidos por el general y político local Juan Manuel Iguarán.

Entre las razones que da para sustentar, está la de su importancia económica, producto del comercio local e internacional, la pesca de perlas, la presencia de inmigrantes italianos, antillanos, holandeses y margariteños. Estas diferentes culturas, fusionadas, enriquecieron culturalmente nuestro carnaval, dice la escritora.

Estas fiestas están soportadas sobre manifestaciones culturales que tienen la característica de haber nacido en tiempos antediluvianos, como es el caso del pilón que aún se baila por las calles de esa ciudad; de tradiciones de no tan vieja data como la maestranza, los macos, los diablitos, los negritos, las mascaritas, a más de disfraces individuales y colectivos.

Existe una manifestación carnavalera que tiene el carácter de disfraz colectivo que han llamado ‘Los Embarradores de Riohacha’, cuya existencia datan en 1867, cuando un domingo de carnaval, en la madrugada, más de veinte hombres se dirigieron a la laguna Salá, y tras cubrirse de barro fueron a la plaza Padilla, emitiendo gritos de huuu, huuu, huuu, con los que, junto a sus aspectos, pusieron en huida a quienes allí se encontraban.

Según el investigador riohachero Evert Bruges Pinto, fue José Laborde Ariza quien lo organizó después de haber visto en París, Francia, a un grupo de hombres introducirse al río Sena para extraer barro con el que se cubrían y, después, marchar por las calles en el marco de los festejos de la toma de la Bastilla. Lo hizo con el apoyo de familias francesas como Dangond, Lacouture y Lafouríe, a más de la tripulación de los barcos que eran de propiedad de su padre, José Laborde, y de otras personas.

Este es un disfraz que rompió muchas de las tradiciones clasistas de la rancia y conservadurista sociedad riohachera. Lo afirma este mismo investigador. Por cuanto personas sin igual distingo social, económico, cultural, racial, sexual, religioso o postura política, se enfundan la chaqueta, el pantalón largo, la capucha y untados de barro salen a abrazar a quienes encuentran a su paso.

La utilización de la chaqueta tiene como explicación la necesidad de ampararse de la temperatura baja que produce el barro en el cuerpo y del imperante al filo de la madrugada. Incluso, el grito lanzado por los participantes, según Teresa Serrano Dijkhoff, miembro del colectivo embarrador, es debido al frío que siente cuando marchan bailando al son de las pilanderas.

El empleo de la capucha tiene como objeto evitar que se conozca a quien participa en el disfraz. Por esta razón este artilugio fue visto como medio perfecto para trasgredir las reglas dispuestas por el paternalismo.

De ella se valieron las primeras mujeres que hicieron parte de Los Embarradores para burlarse de la norma que ordenaba que solo hombres podían ocupar los espacios públicos, porque el de ellas era el hogar. Y si una lo hacía, a través de actividades públicas, era entendido como una invitación a la tentación, al pecado.

De cómo se produjo este hecho, escribe Orlando Esaú Vidal: “De visita en la caseta Son del Caribe, Olga Ramírez Bonivento y Dido Fajardo le comentaron a Beatriz Henríquez Pinedo: ‘¿Por qué no nos disfrazamos de embarradoras?’. La idea les sonó y aprovechando que estaba allí el jefe de Los Embarradores, Julio Illidge, le preguntaron y él contestó: ‘Para luego es tarde’. Lo siguieron monte adentro, para ellas fue cruel, no sabían por dónde andaban a esa hora de la madrugada. Al llegar al sitio, iban a desistir de la idea pero las obligaron a embarrase. Les dijeron que era una obligación que no se podía incumplir. Allá se encontraron con Carmen Sierra Pimienta, Magdalena Lozano Epinayú y Jazmín Romero Deluque”.

 Sin embargo, el talante revolucionario de estas mujeres demoró en ser copiado, lo fue en los años ochenta cuando muchas se incorporaron al disfraz colectivo. Sucedió con Teresa Serrano, quien cumple veinticuatro años de estar embarrándose, debió espera que pasaran tres años de la muerte de su padre para poder hacerlo. Mientras tanto, se complacía con verlos porque para entonces primaba la voz de su progenitor recordándole que ella era mujer.

Pero no solo el antifaz es un artilugio infractor a las reglas del paternalismo, también lo es el disfraz que usan, un pantalón y una chaqueta, que por tiempos estuvieron entre las prendas que la sociedad les asignó a los hombres.

Sin embargo, el hacerlo no se constituye en la verdadera motivación de las embarradoras, lo es, según Teresa Serrano, echarse barro, sentir el tambor, la papayera, llenarse de emoción, darle un abrazo a la gente.

Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio.

Cultura
25 noviembre, 2020

La mujer y el paternalismo en el pilón de Los Embarradores de Riohacha

El empleo de la capucha tiene como objeto evitar que se conozca a quien participa en el disfraz. Por esta razón este artilugio fue visto como medio perfecto para trasgredir las reglas dispuestas por el paternalismo.


Monumento en honor a Los Embarradores. 

FOTO/CORTESÍA.
Monumento en honor a Los Embarradores. FOTO/CORTESÍA.

