El director de EL PILÓN, Juan Carlos Quintero, recoge las impresiones del primer capítulo de la premier exhibida en Bogotá el pasado lunes 9 de diciembre.
La primera impresión es que es una película muy larga, convertida en una serie de la nueva televisión que ahora es el ‘streaming’ , que te las va entregando en capítulos.
Primera sorpresa: hay un narrador que, en tercera persona, va adelantando la historia, dominando el sonido y la escena. El escritor narra, cuenta.
La génesis está en la vida personal de Gabriel García Márquez: en Barrancas, en la vieja provincia del Valle de Upar, el abuelo Nicolás Márquez, en un duelo de caballeros, ha dado muerte a Medardo Pacheco. Era legal, aceptado, pero ese muerto se le aparecía a Nicolás, aumentaba los fantasmas y peores presentimientos de su esposa Tranquilina Iguarán, natal del Río de Hacha. Ambos deben emigrar a mejor destino.
Pronto se encontrarán el mar, quizá siguiendo la marcha del río Rancheria hasta el puerto de los Iguarán, pero en la ruta de los caminantes -pasando por Santa Marta, el otro puerto- la estirpe se dirigirá hacia el interior, hasta las bananeras. La historia real que marcará la historia novelada, la ficción.
José Arcadio y Ursula, los primos, -nunca en la provincia se dudó de que esos cruces producían seres fenomenales- irán, en ruta distinta, desde la provincia, en medio de la maldición y la huida, a gestar un nuevo mundo, el de un pueblo llamado Macondo. Están de este lado, del valle, solo tienen ríos, como aquel de las piedras grandes prehistóricas como el de La Mina en el valle; y pelearán con el pantano que es la ciénaga, el agua. Pero la ciénaga no es el mar. Están Tierra Adentro, como el presbítero Antonio Julián, llamó al territorio mediterráneo, al escribir el maravilloso libro ‘Santa Marta. La Perla de América’ en el siglo XVIII.
Es un valle amplio seco y tropical, que, en las fronteras, se reseca más y se torna en soleados cactus. Verán los cerros, el cerro Murillo visto en el camino de la ciudad de Upar a San Juan del Cesar.
Atravesarán la majestuosa Sierra y algún día a la sorpresa de un enterrado navío el mar aparece. ¡El provinciano descubre el mar!
Es el mundo del Caribe, el tono y lenguaje de los personajes, el niño en cuero, el desenfreno sexual, la terquedad dorada de José Arcadio ante la advertencia del gitano sabio Melquiades, y los primeros fracasos de los caribeños de la realidad iluminada por la ambición, sin los pies en la tierra. Suena la música, la tambora y las colitas pero el acordeón aún en este siglo del mito fundacional no ha aparecido. José Arcadio, el primero de la dinastía de los Buendía, de manos de Melquiades, ya tendrá el astrolabio y el sextante y su premonición: el aislado Macondo se abrirá al mundo de hoy, tan conectado y tan cercano, que distante a miles de kilómetros, nos da la fantástica realidad de sentirnos al lado. Es apenas el primer capítulo.
(Antes de la exhibición de la premier, Rodrigo García Barcha, que es el principal productor de la obra, nos lo había recomendado con buen tino: míralo solo como un complemento de la novela escrita. Pero por lo visto, escrito está).
El director de EL PILÓN, Juan Carlos Quintero, recoge las impresiones del primer capítulo de la premier exhibida en Bogotá el pasado lunes 9 de diciembre.
La primera impresión es que es una película muy larga, convertida en una serie de la nueva televisión que ahora es el ‘streaming’ , que te las va entregando en capítulos.
Primera sorpresa: hay un narrador que, en tercera persona, va adelantando la historia, dominando el sonido y la escena. El escritor narra, cuenta.
La génesis está en la vida personal de Gabriel García Márquez: en Barrancas, en la vieja provincia del Valle de Upar, el abuelo Nicolás Márquez, en un duelo de caballeros, ha dado muerte a Medardo Pacheco. Era legal, aceptado, pero ese muerto se le aparecía a Nicolás, aumentaba los fantasmas y peores presentimientos de su esposa Tranquilina Iguarán, natal del Río de Hacha. Ambos deben emigrar a mejor destino.
Pronto se encontrarán el mar, quizá siguiendo la marcha del río Rancheria hasta el puerto de los Iguarán, pero en la ruta de los caminantes -pasando por Santa Marta, el otro puerto- la estirpe se dirigirá hacia el interior, hasta las bananeras. La historia real que marcará la historia novelada, la ficción.
José Arcadio y Ursula, los primos, -nunca en la provincia se dudó de que esos cruces producían seres fenomenales- irán, en ruta distinta, desde la provincia, en medio de la maldición y la huida, a gestar un nuevo mundo, el de un pueblo llamado Macondo. Están de este lado, del valle, solo tienen ríos, como aquel de las piedras grandes prehistóricas como el de La Mina en el valle; y pelearán con el pantano que es la ciénaga, el agua. Pero la ciénaga no es el mar. Están Tierra Adentro, como el presbítero Antonio Julián, llamó al territorio mediterráneo, al escribir el maravilloso libro ‘Santa Marta. La Perla de América’ en el siglo XVIII.
Es un valle amplio seco y tropical, que, en las fronteras, se reseca más y se torna en soleados cactus. Verán los cerros, el cerro Murillo visto en el camino de la ciudad de Upar a San Juan del Cesar.
Atravesarán la majestuosa Sierra y algún día a la sorpresa de un enterrado navío el mar aparece. ¡El provinciano descubre el mar!
Es el mundo del Caribe, el tono y lenguaje de los personajes, el niño en cuero, el desenfreno sexual, la terquedad dorada de José Arcadio ante la advertencia del gitano sabio Melquiades, y los primeros fracasos de los caribeños de la realidad iluminada por la ambición, sin los pies en la tierra. Suena la música, la tambora y las colitas pero el acordeón aún en este siglo del mito fundacional no ha aparecido. José Arcadio, el primero de la dinastía de los Buendía, de manos de Melquiades, ya tendrá el astrolabio y el sextante y su premonición: el aislado Macondo se abrirá al mundo de hoy, tan conectado y tan cercano, que distante a miles de kilómetros, nos da la fantástica realidad de sentirnos al lado. Es apenas el primer capítulo.
(Antes de la exhibición de la premier, Rodrigo García Barcha, que es el principal productor de la obra, nos lo había recomendado con buen tino: míralo solo como un complemento de la novela escrita. Pero por lo visto, escrito está).