En Riohacha se escuchan voces que reclaman al carnaval como su patrimonio intangible. Lo sustentan indicando que fue el primero en ser organizado en Colombia. Entre quienes lo hacen está Noelia Mejía Guerra, conocida como ‘La Pipi’, autora del libro ‘Memorias de una Carnavalera’.

Esta escritora sostiene, además, que de esa ciudad partió esta fiesta hacia Barranquilla, llevada por un grupo de personas, que, a finales del siglo decimonónico, huyeron tras ser perseguidos por el general y político local Juan Manuel Iguarán.

Entre las razones que da para sustentar, está la de su importancia económica, producto del comercio local e internacional, la pesca de perlas, la presencia de inmigrantes italianos, antillanos, holandeses y margariteños. Estas diferentes culturas, fusionadas, enriquecieron culturalmente nuestro carnaval, dice la escritora.

Estas fiestas están soportadas sobre manifestaciones culturales que tienen la característica de haber nacido en tiempos antediluvianos, como es el caso del pilón que aún se baila por las calles de esa ciudad; de tradiciones de no tan vieja data como la maestranza, los macos, los diablitos, los negritos, las mascaritas, a más de disfraces individuales y colectivos.

Existe una manifestación carnavalera que tiene el carácter de disfraz colectivo que han llamado ‘Los Embarradores de Riohacha’, cuya existencia datan en 1867, cuando un domingo de carnaval, en la madrugada, más de veinte hombres se dirigieron a la laguna Salá, y tras cubrirse de barro fueron a la plaza Padilla, emitiendo gritos de huuu, huuu, huuu, con los que, junto a sus aspectos, pusieron en huida a quienes allí se encontraban.

Según el investigador riohachero Evert Bruges Pinto, fue José Laborde Ariza quien lo organizó después de haber visto en París, Francia, a un grupo de hombres introducirse al río Sena para extraer barro con el que se cubrían y, después, marchar por las calles en el marco de los festejos de la toma de la Bastilla. Lo hizo con el apoyo de familias francesas como Dangond, Lacouture y Lafouríe, a más de la tripulación de los barcos que eran de propiedad de su padre, José Laborde, y de otras personas.

Este es un disfraz que rompió muchas de las tradiciones clasistas de la rancia y conservadurista sociedad riohachera. Lo afirma este mismo investigador. Por cuanto personas sin igual distingo social, económico, cultural, racial, sexual, religioso o postura política, se enfundan la chaqueta, el pantalón largo, la capucha y untados de barro salen a abrazar a quienes encuentran a su paso.

La utilización de la chaqueta tiene como explicación la necesidad de ampararse de la temperatura baja que produce el barro en el cuerpo y del imperante al filo de la madrugada. Incluso, el grito lanzado por los participantes, según Teresa Serrano Dijkhoff, miembro del colectivo embarrador, es debido al frío que siente cuando marchan bailando al son de las pilanderas.

El empleo de la capucha tiene como objeto evitar que se conozca a quien participa en el disfraz. Por esta razón este artilugio fue visto como medio perfecto para trasgredir las reglas dispuestas por el paternalismo.

De ella se valieron las primeras mujeres que hicieron parte de Los Embarradores para burlarse de la norma que ordenaba que solo hombres podían ocupar los espacios públicos, porque el de ellas era el hogar. Y si una lo hacía, a través de actividades públicas, era entendido como una invitación a la tentación, al pecado.

De cómo se produjo este hecho, escribe Orlando Esaú Vidal: “De visita en la caseta Son del Caribe, Olga Ramírez Bonivento y Dido Fajardo le comentaron a Beatriz Henríquez Pinedo: ‘¿Por qué no nos disfrazamos de embarradoras?’. La idea les sonó y aprovechando que estaba allí el jefe de Los Embarradores, Julio Illidge, le preguntaron y él contestó: ‘Para luego es tarde’. Lo siguieron monte adentro, para ellas fue cruel, no sabían por dónde andaban a esa hora de la madrugada. Al llegar al sitio, iban a desistir de la idea pero las obligaron a embarrase. Les dijeron que era una obligación que no se podía incumplir. Allá se encontraron con Carmen Sierra Pimienta, Magdalena Lozano Epinayú y Jazmín Romero Deluque”.

 Sin embargo, el talante revolucionario de estas mujeres demoró en ser copiado, lo fue en los años ochenta cuando muchas se incorporaron al disfraz colectivo. Sucedió con Teresa Serrano, quien cumple veinticuatro años de estar embarrándose, debió espera que pasaran tres años de la muerte de su padre para poder hacerlo. Mientras tanto, se complacía con verlos porque para entonces primaba la voz de su progenitor recordándole que ella era mujer.

Pero no solo el antifaz es un artilugio infractor a las reglas del paternalismo, también lo es el disfraz que usan, un pantalón y una chaqueta, que por tiempos estuvieron entre las prendas que la sociedad les asignó a los hombres.

Sin embargo, el hacerlo no se constituye en la verdadera motivación de las embarradoras, lo es, según Teresa Serrano, echarse barro, sentir el tambor, la papayera, llenarse de emoción, darle un abrazo a la gente.

Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio.